MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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martes, 20 de marzo de 2018

CONSUMISMO: UN DIOS CANIBAL


Si hay algo que nos une hoy a todos los seres humanos, por encima de cualquier diferencia, es nuestra condición de consumidores. Ser individuo hoy es ser un sujeto que consume. En esto, hombres y mujeres, igualitos: consumistas. Todos consumiendo -y aspirando a consumir- lo mismo. ¿Consumistas y anticapitalistas? ¡Imposible! Lo increíble, lo insoslayable, lo impepinable, es que ser consumista no es ya una opción, es una necesidad. Sujetos consumistas: sujetados a la imperiosa necesidad de consumir para sobrevivir. 

Consumir no es lo mismo que satisfacer una necesidad cualquiera, sino, sobre todo, satisfacer la necesidad de consumir. ¿Por qué? Porque todos los objetos que la industria capitalista nos ofrece están concebidos y producidos, ante todo, para inducir a ser consumidos. Y consumidos cuanto antes. Consumidos significa que, después de un uso efímero, se tiren enseguida a la basura y sean reemplazados por otros. Una cadena infernal: un monstruo, un dios caníbal insaciable. Las necesidades biológicas básicas (alimento, vestido, cobijo, compañía) quedan al fondo (el fondo de reserva de los impulsos), y sirven de coartada, hasta el punto de que ya no sabemos distinguir entre necesidad y capricho, entre lo que el cuerpo necesita y lo que el mercado nos impone.

Ya es imposible ignorarlo: esta forma de producir y consumir es insostenible; pero, drogados y adictos, no podemos parar el monstruo, la máquina de producción de toneladas de millones de objetos de consumo, que ya actúa sola, auto-reproduciéndose de modo casi automático en cualquier rincón del mundo. El capitalismo ha muerto (morirá, moriremos) de puro éxito, de exceso, triturando a sus propios consumidores, convertidos ellos mismos en objetos de consumo y, por lo mismo, en residuos. Porque todo objeto de consumo genera un residuo, basura, heces, desechos. Es más difícil ya destruir los residuos que fabricar nuevos objetos.

¿Es posible parar esta aberración, este monstruo de infinitos ojos, brazos, bocas y esfínteres, a cuyo servicio estamos, sin posibilidad alguna de liberarnos de su obsesiva compulsión? Sí, claro, hay muchas fórmulas, desde crear mercados locales autosuficientes de productos sostenibles que satisfagan necesidades no inventadas, ni inducidas, ni "desnaturalizadas", a despertar el interés y la pasión por objetos y bienes inmateriales, como el conocimiento, el arte, la creatividad en todas sus infinitas formas. Debería ser un cambio drástico de gustos, necesidades, placeres, aunque se pudiera ir aplicando de manera progresiva, planificando una evolución de la humanidad hacia otro horizonte de expectativas, actividades, relaciones y descubrimientos.

La realidad, sin embargo, va por otro lado. Ahí está China, epítome de lo que digo. Así que lo más probable es que todo siga su curso, y nos iremos adaptando y resignando y apañándolas como podamos. En el camino irán cayendo muchas cosas, destruyéndose muchas seguridades y certezas que hoy damos por hechas, que nos protegen y libran del mal, pero que desaparecerán irreversiblemente. Y los primeros en caer serán quienes peor viven o vivan a la intemperie, porque incluso ellos están obligados a ser consumistas, aunque sólo sea de sobras y residuos.

El suelo ha dejado de ser firme y los seres humanos cada día nos parecemos más a autómatas tambaleantes que necesitamos creer en alguien que nos asegure que, mientras vivamos, podremos seguir consumiendo ansiosa y compulsivamente. Porque la clave está en eso: en generar ansiedad, inquietud, miedo, y ofrecer luego objetos con que calmar la angustia despertada. Objetos que, apenas consumidos, generen de nuevo la necesidad, la compulsión, la insatisfacción.

Lamento el tono apocalíptico al que me han llevado estas precipitadas reflexiones, pero es que, en mi corta vida, he visto cómo he ido pasando de ser un ser bastante humano, incluso "fieramente humano", a ser un sujeto consumidor, y todo sin apenas darme cuenta, y sin mi permiso, y por obligación, y sin escapatoria. Y a darme cuenta de que todo el tinglado que hemos montado se apoya en el mismo engaño, el mismo señuelo de felicidad compulsiva que ofrecen los objetos, su posesión y consumo, transformados en necesidad; el saber que estoy atrapado irremediablemente y que soy un pieza más de todo ese engranaje o máquina o monstruo que acabará destruyéndonos y que ha destruido ya lo más valioso: nuestra capacidad de pensar, de imaginar, de descubrir, de sentir y disfrutar de todo lo que no es puramente material, efímero, espejismo de felicidad. Solos y en compañía, no aislados y perdidos, como nos quiere y necesita el consumismo.






martes, 13 de marzo de 2018

RULL, TURUL, MONTULL y CUCURULL: sobre el sentido musical de las lenguas


Cada lengua tiene su musicalidad, una combinación de vocales y consonantes que crea un ritmo y un tono identificador, fácilmente reconocible. Aunque varía mucho de un hablante a otro, la articulación de sonidos y tonos de cada lengua sigue un patrón respiratorio, acústico, expresivo y rítmico, que tiene mucho que ver con el cuerpo: con la energía que exige la producción de esos sonidos, la relación de la voz con el espacio y con los otros (la voz "toca" al otro a través del aire), la impulsividad o fuerza emocional que el habla transmite, etc. Me refiero a la naturaleza física y fisiológica de la lengua como creación sonora.

El lenguaje no es sólo un acto mental, sino un hecho orgánico y neuronal. Hablamos con todo el cuerpo. El aprendizaje de una lengua es un aprendizaje corporal, de creación de hábitos orgánicos, respiratorios, rítmicos, gestuales. Supone aprender a controlar una compleja red muscular y nerviosa, desde el diafragma a las cuerdas vocales, la glotis o la musculatura facial. No es sólo un problema memorístico.

Las lenguas evolucionan mediante billones de ensayos en que los hablantes crean y seleccionan sonidos, fijan normas acústicas, morfológicas y sintácticas hasta alcanzar un grado óptimo de economía y eficacia comunicativa. Cada lengua es el resultado de un esfuerzo colectivo extraordinario, una verdadera obra de arte y, en este sentido, todas son admirables. 




Pero no todas las lenguas son iguales. Unas son mejores instrumentos que otras. Unas tienen mayor capacidad descriptiva y analítica de la realidad que otras; unas facilitan mejores lazos emotivos y comunicativos entre sus hablantes que otras; unas "suenan" (y resuenan) mejor que otras... Y todo esto influye en su evolución y difusión. El aumento de hablantes viene dado por muchos factores (políticos, económicos, sociales, educativos), pero hay un elemento sin el cual una lengua es muy difícil que se afiance y expanda. Lo diré con una expresión que me acabo de inventar y que el lector no encontrará en los manuales de lingüística: su "capacidad de seducción acústica".

El oído, sí, ese delicadísimo receptor de ondas sonoras. Por su propia naturaleza, al tímpano le gusta la armonía, la combinación eufónica de los sonidos. El oído tiende, además, a la sinestesia, como bien saben los ciegos, por lo que podríamos hablar de "belleza sonora", algo que podemos percibir cuando leemos un soneto de Shakespeare o de Garcilaso, por ejemplo. El español es una lengua que se caracteriza por la claridad de los sonidos (empezando por su sistema vocálico), la sencillez articulatoria (unión de vocales y consonantes formando casi siempre parejas y no grupos consonánticos largos), finales de palabra de fácil pronunciación, palabras formadas por un número reducido de sílabas, una construcción morfológica y sintáctica en la que es fácil identificar al sujeto, etc, todo lo cual facilita, entre otras cosas, el establecer pausas respiratorias naturales. El español ha ido suavizando su brusquedad inicial y facilitando la fluidez eufónica y la variedad tonal, sin perder por ello la naturalidad y la fuerza fonética expresiva y proyectiva.

Viene esto a cuento de la relación del español con otras lenguas de la Península (incluidas las neolenguas, como el aragonés o el asturiano), especialmente con el catalán, una lengua romance que, siendo etimológicamente muy cercana, mantiene diferencias acústico-orgánicas muy notables con el español. Una característica significativa es la terminación de palabras en consonante implosiva, como es el caso de los nombres que aparecen en el título de este artículo. Son cuatro apellidos de cuatro conocidos catalanes. Los dos primeros, Rull y Turull, exconsejeros golpistas de Puigdemont que han pasado unas semanas en la cárcel de Estremera. Montull es un corrupto, mano derecha de Millet, el del Palau, condenado a más de siete años de prisión. El cuarto es un vividor que se dedica, con el dinero público, a predicar cosas como que Cataluña nació en el año 700 a.C, que Roma no era nada hasta que llegaron a ella los catalanes o que el descubrimiento de América fue obra de valerosos catalanes.

Estos cuatro tipos tienen en común ese final consonántico que, como en el caso de muchas palabras del catalán, se han formado por la eliminación brusca de la última vocal. Este ejercicio de retención vocálica lo relacioné hace tiempo con la "pulsión anal" (he escrito artículos sobre ello), pero ahora solo quiero destacar el efecto chocante y cómico que, en este caso, esta peculiar onomástica sonora provoca. Que nos los tomemos tan en serio, y que ellos exhiban tan sin complejos sus propias vergüenzas, es algo que deberíamos "hacérnoslo oír". Porque no, no todas las lenguas suenan igual. No todas tienen la misma capacidad de seducción. Habrá que empezar a fiarse más del oído.

jueves, 1 de marzo de 2018

LA LUCHA DE CLASES


Marx ha pasado a la historia por ser el "inventor" de la lucha de clases. Puso así nombre a un hecho universal que expresa bien el dicho de que "siempre ha habido pobres y ricos". Donde aparecían pobres, Marx colocó proletarios, y donde ricos, burgueses. Elevó el listón intelectual y le dio categoría racional a la miseria. No fue difícil ajustar la teoría a la realidad: los pobres de su época se concentraban en barrios insalubres y entraban y salían de las fábricas como rebaños harapientos. La burguesía, dueña de "los medios de producción" (las fábricas), acumuló suficiente dinero como para construirse palacios e imitar a la nobleza, que tanto les había despreciado. Se hizo así muy visible la diferencia entre esos dos mundos.

La teoría tenía un fundamento demográfico, pues los proletarios fueron pronto la mayoría, desplazando en número a los campesinos, tradicionalmente los más pobres de la pirámide. Marx concibió el enfrentamiento entre los dos grupos como irreconciliable: uno debía destruir al otro para sobrevivir. La "lucha de clases" no sólo describía la realidad, sino que ofrecía "un horizonte de expectativas" a los más desfavorecidos para que tomaran el poder y acabaran con la división en clases.

Como las ideas y la conciencia (superestructura) surgían de la condición económica (estructura), Marx supuso que los obreros más explotados serían los primeros en rebelarse. No fue así, demostrando que no existe ninguna correlación directa entre pobreza y revolución. Fue entonces cuando propuso la necesidad de una vanguardia que guiara al proletariado hacia su liberación. La pequeña burguesía intelectual resultó ser la encargada de asumir esta tarea. Lenin lo puso en práctica. La rebelión de los obreros, paradójicamente, acabó en manos de pequeñoburgueses.

Pero no sólo esta contradicción, la evolución del capitalismo puso de manifiesto el reduccionismo de la lucha de clases. Con la aparición de una amplia clase media consumista, que se convirtió en el motor de la economía, todo el esquema se vino abajo. Hoy la sociedad se ha diversificado tanto (los obreros manuales son sólo ya una minoría), la pobreza y la riqueza han adoptado tantas formas, grados y niveles, haciendo imposible ligarlas a una profesión, un trabajo, un modo de vida, etc., que trazar una línea divisoria entre dos clases antagónicas resulta casi imposible.

Necesitamos aplicar otros criterios, como el de la pobreza y la riqueza "relativas", para describir la realidad. Dicho de modo simple: existen muchas "clases" de pobres, pero también muchos "tipos" de ricos. La línea divisoria hay que trazarla con criterios múltiples y sucesivamente inclusivos. Por ejemplo, eso de "trabajadores" no debiera excluir a muchos "empresarios", ya que algunos de ellos trabajan como "chinos". Y hay pobres que viven del privilegio y eso perjudica, sobre todo, a los que lo son de verdad. Profesiones con mucho prestigio cada día están más proletarizadas. Y no es lo mismo un empresario parásito, que otro productivo; uno que vive del Estado que otro de su talento y esfuerzo; un emprendedor arriesgado que otro corrupto; un defensor de la dignidad de sus empleados que otro explotador, etc.

En general, quien más poder y riqueza acumula es quien más posibilidades tiene de corromperse, explotar y despreciar a los demás. De ahí nuestra prevención. Hoy, además, son las grandes empresas y fortunas quienes más defraudan y evaden su dinero. Por otra parte, la clase media está hoy pasando a vivir en condiciones de pobreza encubierta cada día más degradantes. Hay empresas que mantienen una plantilla de trabajadores bien remunerados y al mismo tiempo explotan a miles de subcontratados con salarios de miseria. Y mientras se degradan las pensiones, una minoría de políticos y directivos obtienen pensiones astronómicas. Etc.

Quiero decir que hoy ya no nos sirve la simplificación de la lucha de clases (los de arriba y los de abajo, la casta y el pueblo) y hemos de sustituirla por la lucha por la igualdad, sin tener en cuenta la profesión, la clase o el estatus social, estableciendo normas que impidan el abuso y los privilegios, sean del tipo que sean. El viejo principio del bien común y la justicia social ha de prevalecer, asegurando que nadie carezca de lo necesario para vivir dignamente. No el rencor o la envidia del pobre hacia el rico, sino la equidad: porque quien más tiene, si bien se mide y valora, es quien más recibe (directa e indirectamente). Y que las diferencias nazcan sólo del esfuerzo y el talento, no del privilegio, el poder, el abuso y el sufrimiento de los demás.