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martes, 24 de diciembre de 2019

SEFARAD NOS UNE


Para los judíos, España y Portugal nunca han estado separadas. Todo es Sefarad. La separación en dos naciones nunca ha servido para distinguir a los judíos de un lado y otro de la frontera. No hay diferencias entre judíos portugueses y españoles. Todos son sefardíes. Todos son judíos ibéricos o hispanojudíos. Así ha sido a lo largo de la historia, antes y después de su expulsión en 1492 de España y de Portugal en 1497.

La unificación política hispana fue temprana (1469) y se culminó territorialmente en 1492, a partir del cual el imperio español se extendió por todo el mundo. Sin embargo, Portugal se independizó y siguió su propio camino, algo históricamente comprensible, pero política, territorial y económicamente negativo si pensamos en qué podría haber sido el imperio luso-español. Hoy podríamos aprovechar nuestra cercanía y nuestra historia común para recuperar un proyecto de unión que en cierto modo ha estado siempre presente, y cuyas ventajas pocos podrían racionalmente negar. Evocar a Sefarad, mito y realidad, puede servirnos para impulsar ese proyecto.

Los judíos eran súbditos protegidos por el rey, propiedad del rey, estaban a su servicio. Como recaudadores de impuestos sufrían los ataques que no podían dirigirse directamente contra el rey. Además de recaudadores, también ejercían de prestamistas. No sólo prestaban a cualquiera que necesitara dinero, sino también a la corona. Acabaron constituyendo un grupo que, por su posición y poder, logró adquirir títulos de nobleza. No todos los judíos fueron nobles aristócratas y banqueros acaudalados, sólo una minoría. La mayoría vivía de la artesanía y de las profesiones que les estaban permitidas: médicos, veterinarios, escribanos, comerciantes, sastres, etc. En algunas zonas (León) llegaron a ocuparse de la defensa de la ciudad y también fueron propietarios de tierras y viñedos.

Hay una fecha fundamental en la historia de los judíos de Sefarad: 1391. Este año sufrieron la mayor persecución de su historia desde que, varios siglos antes de nuestra era, se instalaran en Hispania. Ese año fueron asesinados por las turbas miles de judíos, una cruel matanza provocada por la predicación de Vicente Ferrer y sobre todo del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, que dirigió el saqueo de la judería de Sevilla y de ahí se extendió a casi todas las aljamas de España. Un tercio de los judíos se convirtió, produciendo la primera gran oleada de conversos. Un siglo después, en 1481, se creó la Inquisición para perseguir a estos conversos que, habiéndose bautizado forzosamente, muchos seguían practicando la Ley de Moisés en secreto. Diez años después de la creación de la Inquisición, y quizás como prueba de la imposibilidad de erradicar las estrechas relaciones entre judíos conversos y no conversos, se aprobó el decreto de expulsión, que obligó a miles de judíos y conversos a refugiarse en Portugal y a dispersarse por todo el Mediterráneo.

No podemos entender la cultura española y portuguesa sin la aportación de los judíos en todos los órdenes, pero especialmente en lo referente a la administración del Estado, a las profesiones llamadas liberales, y al arte y la literatura, tanto durante la Edad Media como en los siglos de Oro, XVI y XVII. Podríamos decir que los judíos han dado continuidad a la Hispania romana a través de los siglos, con la llegada de los visigodos, los árabes y el surgimiento de los reinos cristianos medievales. Artes y ciencias como la exégesis bíblica, la mística, la filosofía, la medicina, las leyes, la astronomía, la navegación, la economía o la literatura, fueron desarrolladas gracias a la aportación judía. España estuvo a la cabeza de Europa durante esos siglos.

Otra aportación fundamental fue el desarrollo de la individualidad. Podemos hablar de la aparición de la subjetividad, del mundo interior, en gran parte debido a la necesidad que los judíos tuvieron de encerrarse en su mundo interior frente a la persecución exterior. La surgimiento de la mística se fundamentó en la existencia de la cábala, que ya desarrolló la importancia de la interioridad y la experiencia subjetiva. Nada de extraño que muchos conversos acabaran refugiándose y ocupando los puestos más importantes dentro de Iglesia y las órdenes religiosas.

Hoy, gracias a leyes impulsoras de la nacionalización o "repatriación" de los sefardíes, tanto en Portugal como en España, han podido nacionalizarse unos miles de judíos, estrechando sus lazos con la Península y favoreciendo la recuperación de ese pasado común. Si queremos dar fundamento a la unión federal entre España y Portugal, el conocimiento de la historia de los judíos de Sefarad servirá para estrechar nuestros vínculos culturales y emocionales, no sólo porque hoy muchos, tanto españoles como portugueses, nos reconocemos en esa herencia y nos sentimos descendientes de aquellos conversos y criptoconversos de los siglos XIV, XV y XVI, sino porque la propia utopía que encierra el mito de Sefarad, como reino de paz y armonía, es un estímulo para superar barreras artificiales, diferencias forzadas y prejuicios hoy carentes de sentido. Sí, Sefarad nos une.

lunes, 18 de marzo de 2019

LA FUERZA DEL DESATINO




Marx trató de demostrar que las ideas son construcciones mentales cuyo origen hay que buscarlo en las condiciones materiales. La superestructura ideológica, por definición, se levanta sobre una estructura material previa. La teoría tiene consistencia lógica, pero eso no basta para otorgarle la condición de científica. Si observamos la realidad y repasamos la historia, este determinismo causal resulta indemostrable. Colocar por un lado las ideas (tanto da que sean racionales o irracionales) y por otro las condiciones materiales (económicas, productivas), puede resultar práctico, pero nos impide alcanzar una explicación satisfactoria de lo que realmente ocurre en la sociedad y la historia.

Se observamos la realidad de los hechos, es imposible sustraernos a la sensación de desorden e improvisación que muchas veces presenta, ajena a la concatenación lógica de las causas. Nos llama la atención, además, la dinámica interna de las construcciones mentales y su relativa independencia de las condiciones económicas. Pero sobre todo nos sorprende la fuerza de las ideas absurdas, irracionales, disparatadas. La historia es, en gran parte, el desarrollo de un desatino, especialmente en los momentos críticos. Podríamos hablar, no de la "fuerza del destino", sino del "poder del desatino".

El pasado viernes se presentó en la Casa de León de Madrid el libro "Los judíos y España después de la expulsión", del leonés Isidro González, el estudio más importante y documentado sobre las complejas y tortuosas relaciones entre judíos y españoles a lo largo de los últimos cinco siglos. Imposible entender la historia y la cultura de España sin tener en cuenta la influencia judía en todos los ámbitos. El tema ha cobrado especial interés a raíz del separatismo, que ha alentado el resurgir de la leyenda negra, uno de cuyos pilares es la expulsión de los judíos y la actuación de la Inquisición, paradigma caricaturesco de "lo español". El libro de I.González, entre otras virtudes, demuestra lo infundado de esa leyenda.

En el animado debate que siguió a la presentación, estuvieron brillantes mis colegas de mesa, José Andrés Gallego, Pedro Insua y el autor, que nos dejó con ganas de más, conocedor como es de los entresijos de esa historia de amor y odio entre judíos y españoles que ha llegado hasta hoy. Yo al final esbocé una reflexión, que ha dado pie a este artículo: el antijudaísmo encontró un fundamento sin el cual seguramente hubiera carecido de la fuerza y el arraigo que ha mantenido durante tantos siglos: la acusación de deicidio.

El "deicidio" es una construcción imaginaria disparatada, no sólo por carecer de cualquier fundamento histórico, sino por el concepto en sí mismo. "Matar a Dios" es algo absurdo y de una incoherencia, además, insostenible, porque resulta que gracias a ese hecho, toda la humanidad se ha librado de una condena eterna. Los supuestos autores, lejos de convertirse en la "raza maldita", deberían ser considerados un instrumento necesario en manos de Dios a los que habría que agradecer, en último término, su salvadora intervención. Pero ahí está esta terrible acusación, como roca indestructible, atravesando los siglos, hasta encontrarla en los discursos de curas y obispos durante la "cruzada" de nuestra última guerra civil, como bien recoge I.González en su libro.

El desatino, sí, convertido en una construcción mental, simbólica y lingüística, puede adquirir una fuerza poderosa, y poco importa su incoherencia, su irracionalidad o su naturaleza imaginaria. No somos seres racionales, sino delirantes, y sólo nos libra del desastre definitivo el intento de controlar la propensión al desatino, una tarea hercúlea, pero de la que depende nuestra supervivencia. Ya lo vio así Cervantes, quien dijo que su mayor logro literario había sido el "mostrar con propiedad un desatino". No otra cosa hizo don Quijote, sino mostrar con propiedad su propio desatino y el de los demás, para así tomar conciencia de él y controlarlo.

Mostrar con propiedad, por ejemplo, el desatino separatista, ya que no está en nuestras manos el impedir el delirio (por sí mismo contagioso), sino sólo el controlarlo y estar vigilantes, porque nada más fácil que pasar de un desatino a otro. Apliquen mi teoría a los avatares, cambalaches y tropelías del momento político actual, y díganme si no perciben esa fuerza cegadora del desatino agitando neuronas, gestos y palabras, profiriendo anatemas y acusaciones de "deicidio". O simples disparates. Vean cómo la ministra Celaá se despidió el otro día, el de la gran ostentación feminista: "Espero que ustedes pasen, ustedes, vosotros y vosotras, ustedes, ellos y ellas, un buen día". ¡Qué grande, Cantinflas!


viernes, 24 de noviembre de 2017

LA REFORMA ANTICONSTITUCIONAL



El independentismo, con su viscosa ideología nacionalista, ha impregnado los debates y decisiones políticas desde hace décadas, consumiendo un tiempo y unas energías que, aplicadas a mejorar nuestra nación, hubieran dado unos resultados espectaculares. Creo que tenemos una capacidad creativa, emprendedora y organizativa extraordinarias, que, por culpa de una minoría privilegiada, egoísta y corrupta, ha sido sistemáticamente despreciada y desaprovechada. El Estado, ni ha estimulado ni ha dado la suficiente seguridad (no sólo jurídica, sino institucional, política y colectiva) como para que ese impulso social se orientara hacia una mejora de la colaboración, el bienestar y el progreso.

En lugar de afianzar los vínculos económicos, sociales y culturales entre todos los españoles, avanzando hacia un equlibrio territorial y una mayor igualdad, el modelo autonómico ha introducido un elemento profundamente disgregador y reaccionario en el proceso de desarrollo de un Estado moderno, más justo y equitativo. Quienes atribuyen nuestros avances económicos y sociales a la existencia de las Autonomías, no sólo dejan de lado el despilfarro y las difunciones que ese modelo ha provocado, sino que no tienen en cuenta una pregunta que no podemos obviar: qué hubiera ocurrido si en lugar de las Autonomías hubiéramos impulsado un Estado distinto, descentralizado en la gestión, pero bien organizado y unificado, con normas y competencias claras que hubieran frenado toda tentación nacionalista.

Existe una gran incoherencia entre quienes defienden las bondades de nuestro sistema autonómico, al mismo tiempo que claman por reformarlo y transformarlo en otro muy distinto, al que llaman federal para no llamarlo confederal o plurinacional, que supondría la desmembración de España y del Estado democrático que la sostiene. Cualquier reforma de la Constitución sólo puede tener un sentido: mejorarla como instrumento de integración, no de disgregación. Lo que muchos pretenden, en realidad, es una reforma anticonstitucional, o sea, en contra de la Constitución.

Desgraciadamente, durante los próximos años seguiremos enredados en el debate territorial, que llenará de pringue cualquier discusión racional sobre nuestro modelo de Estado y las necesarias reformas de la Constitución que debieran cerrar la puerta a la actual intepretación de algunos de sus artículos, lo que ha permitido a los secesionistas llegar hasta donde han llegado. Lo peor sería que esta reforma se cerrara en falso, precipitadamente, para contentar a los independentistas, tentación que le ronda a Pedro Sánchez, tan ansioso por llegar a la Moncloa que parece dispuesto a utilizar este reclamo.



F. Sosa Wagner y M. Fuertes, en un excelente artículo titulado “¿Reformas territoriales?”, han alertado ya sobre el tema, señalando el camino a seguir para no cometer errores irremediables. Mucho me temo, sin embargo, que sus sabios consejos caigan como agua en un cesto. Nos dicen, muy acertadamente, que las propuestas de reforma no deben realizarse, ni sólo por juristas y menos por los diputados, sino sobre todo por expertos que atiendan a los problemas diagnosticados y que de verdad se quieran solucionar, lo que supone cuestionar la “eficacia” de la administración autonómica en el cumplimiento de las competencias que el Estado les ha cedido, como las de educación, sanidad, justicia o las ayudas a la dependencia.

Entraremos en un período peligroso en el que el virus nacionalista, con toda su toxicidad, se instalará en el lenguaje de los políticos y pretenderá extenderse a los ciudadanos con el propósito de que acepten como irremediable una claudicación camuflada de consenso, tolerancia y generosidad. Entonces se notará de modo dramático la ausencia de un partido de izquierdas que de verdad defienda a su país, despierte la autoestima y la confianza en nuestras capacidades y recupere el sentimiento nacional de pertenencia, eso que ha renacido estos meses ante los ataques y amenazas de los secesionistas, convertidos ya abiertamente en sediciosos.

Digo un partido de izquierdas que contrarrestre la tendencia autodestructiva de una izquierda antiespañola o filonacionalista, pero también que supla a una derecha que, ante la menor oportunidad, se olvida del interés y el bien común, o sea, del fundamento de la nación, para ponerse del lado de los corruptos, los disgregadores, los nacionalistas con los que está dispuesta a pactar, ya sea para mantener su poder y sus privilegios o para asegurar los negocios comunes.

Nación, Estado y Constitución son inseparables. Mientras la izquierda no lo tenga claro, seguiremos chapoteando en el fango de los nacionalistas, los que continuarán marcando la agenda política, ahora bajo el señuelo de una reforma de la Constitución… ¡anticonstitucional! ¿A qué les suena eso de “elevar el techo competencial”, “blindar competencias”, “bilateralidad”, “soberanía compartida”, o “profundizar en el autogobierno”? Una verdadera reforma constitucional, o sea, a favor de la Constitución, debiera ir en sentido contrario. ¿Y si nos diéramos la oportunidad de comprobar qué efectos produciría una reorganización del Estado en la que las Autonomías dejaran de ser lo que ahora son?




miércoles, 21 de diciembre de 2016

HISPANOFOBIA Y ANTISEMITISMO

(Foto: S. Trancón)


Le debo a Elvira Roca Barea el descubrimiento de esta asociación entre hispanofobia y judeofobia. A pesar de haber reflexionado mucho sobre nuestro pasado judeoconverso, nunca caí en la cuenta de esta posible relación, que la autora de “Imperiofobia y Leyenda Negra” fundamenta nada menos que en los orígenes de la Leyenda Negra, a la que tanto contribuyó, paradójicamente, el converso, rencoroso y maquinador Bartolomé de las Casas, a quien yo tenía en exceso valorado por su indudable contribución a la noble causa de la defensa de los indios. Libros como éste son imprescindibles para esa tarea urgente de reescribir nuestra historia con menos retórica, mayor objetividad y menos autodesprecio.

Dice Elvira Roca que en Europa pronto empezaron a asociarnos a los españoles con los judíos, llamándonos “marrani” (“marranen” en alemán), o sea, cerdos judíos, pigs. ¡Y eso después de la expulsión de 1492!, cuando echamos de aquí a los judíos. Se quedaron tantos, bajo capa de conversos, y fueron tan decisivos, que el protestantismo europeo no encontró mejor insulto, reavivando el antisemitismo medieval y generalizándolo al conjunto de los españoles. Surgió así la Leyenda Negra, que no tenía otro objeto que denigrar la proeza del Descubrimiento y la extensión del Imperio, un invento propagandístico de éxito sólo comparable al del antisemitismo, pues ambos aún hoy perduran: “Decían que estábamos mezclados con los judíos (…). La hispanofobia tiene un vínculo fortísimo con el antisemitismo. Posteriormente, (...) les funcionó el tópico de que éramos unos bestias, para lo que el relato de Fray Bartolomé fue fundamental”, nos dice Roca Barea.

Es llamativo que hoy se hayan avivado ambos discursos, la hispanofobia y el antisemitismo, desde la izquierda oficial, y tanto da que sea moderada como extremista, pues en esto coinciden. Elvira Roca encuentra la explicación de este vínculo histórico, que sin duda persiste hoy con nuevas justificaciones encubridoras, como puede ser el mal llamado conflicto palestino-israelí o la conversión del indigenismo en nueva ideología del retroprogresismo militante. Al unirse y retroalimentarse estas dos fobias (odio y miedo), se ha producido una sorprendente mezcla ideológica, pues la izquierda asume el discurso y la actitud de la derecha reaccionaria, tradicionalmente antijudía, y lo une a una tradición intelectual, extranjerizante y liberal, que luchó contra un españolismo conservador defensor del antiguo régimen.

Es preciso decir, ante esta confusa mezcolanza, que la izquierda española ha sido tradicionalmente todo lo contrario, o sea, filosemita y defensora de los judíos, compartiendo una indudable simpatía y hermandad (sentimiento extendido incluso entre los anarquistas), y ello por varias razones, como son nuestros vínculos con el mundo sefardí, el rechazo del nazismo o la importante contribución de los judíos a la lucha antifascista a través de las Brigadas Internacionales en nuestra guerra civil. Esto duró casi hasta finales del franquismo, y yo todavía recuerdo la admiración de la izquierda hacia los “kibuts” israelíes que encarnaban lo mejor del ideal socialista. La derecha fue, en cambio, mayoritariamente antisemita, y a ello contribuyó el régimen de Franco. Es curioso que hoy la izquierda sea tan justificadamente antifranquista y comparta con el franquismo y la ultraderecha, sin embargo, un feroz e irracional antisemitismo (que disfraza de antisionismo por ser lo “políticamente correcto”).

Tampoco la izquierda ha sido nunca antiespañola, como hoy lo es gran parte de la izquierda socialista y toda la izquierda nacionalista y populista. ¿Habrá que recordar que la mejor tradición de la Ilustración, del liberalismo político, de los intelectuales del 98 y la Institución Libre de Enseñanza, de la Generación del 27, de los artistas e intelectuales del exilio, y de los poetas y escritores de postguerra, todos fueron inconfundiblemente defensores de la idea de España, amantes y admiradores sinceros de nuestra cultura y de todo lo español, que albergaron esos nobles sentimientos que plasmaron en sus obras y unieron al deseo de una España mejor, pero nunca renegaron de ella, como hoy hace esa izquierda obtusa, ignorante y pervertida?

Tampoco esta larga tradición que encarna lo mejor de nuestro espíritu crítico ha sido antisemita, sino todo lo contrario, especialmente a partir de la admirable tarea del doctor Ángel Pulido, “descubridor” de los sefardíes en 1903 a raíz de su viaje por los Balcanes. Que hoy, tanto la derecha acomodaticia como la izquierda dominante, se unan en su sentimiento antisemita (disfrazado, repito, de antisionismo antiisraelí), compartiendo un pro-palestinismo genérico y acrítico, que no quiere analizar objetivamente el “conflicto”, es algo que sólo se puede explicar por la fuerza de la propaganda, la manipulación constante de la información y la beligerancia del fanatismo instalado en las conciencias, que reaviva lo peor de nuestra tradición.


miércoles, 4 de mayo de 2016

¡DE EX ILLIS ES!


(Foto: S. Trancón)

En “El retablo de las maravillas” de Cervantes, el escribano Pedro Capacho grita al Furrier: “¡De ex illis es! ¡Dellos es, dellos es!”. Ajeno a la farsa de los titiriteros Chanfalla y Quirinos, el Furrier no ve las hazañas imaginarias que supuestamente se están desarrollando ante sus ojos. Si no ve nada (porque nada hay que ver, todo es artificio sonoro, castillos en el aire hechos de palabras) es que desciende de moros o judíos, o sea, que tiene la sangre manchada. Es uno de los entremeses más logrados de Cervantes que recuerda el famoso cuento del rey desnudo.
            Se trata de una denuncia mordaz contra la presión social y el delirio colectivo. La necesidad de acomodarnos a la opinión del grupo puede llevarnos a poner en duda, incluso, la percepción de los sentidos y hacernos creer que vemos lo que no vemos. Tan desvalidos y tan inseguros estamos que preferimos seguir al grupo antes que vernos señalados. La fuerza del rebaño, de la masa, de la mayoría.
            Desde finales del siglo XV en que se produjo la expulsión de los judíos, la sociedad española ha vivido internamente dividida entre el “nosotros” y el “ellos”, el “ex illis”.  No ha necesitado un “ex illis” de fuera. Primero fueron los judíos, luego ocuparon su lugar los judeoconversos hasta el siglo XIX, y entonces apareció la división entre liberales y conservadores. Y así hasta hoy, en que Podemos ha querido continuar la tradición separando a “la gente” de “los de arriba”. Franco revivió los tiempos de la Inquisición con la persecución de “los rojos”.
            Este cainismo nos viene, por tanto, de finales de la Reconquista. Tan a fuego se ha marcado en nuestra estructura psíquica que no logramos reorganizar nuestra convivencia desterrando ese atavismo de separar al “nosotros” del “ellos”. Los partidos no han hecho otra cosa que disgregar este mecanismo de exclusión creando varios “nosotros”, pero la tendencia es la misma, la de polarizar las actitudes y reacciones amparándose en delirios compartidos como los del “Retablo de las maravillas”, impidiendo cualquier superación racional de los enfrentamientos.
            El PP y Podemos representan hoy esos núcleos cerrados, contagiados y aglutinados por ese “de ex illis es” que niega a los otros el derecho a existir. El PSOE, al que le ha fallado este mecanismo interno, anda ahora en terreno de nadie, exiliado de sí mismo y con el miedo a ser engullido por esa tendencia tan arraigada del “nosotros contra ellos” que permite sostener delirios y fantasías contra viento y marea. Unos y otros necesitan la escenificación simbólica de la pelea, la lucha, la batalla en la que desde el sofá se pueden vivir hazañas imaginarias y hechos heroicos. Pero los enemigos, por más que gesticulen los titiriteros del retablo nacional, no están en la realidad, sino en la cabeza del público que los anima. Y son imaginarios.
            El teatro de la vida es otro. Aquí hay un “nosotros” siempre cambiante, o muchos “nosotros” a los que nos vamos uniendo de acuerdo a la enorme complejidad de nuestras relaciones sociales. “Nosotros” que no necesitan tener en frente a ningún “ellos” con que pelear imaginariamente a muerte. Aunque la política se haya vuelto un detestable “retablo de las maravillas”, nadie nos obliga a decir que vemos lo que no vemos. Nadie nos obliga a repetir una y otra vez la autodestructiva guerra del “ex illis”.

miércoles, 16 de marzo de 2016

¿DE DÓNDE ERA CERVANTES?

(Foto: Ángela T. Galisteo)

La doctrina oficial dice que nació en Alcalá de Henares en 1547. La principal prueba es una partida de bautismo descubierta en 1752. Las dudas sobre la fiabilidad de este documento, sin embargo, no han cesado desde que se dio a conocer. La polémica se ha prolongado hasta hoy. Acabo de leer detenidamente un libro de Emilio Maganto, editado por la Universidad de Alcalá, que pretende zanjar definitivamente la discusión. No lo consigue, por más que trate a quienes no compartimos su fe de charlatanes “movidos por oscuros y mezquinos intereses”. Me incluye en un grupo imaginario, “el grupo sanabrés”, al que acusa de “obcecación, vanidosa petulancia y temeridad ridícula”. “Con enorme beligerancia y gran aparato propagandístico” dice que “vituperamos a las más altas personalidades académicas”. Escribe que Sanabria es “una comarca galaico-portuguesa”… Por supuesto, no ha leído mi libro (“Huellas judías y leonesas en el Quijote”) al que cita dos veces como publicado en 2013, cuando lo fue en 2014. Me recuerda a otro cervantino leonés (que tampoco ha leído mi libro) que asegura que yo defiendo que Cervantes nació en Carbajal de la Legua…
Aclaro mi posición: yo no digo que Cervantes nació en Alcalá o en Sanabria, sino que su familia “procedía” de las montañas de León. No podemos ir más allá. No hay prueba alguna de que naciera en el pueblo de Cervantes, pero tampoco de que la partida de Alcalá pertenezca a nuestro autor. Los reiterativos, prolijos y confusos argumentos de Maganto siguen sin confirmar lo principal: que en la partida alcalaína figure el nombre de “Miguel”. Defiende tres cosas contradictorias: que el nombre aparece abreviado, que se ha borrado y que se ha roto el papel donde estaba escrito. Reconoce que la abreviatura es “anma﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ue la abreviatura es "roto el papel por donde estaba el nombre. vantes.ómala”, contraria a los usos de la época, y que no figura en las otras 10 partidas del libro en que aparece el nombre de Miguel. La explicación del “Carbantes” en lugar de “Cervantes” es más peregrina: asegura que la “a” es una amalgama de “e” y “r”. Respecto al apellido Saavedra, que nunca llevó su padre Rodrigo, dice que Cervantes lo tomó del árabe “Shaiavedraa”, que significa manco o tullido… porque “era muy aficionado a cristianizar nombres árabes en sus obras”.
Yo lo único que defiendo es que no sabemos dónde nació Cervantes y que nunca lo sabremos, entre otras cosas, porque él lo quiso ocultar voluntariamente: “de cuyo nombre no quiero acordarme”. Y lo hizo para no revelar su origen judeo-leonés: “en las montañas de León tuvo principio mi linaje”. No hay mejor explicación.
Cuando le preguntan por su patria, Rinconete responde a Monipodio: “La patria no me parece de mucha importancia decirla, ni los padres tampoco”. Monipodio asiente: “Es provechoso documento callar la patria, encubrir los padres y mudar los propios nombres”. El licenciado Vidriera, cuando le preguntan de dónde era, “respondió que el nombre de su tierra se le había olvidado”. Como sabía leer y escribir le replican que no será “por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria”. “Sea por lo que fuere –respondió el muchacho-, que ni della ni del de mis padres sabrá ninguno”.

No reveló Cervantes su patria, pero dejó muchas pistas sobre su “lugar” de origen, que muestra conocer muy bien: lenguaje, fauna, flora, orografía, costumbres y modos de vida, etc. Todo lo que el mancheguismo oficial ha tratado de borrar e ignorar con obstinado empeño.

viernes, 4 de marzo de 2016

CLAVOS Y PECADOS (carta de un amigo)

(Foto: A. Galisteo)

Un amigo, Evelio Rivera, me envió esta carta a propósito de un cuento judío que publiqué aquí (ver más abajo) y que leyó en una pausa de su trabajo. Es un relato emocionante y lleno de sabiduría. Que este cuento judío lo conociera ya desde niño es una prueba de esa huella judía invisible que perdura aún en nuestra país.   

Buenas tardes, Santiago:

Es curioso que en medio de esta borrachera de números, me llegue un recuerdo que, como una marea fresca, tiene el poder de arrancar  las cifras del papel y llevárselas volando como gotas de betún. El cuento al que te refieres lo escuché en mi pueblo cuando era pequeño, pero los clavos se clavaban en la puerta cuando se cometían  pecados.  Podías arrancarlos después de confesarte; cuando conseguías el perdón, a pesar de ello, siempre quedaban las marcas, es decir, según entendía yo el cuento, Dios no te perdonaba completamente, quedaba un poso, un runrún en tu interior que se mantenía activo durante mucho tiempo, hasta que finalmente se apagaba el ímpetu de la zozobra que tal o cual cosa te había producido. Afortunadamente, yo era un niño bueno y no encontraba actos, palabras o pensamientos en los que pudiera reconocer un pecado, ni siquiera un pecadito,  cosa  que molestaba mucho al cura de mi pueblo, por lo que tenía que simular pecados, mentir descaradamente al cura en el confesionario, para que no se enfadara conmigo, así que me inventaba los pecados. No sabía yo entonces qué era un pecado, lo descubrí una luminosa mañana cuando abatí un pájaro que piaba sobre la rama del olmo que crecía imponente al costado de la carretera, cerca de mi casa. Como todos los niños de mi pueblo, me fabriqué un tirachinas, corté una pequeña rama de fresno y con un trozo de vidrio hice unas muescas en la madera para encajar las gomas, las cuales, supongo que las conseguí en un estercolero, tarea no exenta de riesgo porque había que rebuscar entre el estiércol de los animales, las latas oxidadas de las sardinas, los cristales de las botellas rotas que ya no servían para cambiarlas en la taberna, etc. Era muy de mañana, coloqué una piedra entre las gomas de mi tirachinas, las  estiré lo más que pude y apunté al pájaro. Jamás pensé que le acertaría, pero el caso es que cayó al suelo golpeado por la fuerza de la piedra. Asombrado me acerqué para ver cómo su pequeña lengua sobresalía levemente entre su pico abierto. Una ola de frío me erizó el pelo del cuello, el pájaro agonizaba, los estertores de su cuerpo, precursores de la muerte, me sobrecogieron, me sentí lleno de vileza. No consideré aquel acto como una proeza, muy al contrario, me sumió en una especie de letargo abarrotado de tristeza. Ese sí fue un gran pecado, nunca he olvidado aquel acto cruel. La brutalidad de un ser que usa su poder para aniquilar la inocente belleza de un pájaro cantado, llenando con hermosos trinos el silencio del claro azul, un azul casi zarco, hasta conseguir que el aire vibre y que violentamente yo golpeé cuando el canto de su última nota se enredaba acariciando las ramas del olmo.    

jueves, 18 de febrero de 2016

COMENTARIOS CERVANTINOS

(Foto: Ángela T.Galisteo)


(Iré publicando una serie de comentarios con motivo del IV Centenario de la muerte de Cervantes. Notas que no incluí en mi libro Huellas judías y leonesas en el Quijote. Redescubrir a Cervantes, además de nuevas investigaciones y reflexiones. Este es mi particular homenaje al Centenario)


La Mancha y la mancha

“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”. Esta frase inicial ha determinado gran parte de la interpretación que se ha hecho del Quijote. Vamos a analizarla.

-Lo primero que hemos de decir es que no sabemos si Cervantes escribió “la Mancha” o “la mancha”, ya que en su época no era preceptivo usar la mayúscula para los nombres propios. El impresor decidía. Así que Cervantes pudo referirse a la pequeña región geográfica de la Mancha, entonces poco conocida, o a la mancha judía, o sea, la mancha del pecado original que los judíos seguían teniendo por no haberse limpiado o purificado mediante el bautismo cristiano. Los judíos, por lo mismo, eran los manchados, y vivían permanentemente en pecado. Manchado era sinónimo de sucio y todo lo que conllevaba: maloliente, fétido, apestoso, marrano (término que en su momento explicaremos), alguien del que había que apartarse.

-Cervantes seguramente se refirió tanto a la Mancha geográfica como a la mancha judía. Una le sirvió para encubrir o disimular la otra, pero no hasta el punto de impedir que los lectores no entendieran su juego semántico y su intención.

-Basamos esta afirmación en varios hechos. El primero es la existencia de un romance publicado en el Romancero de 1600 y que Cervantes, lector ávido de romances, conoció con toda seguridad. Este romance, conocido como El amante apaleado, comienza así:

            Un lencero portugués
            recién venido a Castilla,
            más valiente que Roldán
            y más galán que Macías,
            en un lugar de la Mancha
            que no le saldrá en su vida,
            se enamoró muy de espacio
            de una bella casadilla.

Vemos aquí claramente usado el término “la mancha” en su doble sentido: el geográfico (en un lugar de) y el de identificación judía (que no le saldrá en su vida). Que el octosílabo se repita literalmente al inicio del Quijote evidentemente no puede ser una casualidad, así como su doble sentido. Lencero es tratante o vendedor de lienzos, profesión muy frecuente entre los judíos portugueses.

-Como ya expliqué en mi libro Huellas judías y leonesas en el Quijote, en La pícara Justina, otro libro que conoció Cervantes, se usa el término manchego como sinónimo de manchado. Se llama a Herodes manchego, los mismo que manchega es la pluma que se enreda en un pelo y le mancha el pliego en que escribe, e incluso la protagonista, que es de Mansilla de las Mulas, se llama a sí misma manchega. Por si fuera poco, el mismo Cervantes llama a don Quijote “furibundo león manchado”, sin que tenga explicación alguna este manchado, cuando lo más esperado sería que le llamara manchego.


Todo el libro, por tanto, aparece desde sus inicios envuelto en un juego de dobles sentidos que Cervantes no revela de modo explícito, pero que tampoco oculta hasta el punto de que no podamos descubrirlo.