MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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domingo, 28 de diciembre de 2008

¿PODEMOS CAMBIAR?

(Foto: Carlos Guzmán)

Acaba de pasar el solsticio de invierno, la noche más larga del año. La luz empieza a vencer a las tinieblas. Sigamos el ritmo de la naturaleza que nos invita a renacer, a un proceso general de renovación. ¿Es posible? Lo hace nuestro cuerpo, que renueva constantemente todas sus células. Hasta las neuronas, en contra de lo que antes se afirmaba, pueden hacerlo.

La fuerza de la repetición es, sin embargo, muy poderosa. ¿Podemos cambiar?
Para cambiar, primero hay que estar convencido de que necesitamos cambiar, evolucionar. Siempre, en todo momento, podemos y necesitamos cambiar. No somos seres acabados, cerrados, hechos, sino cambiantes, evolutivos.

El intento es la fuera que nos permite cambiar. Intentar lo que deseamos. Intentar actuar, pensar y sentir de modo distinto, más libre, más consciente, menos rígido, menos previsible, menos programado, más abierto a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, que siempre está cambiando, aunque nos neguemos a verlo y aceptarlo.

Intentar es “poner en foco”, enfocar en algo toda la atención y dejar que nuestra energía se dirija hacia ello. Más que voluntarismo o sobresfuerzo, es concentración y persistencia, un desear sin desear, un actuar con total determinación y abandono al mismo tiempo, pensando en lo que hacemos más que en los resultados.

El intento no se centra en uno mismo, sino en lo que se intenta. Más que sacar fuerzas de uno mismo, lo que busca es conectar con algo que preexiste fuera, una fuerza que contiene todas las formas y posibilidades de existencia. Intentar es conectar con esa fuerza que hace posible el paso de lo posible a lo real. El intento es conciencia pura, la fuerza que sostiene todo lo que existe y todo lo que puede existir. No una ilusión, sino una prefiguración.

El verdadero arte nace de una conexión invisible e inexplicable con esa fuerza. El verdadero artista lo sabe, y por eso no se deja atrapar por un arte egocéntrico o egomaníaco, sino objetivo, expresión de algo impersonal y universal.

La obra de arte más importante es uno mismo. Intentar llegar a ser la obra de arte que esa fuerza del intento, nuestro destino, contiene como prefiguración o posibilidad. Conectar con eso que podemos llegar a ser. Intentar cambiar para perfeccionar la obra de arte que somos.

No caminamos hacia la decadencia, sino hacia la perfección. Es otra forma de entender el paso inexorable del tiempo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

ORIGINALIDAD DE EL QUIJOTE

(Foto: S.Trancón

Alguna vez leí que Dios creó al hombre para que le contara historias.
Cuando leo el Quijote siempre me acuerdo de ello.

Porque el Quijote es una historia de historias, un cuento de cuentos, las mil y una historias. Todos los personajes del Quijote cuentan algo, se pasan el rato contando historias: lo que han visto y oído, lo que han creído ver y oír, y lo que otros dicen que han visto y oído. Muchos cuentan lo que otros cuentan, y con frecuencia remiten a lo que unos y otros han leído. Cuentan, comentan, interpretan y discuten sobre esas historias, si son o no son verdad, ficción, invención, engaño o encantamiento.

Cervantes quiere transmitir al lector la idea de que hay dos formas de contar los hechos: una, puramente fantástica e inverosímil, y otra, verdadera y verosímil, porque se ajusta a los hechos. Pero ¿cómo distinguir entre una y otra? Aquí es donde Cervantes nos enreda hasta confundirnos por completo, porque sólo puede apelar a un criterio: la fiabilidad de las fuentes. Como todo es un cuento de cuentos, el único que puede distinguir la verdad de la ficción es el autor, el propio autor de la historia. Pero aquí viene el problema, porque ¿quién es el “autor” del Quijote?

El principal autor (ficticio) es Cide Hamete Benengeli, pero Cervantes se olvida con frecuencia de él y habla de “autores”. También, cuando le conviene, atribuye a los “traductores” algunas discrepancias del texto. Y cuando un hecho le parece demasiado inverosímil acude a un “yo” que se supone es el responsable último del texto, pero en realidad no lo es, sino sólo quien ha hallado el manuscrito o manuscritos originales y los ha mandado traducir. Con esta maraña de “autores” el verdadero autor-narrador se camufla, se disuelve, se esfuma. La supuesta fuente que da autoridad a todo, se escapa, porque no hay forma de remitir a un autor o una voz exterior al texto la responsabilidad del mismo. Así que el mecanismo inventado para distinguir entre verdad y ficción es una trampa, el texto sólo se puede fundamentar en sí mismo. El criterio de verdad remite al propio texto, que sabemos es ficción.

Sólo hay una forma de entender todo este maravilloso lío: el Quijote es una historia que se cuenta a sí misma, incluso que se lee a sí misma. No remite a una sustancia externa (la verdad de los hechos), porque esa sustancia es parte de la propia historia, del propio cuento. El mundo no es más que un cuento contado por todos para el disfrute de todos. No tiene otra sustancia que la que la palabra le otorga. ¿Cómo es posible esto, si los propios narradores son parte de la historia contada, están dentro del cuento?

Es aquí donde el Quijote adquiere para mí el mayor interés, porque es una manifestación del mayor atributo de la divinidad: la conciencia de sí mismo. La realidad última, la sustancia última de todas las historias, hechos y cuentos en que consiste nuestra vida no es más que una creación de la conciencia, un juego de la pura conciencia de sí mismo.

Tomando una frase del propio libro, podemos decir que el Quijote es una historia de “sueños contados por hombres despiertos”. Lo único real son esos hombres despiertos que cuentan sus sueños, sus fantasías, sus locuras, y las de otros. Sueños que algunos pretenden hacer realidad, como don Quijote y Sancho, o simplemente divertirse y disfrutar con ellos, como los duques y hasta el cura y el barbero. En último término, la locura sui generis de don Quijote (que sólo lo es en parte) no tiene más que causas orgánicas, pues todos los disparates son producto de “estómagos vacíos y cerebros llenos de aire”. Lo único real es nuestro cuerpo, que es puro misterio.

jueves, 18 de diciembre de 2008

UN POEMA DE FELICITACIÓN

(Foto: Agustín Galisteo)

Mis mejores deseos de bienestar, energía, conciencia y serenidad, para estos días, y para todos los que el destino nos depare.

Un poema de mi libro inédito DE NOCHE Y DÍA EL PEREGRINO


Era una luminosa mañana de noviembre,
tan suave la luz y la ternura púrpura de las hojas,
como plumas de una purísima garza,
que el peregrino alza la vista
a la más alta rama del árbol del mundo
en que anidan todos sus anhelos,
empujado, movido por un viento
que viene de la eternidad.
Sólo en esos momentos sabe
que aún no está perdido.

domingo, 14 de diciembre de 2008

FELIZ PRESENTE

(Foto: Agustín Galisteo)



Eckart Toole escribió un eficaz libro titulado “El poder al ahora”, que recomiendo especialmente en estas fechas en que ritualizamos el paso del tiempo. Nos recuerda cosas que todos sabemos, pero que conviene repetirnos de vez en cuando.

El futuro es una construcción mental. También lo es el pasado. En el mundo real sólo existe el ahora. Y el ahora es el instante. Imaginamos la continuidad y a eso le llamamos tiempo. El tiempo es la continuidad del instante y, como tal, lo consideramos infinito, eterno. Como recordamos el pasado y podemos imaginar el futuro, caemos en la trampa de que ese pasado y ese futuro existen fuera de nuestra mente.

Nada tendría de malo este modo de proceder si no nos alejara del ahora, si no nos dejáramos absorber por lo que recordamos del pasado y por lo que prefiguramos del futuro. Dejamos atrapada ahí, en lo que ya no existe y en lo que todavía no ha llegado, toda nuestra energía y atención. Dejamos de estar presentes, dejamos de ser reales para convertirnos en seres del pasado o seres virtuales.

Pero sólo podemos actuar ahora, nada podemos hacer fuera del presente. Puedes traer el pasado al presente para desengancharte de él, nada más; para no dejarte absorber por él, por esos recuerdos que quieren existir más allá del ahora en que ocurrieron. Puedes imaginar el futuro para intentarlo ahora, para hacer ahora algo que pueda hacer posible ese futuro imaginado, pero no para hundirte en él, no para evadirte del ahora.

El ahora es todo lo que tienes y todo lo que eres. No hay nada fuera del ahora. No hay ninguna posibilidad de actuar sobre el pasado ni sobre el futuro. El ahora es completo, inabarcable, infinito. En el ahora está todo lo que necesitas. ¿Por qué nos resulta tan difícil anclarnos en el ahora? Porque nos creemos eternos, porque quisiéramos ser eternos.

Quien se considera eterno puede permitirse el lujo de despreciar el ahora. Pero el ahora es todo y lo único que tenemos. Un instante, y nada nos asegura que seguiremos vivos al instante siguiente. Un instante es nada. El ahora es la muerte, el vacío. Sólo podemos aceptar el instante, la nada, pero al hacernos conscientes de él, nos volvernos todo lo reales que somos, nos hacemos realmente presentes en cada momento.

Quien así es consciente actúa sin miedo, sin dudas, sin reservas, y aprovecha todos los momentos de su vida, los dilata, los llena de intensidad, la única forma que tenemos de vencer al tiempo.

martes, 9 de diciembre de 2008

ENERGÍA Y PERCEPCIÓN

(Foto: Agustín Galisteo)

La definición de energía de Einstein solemos entenderla en sentido cósmico o macrocósmico. Vemos una masa moviéndose a una velocidad inconcebible y de ahí sale la energía. Pero también vale para lo más cercano, para entender lo que ocurre en nuestro cuerpo, que es una masa que produce energía y que, por tanto, también algo en nuestros átomos y moléculas se mueve a esa inconcebible velocidad. Puro enigma, como la fórmula de Einstein, ya lo dije.

Pero si es así, pues yo veo que la energía, lo mismo que produce calor, puede producir conciencia. Al fin y al cabo, el calor es algo tan abstracto como la conciencia. Yo noto el calor gracias a mi piel, pero del mismo modo noto que me estoy dando cuenta de lo que siento o percibo gracias a mi cerebro.

El asunto complicado es comprender cómo esa energía percibe y se da cuenta de que percibe. Tiene que haber una explicación del mismo nivel que todo lo anterior, más o menos “física”. Me explico.

Si somos un conglomerado de campos de energía “organizada” a modo de filamentos, ondas o “cuerdas”, autocontenida, pues en alguna parte de esa esfera tiene que haber una zona de contacto con el mundo exterior, con la energía que nos rodea y que constituye el mundo, y ese contacto es lo que produce la percepción. Hay un punto, una abertura, que nos permite “encajar” nuestra energía con la energía exterior. A esto le podemos llamar “alineamiento” de fibras energéticas o filamentos. El “chispazo”, el contacto es lo que produce la percepción, el darnos cuenta, como si se tratara de una sinapsis que permite el paso de la energía por un circuito neuronal.

Lo que más me interesa de todo esto, es comprobar que esta explicación permite entender por qué pasamos de un estado de conciencia a otro, de un estado de ánimo a otro, de un modo de percibir la realidad a otro, y aquí caben todos los modos extraños de percibir, de sentir y de actuar, incluidos los que juzgamos patológicos o místicos, cotidianos o extraordinarios, delirantes o depresivos, altruistas o mezquinos.

Al cambiar el lugar en el que se produce ese contacto, ese encaje de la percepción, pues lo que vemos y sentimos es un mundo diferente, porque la energía alineada es diferente.
Y son casi infinitos los lugares a los que se puede “mover” ese punto luminoso, donde se concentra nuestra energía para producir la percepción consciente. Tan infinitos como los mundos que podemos percibir, todos igualmente reales, tan reales como el mundo de todos los días, ése que hemos aprendido a percibir de modo estable al fijar nuestro “punto de encaje”, todos, en el mismo lugar.

Hay muchos “lugares”, dentro de nuestra esfera energética, a los que se puede desplazar esa abertura que nos hace percibir. Señalaré algunos:

-El de la preocupación por uno mismo (el más común).
-El de la razón (mucho menos común de lo que suponemos)
-El del conocimiento directo o la conciencia pura (sólo lo podemos mantener durante un tiempo muy limitado)
-El de la atracción por la materia y los objetos (origen del materialismo capitalista)
-El del sexo (el placer del cuerpo).

Todos estos centros de la percepción producen a su alrededor una constelación de pequeños desplazamientos que explicarían la infinidad de conductas, sentimientos y percepciones que podemos experimentar. También se pueden producir “saltos” de un lugar a otro. La conciencia es ese darnos cuenta de dónde se sitúa en cada momento nuestra percepción, dónde se fija y hacia dónde se desplaza. La conciencia nos permite hablar de la “relatividad de la percepción”.

A todo esto yo lo llamo “teoría de la relatividad de la percepción”. En el fondo no es más que una consecuencia de la teoría einsteiniana.

viernes, 5 de diciembre de 2008

ENERGÍA Y CONCIENCIA

(Foto: S.Trancón)
La conciencia depende de la energía.
La conciencia emerge de la energía, como los colores de la materia al ser atravesada por la luz.
El color “emana” de la materia al absorber las ondas y partículas de la luz.
Nuestro cuerpo absorbe la energía que llega del universo y de él “emana” la conciencia.

Los diversos niveles de conciencia dependen de la cantidad de luz y energía que recibimos del cosmos y de la absorción que de ella realiza nuestro ser.
Según el tipo de energía que recibimos, absorbemos o dejamos que nos traspase, así nuestro nivel y tipo de conciencia. Quien está encerrado en sí mismo y construye un escudo, una pantalla para protegerse, acaba ahogándose dentro de su propia coraza, como el coleóptero Gregorio Samsa.

La conciencia es el color, algo que no existe en la materia, pero que emana de ella.
Viene del vacío. Dice el budismo: “El color es lo vacío y lo vacío el color”.
La conciencia es una vibración, una tonalidad de energía.
Estamos rodeados de conciencia, de vibraciones de energía.

Somos receptores y repetidores de energía. Difundimos a nuestro alrededor las vibraciones de la energía que en cada momento absorbemos, nos agita y traspasa.

La energía es algo más que la materia o la masa. La materia es energía compacta, pero la energía es mucho más que materia. Es también la antimateria, la materia oscura y la energía oscura, ese mundo del que empezamos a saber algo, pero que sólo podemos expresar mediante metáforas y números.

E=mc2: No hay fórmula matemática más mística, esotérica o cabalística, porque no hay modo de definir ninguno de sus términos. La energía es la masa a la velocidad de la luz al cuadrado. ¿Dónde acaba la masa y empieza a transformarse en energía? ¿Cómo lo hace, como se transforma, y en qué? ¿Y la luz? Es onda y partícula… ¿Y cómo puede eso ir a velocidad alguna? Pero podemos traducirlo en números, y entonces pues sí, hacemos predicciones y se cumplen. Eso es todo. Pero no hay modo de saber “realmente” qué es eso de la energía, la luz, la masa, la materia, la materia oscura, la antimateria y la energía oscura.
Si miramos con un microscopio potentísimo acabamos descubriendo la nada, el vacío. Este es nuestro lenguaje, el de hoy, el que sustituye a otros del pasado que quisieron decir lo mismo. Parece frío y objetivo, pero no es nada si no nos lleva hacia ese lugar de la conciencia que todo lo ilumina y da sentido. El lugar del “conocimiento sin palabras”, porque también se puede pensar y conocer sin palabras. Parece difícil, pero es algo de lo que todos tenemos experiencia.
Recuérdalo, amigo, e inténtalo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

ALGO SOBRE EL JUDAÍSMO HISPANO

(Foto: S. Trancón)

Confieso que cada día me apasiona más el tema del judaísmo hispano. La historia que hemos aprendido en el bachillerato es una perversa inducción a la anorexia mental, o sea, que promueve la amnesia de lo que históricamente hemos sido.

Como viajero curioso, en mi veraniego paseo por tierras leridanas descubrí hace dos años el nombre de tres pueblos que llamaron mi atención: Torá, Osso de Sió y Guimera. Cada día aparecen restos de nuevas aljamas o juderías en nuestro país. Hasta en mi pueblo, Valderas, me acabo de enterar que existió un aljama con sinagoga. Por eso no me ha extrañado que estos tres nombres todavía no figuren en la lista de posibles juderías olvidadas.

El nombre de Torá parece claro que se refiere a la Torá judía, el texto sagrado sobre el que se asienta el judaísmo. El pueblo me llamó mucho la atención. Mantiene un casco antiguo lleno de arcos, calles estrechas y laberintos, a pesar de tener poco más de trescientos habitantes. Al contrario de todos los pueblos de la zona, no está enclavado en lo alto de un cerro, sino al fondo de un pequeño valle, rodado de altas montañas, como camuflado en el paisaje. Las callejuelas dan a una plaza donde mana una fuente, con un gran pilón que servía de lavadero, y unos castaños altísimos, robustos y frondosos alrededor. En dos puntos distintos se pueden leer estas inscripciones: “Plaza de la República, 1931-1939”, y “En recuerdo de la visita de Alfonso XIII en 1907 con motivo de la gran inundación”. Yo no sé cómo cayó por aquellos inhóspitos contornos Alfonso XIII, pero su visita, que debió impresionar a los vecinos, no dejó huella suficiente como para impedir el activo republicanismo de toda la zona. Por un castillo cercano, el de Vicfred, pasaron también y durmieron Felipe V, el borbónico Carlos de las guerras carlistas y hasta el fugaz Amadeo de Saboya, camino del exilio, aunque más bien se iba para su casa.

No visité el pueblo de Osso de Sió, pero Sió no puede referirse, creo yo, más que a Sión, la tierra prometida del sionismo. Y Guimera, otro pueblo sorprendente, igualmente laberíntico, lleno de casas con intricadas cuevas en su interior, ocultas en las profundidades de la ladera rocosa, pienso que se relaciona con la Guemerá, otro libro judío que, junto con la Mishná dará lugar al Talmud, otro de los fundamentos del judaísmo.

El judaísmo alcanzó su edad de oro en Sefarad, España, entre los siglos X y XIII. Todo lo que aquí dejó todavía no ha sido reconocido y permanece en gran parte ignorado y activamente silenciado. A mí me parece un olvido tan empobrecedor que no quiero pasarme ni un día más sin intentar repararlo. Ya sé, por ejemplo, que en mi tierra, León, vivió el gran Moisés de León, que escribió uno de los tratados de la Cábala más importantes, el Zóhar (el Resplandor), libro, por desgracia, prácticamente inaccesible. O curiosidades, como una relacionada con los nombres de Dios, a que hice referencia en una entrada anterior. Los judíos no podían (ni pueden) pronunciar el nombre de Dios, pero una vez al año, el Día de la Expiación, creo que el sumo sacerdote, cuando aún existía el templo de Salomón, podía entonar los 72 nombres secretos de Yahvé, pero para que el pueblo no lo oyera, se hacía un gran ruido alrededor del templo con cacerolas y escudos. Decían que de este modo ayudaban a Dios a crear otros mundos.

jueves, 27 de noviembre de 2008

POR TIERRAS DE LÉRIDA

(Foto: S. Trancón)

En Agosto del 2007 pasé unos días en un pueblecito de Lérica, Montfalcó Murallat: Monte del Halcón Amurallado. Es un ejemplo de “ciutat closa”, aquellos pueblos medievales (siglo XI) que necesitaban rodearse de muros inexpugnables para poder encerrarse dentro el tiempo que fuera necesario hasta que pasara el peligro, o sea, los invasores, los atracadores, los salteadores, que podían venir de cualquier lado. Cuando pensamos hoy en la inseguridad ciudadana nos olvidamos de aquellos tiempos heroicos, en los que para sobrevivir había que aprender a manejar con destreza la espada, siempre a mano, y, además, ponerse a las órdenes de algún señor de horca y cuchillo detrás de cuyos muros protegerse.

Este pueblecito, colocado en lo alto de un cerro, es todo piedra, una piedra toscamente cincelada, ruda, ciclópea. Las pocas casas habitadas se ciñen a la muralla y tienen unas ventanas tan pequeñas que no podría colarse por ellas ningún cuerpo humano. Laberínticas, guardan en su sótano cuevas excavadas en la roca para almacenar los cereales, grandes tinajas para el vino y pozos y aljibes para el agua. Todo es silencio, sólo roto durante el día por el gorjeo irisado de las golondrinas y el sisear de la lechuza por las noches. Hay que imaginarlo sin luz eléctrica. Si durante el día es oscuro, por la noche es la negrura tan densa que hay que ir abriéndose paso para cruzarla. Las colinas de alrededor están cubiertas de robles, encinas y campos de trigo.

Cerca está Cervera. Paseando por su Calle Mayor descubro una iglesia, la de Sant Bernat o de Santa María, donde se firmaron las capitulaciones matrimoniales de los Reyes Católicos en 1452 (como eran primos, para casarse tuvieron que obtener una licencia papal, que falsificó sin más el arzobispo de Segovia), pero también donde se reunieron por primera vez las Cortes Catalanas en 1356. Una coincidencia significativa. Parece que la historia se empeñó en unir lo que algunos hoy se empeñan en desunir contra toda lógica… histórica. También aquí Felipe V construyó en 1717 la primera universidad catalana, otro hecho desconcertante, un edificio magnífico, inmenso.

La Paería (Ayuntamiento) tiene una fachada que es una enciclopedia del gesto. Allí aparecen esculturas con rostros alegres, enfadados, pensantes, uraños, preocupados… La expresividad de rostros y manos a veces es bufonesca. Un personaje aparece estirándose la boca hacia los lados con sus dos manos como si quisiera desgarrarla. ¿Pecó de gula, de maledicencia, o simplemente está desesperado? Cosas del siglo XVIII, un siglo bastante raro todo él, aunque pase tan desapercibido.

Dejo para otro día hablar de otras curiosidades, del castillo de Vicfred, de un pueblo llamado Torá y otro Guimerá, que yo sostengo que son nombres judíos. Pues hasta otra, si Google quiere. Estamos en sus manos, como aquellos campesinos medievales lo estaban en manos de su señor y de Dios, que también era su Señor.

lunes, 24 de noviembre de 2008

EL BRILLO DE LOS OJOS

(Foto: S. Trancón)




Nada más misterioso que el brillo de los ojos.

Dice Carlos Castaneda que el intento se intenta con los ojos, que el brillo de los ojos encierra el misterio del intento.
Todo lo que hacemos es fruto de nuestro intento, o de esa fuerza que actúa en nosotros a la que podemos llamar intento.

La atención es la que da vida a nuestros ojos. Solemos colocar la atención en nuestro interior, en el interior de nuestro cerebro, y por eso estamos acostumbrados a mirar sin ver.

Pero podemos colocar la atención de los ojos a un brazo de distancia, fuera de nuestra cabeza. Sacar la mirada de las cuencas de los ojos y volverla hacia fuera. Mirar desde fuera de los límites del cuerpo físico y situar la fuerza sutil de los ojos, su brillo, un poco más allá, hacia los límites de nuestro cuerpo energético.

La mirada que mira sólo hacia adentro, que se ensimisma, encoge nuestro cuerpo, lo repliega sobre sí en busca de un apoyo, una solidez e inmortalidad que no posee.

Desplegar la mirada, el brillo de los ojos que intentan ver, hacia el exterior, es una experiencia sorprendente. Poco a poco, si hacemos el ejercicio de mirar, no desde la cuenca opaca donde se alojan nuestros ojos, sino desde un punto que está un poco más allá, a un metro de distancia, en el aire, nuestros ojos adquieren otro brillo y todo se vuelve más transparente.

Hablo de un ejercicio físico que permite un desplazamiento del foco, de la convergencia del foco de los ojos. Se aclara la percepción, se disuelve la niebla, el adormecimiento de la conciencia. Sólo mirando desde ahí nuestro cuerpo se aligera y unifica al disolver su solidez. Las fibras de nuestro ser energético se vuelven menos rígidas. Sentimos que somos una masa de energía que va más allá del cuerpo físico. Por un lado, nuestro cuerpo físico se vuelve menos denso y, por otro, la energía dispersa de nuestra conciencia se condensa.

Tuve hace tiempo un sueño. Tenía entre mis manos la cabeza de un muerto. La moví y de pronto se abrió su ojo derecho. Vi entonces que ese ojo me veía. Me di cuenta, al mismo tiempo, que aquel rostro era mi propio rostro. Tenía entre mis manos mi propia cabeza. Me desperté sudando y jadeando. En aquel momento escuché una frase que repetí fascinado: “El ojo que se ve a sí mismo muerto”. Muerto, el ojo puede verse a sí mismo muerto. A veces pienso que uno no está muerto del todo hasta que no se ve a sí mismo muerto. La certeza de la muerte sólo la puede dar el ojo, el brillo de los ojos. Por eso ser conscientes de nuestra muerte devuelve el brillo a nuestra mirada.

La conciencia es ese ojo que se ve a sí mismo, pero desde fuera. La conciencia es el brillo de la mirada que mira hacia fuera, y por eso ve.

viernes, 21 de noviembre de 2008

ACRÓSTICO IMPERFECTO

(Foto: Agustín Galisteo)
El lector curioso podrá enterarse de que ando metido en escribir un libro raro, y que este acróstico quizás prologue. O simplemente leerlo con algún provecho.


Es la hoja perecedera y desde lo alto de la rama
se viene al suelo
temblando, pero serena ca-
e y con leve crujido desprendida
libra la batalla de haber sido
y no por ello perecer, dejar de ser,
belleza suspendida en el aleteo,
roce de oro, plateada, morada,
ocre o amarilla, hasta encontrar, fugitiva de lo alto,
el suelo que sostuvo su fragilidad.
Solitaria, espera ahora en la inmovilidad la
caricia de la lluvia, que devolverá la suavidad a su
rugosa piel, oscura ya por la cercanía de la noche.
Y así, poco a poco, la tierra la acogerá en su seno,
tapada, cobijada, sumergida lentamente y
o con voraz sigilo, los microscópicos, invisibles to-
pos la disolverán hasta convertirla en esponjosa carne.

Oscura, incansable, infatigable y lenta la muerte,
rodea de silencio y vacío el hueco que
sella con su boca, pero de esa nada resurge
anhelante la lechosa savia, y contra la dura roca
nuevamente busca la luz, líquida hoja,
tierna y ansiosa ascensión, creando un nuevo círculo,
impalpable empeño que anilla el tronco endurecido,
apretándolo contra sí mismo.
¿Goza lo profundo subiendo hacia la rama
o es la hoja la que goza, derramando su anhelo?

Todo es lo mismo y nunca igual, después ahora, porque
rueda el ayer sobre el hoy, y el hoy sobre mañana.
Así la vida, con su muerte, y la muerte con su vida,
nada escapa de su ser, pero lo que retorna no es lo mismo,
cada vez más pura la verdad,
o acaso sólo nosotros menos ciegos.
Nunca volverá lo que fue, ni lo que eres ni serás,
contada y agotada tu vida, aspirada por la voz de otro, inscrita,
ungida, transformada la llama en verde rumor, como la hoja,
embebida de luz, flotando en la eternidad, tor-
nando lo mismo a ser de nuevo diferente.

Transforma la vida nuestro fugaz viaje,
aquellos ríos de leche sobre la tierra derramados,
la angustia de no ser, en gozosa incertidumbre,
acogedoras,
vivas,
infinitas ramas del árbol de la sabiduría cargadas de oro.
De día y de noche corre un manantial
a lo largo del camino que recorremos.
De innumerables pisadas, aún
empapados los pies de niebla, va surgiendo el surco
desnudo, esculpiéndose en la fría roca
y dibujando la senda oculta que los más atrevidos,
navegantes de la noche, buscan con empeño,
obstinados ojos que quieren ver la primera luz.

Del monte oscuro hacia la cumbre, de nieve y fuego,
nacen los rayos que atraviesan el muro que guarda
altivo los secretos del desterrado, e-
rrante peregrino de sí mismo que necesita
descifrar el enigma, contar a otro con
agitada voz, encendida la mirada
pero sereno el semblante, aquello que sabe y n-
o conoce, que conoce y no sabe,
rodeado de sombras, narrar lo que fue y es y será
su vida, su travesía hacia el
infinito, sellado ahora en esta misma página, ahora
mismo y para siempre, el retorno, ya imposible.

domingo, 16 de noviembre de 2008

ACERCA DE DIOS

(Foto: S. Trancón)


Acerca, en primer lugar, de la palabra Dios. Algo sobre el término, sobre su contenido y uso.
Acerca de y acercar viene de cerca. Poner una cerca, cercar, es poner un límite alrededor, un círculo y aproximarse. Pues acerquémonos a ese vocablo, demos un rodeo semántico hasta aproximarnos a su centro.

Semánticamente es un término agotado. Se ha abusado tanto de él que ha quedado vacío. El vacío se ha ido llenando, al mismo tiempo, de simplezas e imágenes infantiles, sobre todo a partir de la Edad Media. La Iglesia católica, que es de quien la mayoría hemos recibido la palabra y su significado, no ha avanzado nada desde entonces. Los místicos y erasmistas intentaron devolverle su sentido original, pero fracasaron.

La imagen de Dios se convirtió en algo personal, a semejanza humana, con barbas y túnica blanca. Ni Miguel Ángel logra darle un poco de dignidad ni seriedad a Dios Padre, aunque moje su pincel en Grecia.

Hoy ya no podemos usar la palabra porque es imposible desembarazarla de toda la pátina pegada a su piel, aunque sea de mármol. Así que hay que buscar un sustituto para referirnos a lo que se intentó decir inicialmente.

Ensayemos algunos términos:
Espíritu
Infinito
Lo impersonal
El Todo
La Fuente
Lo Abstracto
Lo Absoluto
La Plenitud
El Vacío
El Ser
Energía
Conciencia

Todo no es más que un intento de nombrar lo innombrable, lo absolutamente real pero inimaginable, inexplicable e incomprensible. Somos seres muy limitados.

Místicos cristianos, cabalistas judíos, iluminados sufíes, sabios griegos, filósofos metafísicos, brujos yaquis, chamanes aztecas, senseis budistas, maestros taoistas… Todos han hablado de lo mismo, pero con distintas palabras, imágenes y conceptos. Lo peor de esta rica tradición universal es que casi siempre ha degenerado en secta, en iglesia, en norma, en ritual, en ortodoxia y control de las conciencias.

La ciencia también se ha enfrentado a lo mismo y hoy, hasta habla de busca la “partícula Dios”. Un reduccionismo tan pernicioso como el de las religiones, porque se basa en la misma simpleza intelectual.

Dado que resulta bastante difícil llenar el vacío que toda esta tradición ha dejado, no hay más remedio que acudir a la experiencia del “sentir”, que es un pensar sin pensamiento, pero basado en la certeza de que el mundo es un hecho energético absolutamente real e inabarcable.

Las palabras para sustituir a la palabra Dios, para no dejarse contaminar por su toxicidad, acumulada durante siglos de rutina mental, las puede buscar cada uno por su cuenta. En mi poesía, a eso que está ahí, aquí, ahora, lo he llamado “la eternidad”, “la primera luz”, “la plenitud”, “el vacío”, “el silencio”, “la nada”, “el infinito”. Sin mayúsculas, claro.

jueves, 13 de noviembre de 2008

PALABRA DE BUÑUEL

(Foto: Agustín Galisteo)


Como ando un poco apurado y no tengo suficiente tiempo para escribir una entrada propia, hoy voy a echar mano de unas citas de Buñuel, de Mi último suspiro, un libro que leí hace años, pero que recomiendo vivamente.

Dice de Borges: “Entre todos los ciegos del mundo, hay uno que no me agrada mucho, Jorge Luis Borges. Es un buen escritor, evidentemente, pero el mundo está lleno de buenos escritores. Además, yo no respeto a nadie por ser buen escritor. Hacen falta otras cualidades. Y Jorge Luis Borges me parece bastante presuntuoso y adorador de sí mismo. En todas sus declaraciones percibo un algo de doctoral y de exhibicionista. No me gusta el tono reaccionario de sus palabras, ni tampoco su desprecio a España.”

Hace años conocí a Borges en Barcelona. Habló en el Aula Magna de la Universidad Central y estuve muy cerca de él todo el tiempo. Y sí, pues también me dio a mí esa impresión.

Otra cita: “El pedantismo de las jergas, fenómeno típicamente parisiense, causa tristes estragos, especialmente en los países subdesarrollados”. Sí, sí, y en los desarrollados. Aquí mismo, ahora. Cuánto engreído se protege con su jerga, su engolamiento verbal, su pedantería, casi siempre envuelta en humildad.

¿Sabías que existen los relojes de luna? Pues sí, y hay uno en el claustro del convento del Paular de la sierra madrileña. Me enteré cuando lo leí en estas memorias buñuelescas.

Y la última: “Detesto la proliferación de la información. La lectura de un periódico es la cosa más angustiosa del mundo”. Sí le gustaría leer los periódicos, sin embargo, cuando estuviera muerto: “Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”.
Pues eso. Escrito queda. Es mi pequeño homenaje a este gran tipo, gran español, inmenso cineasta.

domingo, 9 de noviembre de 2008

BURBUJAS, FILAMENTOS

(Foto: S. Trancón)




Leibniz las llamó mónadas. O sea, unidades dotadas de “apetito” y “percepción”. Podemos imaginarlas como burbujas de energía. Esferas de luz autocontenidas. Así somos. Así podemos describir nuestra constitución energética. Metáfora, símil. No hay otro medio de aproximarnos mentalmente a algo que supera nuestra cognición.

Una fina capa nos aísla del mundo. Dentro se agita un conglomerado de partículas, ondas. Pero la capa que nos limita nos es opaca, sino transparente. Por ella pasan, nos atraviesan, miríadas de filamentos, oleadas de energía.

Encerrados, encapsulados, pero unidos a otras burbujas por una sutil red, un hilo finísimo, como tela de araña. La seda que construyen las arañas es maleable, se deja mecer por el viento, pero es más resistente que el acero. Así cada uno de nosotros, burbujas unidas a otras burbujas. Si se rompe el hilo, caemos al vacío, nos perdemos en el infinito.

Nuestro ser es una sucesión de capas de energía superpuestas. En cada estrato se mueve la energía con una vibración distinta. Capas que se compactan según se alineen con un filamento u otro. Los filamentos del universo nos traspasan y cada campo energético, cada capa de nuestro ser, se sintoniza o alinea con una cuerda, un hilo vibratorio de los infinitos que se agitan en el conglomerado cósmico.

La teoría de las supercuerdas avala esta interpretación. Las cuerdas de un zímbalo, de un arpa, de una cítara, de una guitarra. Como si cada vibración que saliera de esas cuerdas se extendiera hasta el infinito. Se producen melodías, armónicos, acordes, pero también choques, desacordes, distonías. Y todo es música, vibración invisible, intangible, inexplicable. Porque no es más que vacío, el eco del vacío.

Pero lo más importante, el hecho energético decisivo, es que estas esferas pueden percibir y, a través de la percepción, pueden llegar a ser conscientes de sí mismas y conscientes del misterio infinito que las rodea y en el que están suspendidas. ¿Cómo se produce este milagro?

Porque cada burbuja tiene un punto, un lugar que resplandece más que el resto de la energía que se aglomera en esa última capa, la que está más en contacto con el universo, y ese punto, ese foco, ese pequeño agujero, atrae a una gama determinada de filamentos según sea su posición.

Toda la humanidad tenemos ese punto, el lugar desde el que nos enfocamos para percibir el universo, en el mismo sitio, en la misma posición, y esto hace que todos percibamos el mundo del mismo modo. Pero, y esto es lo sorprendente, ese punto de alineación o enfoque, puede moverse, se puede desplazar y así alinearse con otro conglomerado de cuerdas, de filamentos. Esto significa la posibilidad de percibir otros mundos, o ver este mundo con otros ojos, desde otro lugar, con otra claridad.

Las pequeñas oscilaciones de ese punto desde el que percibimos la realidad y a los otros, eso es lo que explica nuestros cambios de estado de ánimo, de percepción, de conocimiento. Hay aquí un infinito campo de experimentación.

Para ello, lo decisivo, lo que nos permite descubrir la maravilla del universo y conectar con inimaginables conglomerados de energía o filamentos, es el ser lo suficientemente flexibles, abiertos, como para permitir que los envites, las oleadas de energía que cruzan el cosmos, nos golpeen y muevan ese punto de encaje de la percepción.

El requisito indispensable es romper el espejo de la imagen de sí, no permitir que las urgencias de la vida nos encierren dentro de esa burbuja, vuelvan cada vez más rígida y opaca es última capa, la de nuestro yo. Necesitamos mantener la cohesión de los campos de energía que constituye nuestro ser para relacionarnos con el mundo y no desintegrarnos, pero eso no nos condena al autismo, al ensimismamiento, ese transformar una burbuja transparente en un cascarón rígido, opaco, en cuyo interior sólo puede acumularse la oscuridad.

jueves, 6 de noviembre de 2008

NOSCE TE IPSUM

(Foto:Javier Herrero)

La antigua máxima, por repetida, por sabida, acaba dejándonos indiferentes. Más aún: la consideramos una perogrullada. Yo me conozco muy bien, solemos decir y pensar. Pero no. Basta que nos paremos a pensar un segundo para caer en la cuenta de que no nos conocemos. Muy poco. Casi nada. ¿Por qué?

Primero, por eso mismo, porque damos por supuesto que ya nos conocemos. Y parece evidente: ¿Cómo no voy a conocerme si llevo conmigo mismo toda la vida? Pues no, repito. No nos conocemos. Más aún: aseguro que a quien menos conocemos es a nosotros mismos. Sí, nos vemos en el espejo y nos reconocemos. La imagen de uno mismo está omnipresente en nuestra conciencia. Pero esto mismo es lo que nos impide ir más allá de esa superficie y exterioridad que el espejo crea.

No conocemos, en primer lugar, nuestros defectos, reacciones estúpidas, comportamientos rígidos, repetidos errores. Lo que para los demás suele ser evidente, para nosotros es con frecuencia inaccesible, invisible, impensable. Se ha hecho carne pegada a nuestros huesos, materia gris, reacción neurológica automática. Las mismas opiniones, obsesiones, creencias, supuestos nunca puestos en duda.

Somos ciegos a nuestras peores actitudes y comportamientos. Yo tengo un método infalible para adentrarme en esa espesa niebla que me oculta de mí mismo: todo aquello que me irrita de los demás, todo lo que no soporto en los otros, eso mismo es lo que yo practico. No lo soportamos en nosotros mismos y lo proyectamos fuera: el recurso más fácil, y el más estúpido.

Tampoco conocemos nuestros mejores dones, talentos, cualidades. Los admiramos y envidiamos en otros, pero no nos atrevemos a encararlos y realizarlos con nuestro propio esfuerzo y energía. Y podemos. ¿Qué nos paraliza?

El yo, la idea exaltada que tenemos de nosotros mismos. Una idea paradójica, porque por un lado es exagerada y, por otro, tímida.

Para conocerse no hay que tener compasión por uno mismo. La autocompasión está detrás de casi todo lo que nos consentimos, nos disculpamos, nos culpamos y nos limitamos. Y la autocompasión genera la importancia personal y la obsesiva preocupación por uno mismo.

Sin conmiseración, sin juzgarnos dignos de lástima o compasión, sino seres que tienen energía suficiente como para enfrentarse a los retos de la vida, el reto de evolucionar, de alcanzar el máximo de nuestras posibilidades (casi infinitas), seguiremos ignorando lo mejor y lo peor de nosotros mismos. ¿Y quién cambia si no sabe qué es lo que debe cambiar de sí mismo? ¿Quién cambia si está convencido de que no tiene nada que cambiar? ¿Quién cambia si tiene miedo a conocer todo lo que tiene que cambiar?

Así que, para mí, no hay mejor camino que éste: conócete, reconócete, acéptate, y empezarás así a cambiar. Un cambio que no tendrá fin, porque siempre descubrirás el abismo insondable de tu ceguera, de tu casi ilimitada estupidez. Pero también, de tu inabarcable misterio, de tus inexploradas posibilidades.

lunes, 3 de noviembre de 2008

DE LA AMISTAD

(Foto: S. Trancón)
Necesitamos a los demás. Somos mónadas, pero enganchadas en redes sutiles que se van tejiendo y destejiendo a lo largo de la vida. Los amigos son necesarios. Son uno de los estímulos más poderosos que tenemos. Pero uno se confunde mucho con esto de la amistad. Por ejemplo, no hay amistad sin libertad. Aquel amigo que me ata con obligaciones, del tipo que sean, ya no me interesa, lo dejo enseguida de lado. Sólo creo en la amistad libre. Desaparecida la fantasía del amor libre, nos queda siempre esta otra libertad.

De todos los posibles amigos, me quedo con los amigos que me estimulan intelectualmente, aquéllos con los que comparto una manera de ver y sentir el arte, la literatura y la escritura. Uno tiene que seleccionar y limitarse. No hay tiempo para tener demasiados amigos.

He pasado dos días en mi tierra, León. Es mi tierra, pero ni ejerzo de leonés y menos de leonesista. Me siento vinculado a un lugar, un paisaje, porque sé que si hubiera nacido en otro no sería el mismo, sino otro, o de otro modo. Ir más allá de esto, de esta natural evidencia y sentimiento, pues no. El mito de los orígenes no me obliga a mitificar el mío.

He pasado allí unos días lluviosos, fríos, pero muy propicios para la charla, la conversación sin el agobio de los horarios. Y he tenido la gran suerte de conocer a dos valderenses, Carlos Cabo y Jesús Callejo, ya amigos. Y hablar por los codos con Javier Pérez (ver: http://www.javier-perez.es/), un hiperactivo mental, un torrente de ingenio y elocuencia, con quien uno no puede bajar un instante la guardia porque te sorprende con un fogonazo que te ciega. Tiene publicadas dos excelentes novelas, y unas cuantas más esperan que el nubarrón de la crisis descampe, de lo que él duda, pues sostiene que estamos entrando en una nueva Edad Media.

Jesús Callejo (ver: http://www.jesuscallejo.es/) tiene publicados más de 25 libros, llenos de sabiduría y amenidad, lo que en el presente milenio es ya prodigioso. Carlos Cabo (ver: http://enebro.pntic.mec.es/pgof0001/), profesor y pintor, es otro creador entusiasta, que mantiene una de las mejores web que pueden verse, dedicada a Valderas, nuestra pequeña patria común.

Son amigos recientes, porque la amistad pide renovación, en la medida en que uno va cambiando, profundizando en su modo de ver el mundo, en sus pasiones y propósitos confesados. Mantener amistades por inercia, por rutina, por fidelidad a no se sabe qué principios abstractos, es, además de un error, una pérdida estúpida de tiempo y energía. Y esto es lo más valioso que tenemos.

viernes, 31 de octubre de 2008

CULEBRA, GOLONDRINA, RANA

(Foto: S. Trancón)
El Dalmau. Dos de agosto. He visto un jabalí, una raposa, una gineta, un halcón, una abubilla, una culebra, sapos, una ranita verde de San Antón, golondrinas, arañas, escarabajos, cuervos, pardales. Necesito rodearme de vez en cuando de todo esto. Una vida totalmente urbana me asfixia.

Otro día me acerqué al atardecer a un santuario prehistórico, oculto entre robles. Es el dolmen más grande que he visto nunca. Me sobrecogió. El cielo estaba poblado de voladores, manchas negras que revoloteaban por encima de mi cabeza. Supe que allí no se puede ir desprotegido, que hay que prepararse antes para que no te atrape eso que todavía se oculta allí.

Tomar contacto con la vida no humana, la de la naturaleza, la de los animales, pájaros e insectos, y con la vida humana primitiva, la presencia todavía vibrante de esos hombres antiguos que levantaron piedras ciclópeas en lugares de poder, es algo que me desintoxica de la artificialidad del mundo urbano, un mundo totalmente construido.
Algo que necesito no sólo para vivir, sino para sobrevivir.

Ha habido una tormenta y todo huele a verdor, a tierra mojada y aromas vegetales. Brillan las hojas, intensificando el verde, el esplendor del verde. Llega la noche, y apenas oscurece, una rana empieza a croar dulcemente, como un cuclillo de agua, cú, cú, cú…, sobre el fondo del canto de los grillos.

He visto nadar sobre el estanque una culebra. ¡Qué elegancia, qué suavidad, que deslizamiento más sinuoso y sigiloso, la diminuta cabeza ligeramente levantada! Deja sobre la superficie del agua unas ondulaciones casi vaporosas, que pronto se desvanecen.

Observo el vuelo rasante de las golondrinas. Bajan, aletean y hunden levemente su pico en el estanque. Rasgan la seda del agua y beben una gota que se llevan en su pico. ¡Qué precisión! Con qué exactitud clavan la punta de su pico en el agua que refleja su vuelo, el espejo en que se besan. No se mojan las alas, no chocan contra la superficie tersa y brillante.

La perfecta inmovilidad de las ranas flotando en medio del estanque. Asoman la mitad de su cabeza, las patas traseras abiertas, los dedos estirados. Pueden pasar horas enteras en esa inmovilidad, pero si perciben un leve ruido o movimiento a su alrededor, se hunden en un instante hasta el fondo turbio del agua, donde se camuflan. Un movimiento prodigiosamente rápido y preciso.

Me traslado, me adentro, dejo mi mente de lado para ser culebra, golondrina, rana, un instante. Para dejar de ser humano, al menos por un instante.

domingo, 26 de octubre de 2008

LA SOMBRA DEL JABALÍ

(Foto: S. Trancón)



En el verano del 2006 pasé unos días perdido en una masía del Solsonés. Era la casa del “masové”. Al lado de una huerta, entre rocas, había un estanque redondo que recogía el agua de una fuente. De noche cantaban las ranas con una croar tan potente que parecía salido de la garganta de un dinosaurio. Aquel extraño rugir, en medio de la noche oscurísima, venía de lo más profundo del pasado y me llevaba a un mundo primigenio, una era anterior al hombre.
Una noche aquel concierto del cretácico cesó de repente. Me quedé quieto entre las sombras gigantes y lúgubres de los árboles. Oí un resoplido ronco y prolongado, seguido de suaves gruñidos. Crujieron unas ramas y hojas secas. Los pasos se hicieron más sigilosos, pero cada vez se oían más cerca de mí. Vencí el impulso de escapar corriendo hacia la masía y me dispuse a encarar aquello, fuera lo que fuera. El silencio se hizo interminable. Volvió poco a poco el coro de ranas, al principio alternando pequeños gorjeos, luego con una furia ensordecedora, como en la tragedia griega hacían las Gorgonas y las Erinias.
Me creí libre del peligro, pero en cuando me dí la vuelta para regresar, al girar mis ojos, que iban barriendo la negrura que me rodeaba, me deslumbró un pequeño resplandor. Fijé la vista, como abriendo un agujero en la noche, y dos ojos rojizos quedaron enganchados a los míos. Un feroz gruñido y un retumbar el suelo como si se iniciara un terremoto, fue lo último que recuerdo.

El impresionante jabalí me dio un cabezazo en el estómago y me lanzó a un lado. Caí entre unas zarzas y por fortuna no me rompí ni un hueso. Hasta mi bazo quedó intacto. Eso sí, el moratón me llegaba hasta el pecho. ¿Qué ocurrió? Pues de modo inesperado, en una milésima de segundo, oí una voz que surgía de mi interior, y sin palabras me dijo: abandónate, no opongas ninguna resistencia.
Volé como un espantapájaros y lo vi todo desde el aire. El jabalí, con todas sus cerdas erizadas, como púas, siguió su trote hasta perderse entre los arbustos.
Siempre he sido un poco temerario. De pequeño me gustaba salir al bosque en medio de la noche para retar a las monstruosas sombras que me salían al camino. Me gustaba sentir pavor, pero dominarlo. Si algún día esas figuras me dejaban tranquilo y el paseo nocturno acababa sin sobresaltos ni visiones de ningún tipo, volvía desilusionado.


P.D. Otro día contaré cómo me pasé una tarde absorto, mirando el agua verdeclara del estanque, contemplando a una culebra, a las ranas y sapos y a las golondrinas que volaban rasgando levemente la seda del agua con su pico.

martes, 21 de octubre de 2008

RECITAL POÉTICO



Para los que puedan acudir, y para los que no, y que sientan alguna curiosidad, os informo que voy a realizar un Recital Poético en el que la voz y la música se fundirán para provocar una experiencia de asociaciones, ecos y estímulos sonoros que espero sea inolvidable para la mayoría.

DESVELOS DE LA LUZ
30 POEMAS Y UNA CANCIÓN
RECITAL POÉTICO-MUSICAL


Lugar: Centro Cultural Príncipe de Asturias
C/Hermanos García Noblejas, 14
Madrid
Metro: Ciudad Lineal
Autobuses: 4, 38, 48, 70 y 105

Día y Hora: 5 de noviembre de 2008, 19:00 h.
Entrada libre

Zimbal, Música: Dino del Monte
Canto, Acompañamiento: Eva Medina
Texto, Voz: Santiago Trancón

Texto del Programa:

La poesía es ritmo, respiración, melodía y cadencia. Cuerpo y música. La poesía es un sentir, un estado energético, vibratorio, físico y mental. Una conexión con las modulaciones secretas de la materia, de las que nace la conciencia.
La poesía selecciona, revela y desvela aspectos de la realidad, del mundo y sus misterios, que sólo a través de ella podemos vislumbrar.
La poesía es concisión, intensidad, concentración significativa y emocional.
La verdadera poesía nos libera del peso y la ofuscación de la rutina cotidiana, de las exigencias y apremios de la vida, para provocar un nuevo estado de conciencia.
La poesía no es ensimismamiento, sino comunicación, diálogo, conocimiento y experiencia compartida. La poesía es abrirse al otro. Un otro que es también uno mismo, su lado oculto, el propio misterio.
Para gozar de la poesía hay que dejarse llevar, entregarse al hechizo de las palabras y su sonoridad, las imágenes y sus ecos, las ideas y su iluminación.
Poesía es contemplar, sentir, pensar y crear belleza. Sosiego activo, descubrimiento inesperado, olvido de sí, anhelo de plenitud.

domingo, 19 de octubre de 2008

EMOCIONARSE O SENTIR

(Foto: S.Trancón)


He aludido varias veces en estas páginas volátiles e intangibles a la diferencia entre emocionarse y sentir. Lo explico ahora un poco mejor.

Las emociones son reacciones semiautomáticas localizadas inicialmente en las zonas más primitivas del cerebro. Nacieron para defendernos de los depredadores y los peligros súbitos. Con la evolución, el sistema prefrontal se interpuso para tratar de dominar la activación incontrolada, y poco adaptativa, del sistema límbico. El resultado es un mecanismo en el que las reacciones del sistema simpático se retroalimentan con ideas e imágenes. Así que la emoción es una amalgama de pensamiento y reacción fisiológica que funciona de forma casi automática y repetitiva. Nada más parecido a una emoción que otra emoción.

Las emociones tiñen y determinan nuestro pensamiento y nuestra conducta en todo momento. Es casi imposible sustraerse a su influencia.

Sentir es algo un poco distinto. El sentir, más que una reacción es un estado. Un estado en el que cuerpo y pensamiento acompasan su vibración. Afecta a la totalidad del ser. Frente a la emoción, es todo el cuerpo, y no una zona determinada, el que está implicado.

La emoción se localiza siempre en zonas determinadas del cuerpo: el estómago, el corazón, el plexo solar, el rostro, la garganta, las manos. Es ahí donde la reacción fisiológica se manifiesta, produciendo una especie de colapso energético, de nudo, de bloqueo. El pensamiento que va estrechamente unido a esa reacción es reiterativo: una frase categórica, una especie de mandato, orden y justificación mental que sirve para mantener la reacción neurofisiológica y reactivarla constantemente. Las mismas emociones van siempre acompañadas de los mismos pensamientos. El cerebro, entonces, se sobrecarga y recalienta.


En el sentir, el cuerpo en general, y el córtex prefrontal, reaccionan de manera muy distinta. El cuerpo se desbloquea, la energía fluye o circula por todo el sistema nervioso de manera uniforme e ininterrumpida. El cerebro, por lo mismo, permanece más frío. La sensación no es la de ser golpeado por un estallido de energía (la emoción), sino la de ser traspasado por una ola suave. El pensamiento se vuelve entonces menos rígido, más abierto y creativo.

Las emociones producen estrés; el sentir, bienestar y serenidad. Las emociones fragmentan el cuerpo; el sentir, lo unifica.
Para sentir hay que controlar los impulsos automatizados del cuerpo y desprenderse de los pensamientos repetitivos.

Cuanto más sientes, menos te emocionas. Cuanto más te emocionas, menos sientes. Cuanto menos te abandonas a las reacciones emocionales, más aumenta tu capacidad de sentir. Cuanto más sientes, más claros y lúcidos son tus pensamientos. Cuanto más claridad y fluidez mental, mayor intensidad, pasión y asombro encontrarás en todo lo que sientes, en todo lo que te hace sentir.

jueves, 16 de octubre de 2008

UNA HORA DE VIDA

(Foto: PortfolioNatural)


Dice el enamora-do a la muerte: dame una hora de vida. Quiere, antes de morir, ver a su amada, abrazarla. Corre a su encuentro, y cuando ya trepa hacia su balcón, “la fina tela se rompe, la hora es ya cumplida”, nos dice el romance. Su amada le habría arrojado sus trenzas para que subiera, pero no llegó a tiempo.

¿Y si no se hubiera precipitado en su busca?, nos preguntamos. Habría muerto igualmente, nos viene a decir el poema, porque lo que importa es la hora, no el modo con que la muerte se presenta. Mejor morir a punto de rozar los labios de la amada, que no derrotado, acurrucado en un rincón.

La hora de nuestra muerte. La llaman la hora de la verdad. Llegará, inexorablemente. El encuentro definitivo con el infinito. Pero, si bien lo pensamos, cada hora es siempre la última hora de nuestra vida. Primero, porque en cualquier instante podemos dejar este mundo, y nadie ni nada nos puede asegurar un segundo más de vida. Luego, porque esta hora de ahora, en cuanto transcurra, ya nada ni nadie podrá hacerla volver. Lo hecho, hecho queda para siempre, o desaparecido, o no hecho. Definitiva, irrevocable e irreversiblemente. Cada hora queda definitivamente atrás.

¿Angustia, desesperación, miedo? Si es así, irremediable, ¿de qué nos sirven estos sentimientos? Démosle la vuelta al tiempo y actuemos como el enamorado: vivamos cada hora con la intensidad del final. Alarguemos el tiempo, extendámoslo. Si lo dividimos en horas, cada hora vivida con atención, concentración y serenidad, puede convertirse en una eternidad.

Vivir la vida por horas es entregarse por entero a cada hora, no reservarse para la siguiente. Significa actuar con todas las consecuencias, despreocupándonos del resultado, del éxito o fracaso social de nuestros actos. Y tan importante es actuar con decisión, sin reservas ni titubeos, como no actuar, no hacer lo que estamos acostumbrados a hacer. No irritarnos, por ejemplo. No ofender ni despreciar a nadie, empezando por nosotros mismos. No abandonarrnos a la autocompasión, a la pereza o la rutina.

Una hora de vida. No un año, ni un mes, ni siquiera un día. Cada hora, la hora de la verdad. Un estado de alerta serena. A cada hora, renovar nuestro romance con la vida, nuestra amada, a la que nos entregamos por completo, sin cálculos ni reservas. Atención, atención. ¡Aquí y ahora, aquí y ahora!, como gritaban los pájaros de La Isla de Huxley.

domingo, 12 de octubre de 2008

ESCRIBIR LOS SUEÑOS

(Foto: S.Trancón)
Desde Freud y Jung, los sueños han pasado, de ser sólo sueños, a convertirse en fuente de autoconocimiento, de inspiración artística y de investigación científica. Incluso en una puerta de entrada hacia lo desconocido, recuperando la larga tradición del sueño como origen de revelaciones, premoniciones, augurios y vaticinios.

Como los sueños son volátiles, y apenas se prenden a nuestra conciencia ordinaria por un hilo muy frágil, lo que yo hago es escribirlos cuanto antes. Sólo de vez en cuando, claro, cuando un sueño me sorprende por su viveza o extrañeza.

De los sueños me interesa más su relación con el presente que con el pasado o el futuro. Más que regresión o proyección, creo que son prospección, introspección. Y antes que su contenido, es el estado emocional en que nos sumerge lo que más me atrae.

Para entenderlos (más que para interpretarlos), uno debe saber que en ese estado de conciencia nocturna, la mente funciona con metáforas y metonimias. La metáfora es asociación por semejanza, condensación; la metonimia, sustitución por contigüidad. El proceso de asociación y sustitución metafórica y metonímica es, por su propia naturaleza, ilimitado, así que es inútil buscar la primera piedra filosofal, inicial o nuclear. Lo importante es descubrir la fuerza, el impulso emocional, el deseo que recorre la cadena de las imágenes y situaciones oníricas.

Me encuentro en una especie de corral. Veo puertas hechas con rejas de madera que al abrirse y cerrarse me van metiendo por un laberinto, un camino del que es muy difícil salir. Voy adentrándome y de pronto tropiezo con una de esas puertas, me caigo y toda la estructura del laberinto se viene abajo. Me enredo, intento salir y todo queda destrozado. Me siento culpable del desastre y empiezo a reconstruirlo todo. Lo hago con mucha paciencia. F. J. aparece por allí, se sorprende y se ríe con un gesto de desprecio al verme realizar una tarea tan humillante. Yo prosigo sin sentirme para nada ofendido ni avergonzado. Me concentro en el trabajo y me despierto.

Corral-laberinto-atravesar puertas-tropezar-algo que se viene abajo-levantarse-reconstruir. Es una pequeña historia que reproduce, metafórica y metonímicamente, miles de historias, de situaciones por las que todos pasamos. La vida es frágil y laberíntica, y en cualquier momento todo se nos puede venir abajo. Para levantarse, iniciar una nueva aventura, un nuevo proyecto, es preciso no hacer caso de la mirada o censura de los otros, los F. J. de mi sueño.

P.D. Escribir es siempre escribir sueños. La lógica de la literatura es la lógica del sueño: una cadena ilimitada de metáforas y metonimias para expresar el deseo, el impulso, el intento, la fuerza inagotable de la vida.

jueves, 9 de octubre de 2008

COMPRENDER, ACEPTAR

(Foto: PortfolioNatural)

Pensamos para comprender.
Comprendemos para aceptar.
Aceptamos para comprender.

Necesitamos comprender para aceptar.
Necesitamos aceptar para comprender.

Sin comprensión no hay aceptación.
Sin aceptación no hay comprensión.

Comprender es algo más que saber, que interpretar, que conocer.
Comprender es tener una visión de conjunto, abarcarlo.
Para comprender hay que observar la totalidad sin prejuicios ni actitudes cerradas.

Pero para comprender hay también que comprimir, simplificar, reducir la heterogeneidad y no perderse por las ramas.

La comprensión es un ejercicio mental; la aceptación, una actitud, un estado emocional.

Comprender y aceptar, aceptar y comprender. No es posible lo uno sin lo otro.

Comprensión no es compasión; aceptación no es resignación.
Para cambiar la realidad, primero hay que comprenderla y aceptarla.
Para cambiar uno mismo, primero necesita comprenderse y aceptarse.

Nada más útil, nada más necesario, nada más creativo, que ejercitarse en la aceptación y la comprensión. Antes que pelear, antes que resignarse, antes que angustiarse, antes que nada, uno debe aprender a ver, observar todo sin ideas previas, sin pensamiento alguno, y, al mismo tiempo, aceptar todo lo que ve.

Comprensión fría, aceptación serena: ante todo y ante todos. Si esto falla, todo lo que hagamos carecerá del contacto directo con la realidad, del brillo y la fuerza que la realidad desprende.

sábado, 4 de octubre de 2008

ODIO A ESPAÑA

(Foto: PortfolioNatural)
Sánchez Ferlosio acaba de decirnos, en la presentación de su último libro, que “odia a España”. ¿Por qué? Porque todo patriotismo es “venenoso”, afirma. José Luis Garci, a las órdenes de Esperanza Aguirre, acaba de estrenar una costosa película (¡15 millones de euros de subvención esperancil!, el dinero, la suma todos...) para exaltar no sé qué guerra patriótica. La coincidencia de estos dos discursos, de algún modo prototípicos de cierta izquierda y de otra no menos cierta derecha, me obliga a volver sobre el “tema” de España.

Empecemos por Ferlosio, premio Cervantes, lo que hace todavía más insensato el exabrupto que comentamos. Admiro su mejor libro, Alfanhuí, del que él reniega. También alguno de sus ensayos sobre la guerra, y poco más. Pero vayamos a esto del “odio a España”. ¿Qué puede significar? Se odia a las personas, pero yo no entiendo cómo se puede odiar una abstracción. Sólo si se personifica, mitifica o degrada como si fuera una persona, claro. Así que para Ferlosio, España es una especie de entidad personal que merece ser odiada. ¿No debería decir mejor, “odio a los españoles”? Que todo sentimiento de identificación colectiva puede degenerar en patrioterismo y fascismo, es algo que todos sabemos, y tenemos muy cerca los ejemplos. Pero reaccionar con un sentimiento opuesto (el odio) demuestra que se está encarando el problema del mismo modo que aquellos a los que se critica: con emociones primarias. Y, claro, inconsecuentes. Porque si no se ve nada bueno en los sentimientos de pertenencia (algo inevitable, por otra parte), Ferlosio debería proclamar con igual énfasis su “odio a Cataluña”, “odio a Euskadi”, etc. Es algo parecido a aquella estupidez de Pepe Rubianes hablando de la “puta España”.

El odio es un sentimiento muy costoso. Es necesario alimentarlo cada día. Es lo que hacen los nacionalistas: alimentar día a día, buscar constantemente motivos para justificar el rechazo de eso que han decidido negar de antemano. En esto se parecen totalmente a los españolistas. Sólo se afirman negando. Y con esto vamos a Garci y su gesta nacionalista.

Convertir el dos de mayo en la fecha fundacional de España es algo tan estúpido como inventado. Que en aquella guerra confusa se utilizó el sentimiento nacional para vencer a los franceses, no hay duda; pero allí no se dirimió ni el ser de España ni ninguna entelequia parecida. Es lo mismo que pretenden los nacionalistas exaltando sus gestas gloriosas de rechazo del pueblo invasor. Inventos, mitos, manipulaciones de un sentimiento natural como es el de sentirse español, catalán, gallego, vasco, leonés o andaluz.

Repito lo que he dicho en otra ocasión: identificarse con entidades abstractas, dotarlas de lo que no tienen ni son, es caer en una trampa que no resiste el más mínimo análisis y, sobre todo, perder la libertad individual y el sentido crítico. El mismo que les falta a todos los Ferlosios y Garcis que andan sueltos por ahí, dándole a la lengua y tirando de la pasta sin rubor alguno.

miércoles, 1 de octubre de 2008

PRESENCIA DE LO EXTRAORDINARIO

(Foto:S.Trancón)
Estamos rodeados de lo extraordinario. Lo que sucede es que no tenemos capacidad para prestarle atención y descubrirlo. A veces, sin embargo, algo nos saca de nuestra rutina interpretativa y nos obliga a aceptar hechos energéticos que están siempre ahí, aunque no los veamos ni sintamos en nuestro estado habitual de conciencia. Uno de esos hechos es nuestra propia configuración energética. La noche del 11 de agosto del 2004 tuve una experiencia “no ordinaria”, o de “conciencia de ensueño”, que quiero contar. Me refiero al hecho de que somos un conglomerado energético: campos, ondas y partículas de energía pura encerrada en una especie de burbuja, cuyo centro, más denso, constituye nuestro cuerpo. Reproduzco lo que entonces escribí.

Sentí, al poco de acostarme, que una extraña presencia me llamaba con golpes fuertes que retumbaban a mi lado. Golpes sobre una puerta de madera…, pero no había puerta, sino una barrera espesa e invisible. Golpeaba con urgencia para que la dejara pasar. Yo no veía nada, pero sentía cerca de mí algo oscuro y amenazante que me paralizaba. Ante el miedo, casi terror, de que eso que estaba ahí, tan cerca, acabara traspasando esa puerta o pared, sentí cómo mi cuerpo se transformaba en una masa de energía. Todo mi ser era un conglomerado de partículas vibrantes, que, ante la amenaza, habían tomado conciencia de que formaban un campo cerrado. Quedé convertido en una masa densa de energía chisporroteante, ardiente, que tenía una formal oval, dentro de la cual se concentraba una gran cantidad de energía y calor. Estaba tumbado sobre la cama, pero mi cuerpo, transformado en una burbuja flotante, no tenía peso. Volví a sentir la presencia oscura, oí sus golpes profundos resonando por todo mi interior, llamando con apremio. Me encerré aún más en aquella cáscara de energía, hasta que me desperté del todo. Mi cuerpo desprendía una ola hirviente de calor, una especie de niebla vibratoria, que me rodeaba por todos los lados. Los límites de mi ser no eran los límites de mi cuerpo, sino que se extendían más allá, medio metro a mi alrededor. No estaba encerrado en mi piel, no era sólo un cuerpo físico, atrapado por la gravedad, sino un conglomerado energético, una masa de energía compacta capaz de hacerse consciente de sí misma. Agradecí a aquella extraña presencia que me hubiera permitido experimentar por primera vez en mi vida que somos esferas luminosas que contienen una energía poderosa, intensa, vibrante, capaz de desplazarse por el mundo, conocer la existencia de otros seres y entrar en contacto con ellos para incrementar su conciencia. Comprendí que no sucumbir ante el miedo y el pánico puede abrir nuestro cuerpo al conocimiento silencioso, a la experiencia y la percepción de hechos que, una vez corroborados, ya no se pueden negar. Que nuestro mundo ordinario está separado de lo extraordinario por una sutil barrera que nos protege de su impacto -capaz de destruir nuestra frágil envoltura-, pero que podemos también resistir ante el pavor y recibir, en cambio, una oleada de energía que rompe la fijeza de nuestra conciencia y cambia nuestra percepción.

domingo, 28 de septiembre de 2008

HABLEMOS DE ESPAÑA (V) La sinrazón del independentismo

(Foto: S.Trancón)



¿Es posible construir hoy una idea positiva de España, que compartan la mayoría de los españoles?

Para que esto ocurra, primero hay que formular con palabras nuevas, sin complejos, esa idea de España. Es una tarea colectiva, y no se puede establecer por decreto, sino ser el resultado de la labor de escritores e intelectuales, medios de difusión, políticos, creadores.

Cualquier idea positiva e integradora de España ha de partir de la realidad actual, ser coherente con el mundo en que vivimos y con una perspectiva de futuro. Una idea que no niegue los hechos del pasado, pero que no busque ningún fundamento ontológico ni jurídico en los “derechos históricos”. El pasado es pasado, y sólo nos interesa en la medida en que continúa siendo parte del presente. Sin duda, el pasado vive ante todo en nuestra cabeza. Necesitamos hacernos una idea, dar un sentido al pasado para entender mejor nuestro presente.

No hace falta ser un erudito para hacernos una idea global de lo que ha sido nuestro pasado. Podemos interesarnos por la historia, conocer e interpretar minuciosamente los hechos más relevantes de nuestro pasado, pero al final lo que más importa es esa especie de síntesis o simplificación mental, suficiente para estructurar nuestro pensamiento. Cada uno la hará a su modo. Yo lo resumo así:

-España nace primero como término, para designar cierta unidad geográfica (un amplio territorio montañoso, rodeado por el mar, con una gran meseta central, rico en vegetación, fauna y minerales).

-En ese territorio, como en la mayoría del planeta, han vivido multitud de pueblos y etnias desde la más remota antigüedad, mezclándose biológica, cultural y lingüísticamente (no existe, por tanto, ni raza, ni pueblo, ni lengua pura, por más aislado que haya vivido).

-Entre esos pueblos podemos señalar los más destacados: celtas, iberos, fenicios, romanos, visigodos, árabes y judíos. Actualmente, todos los del mundo, desde los africanos a los chinos, pasando por todos los hispanoamericanos.

-España se constituye como nación a partir del siglo XV. Nación que progresivamente se va convirtiendo en Estado unificado. Esta unificación nunca destruyó el sustrato medieval de Cataluña, Navarra, Galicia y Portugal, donde pervivieron lenguas y algunas instituciones políticas diferenciadas. Salvo Portugal, ninguno de los antiguos reinos o condados medievales tuvieron suficiente necesidad, interés o posibilidades de constituirse en naciones independientes. Así que han mantenido su integración política, social, económica y cultural con el resto de España durante los últimos cinco siglos. Las diferencias nunca han sido tan importantes como para impedir su integración positiva y duradera en España. Estos son hechos, no “historias”.

-La integración política de España no ha sido fruto de la imposición por la fuerza. El ejemplo más claro es Portugal. Si de verdad hubiera habido una voluntad de independencia sólida y fundamentada, Galicia, País Vasco y Cataluña hubieran seguido el mismo camino. No digo que no haya habido momentos históricos ni intentos de independizarse, sino que esos intentos no tuvieron suficiente apoyo y determinación como para llevarse a cabo. ¿Por qué? Eso ya es discutible. Lo que yo digo es que hubiera sido imposible mantener la integración sólo mediante la fuerza de las armas, mediante una imposición externa (“los ocupantes”). Sin la colaboración, el consentimiento y el interés de la gran mayoría de los habitantes de esas zonas, clases dirigentes incluidas, no hubiera sido posible mantener hasta hoy esa unidad política, jurídica y social que llamamos España.

-El pasado, en resumen, no da ningún argumento serio para que hoy se esgrima ningún derecho histórico para justificar la independencia. Otra cosa es que hoy se quiera esa independencia por razones de interés político y económico, y para ello se acuda a la historia, interpretándola de manera arbitraria y sesgada hasta convertirla en mito (los nuevos nacionalismos necesitan asentarse en el mito, transformar imágenes, banderas, himnos, hechos históricos, diferencias culturales, modos de comportamiento, etc. en verdaderas fantasías colectivas actuantes, porque su obsesión es “marcar la diferencia”, en este caso, negar todo lo que objetivamente les une a España).

-Las diferencias entre catalanes, vascos, gallegos y el resto de españoles son tan superficiales e imaginarias, que no sostienen el más mínimo análisis. Aparte de la lengua (en el caso de los que, siendo catalanes, vascos o gallegos, se expresan sobre todo en catalán, vasco o gallego, no para los que tienen como lengua materna el español, al menos la mitad de la población), el resto de diferencias no tiene ninguna significación política, jurídica, económica o cultural. Podrían encontrarse más diferencias (externas, de costumbres, de “modo de ser”) entre un leonés y un sevillano, que entre un leonés y un catalán, por poner un ejemplo.

-Las diferencias, por tanto, no son reales o importantes, salvo en un aspecto: el sentimiento de pertenencia. Aquí sí encontramos diferencias, desde la identificación emocional, mítica y religiosa de un catalanista o un galleguista con su “nación”, hasta la despreocupación e indiferencia de un madrileño por su territorio.

Todo esto nos lleva a la conclusión que el problema del independentismo nacionalista es en gran parte un problema ideológico, emocional, inducido, alimentado y sostenido por la voluntad y determinación de una minoría que espera sacar beneficios de todo tipo con esta estrategia de tensión, presión, imposición, amenaza, ruptura. Beneficios indudables de los que ya disfruta, pero que creen pueden ampliar en el futuro. ¿Por qué caer todos en la red mental, política, ideológica y lingüística que ha ido tijiendo esa minoría durante los últimos treinta años?

jueves, 25 de septiembre de 2008

ASÍ ENTIENDO YO LA CRISIS

(Foto: PortfolioNatural)
Trabajamos. La mayoría. En esto y aquello. Formamos la gran clase media. Media baja, media media, media alta. En el campo. En la construcción. En las fábricas. En la administración. En la educación. En la sanidad. En la banca. En el comercio. En el transporte. En el ejército. En casa. Etc. Trabajamos para producir, pero también para que se pueda trabajar, producir y consumir. Todo es necesario. Todo está conectado y es interdependiente. Esta es la economía real.

Trabajamos y nos pagan por ello. Con dinero. Aquí empieza el lío. Se supone que el valor del dinero equivale al valor de nuestro trabajo medido por las cosas que podemos comprar y vender con él. Pero ¿cómo medir el valor real del trabajo? ¿Cómo medir el valor real de las cosas? Ley de la oferta y la demanda, nos dicen. Todos sabemos que no es así, que hay miles de factores que intervienen entre lo uno y lo otro: mediadores, podríamos decir, imaginarios. Empezando por el dinero mismo, porque su valor no depende sólo de su equivalente real (lo que se puede comprar con él), sino de lo que se pueda pagar por él. Entramos ya en la economía virtual, la del dinero. La de los bancos.

En teoría, el dinero circulante es el equivalente, más o menos, de lo que un país produce. Si hay más dinero de la cuenta, pues se genera inflación, suben los precios. Si no hay dinero, pues se produce recesión, se deja de producir porque no se vende. Pero el dinero y el mercado sobrepasan hoy las fronteras y no hay manera de saber su equivalente real. ¿Por qué?

Aquí entran los explotadores de la economía real y los especuladores de la economía virtual. Unos y otros hacen que eso de la oferta y la demanda se vuelva todavía más relativo. Los llamados “bancos de inversión” han descubierto, por ejemplo, no ya que el dinero produce dinero, sino que puede producir toneladas de dinero en un segundo. El dinero se ha convertido en el mayor negocio. Especular: comprar y vender dinero por toneladas. Toneladas multinacionales. Especulativo viene de speculum, espejo, pero también puede ser truco, engaño, espejismo. Como esta economía virtual sólo puede funcionar si uno se fía en que el dinero que se compra y vende tiene un valor real, pues puede resultar que todo sea un timo, un timo compartido, en el que nadie se atreve a comprobar si esas toneladas de papel, de dinero nominal, son efectivamente dinero real. Así hasta que el círculo vicioso se rompe por el punto más débil: los que no pueden devolver el dinero prestado, los que no pueden especular.

Ahora ocurren dos cosas claras: una economía virtual que se viene a pique (por avaricia, usura o codicia, dicen algunos; por simple engaño y latrocinio, deberíamos aclarar) por un lado; por otro, una economía real dedicada a producir sin orden ni concierto y a destruir (burbuja inmobiliaria, consumo enloquecido, guerra de Irak). Con una economía real insensata y de rapiña, y con el monstruo de una economía virtual hidrópica, viene el choque. O sea, donde estamos.

Así hasta que la economía virtual se ajuste, más o menos, a la real. ¿El precio? Que nuestro trabajo, nuestro dinero y lo único que poseemos la mayoría (algún piso, ahorrillos, planes de pensiones), o sea, las bases de la economía real, dejen de valer, no ya lo que virtualmente valían, sino lo que realmente cuestan, o sea, lo que nos cuesta y nos ha costado realmente conseguirlo. Los ladrones especuladores, encantados: el estado, no sólo no les lleva a la cárcel, sino que se hace cargo de los agujeros negros que han ido creando. Así que seguirán igual, sin dudarlo. Les va la vida en ello.

Frente al neoliberalismo y el neocapitalismo explotador, especulativo y consumista, la regulación y el control democrático del trabajo, el dinero y la producción sería lo más racional y sensato. Pero no será. Al menos hasta que todo se venga abajo. Que bien puede ser.