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martes, 31 de julio de 2018

EL ORIGEN DEL MAL

(foto: A.T. Galisteo)

El mal existe. No hablo de ninguna entidad abstracta, metafísica o cósmica. Me refiero a eso que realizan los hombres. Actos que perjudican conscientemente a otro, que causan dolor, sufrimiento, pobreza, hambre, muerte. Podemos identificar a los malvados: están por todas partes. De todos los malvados, los más peligrosos son aquellos que tienen poder, que "alcanzan" el poder. Siempre me he preguntado qué es lo que convierte a alguien en mala persona, qué es lo que transforma a un ser humano en alguien que causa conscientemente el mal a los demás.

De todas las explicaciones posibles, voy a desarrollar una, más o menos especulativa. Parto de la base de que el cerebro no entiende nada de moral, no se rige por criterios morales. El funcionamiento del cerebro es muy automático. Me atrevo a decir que ni siquiera acepta la categoría del no. Todo en él es positivo, no hay espacio para el no espacio. Toda información que recibe es válida y absoluta en sí misma. No le puedes decir, por ejemplo, "no pienses en eso"; éste es un mensaje totalmente incomprensible para el cerebro. El cerebro es. Todo lo que el cerebro procesa, es, no puede ser y no ser a la vez.

Esto se lo cuento yo a mis amigos cuando viene a cuento; por ejemplo, cuando alguno, ante el olvido de cualquier tontería, enseguida echa mano del Alzheimer. Le replico: si a tu cerebro le dices que tienes Alzheimer, él no va a entender que lo dices en broma o a modo de conjuro, no; se lo tomará al pie de la letra. Así es nuestro cerebro: todo se lo toma al pie de la letra. Yo por eso suelo tomarme al pie de la letra lo que digo, lo que escribo, lo que pienso, y lo que los demás dicen, escriben y piensan. Al pie de la letra y en todos los sentidos. Es el mejor modo de no equivocarse.

Doy un pasito más en mi elucubración. El cerebro lo simplifica todo. Puede analizar lo más complejo, relacionarlo todo, pero su máxima, su ley es "simplificar, simplificar", reducir todo a ideas simples. Economizar. Son esas ideas simples las que al final determinan nuestra conducta, mueven a nuestro cuerpo, construyen nuestra moral.

La otra ley, que es quizás la que más me sorprende, es que el cerebro no se rige por el principio de no contradicción. Todo es compatible, porque el cerebro no juzga, no rechaza nada. Lo único que hace es construir, con un puñado de ideas simples, una red mental coherente. Con esa red lo pesca todo, lo filtra todo, lo juzga y tamiza todo. Lo que es contradictorio, incoherente, simplemente se diluye, desaparece, no se toma en cuenta. Otra vez la ley de la economía.

Apliquemos esto al asunto del mal. El mal siempre se ha asentado sobre ideas simples que funcionan con el automatismo de un acto reflejo. Ideas-impulso, creencias, dogmas. El mal, para quien lo realiza, siempre está justificado, no es posible hacer el mal sin el sostén de un conjunto de ideas simplificadas. Dentro de un malvado siempre encuentra uno un cerebro simplificado, aquel al que le basta un puñado de dogmas para funcionar. Si pudiéramos estrujar su cerebro, exprimirlo, caerían, a lo máximo, media docena de ideas.

Voy a poner un ejemplo. Dice Iglesias Turrión que "Israel es un Estado criminal". Lo dice en la televisión pública y ya no necesita nada más. Le basta este dogma para justificar, no ya a Hamás y todos sus ataques criminales contra Israel, sino para "cabalgar contradicciones" (sic), tales como el recibir dinero y apoyo de regímenes que no dudan en ahorcar homosexuales, lapidar mujeres violadas (aunque sean niñas), quemar mujeres "adúlteras" o cortar el cuello a "infieles" (circulan vídeos terribles de todo ello por internet).

Ejemplos tan brutales del mal no son prueba de perversión, trastorno mental o degeneración genética. Quizás pueda explicarse por la fuerza que determinadas ideas simples ejercen en el cerebro hasta secuestrarlo. Y quizás por eso palabras como civilización, cultura, leyes o democracia, tengan un sentido básico: el cerebro, por su propia inercia dogmática y simplificadora, necesita un desarrollo adicional, que es el que le proporciona la educación, la cultura, el ejercicio del pensamiento y la razón. Y por eso, también, es imprescindible un orden social basado en leyes claras y democráticas. La ley nos protege del mal. Lo que hoy España, mismamente, necesita frente a los cerebros simplificados del nacionalismo separatista.

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