MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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viernes, 31 de octubre de 2008

CULEBRA, GOLONDRINA, RANA

(Foto: S. Trancón)
El Dalmau. Dos de agosto. He visto un jabalí, una raposa, una gineta, un halcón, una abubilla, una culebra, sapos, una ranita verde de San Antón, golondrinas, arañas, escarabajos, cuervos, pardales. Necesito rodearme de vez en cuando de todo esto. Una vida totalmente urbana me asfixia.

Otro día me acerqué al atardecer a un santuario prehistórico, oculto entre robles. Es el dolmen más grande que he visto nunca. Me sobrecogió. El cielo estaba poblado de voladores, manchas negras que revoloteaban por encima de mi cabeza. Supe que allí no se puede ir desprotegido, que hay que prepararse antes para que no te atrape eso que todavía se oculta allí.

Tomar contacto con la vida no humana, la de la naturaleza, la de los animales, pájaros e insectos, y con la vida humana primitiva, la presencia todavía vibrante de esos hombres antiguos que levantaron piedras ciclópeas en lugares de poder, es algo que me desintoxica de la artificialidad del mundo urbano, un mundo totalmente construido.
Algo que necesito no sólo para vivir, sino para sobrevivir.

Ha habido una tormenta y todo huele a verdor, a tierra mojada y aromas vegetales. Brillan las hojas, intensificando el verde, el esplendor del verde. Llega la noche, y apenas oscurece, una rana empieza a croar dulcemente, como un cuclillo de agua, cú, cú, cú…, sobre el fondo del canto de los grillos.

He visto nadar sobre el estanque una culebra. ¡Qué elegancia, qué suavidad, que deslizamiento más sinuoso y sigiloso, la diminuta cabeza ligeramente levantada! Deja sobre la superficie del agua unas ondulaciones casi vaporosas, que pronto se desvanecen.

Observo el vuelo rasante de las golondrinas. Bajan, aletean y hunden levemente su pico en el estanque. Rasgan la seda del agua y beben una gota que se llevan en su pico. ¡Qué precisión! Con qué exactitud clavan la punta de su pico en el agua que refleja su vuelo, el espejo en que se besan. No se mojan las alas, no chocan contra la superficie tersa y brillante.

La perfecta inmovilidad de las ranas flotando en medio del estanque. Asoman la mitad de su cabeza, las patas traseras abiertas, los dedos estirados. Pueden pasar horas enteras en esa inmovilidad, pero si perciben un leve ruido o movimiento a su alrededor, se hunden en un instante hasta el fondo turbio del agua, donde se camuflan. Un movimiento prodigiosamente rápido y preciso.

Me traslado, me adentro, dejo mi mente de lado para ser culebra, golondrina, rana, un instante. Para dejar de ser humano, al menos por un instante.

domingo, 26 de octubre de 2008

LA SOMBRA DEL JABALÍ

(Foto: S. Trancón)



En el verano del 2006 pasé unos días perdido en una masía del Solsonés. Era la casa del “masové”. Al lado de una huerta, entre rocas, había un estanque redondo que recogía el agua de una fuente. De noche cantaban las ranas con una croar tan potente que parecía salido de la garganta de un dinosaurio. Aquel extraño rugir, en medio de la noche oscurísima, venía de lo más profundo del pasado y me llevaba a un mundo primigenio, una era anterior al hombre.
Una noche aquel concierto del cretácico cesó de repente. Me quedé quieto entre las sombras gigantes y lúgubres de los árboles. Oí un resoplido ronco y prolongado, seguido de suaves gruñidos. Crujieron unas ramas y hojas secas. Los pasos se hicieron más sigilosos, pero cada vez se oían más cerca de mí. Vencí el impulso de escapar corriendo hacia la masía y me dispuse a encarar aquello, fuera lo que fuera. El silencio se hizo interminable. Volvió poco a poco el coro de ranas, al principio alternando pequeños gorjeos, luego con una furia ensordecedora, como en la tragedia griega hacían las Gorgonas y las Erinias.
Me creí libre del peligro, pero en cuando me dí la vuelta para regresar, al girar mis ojos, que iban barriendo la negrura que me rodeaba, me deslumbró un pequeño resplandor. Fijé la vista, como abriendo un agujero en la noche, y dos ojos rojizos quedaron enganchados a los míos. Un feroz gruñido y un retumbar el suelo como si se iniciara un terremoto, fue lo último que recuerdo.

El impresionante jabalí me dio un cabezazo en el estómago y me lanzó a un lado. Caí entre unas zarzas y por fortuna no me rompí ni un hueso. Hasta mi bazo quedó intacto. Eso sí, el moratón me llegaba hasta el pecho. ¿Qué ocurrió? Pues de modo inesperado, en una milésima de segundo, oí una voz que surgía de mi interior, y sin palabras me dijo: abandónate, no opongas ninguna resistencia.
Volé como un espantapájaros y lo vi todo desde el aire. El jabalí, con todas sus cerdas erizadas, como púas, siguió su trote hasta perderse entre los arbustos.
Siempre he sido un poco temerario. De pequeño me gustaba salir al bosque en medio de la noche para retar a las monstruosas sombras que me salían al camino. Me gustaba sentir pavor, pero dominarlo. Si algún día esas figuras me dejaban tranquilo y el paseo nocturno acababa sin sobresaltos ni visiones de ningún tipo, volvía desilusionado.


P.D. Otro día contaré cómo me pasé una tarde absorto, mirando el agua verdeclara del estanque, contemplando a una culebra, a las ranas y sapos y a las golondrinas que volaban rasgando levemente la seda del agua con su pico.

martes, 21 de octubre de 2008

RECITAL POÉTICO



Para los que puedan acudir, y para los que no, y que sientan alguna curiosidad, os informo que voy a realizar un Recital Poético en el que la voz y la música se fundirán para provocar una experiencia de asociaciones, ecos y estímulos sonoros que espero sea inolvidable para la mayoría.

DESVELOS DE LA LUZ
30 POEMAS Y UNA CANCIÓN
RECITAL POÉTICO-MUSICAL


Lugar: Centro Cultural Príncipe de Asturias
C/Hermanos García Noblejas, 14
Madrid
Metro: Ciudad Lineal
Autobuses: 4, 38, 48, 70 y 105

Día y Hora: 5 de noviembre de 2008, 19:00 h.
Entrada libre

Zimbal, Música: Dino del Monte
Canto, Acompañamiento: Eva Medina
Texto, Voz: Santiago Trancón

Texto del Programa:

La poesía es ritmo, respiración, melodía y cadencia. Cuerpo y música. La poesía es un sentir, un estado energético, vibratorio, físico y mental. Una conexión con las modulaciones secretas de la materia, de las que nace la conciencia.
La poesía selecciona, revela y desvela aspectos de la realidad, del mundo y sus misterios, que sólo a través de ella podemos vislumbrar.
La poesía es concisión, intensidad, concentración significativa y emocional.
La verdadera poesía nos libera del peso y la ofuscación de la rutina cotidiana, de las exigencias y apremios de la vida, para provocar un nuevo estado de conciencia.
La poesía no es ensimismamiento, sino comunicación, diálogo, conocimiento y experiencia compartida. La poesía es abrirse al otro. Un otro que es también uno mismo, su lado oculto, el propio misterio.
Para gozar de la poesía hay que dejarse llevar, entregarse al hechizo de las palabras y su sonoridad, las imágenes y sus ecos, las ideas y su iluminación.
Poesía es contemplar, sentir, pensar y crear belleza. Sosiego activo, descubrimiento inesperado, olvido de sí, anhelo de plenitud.

domingo, 19 de octubre de 2008

EMOCIONARSE O SENTIR

(Foto: S.Trancón)


He aludido varias veces en estas páginas volátiles e intangibles a la diferencia entre emocionarse y sentir. Lo explico ahora un poco mejor.

Las emociones son reacciones semiautomáticas localizadas inicialmente en las zonas más primitivas del cerebro. Nacieron para defendernos de los depredadores y los peligros súbitos. Con la evolución, el sistema prefrontal se interpuso para tratar de dominar la activación incontrolada, y poco adaptativa, del sistema límbico. El resultado es un mecanismo en el que las reacciones del sistema simpático se retroalimentan con ideas e imágenes. Así que la emoción es una amalgama de pensamiento y reacción fisiológica que funciona de forma casi automática y repetitiva. Nada más parecido a una emoción que otra emoción.

Las emociones tiñen y determinan nuestro pensamiento y nuestra conducta en todo momento. Es casi imposible sustraerse a su influencia.

Sentir es algo un poco distinto. El sentir, más que una reacción es un estado. Un estado en el que cuerpo y pensamiento acompasan su vibración. Afecta a la totalidad del ser. Frente a la emoción, es todo el cuerpo, y no una zona determinada, el que está implicado.

La emoción se localiza siempre en zonas determinadas del cuerpo: el estómago, el corazón, el plexo solar, el rostro, la garganta, las manos. Es ahí donde la reacción fisiológica se manifiesta, produciendo una especie de colapso energético, de nudo, de bloqueo. El pensamiento que va estrechamente unido a esa reacción es reiterativo: una frase categórica, una especie de mandato, orden y justificación mental que sirve para mantener la reacción neurofisiológica y reactivarla constantemente. Las mismas emociones van siempre acompañadas de los mismos pensamientos. El cerebro, entonces, se sobrecarga y recalienta.


En el sentir, el cuerpo en general, y el córtex prefrontal, reaccionan de manera muy distinta. El cuerpo se desbloquea, la energía fluye o circula por todo el sistema nervioso de manera uniforme e ininterrumpida. El cerebro, por lo mismo, permanece más frío. La sensación no es la de ser golpeado por un estallido de energía (la emoción), sino la de ser traspasado por una ola suave. El pensamiento se vuelve entonces menos rígido, más abierto y creativo.

Las emociones producen estrés; el sentir, bienestar y serenidad. Las emociones fragmentan el cuerpo; el sentir, lo unifica.
Para sentir hay que controlar los impulsos automatizados del cuerpo y desprenderse de los pensamientos repetitivos.

Cuanto más sientes, menos te emocionas. Cuanto más te emocionas, menos sientes. Cuanto menos te abandonas a las reacciones emocionales, más aumenta tu capacidad de sentir. Cuanto más sientes, más claros y lúcidos son tus pensamientos. Cuanto más claridad y fluidez mental, mayor intensidad, pasión y asombro encontrarás en todo lo que sientes, en todo lo que te hace sentir.

jueves, 16 de octubre de 2008

UNA HORA DE VIDA

(Foto: PortfolioNatural)


Dice el enamora-do a la muerte: dame una hora de vida. Quiere, antes de morir, ver a su amada, abrazarla. Corre a su encuentro, y cuando ya trepa hacia su balcón, “la fina tela se rompe, la hora es ya cumplida”, nos dice el romance. Su amada le habría arrojado sus trenzas para que subiera, pero no llegó a tiempo.

¿Y si no se hubiera precipitado en su busca?, nos preguntamos. Habría muerto igualmente, nos viene a decir el poema, porque lo que importa es la hora, no el modo con que la muerte se presenta. Mejor morir a punto de rozar los labios de la amada, que no derrotado, acurrucado en un rincón.

La hora de nuestra muerte. La llaman la hora de la verdad. Llegará, inexorablemente. El encuentro definitivo con el infinito. Pero, si bien lo pensamos, cada hora es siempre la última hora de nuestra vida. Primero, porque en cualquier instante podemos dejar este mundo, y nadie ni nada nos puede asegurar un segundo más de vida. Luego, porque esta hora de ahora, en cuanto transcurra, ya nada ni nadie podrá hacerla volver. Lo hecho, hecho queda para siempre, o desaparecido, o no hecho. Definitiva, irrevocable e irreversiblemente. Cada hora queda definitivamente atrás.

¿Angustia, desesperación, miedo? Si es así, irremediable, ¿de qué nos sirven estos sentimientos? Démosle la vuelta al tiempo y actuemos como el enamorado: vivamos cada hora con la intensidad del final. Alarguemos el tiempo, extendámoslo. Si lo dividimos en horas, cada hora vivida con atención, concentración y serenidad, puede convertirse en una eternidad.

Vivir la vida por horas es entregarse por entero a cada hora, no reservarse para la siguiente. Significa actuar con todas las consecuencias, despreocupándonos del resultado, del éxito o fracaso social de nuestros actos. Y tan importante es actuar con decisión, sin reservas ni titubeos, como no actuar, no hacer lo que estamos acostumbrados a hacer. No irritarnos, por ejemplo. No ofender ni despreciar a nadie, empezando por nosotros mismos. No abandonarrnos a la autocompasión, a la pereza o la rutina.

Una hora de vida. No un año, ni un mes, ni siquiera un día. Cada hora, la hora de la verdad. Un estado de alerta serena. A cada hora, renovar nuestro romance con la vida, nuestra amada, a la que nos entregamos por completo, sin cálculos ni reservas. Atención, atención. ¡Aquí y ahora, aquí y ahora!, como gritaban los pájaros de La Isla de Huxley.

domingo, 12 de octubre de 2008

ESCRIBIR LOS SUEÑOS

(Foto: S.Trancón)
Desde Freud y Jung, los sueños han pasado, de ser sólo sueños, a convertirse en fuente de autoconocimiento, de inspiración artística y de investigación científica. Incluso en una puerta de entrada hacia lo desconocido, recuperando la larga tradición del sueño como origen de revelaciones, premoniciones, augurios y vaticinios.

Como los sueños son volátiles, y apenas se prenden a nuestra conciencia ordinaria por un hilo muy frágil, lo que yo hago es escribirlos cuanto antes. Sólo de vez en cuando, claro, cuando un sueño me sorprende por su viveza o extrañeza.

De los sueños me interesa más su relación con el presente que con el pasado o el futuro. Más que regresión o proyección, creo que son prospección, introspección. Y antes que su contenido, es el estado emocional en que nos sumerge lo que más me atrae.

Para entenderlos (más que para interpretarlos), uno debe saber que en ese estado de conciencia nocturna, la mente funciona con metáforas y metonimias. La metáfora es asociación por semejanza, condensación; la metonimia, sustitución por contigüidad. El proceso de asociación y sustitución metafórica y metonímica es, por su propia naturaleza, ilimitado, así que es inútil buscar la primera piedra filosofal, inicial o nuclear. Lo importante es descubrir la fuerza, el impulso emocional, el deseo que recorre la cadena de las imágenes y situaciones oníricas.

Me encuentro en una especie de corral. Veo puertas hechas con rejas de madera que al abrirse y cerrarse me van metiendo por un laberinto, un camino del que es muy difícil salir. Voy adentrándome y de pronto tropiezo con una de esas puertas, me caigo y toda la estructura del laberinto se viene abajo. Me enredo, intento salir y todo queda destrozado. Me siento culpable del desastre y empiezo a reconstruirlo todo. Lo hago con mucha paciencia. F. J. aparece por allí, se sorprende y se ríe con un gesto de desprecio al verme realizar una tarea tan humillante. Yo prosigo sin sentirme para nada ofendido ni avergonzado. Me concentro en el trabajo y me despierto.

Corral-laberinto-atravesar puertas-tropezar-algo que se viene abajo-levantarse-reconstruir. Es una pequeña historia que reproduce, metafórica y metonímicamente, miles de historias, de situaciones por las que todos pasamos. La vida es frágil y laberíntica, y en cualquier momento todo se nos puede venir abajo. Para levantarse, iniciar una nueva aventura, un nuevo proyecto, es preciso no hacer caso de la mirada o censura de los otros, los F. J. de mi sueño.

P.D. Escribir es siempre escribir sueños. La lógica de la literatura es la lógica del sueño: una cadena ilimitada de metáforas y metonimias para expresar el deseo, el impulso, el intento, la fuerza inagotable de la vida.

jueves, 9 de octubre de 2008

COMPRENDER, ACEPTAR

(Foto: PortfolioNatural)

Pensamos para comprender.
Comprendemos para aceptar.
Aceptamos para comprender.

Necesitamos comprender para aceptar.
Necesitamos aceptar para comprender.

Sin comprensión no hay aceptación.
Sin aceptación no hay comprensión.

Comprender es algo más que saber, que interpretar, que conocer.
Comprender es tener una visión de conjunto, abarcarlo.
Para comprender hay que observar la totalidad sin prejuicios ni actitudes cerradas.

Pero para comprender hay también que comprimir, simplificar, reducir la heterogeneidad y no perderse por las ramas.

La comprensión es un ejercicio mental; la aceptación, una actitud, un estado emocional.

Comprender y aceptar, aceptar y comprender. No es posible lo uno sin lo otro.

Comprensión no es compasión; aceptación no es resignación.
Para cambiar la realidad, primero hay que comprenderla y aceptarla.
Para cambiar uno mismo, primero necesita comprenderse y aceptarse.

Nada más útil, nada más necesario, nada más creativo, que ejercitarse en la aceptación y la comprensión. Antes que pelear, antes que resignarse, antes que angustiarse, antes que nada, uno debe aprender a ver, observar todo sin ideas previas, sin pensamiento alguno, y, al mismo tiempo, aceptar todo lo que ve.

Comprensión fría, aceptación serena: ante todo y ante todos. Si esto falla, todo lo que hagamos carecerá del contacto directo con la realidad, del brillo y la fuerza que la realidad desprende.

sábado, 4 de octubre de 2008

ODIO A ESPAÑA

(Foto: PortfolioNatural)
Sánchez Ferlosio acaba de decirnos, en la presentación de su último libro, que “odia a España”. ¿Por qué? Porque todo patriotismo es “venenoso”, afirma. José Luis Garci, a las órdenes de Esperanza Aguirre, acaba de estrenar una costosa película (¡15 millones de euros de subvención esperancil!, el dinero, la suma todos...) para exaltar no sé qué guerra patriótica. La coincidencia de estos dos discursos, de algún modo prototípicos de cierta izquierda y de otra no menos cierta derecha, me obliga a volver sobre el “tema” de España.

Empecemos por Ferlosio, premio Cervantes, lo que hace todavía más insensato el exabrupto que comentamos. Admiro su mejor libro, Alfanhuí, del que él reniega. También alguno de sus ensayos sobre la guerra, y poco más. Pero vayamos a esto del “odio a España”. ¿Qué puede significar? Se odia a las personas, pero yo no entiendo cómo se puede odiar una abstracción. Sólo si se personifica, mitifica o degrada como si fuera una persona, claro. Así que para Ferlosio, España es una especie de entidad personal que merece ser odiada. ¿No debería decir mejor, “odio a los españoles”? Que todo sentimiento de identificación colectiva puede degenerar en patrioterismo y fascismo, es algo que todos sabemos, y tenemos muy cerca los ejemplos. Pero reaccionar con un sentimiento opuesto (el odio) demuestra que se está encarando el problema del mismo modo que aquellos a los que se critica: con emociones primarias. Y, claro, inconsecuentes. Porque si no se ve nada bueno en los sentimientos de pertenencia (algo inevitable, por otra parte), Ferlosio debería proclamar con igual énfasis su “odio a Cataluña”, “odio a Euskadi”, etc. Es algo parecido a aquella estupidez de Pepe Rubianes hablando de la “puta España”.

El odio es un sentimiento muy costoso. Es necesario alimentarlo cada día. Es lo que hacen los nacionalistas: alimentar día a día, buscar constantemente motivos para justificar el rechazo de eso que han decidido negar de antemano. En esto se parecen totalmente a los españolistas. Sólo se afirman negando. Y con esto vamos a Garci y su gesta nacionalista.

Convertir el dos de mayo en la fecha fundacional de España es algo tan estúpido como inventado. Que en aquella guerra confusa se utilizó el sentimiento nacional para vencer a los franceses, no hay duda; pero allí no se dirimió ni el ser de España ni ninguna entelequia parecida. Es lo mismo que pretenden los nacionalistas exaltando sus gestas gloriosas de rechazo del pueblo invasor. Inventos, mitos, manipulaciones de un sentimiento natural como es el de sentirse español, catalán, gallego, vasco, leonés o andaluz.

Repito lo que he dicho en otra ocasión: identificarse con entidades abstractas, dotarlas de lo que no tienen ni son, es caer en una trampa que no resiste el más mínimo análisis y, sobre todo, perder la libertad individual y el sentido crítico. El mismo que les falta a todos los Ferlosios y Garcis que andan sueltos por ahí, dándole a la lengua y tirando de la pasta sin rubor alguno.

miércoles, 1 de octubre de 2008

PRESENCIA DE LO EXTRAORDINARIO

(Foto:S.Trancón)
Estamos rodeados de lo extraordinario. Lo que sucede es que no tenemos capacidad para prestarle atención y descubrirlo. A veces, sin embargo, algo nos saca de nuestra rutina interpretativa y nos obliga a aceptar hechos energéticos que están siempre ahí, aunque no los veamos ni sintamos en nuestro estado habitual de conciencia. Uno de esos hechos es nuestra propia configuración energética. La noche del 11 de agosto del 2004 tuve una experiencia “no ordinaria”, o de “conciencia de ensueño”, que quiero contar. Me refiero al hecho de que somos un conglomerado energético: campos, ondas y partículas de energía pura encerrada en una especie de burbuja, cuyo centro, más denso, constituye nuestro cuerpo. Reproduzco lo que entonces escribí.

Sentí, al poco de acostarme, que una extraña presencia me llamaba con golpes fuertes que retumbaban a mi lado. Golpes sobre una puerta de madera…, pero no había puerta, sino una barrera espesa e invisible. Golpeaba con urgencia para que la dejara pasar. Yo no veía nada, pero sentía cerca de mí algo oscuro y amenazante que me paralizaba. Ante el miedo, casi terror, de que eso que estaba ahí, tan cerca, acabara traspasando esa puerta o pared, sentí cómo mi cuerpo se transformaba en una masa de energía. Todo mi ser era un conglomerado de partículas vibrantes, que, ante la amenaza, habían tomado conciencia de que formaban un campo cerrado. Quedé convertido en una masa densa de energía chisporroteante, ardiente, que tenía una formal oval, dentro de la cual se concentraba una gran cantidad de energía y calor. Estaba tumbado sobre la cama, pero mi cuerpo, transformado en una burbuja flotante, no tenía peso. Volví a sentir la presencia oscura, oí sus golpes profundos resonando por todo mi interior, llamando con apremio. Me encerré aún más en aquella cáscara de energía, hasta que me desperté del todo. Mi cuerpo desprendía una ola hirviente de calor, una especie de niebla vibratoria, que me rodeaba por todos los lados. Los límites de mi ser no eran los límites de mi cuerpo, sino que se extendían más allá, medio metro a mi alrededor. No estaba encerrado en mi piel, no era sólo un cuerpo físico, atrapado por la gravedad, sino un conglomerado energético, una masa de energía compacta capaz de hacerse consciente de sí misma. Agradecí a aquella extraña presencia que me hubiera permitido experimentar por primera vez en mi vida que somos esferas luminosas que contienen una energía poderosa, intensa, vibrante, capaz de desplazarse por el mundo, conocer la existencia de otros seres y entrar en contacto con ellos para incrementar su conciencia. Comprendí que no sucumbir ante el miedo y el pánico puede abrir nuestro cuerpo al conocimiento silencioso, a la experiencia y la percepción de hechos que, una vez corroborados, ya no se pueden negar. Que nuestro mundo ordinario está separado de lo extraordinario por una sutil barrera que nos protege de su impacto -capaz de destruir nuestra frágil envoltura-, pero que podemos también resistir ante el pavor y recibir, en cambio, una oleada de energía que rompe la fijeza de nuestra conciencia y cambia nuestra percepción.