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miércoles, 24 de septiembre de 2014

GENÉTICA Y FATALISMO


¿Estamos predeterminados por la genética? ¿Es el ADN nuestro destino?

El determinismo genético se ha convertido en un dogma científico, una explicación simplista a la que acuden, no ya médicos, sociólogos y antropólogos, sino cualquiera. La apelación a la herencia genética sirve para explicar cualquier fenómeno, desde un cáncer al fracaso de una relación.

Especial interés tiene la teoría genética cuando la usamos para explicar la enfermedad, la salud, el modo de ser, el éxito o fracaso social. Allí donde antes se colocaba al azar, el destino, la voluntad de Dios o de los dioses, situamos ahora el ADN, una abstracción con apariencia de verdad científica, pero tan vaga y etérea como las creencias de nuestros antepasados.

Para desvelar hasta qué punto el reduccionismo genético es una explicación muy imprecisa, basta enumerar todo aquello que sabemos está determinando y condicionando nuestra vida cotidiana y nuestro destino: el estrés, la alimentación, los hábitos, el ejercicio físico y mental, el aire que respiramos, los estímulos sensoriales, la geología, el clima, el entorno, la casa, la contaminación electromagnética, acústica y ambiental, el trabajo, las leyes, las decisiones políticas, el nivel económico, los medios de comunicación, la propaganda, la educación, la familia, las experiencias infantiles, el sexo, los pensamientos, las relaciones sociales... Si a esto añadimos la influencia de las hormonas, los neurotransmisores, los oligoelementos, los virus y las bacterias, vemos enseguida que el protagonismo otorgado a la genética en nuestras vidas es evidentemente exagerado.

Todos estos factores o elementos determinan lo que hacemos en cada momento, y todo lo que hacemos en cada momento determina lo que vamos a hacer a continuación. Nos autodeterminamos, estamos autodeterminándonos en cada momento. Especial importancia adquiere, en esta cadena de determinantes, la construcción de la propia imagen, la autonarración, el autorrelato, la elaboración del sentido que le vamos dando a nuestra vida y a todo lo que nos sucede cada día. Cuando nos conviene o no encontramos mejor explicación, echamos manos de la genética.

Pero hoy sabemos que el ADN no tiene nada que ver con el determinismo biológico o mecanicista. Al fin y al cabo no es más que información. Señala “un horizonte de posibilidades”. Las células no son meros receptores pasivos. El ADN, incluso, se puede modificar.

El “no lo puedo evitar”, “no me puedo controlar” o “yo soy así” no es más que un engaño, un pensamiento. Sí, hay muchas cosas que no puedo evitar, ni controlar ni cambiar, pero no está aquí el problema, sino en dejar de lado todo lo que sí puedo evitar y cambiar. Definir de antemano y preocuparse por lo que no podemos controlar ni cambiar es estúpido, cuando tenemos tanto que sí podemos controlar y cambiar. Basta echar un vistazo a nuestro cerebro: la mayor parte queda sin usar, nos morimos sin desprecintarlo, nos pasamos la vida con ese tesoro al alcance de la mano y lo dejamos de lado.

Está bien conocer nuestras predisposiciones genéticas negativas, pero no para sentirnos fatalmente abocados a ellas, sino para evitarlas en la medida de lo posible. Es imposible, por otro lado, prevenirnos contra todas. Por ejemplo, existen 300 tipos de cáncer; ¿puede alguien asegurar que no viene cargado con la predisposición a padecer alguno de ellos?

Los genes se activan o desactivan influidos por las condiciones ambientales, sociales, culturales y mentales. Del estudio de esta influencia se encarga la epigenética, que viene a moderar los dogmas de la genética. Los genes pueden ser modulados, o sea, determinados a su vez.


El fatalismo biológico está tan injustificado como el fatalismo familiar, étnico, de los astros, de la reencarnación, de la predestinación divina o de la mala suerte. Las decisiones más importantes de nuestra vida están en nuestras manos, aquellas que de verdad condicionan nuestro bienestar interior, el curso diario de nuestra vida. Tenemos sobre nuestra vida y nuestro destino mucho más poder del que podamos imaginar. El mayor enemigo, nuestra mayor limitación, nace de nuestros pensamientos y creencias. El fatalismo genético es una de ellas.

(Fotos: S. Trancón)

martes, 16 de septiembre de 2014

¿PUEBLO CATALÁN O MASA UNIFORMADA?

(Foto: S. Trancón)
De “pueblo catalán” a “masa uniformada” hay un trecho; de movimiento de masas a movilización de ciudadanos, un abismo democrático. Hablar hoy de pueblo catalán empieza a ser un eufemismo usado para encubrir la verdadera esencia del independentismo: su tendencia al totalitarismo.

La sociedad moderna se basa en la noción de ciudadano. El sujeto de derechos y deberes es el individuo. Los individuos se organizan de acuerdo con sus intereses. Como los intereses son muy variados, los grupos también lo son. El Estado asegura la libertad individual y el equilibrio entre los grupos estableciendo normas comunes que hacen a todos los ciudadanos y grupos iguales ante la ley.
Sustituir a los ciudadanos y la diversidad de grupos por la idea de pueblo es una maniobra ideológica y política que sólo se puede imponer anulando al individuo y a los grupos. Como ha ocurrido con otros muchos conceptos, el nacionalismo y el independentismo nos están obligando a distinguir y a dejar de usar palabras que en otro tiempo tuvieron un noble sentido, para evitar confusiones y ambigüedades. Es el caso de la palabra pueblo.

El pueblo catalán, tal y como lo concibe y define el independentismo, no existe. No existe un pueblo que use o tenga como lengua propia una sola (el catalán), que se sienta solo catalán, que defienda la forma unánime la independencia, que tenga una misma idea de sociedad, que tenga los mismos intereses, los mismos valores, las mismas oportunidades, los mismos proyectos de vida, las mismas creencias, etc. Existen individuos y grupos muy diversos que tienen en común el hecho de ser ciudadanos españoles, lo que les otorga el ser, a su vez, ciudadanos catalanes.

Pero si no existe el pueblo catalán, lo que sí existe hoy en Cataluña es una masa uniformada. Lo de uniformada no es una metáfora. La concentración de Barcelona durante la Diada no era la de un pueblo formado por individuos o ciudadanos libres y diferentes, sino la de una masa que desfilaba uniformada. No un pueblo formado e informado, sino masa uniformada. Camiseta roja, camiseta amarilla y bandera estelada: el uniforme independentista. Nunca se expresó de modo más explícito que el proceso independentista se basa en un proceso uniformista.

El independentismo es esencialmente totalitario, uniformizador, un monstruoso laboratorio de clones mentales programados para una única misión: proclamar la independencia. ¿Qué independencia, cómo, contra quién, por qué, para qué (para darle más poder a los corruptos)...? Eso es ya mucho pedir. Un clon uniformado no piensa, no debe pensar; sólo está programado para corear consignas, ponerse un uniforme y llevar una banderita.

Pero constatar un hecho no basta para entenderlo ni combatirlo. Hay que saber cómo ha surgido y cuál puede ser su futuro. El origen del independentismo uniformado de hoy empezó hace ya más de treinta y cinco años. No es algo que surja de la noche a la mañana, sino algo que se ha ido construyendo sin pausa desde que Tarradellas desapareció de la escena. Lo anunciamos y denunciamos en el Manifiesto de los 2.300. Nadie (casi nadie) nos hizo caso. Enseguida llegó Pujol I el Corrupto y montó lo de Banca Catalana, la primera empresa destinada a subvencionar con millones al independentismo (y de paso trincar todo lo posible). Cuando debió ir a la cárcel y desaparecer de escena, Felipe González le perdonó la vida. Ahora dice que no cree que el Gran Timonel sea un corrupto. Dime a quién defiendes y te diré quién eres. O qué quieres ocultar.

La inmersión lingüística (otro eufemismo), apuntaló definitivamente el proceso. La clonización empezó ahí; y ahí sigue, con el apoyo de PP y PSOE, algo inconcebible. ¡Y quieren reformar la Constitución para blindar esa fábrica de mentes uniformadas! Luego se extrañan de que una patraña tan soez como la interpretación de lo sucedido en 1714 como una guerra de España contra Cataluña, sirva de base mítica para el desfile patriótico de la Diada.

Pero tan importante como saber cómo se ha ido fabricando la masa independentista es prever hacia dónde puede evolucionar el proceso. Yo no tengo la menor duda: hacia la imposición de la independencia por la vía de la presión, la amenaza, la violencia verbal y los hechos consumados. El totalitarismo catalán no va a cambiar: su esencia es la imposición, el control de las conciencias, el dominio de la propaganda, la eliminación de la discrepancia, la presión social, el uso de todos los mecanismos del poder para doblegar y silenciar a los disidentes, para hacer que quien no sea independentista se sienta fuera de lugar, marginado, excluido. Nada nuevo. Es lo que está ocurriendo ahora. Lo más increíble es que todo esto se haya hecho y se siga haciendo con total impunidad, ¡y con el dinero de todos!

Hay que repetirlo y actuar en consecuencia: una masa mentalmente uniformada es todo lo contrario de un movimiento de ciudadanos libres. Las masas no son más que instrumentos del totalitarismo, no sujetos de derechos democráticos. El independentismo totalitario se viste de uniforme festivo y colorista (bueno, de dos colores), pero eso no nos debe confundir: se trata de un movimiento de masas semejante a todos los que hemos conocido a lo largo de la historia, especialmente durante el siglo XX: el fascismo, el nazismo, el franquismo y el bolchevismo. ¿Una prueba? ¿Cuántos se atrevieron a salir a la calle el pasado 11 de septiembre en Barcelona sin el uniforme independentista? ¿Cuántos no salieron para no sentirse raros o señalados? ¿Cómo estaban las calles fuera de la V por la que transcurría la marcha triunfal? ¿Sin gente? ¿Por qué? ¿Y no sorprende la disciplina con que los uniformados se colocaron en el lugar que les habían ordenado, cada uno con su color, y sin salirse de la fila? ¡Hasta desfilan con antorchas por la noche, al más puro estilo nazi! Todo sin violencia, claro, con mucho civismo y educación, que somos catalanes, no como vosotros, opresores, violentos y fascistas por naturaleza.

La esencia del totalitarismo es siempre la misma, pero las formas que adopta varían mucho, se adaptan a los tiempos. La modalidad catalana es hoy acaso la más disimulada, retorcida y embaucadora de las imaginables, capaz de unir en sus filas a un obrero en paro con un hijo de Pujol, todos envueltos en la misma bandera. ¡Impagable el trabajo de los Sindicatos, de IU (o como se llamen ahora, con Podemos de mamporreros del proceso) y del PSC! Muchos todavía ni se han enterado, entre ellos muchos de los que acudieron a formar parte del ejército “encamisetado” y festivo que gritó independencia con la esperanza de ver pronto “un nuevo amanecer”. ¡Y sin tirar un tiro, oiga, todo por la vía democrática!...

Artículo publicado en:
http://www.cronicaglobal.com/es/notices/2014/09/-pueblo-catalan-o-masa-uniformada-11181.php

miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿EN QUÉ PIENSAS?

(Foto: Agustín Galisteo)


Cuando nos ocurre un accidente, de ésos fácilmente evitables, solemos preguntarnos, ¿pero en qué estaría yo pensando? Otras veces reaccionamos: ¡ya lo sabía, ya sabía yo que esto me iba a suceder! Una y otra reacción nos indica que no siempre somos dueños ni conscientes de lo que pensamos. Más aún: gran parte de nuestra actividad cerebral es automática e inconsciente. Freud indagó sobre una pequeña parte de ese inconsciente, la relacionada con los traumas y los impulsos más primarios, pero la actividad inconsciente es mucho más.

Estamos “pensando” constantemente. El cerebro jamás cesa en su actividad. Funciona las 24 horas del día. Esta actividad interna incesante sigue patrones y programas previamente establecidos, muchos de ellos heredados y otros adquiridos. ¿Qué lugar ocupan los estímulos y los datos externos en esta actividad?

Los datos y estímulos sensoriales no cambian ni determinan la actividad interna, sólo la modulan. Esto hace que ni siquiera la percepción sea una actividad consciente. El 90% de la percepción es automática e inconsciente. El cerebro inconsciente dirige la percepción, no al revés. La percepción no es pasiva, sino activa. Es una construcción cerebral inconsciente. Hemos aprendido a percibir lo que percibimos de acuerdo con patrones heredados y adquiridos. Vemos lo que ya hemos visto. Esto nos da seguridad, rapidez y capacidad de anticipación, pero limita mucho nuestra capacidad de percepción, novedad y sorpresa. Todo cambia constantemente, pero no somos capaces de percibir esos cambios.

Para modificar nuestra vida, para sacarla de la rutina cerebral, hay que ser conscientes de nuestra actividad inconsciente. No podemos cambiar radicalmente nuestro cerebro, pero sí potenciar nuestra capacidad de ser conscientes. Intuiciones, corazonadas y presentimientos, por ejemplo, forman parte de nuestra actividad inconsciente, pero a la que podemos prestar atención. Sobre lo único que tenemos un poco de control es, en realidad, sobre nuestra atención.

Es esta atención, nuestra capacidad para atender a ciertas señales e intuiciones (ese conocimiento previo, inconsciente), lo que podemos entrenar para evitar ciertos peligros, amenazas y situaciones, así como para dejarnos llevar por presentimientos o anticipaciones positivas. Podemos aprovecharnos de nuestro inconsciente. El inconsciente es rápido, ahorra recursos; la conciencia es lenta y menos eficiente. La conciencia marca la dirección, el inconsciente nos da la energía que necesitamos para alcanzar los objetivos.

El sentimiento de aislamiento, de ensimismamiento, de incapacidad para ver la realidad, para salir de nuestro mundo inconsciente, se debe a ese exceso de actividad interna descontrolada y automática. Todo lo que sea “parar” esa actividad interna caótica e incesante, darnos cuenta de ella, nos libera de esa “cárcel” perceptiva, esa burbuja interna en la que estamos secuestrados.

Darnos cuenta de lo que pensamos inconscientemente en cada momento es la mejor manera de saber por qué actuamos como actuamos. No podemos controlar la mayor parte de nuestros pensamientos inconscientes, pero sí darnos cuenta de que estamos pensando y actuando inconscientemente. Este simple darnos cuenta libera nuestra energía y atención, paraliza el automatismo y nos abre la puerta a otra percepción del mundo, a ver la realidad con otros ojos. Los del asombro y el misterio.