¿Estamos predeterminados
por la genética? ¿Es el ADN nuestro destino?
El determinismo genético
se ha convertido en un dogma científico, una explicación simplista a
la que acuden, no ya médicos, sociólogos y antropólogos, sino
cualquiera. La apelación a la herencia genética sirve para explicar
cualquier fenómeno, desde un cáncer al fracaso de una relación.
Especial interés tiene
la teoría genética cuando la usamos para explicar la enfermedad, la
salud, el modo de ser, el éxito o fracaso social. Allí donde
antes se colocaba al azar, el destino, la voluntad de Dios o de los
dioses, situamos ahora el ADN, una abstracción con apariencia de
verdad científica, pero tan vaga y etérea como las creencias de
nuestros antepasados.
Para desvelar hasta qué
punto el reduccionismo genético es una explicación muy imprecisa,
basta enumerar todo aquello que sabemos está determinando y
condicionando nuestra vida cotidiana y nuestro destino: el estrés,
la alimentación, los hábitos, el ejercicio físico y mental, el
aire que respiramos, los estímulos sensoriales, la geología, el
clima, el entorno, la casa, la contaminación electromagnética,
acústica y ambiental, el trabajo, las leyes, las decisiones
políticas, el nivel económico, los medios de comunicación, la propaganda, la educación, la
familia, las experiencias infantiles, el sexo, los pensamientos, las
relaciones sociales... Si a esto añadimos la influencia de las
hormonas, los neurotransmisores, los oligoelementos, los virus y las
bacterias, vemos enseguida que el protagonismo otorgado a la genética
en nuestras vidas es evidentemente exagerado.
Todos estos factores o
elementos determinan lo que hacemos en cada momento, y todo lo que
hacemos en cada momento determina lo que vamos a hacer a
continuación. Nos autodeterminamos, estamos autodeterminándonos en
cada momento. Especial importancia adquiere, en esta cadena de
determinantes, la construcción de la propia imagen, la
autonarración, el autorrelato, la elaboración del sentido que le
vamos dando a nuestra vida y a todo lo que nos sucede cada día.
Cuando nos conviene o no encontramos mejor explicación, echamos
manos de la genética.
Pero hoy sabemos que el
ADN no tiene nada que ver con el determinismo biológico o
mecanicista. Al fin y al cabo no es más que información. Señala
“un horizonte de posibilidades”. Las células no son meros
receptores pasivos. El ADN, incluso, se puede modificar.
El “no lo puedo
evitar”, “no me puedo controlar” o “yo soy así” no es más
que un engaño, un pensamiento. Sí, hay muchas cosas que no puedo
evitar, ni controlar ni cambiar, pero no está aquí el problema,
sino en dejar de lado todo lo que sí puedo evitar y cambiar. Definir
de antemano y preocuparse por lo que no podemos controlar ni cambiar
es estúpido, cuando tenemos tanto que sí podemos controlar y
cambiar. Basta echar un vistazo a nuestro cerebro: la mayor parte
queda sin usar, nos morimos sin desprecintarlo, nos pasamos la vida
con ese tesoro al alcance de la mano y lo dejamos de lado.
Está bien conocer
nuestras predisposiciones genéticas negativas, pero no para sentirnos
fatalmente abocados a ellas, sino para evitarlas en la medida de lo
posible. Es imposible, por otro lado, prevenirnos contra todas. Por
ejemplo, existen 300 tipos de cáncer; ¿puede alguien asegurar que
no viene cargado con la predisposición a padecer alguno de ellos?
Los genes se activan o
desactivan influidos por las condiciones ambientales, sociales,
culturales y mentales. Del estudio de esta influencia se encarga la
epigenética, que viene a moderar los dogmas de la genética. Los
genes pueden ser modulados, o sea, determinados a su vez.
El fatalismo biológico
está tan injustificado como el fatalismo familiar, étnico, de los
astros, de la reencarnación, de la predestinación divina o de la
mala suerte. Las decisiones más importantes de nuestra vida están
en nuestras manos, aquellas que de verdad condicionan nuestro
bienestar interior, el curso diario de nuestra vida. Tenemos sobre
nuestra vida y nuestro destino mucho más poder del que podamos
imaginar. El mayor enemigo, nuestra mayor limitación, nace de
nuestros pensamientos y creencias. El fatalismo genético es una de ellas.