Se precipita la luna, con su resplandor anaranjado, sobre los tejados… Se precipita, pero está fija, inmóvil sobre un cielo azul, y todo es silencio, todo irradia presencia, un estar ahí del mundo, totalmente real. Los tejados son de pirraza, y esto que veo es una aldea perdida entre montañas. Aquí he estado en otro tiempo. Aquí he vivido. Las calles, estrechas, muestran piedras descarnadas que han ido desgastando las ruedas de los carros, formando surcos. La lenta rueda del tiempo ha dejado huellas de su paso invisible. Una larga calle, retorcida, recorre la aldea, subiendo hacia la ladera de los castaños. Con lluvia y nieve, he pisado el barro entre las rocas horadadas, las losas de los patios, las ramas de las urces y las retamas. Aquí viví en otro tiempo. ¿Qué queda de mí aquí? Respiré este aire puro, el aroma del tomillo, el olor seminal de los castaños, la hierba recién segada. Un rebaño de cabras pasaba cada atardecer junto a mi puerta. ¿Qué se quedó de mí entre estas piedras, entre el humo de las chimeneas, el musgo de los tejados, la niebla de las mañanas de primavera? Como girones de lana entre las zarzas. Trozos de mí. Por los rincones donde hemos pasado, acurrucados en el silencio, muriendo suavemente, desvaneciéndose a un ritmo muy lento, como el desmoronarse de la roca. Hay una geografía personal, un mundo construido con los lugares en los que hemos vivido. Recorreremos ese territorio por última vez, al final. Los lugares que vimos, allí donde la presencia del mundo se hizo real. Allí donde quisimos quedarnos. Allí donde todo de pronto se paró, permaneció recogido, respirando, sumergiéndose en la eternidad. Antes de entrar en el último sueño, despertamos para ver todos esos lugares sagrados. El último viaje. La despedida. Recogeremos los fragmentos, los momentos en los que descubrimos la presencia de lo invisible, en los que vimos lo invisible, y amasaremos con esas experiencias nuestro verdadero ser. Estamos hechos de la sustancia del espacio, allí donde el tiempo se para. Con los fragmentos sagrados de nuestra vida se construye el espacio de otros mundos, allá donde acaso vayamos a parar, después de olvidarlo todo.
domingo, 27 de marzo de 2011
CUANDO SE PARA EL TIEMPO
martes, 22 de marzo de 2011
TEORÍA DE LA INCERTIDUMBRE
¡Qué tiempo, el que ahora estamos viviendo! ¡Y qué espacio, el que ahora nos rodea! ¿Se acelera la historia, se precipita el apocalipsis?
Cuantos más elementos intervienen en un momento dado, mayor es la entropía, la invasión del desorden y el caos. El mundo se ha hecho insoportablemente complejo. A los elementos de la naturaleza hemos añadido tanta basura, tantos aparatos, tanto enredo, tantas redes y cachivaches… La cacharrería humana es ya el bosque más extendido por toda la superficie de la Tierra. Y por sus entrañas, llenas de cables, túneles, cañerías… Y por el cielo, inundado de chatarra, de humo, de partículas asesinas.
No hay imagen más poderosa, más elocuente, que ese mar negro que invade las ciudades y sepulta los cuerpos entre montañas de escombros. Todo, de pronto, se convierte en lo que es, basura, putrefacción, un revoltijo de desechos, un violento deshacer y destruir todo lo que el hombre ha construido a su alrededor para separarse del mundo, para aislarse y encerrarse en su propio nido, para crear un universo artificial paralelo.
Aquí hay luz, contra la noche. Aquí nos sobra la ropa, estemos en el desierto o nos rodee la nieve. Aquí hay pantallas, aunque el mundo real desaparezca. Aquí hay máquinas, aunque las manos se vuelvan artríticas. Aquí hay energía atómica, aunque nos estallen las pupilas. Aquí hay coches, trenes, aviones muy veloces, aunque viajemos dormidos. Aquí hay bombas, toneladas de bombas, para añadir otro montoncito de cadáveres chamuscados a la gran hoguera.
¿Qué hacer? ¿Qué podemos hacer? La impotencia, la indefensión aprendida nos paraliza. Es tan colosal el poder de los poderosos, de los que hacen negocio con el plutonio y el uranio, con el petróleo, con las bombas, con los terremotos, con los tsunamis, con la muerte y el dolor, con la resignación y el miedo, con los cachivaches, con la chatarra, con la incertidumbre de todo cuanto nos rodea…
No enmudecer, al menos, me digo. No callar, al menos. Ser conscientes del delirio, de la enorme capacidad que tiene el hombre para convertir la locura y las alucinaciones en realidad. ¿De dónde nacieron los campos de exterminio, las cámaras de gas, las zanjas llenas de cadáveres esqueléticos, miles, millones de cuerpos apilados como basura? Eso fue ayer, hace un par de horas, y durante el tiempo transcurrido no han cesado de llenarse de huesos y ojos desorbitados todas las fosas del mundo, desde África a Japón, de las cunetas de los pueblos de España a los mares argentinos, de Chernóbil a Haití. ETA y Las Azores, Gadafi y la OTAN, el Corán y el Pentágono… Sí, ya sé que no es lo mismo, no es lo mismo. Sin embargo, una misma corriente de delirio y omnipotencia, de soberbia y ceguera, recorre el cerebro de quienes toman las últimas decisiones sobre la cacharrería global y sobre la vida de los demás. Siempre, claro, movidos por los más nobles objetivos: la paz, la patria, el progreso, la libertad, el bienestar… Todos sabemos cuánta mentira hay detrás de estas palabras.
¿Necesitaremos que la Tierra se agite y convulsione para destruir los artificiales cimientos de nuestra civilización, que revienten todas centrales nucleares del mundo a la vez? ¿O que el sol, con sus atómicas llamaradas, venga a poner freno al caos delirante en que se fundamenta el orden superficial de nuestras ciudades, con su asfixiante maraña de cables y efímeros objetos, que no sirven más que para aturdirnos y olvidar la muerte y el caos que nos rodea?
No enmudecer, al menos, porque seguimos amando la vida, y el mundo, sí, podría ser radical, total, absolutamente diferente.
domingo, 20 de marzo de 2011
CATALUÑA, OTRA VEZ (y II)
miércoles, 16 de marzo de 2011
CATALUÑA, OTRA VEZ (I)
(Fotos: Luis Llavori)
sábado, 5 de marzo de 2011
NUESTRO PASADO SEFARDÍ
La cultura española tiene un pasado sefardí. La influencia judía en nuestro país (mucho mayor que la árabe, en contra de lo que se supone) se remonta a los primeros siglos de nuestra era. Aún hoy podemos descubrir esa huella en cualquier rincón de nuestros pueblos y ciudades. Y también en la lengua. La pervivencia del sefardí es un fenómeno sorprendente.
Acaba de publicarse un libro de la sefardí Margalit Matitiahu, de cuya edición soy responsable. Se presentará el próximo día 17 de Marzo. He aquí la invitación a ese acto.
HEBRAICA EDICIONES
Tiene el placer de invitarle
EL JUEVES 17 DE MARZO
A LAS 20:00 HORAS
En el CENTRO CULTURAL DAVAR
a la presentación literaria de:
LA DUDA,
de MARGALIT MATITIAHU
Contaremos con unos ponentes de excepción:
María Fernanda Santiago Bolaños .-Directora del Departamento de Educación y Cultura del Gabinete de la Presidencia del Gobierno (Moncloa), poeta, profesora y especialista en Estética. Doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
Santiago Trancón .- Escritor de ensayo, novela, poeta, editor literario.
Jacobo Israel Garzón .-Presidente de la FCJE, escritor, investigador.
Tras el acto, se abrirá la firma de ejemplares, seguida de un aperitivo
CONFIRMEN ASISTENCIA. AFORO LIMITADO
DAVAR, Centro Cultural- C/ Rodríguez Marín, 61- 28016- Madrid. Metro Concha Espina, línea 9.Autobuses: 29, 40,7, 16, 51.Tel: (34) 913509710
Extraigo del estudio de presentación que realizo, el texto siguiente, para quienes estén interesados.
ESCRIBIR CON DOS LENGUAS, VIVIR EN DOS CULTURAS
Ha dicho Margalit Matitiahu que escribe con dos lenguas (el hebreo y el judeoespañol) porque “vivo en dos culturas, o dos culturas viven en mí”. Aclara que su lengua materna es el ladino, sefardí o judeoespañol, que de las tres formas podemos llamar a esta lengua que no es más que una variedad histórica del castellano o español, y cuyo origen se remonta a 1492, aquel año aciago en que los hispanohebreos –judíos españoles o españoles judíos– fueron expulsados de España o Sefarad. Extendidos por todo el Mediterráneo y Europa, aquellos desterrados siguieron hablando la lengua entonces común, y así pervivió aquel español del Renacimiento hasta hoy, conservado como lengua de comunicación oral y escrita entre todos los sefardíes durante más de cinco siglos. Sometida a influencias locales, no perdió, sin embargo, su unidad ni dio lugar a otra lengua, como debiera haber ocurrido de no ser por la voluntad conservadora de sus hablantes. Es, sin duda, un milagro lingüístico, una excepción histórica, cuya explicación habría que buscar no sólo en una razón práctica (mantener las relaciones familiares y comerciales entre todos los sefardíes, algo fundamental para asegurar su supervivencia), sino de otro tipo, llamémosle espiritual, cultural o emocional: la necesidad de conservar viva la memoria de un pasado glorioso, el periodo más largo y fructífero de una comunidad judía fuera de Israel, la más numerosa de cuantas se extendieron por el mundo desde la primera diáspora, hace más de dos mil años. Tantos siglos de arraigo en España, en Sefarad, dejaron una huella imborrable, una añoranza que llegó a identificarse con la otra añoranza fundacional del pueblo judío, la vuelta a la tierra prometida, Israel, Jerusalén.
Cuando conocí a Margalit Matitiahu me llamó la atención su profundo sentimiento de pertenecer a ese pasado, un pasado que permanecía vivo y presente, no sólo en su memoria, sino en su modo de ser, de hablar y de escribir. Su ladino melodioso e íntimo me hizo descubrir de pronto, como quien desentierra un tesoro, una realidad oculta por ignorada, pero con la que muchos españoles manteníamos vínculos secretos que ahora revivían en la voz de quien había sentido la necesidad de regresar a Sefarad. Volvió Margalit a su tierra de origen, León, donde existió en la Edad Media una aljama amurallada (en el Castrum Iudeorum, hoy Puente Castro), y luego una judería, en el centro mismo de la ciudad, donde se extiende el llamado Barrio Húmedo. En el seno de aquella comunidad nació Moisés de León, cuyo libro, el Zóhar, es el más grande monumento cabalístico, fuente de inagotable sabiduría. Es preciso tener en cuenta esta realidad histórica para entender la labor literaria de Margalit Matitiahu, empeñada desde sus inicios en escribir y recuperar el sefardí como lengua moderna y de creación, no sólo como un resto arqueológico. Para la cultura judía el pasado, o se hace presente, se re-vive, o carece de sentido. No de otro modo podemos explicar la pervivencia del hebreo, una lengua con más de 4000 años de existencia, que ha vuelto a convertirse hoy en lengua viva porque nunca dejó de serlo, pese a haber casi desaparecido como lengua hablada. Encuentro yo aquí, en esta excepcionalidad lingüística, un paralelismo entre el sefardí y el hebreo, sólo explicable porque en ambos casos la lengua ha servido para mantener vivo algo intangible pero muy determinante: los valores intelectuales, emocionales y artísticos de una cultura a la que no se quiere renunciar porque constituye parte esencial de un modo de ser, de vivir y de sentir.
ENTRE EL RECUERDO Y EL SUEÑO O LOS SECRETOS DE LA MIRADA
Con el presente libro Margalit Matitiahu inicia su tarea como escritora de ficción narrativa en prosa. El cambio de género es una prueba para cualquier escritor. Margalit supera el reto con éxito. Su escritura, fluida, precisa, llena de sugerencias poéticas, es plenamente consciente de que trabaja con unos ritmos, una estructura y un lenguaje distintos a los del poema, pero ha sabido conservar el sentido musical de la palabra y la frase, sometiendo el desarrollo narrativo a una cadencia interna que obliga al lector a una lectura pausada, cargada de emociones contenidas, que poco a poco va envolviéndolo en una atmósfera de nostalgia, sueño, anhelo, dramatismo e incertidumbre. Los siete cuentos de que consta este libro han sido escritos y publicados previamente en hebreo. Mi tarea, como responsable de esta edición en español, ha consistido en revisar la traducción del hebreo y descubrir, a través de su literalidad, los ritmos internos, las sugerencias semánticas y los tiempos verbales más apropiados, trasladando a nuestra lengua la unidad de estilo que el texto tiene en el hebreo original. He intentado mantener una característica de la lengua hebrea, en la que no se disocia el pasado, el presente y el futuro, ya que, gramatical y semánticamente, el futuro y el pasado están en el presente. Por último he añadido breves notas al pie de página para ayudar a la comprensión de algunas referencias históricas que aparecen en el texto.
(…) El interior asoma en cada mirada, cada descripción, cada recuerdo. Una mirada que, más que recordar, busca recuperar las emociones y sentimientos del pasado, pero también comprender. Una mirada que persigue lo que anhela, más que lo que es. El alma, el deseo, la nostalgia, brotan a cada paso, a cada gesto, en cada detalle del entorno: un sonido, un olor, una palabra, una calle, un café... Todo queda así transformado por esa mirada en símbolo: un lugar de paso (el aeropuerto) se convierte en lugar de observación y búsqueda; un cuchillo, en el drama de la separación y el desamor; una escalera, en espacio del deseo y el encuentro de los amantes; una bolsa de compras, en intento desesperado por preservar la propia identidad y guardar los secretos; un hotel, en el refugio de lo prohibido, etc.