MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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sábado, 30 de agosto de 2008

DESDE MONTÁNCHEZ



Estoy en Montánchez, un pueblo de Cáceres, donde coordino un Festival llamado “Encuentros en Montánchez. Diálogo de Culturas”. No hablaría de él si no fuera por lo singular de esta experiencia, de la que podría contar y escribir mil historias. Hoy sólo voy a referirme rápidamente a una (en este Festival hay actividades desde las doce de la mañana a las dos de la madrugada, y no tengo un minuto desocupado) por su capacidad de sugerencia y estímulo imaginativo.

El día de la inauguración, el pasado 27, elevamos sobre las almenas de un imponente castillo un luna gigante, que lentamente, en medio de la noche, y con una música especialmente compuesta para el momento por el artista Alwin van der Linder, fue apareciendo entre las altivas piedras milenarias, hasta quedar suspendida en el cielo. El aire la balanceaba y parecía danzar sobre el fondo estrellado. Fue algo inolvidable para todo el pueblo de Montánchez que abarrotaba el castillo. Se trataba, desde el punto de vista simbólico, de jugar con “el reto de la imposibilidad”. Pedir la luna es un imposible, posible: allí estaba. Una luna llena que confundía a cualquier visitante y que podía ser percibida desde más de treinta pueblos a la redonda. Por un lado, la luna en cuarto menguante; por otro, una hermosa y brillante luna llena coronando las torres de un castillo. Lo más extraordinario es que, por un fallo de construcción de la gran esfera (venida desde China, hay que decirlo), a eso de las tres de la mañana, y ante la vista de los más transnochadores, la luna acabó elevándose y perdiéndose en el infinito, libre, aventurera. ¿A dónde se ha ido?
Pues no ha querido abandonar Montánchez del todo, y ya hay quien la ha visto merodeando por la sierra, dispuesta a regresar. Nuestro próximo espectáculo, para la inauguración de los próximos Encuentros (finales de agosto del 2009) ya tiene nombre: EL RETORNO DE LA LUNA. No os lo perdáis.

sábado, 23 de agosto de 2008

MUNDO TRANSGÉNICO (II)

(Foto: PortfolioNatural)
He aquí trece razones para decir no a los transgénicos:

1) Porque su cultivo incrementa el uso de pesticidas y herbicidas que matan, no sólo a animales e insectos beneficiosos (polinización, control natural las plagas), sino a los microorganismos del suelo, indispensables para la fertilidad del terreno, contaminando con toxinas, además, el agua subterránea.
2) Porque los genes transgénicos transfieren resistencia a antibióticos como la neomicina, la kanamicina y la ampicilina, usados para combatir organimos patógenos causantes de enfermedades, inutilizando su aplicación.
3) Porque provocan la aparición de nuevas alergias (la mayoría de los alimentos transgénicos contienen genes de virus, bacterias, mariposas e incluso escorpiones).
4) Porque es imposible evitar la extensión y contaminación genética a los cultivos no transgénicos, haciendo imposible la agricultura biológica.
5) Porque sus efectos genéticos sobre el hombre son impredecibles e imposibles de determinar (un gen modificado no sólo actúa sobre una proteína, sino que transmite información múltiple e interactúa con otros genes).
6) Porque sus derivados son imposibles de controlar y detectar al mezclarse con otras sustancias.
7) Porque provocan la aparición de nuevos virus y plagas resistentes a los insecticidas empleados (insectos de segunda generación), obligando al empleo de pesticidas más potentes.
8) Porque reducen la diversidad biológica, acabando con una amplia variedad de especies animales y vegetales adaptadas a los distintos climas, terrenos y culturas. (La biodiversidad y la diversidad cultural es la única verdadera riqueza autóctona que tiene nuestro país).
9) Porque rompe artificial y violentamente el equilibrio de los ecosistemas, la evolución y las deferencias genéticas intra e interespecíficas, y las múltiples interacciones que han fundamentado la vida del planeta desde hace, al menos, 600 millones de años.
10) Porque la Tierra es un ser vivo basado en el equilibrio dinámico entre energía y materia, y no se puede romper artificialmente este equilibrio global sin provocar resultados catastróficos.
11) Porque la agricultura transgénica está promovida por multinacionales agresivas y depredadoras que tratan de controlar la producción mundial de alimentos.
12) Porque la defensa de los transgénicos utiliza argumentos plagados de mentiras, como que aumenta la productividad del terreno (falso, se ha demostrado lo contrario), o como que ayuda a reducir el hambre en el mundo, promoviendo en la práctica todo lo contrario, haciendo aún más dependientes y vulnerables a los países, y empobreciendo la dieta al disminuir la diversidad agrícola.
13) Porque acaban con formas de alimentación, de vida y de agricultura que constituyen nuestro mayor patrimonio, fuente de belleza y de cultura, de riqueza, de ocio y contacto con la naturaleza y la vida natural y salvaje, sin lo que el hombre vivirá una vida enteramente artificial y clónica.

P.D. El gobierno de Aznar fue el promotor de los transgénicos en nuestro país, y el gobierno de Zapatero ha mantenido una política continuista y opaca totalmente inaceptable. En el 2007 ya había en nuestro país más de 75.000 hectáreas de cultivos transgénicos. La salida de Narbona del Ministerio de Medio Ambiente fue una mala noticia. La presencia de la ministra Garmendia acentúa mi pesimismo. Atender al campo, promover una verdadera agricultura biológica, sostenible, diversa y de calidad, es la mejor política social posible a corto y largo plazo. No entender esto es seguir con el modelo de desarrollismo destructivo metido en la cabeza. En la cabezota, vamos.

martes, 19 de agosto de 2008

MUNDO TRANSGÉNICO (I)

(Foto: S. Trancón. Trigo no transgénico)
¿En qué mundo vivimos?
Todos necesitamos hacernos una idea global del mundo. Cuando decimos mundo, nos referimos a la sociedad y el entorno físico, o sea, a nuestro planeta, hoy totalmente modificado y dependiente del hombre.

Desde que descubrí hace poco un campo de trigo enano mesetario, verdadera pesadilla postnuclear, me obsesiona la idea de que vivimos en un mundo transgénico y muy pronto, además, clónico. He leído algo para confirmar mi sospecha y he comprobado que la realidad es todavía más negra de lo que pudiera yo imaginar. Escribo transgénico en sentido metafórico, pero también literal.

Como este discurso se presta a malentendidos, digo antes de nada que la ciencia en general, y la genética en particular, son avances indiscutibles del pensamiento racional y que podrían ser utilizados para mejorar el mundo, para avanzar en bienestar y conciencia, pero que hoy están en manos de verdaderos criminales, grupos y organizaciones con un poder mundial que sobrepasa a cuantos ejemplos de monstruosidad ha habido a lo largo de la historia, todos ellos dentro de la especie humana, doblemente sapiens. Pero dejemos esto para otro día.

Un transgénico es un ser vivo artificial, o sea, que antes no existía y ha aparecido sobre la Tierra gracias a una intervención humana. La operación quirúrgica ha consistido en meter mano allí donde se forma y conforma un ser vivo, o sea, en su ADN, o sea, en el centro de una célula reproductora (los cromosomas). Se cambia un trocito de la cadena de elementos de un cromosoma (un gen) por otro trocito de la cadena de otro ser y ¡hala!, ya tenemos un organismo genéticamente modificado que se va a replicar con una característica nueva, tomada de otro ser vivo. Se puede meter así dentro de cualquier animal o vegetal, material genético extraído de cualquier otro animal (incluido el humano), planta, bacteria, virus, etc. Como hay cientos de miles de genes y millones de especies distintas, el jueguecito de cambiar cromos es infinito. Como la vida, por naturaleza, se expande, esos nuevos seres trasladan su material genético modificado a su alrededor de modo imparable, así que, al cabo de pocos años, los transgénicos habrán colonizado el mundo. Se inventarán entonces otros organismos genéticamente modificados para acabar con las invasiones no previstas, y etc. Esto no es un vaticinio: ya está ocurriendo.

La soja y el maíz son las plantas transgénicas más conocidas, y ya ocupan millones de hectáreas en el mundo. Todos estamos comiendo ya quilos de sustancias transgénicas. Derivados de la soja y el maíz se emplean en el 60% de los alimentos cotidianos (harina, aceite, lecitina, mono y digliceridos, ácidos grasos, almidón, glucosa, jarabe de glucosa, fructosa, caramelo, sorbitol, etc.). Millones de animales son alimentados con productos transgénicos y sus derivados. El proceso es ya irreversible e impredecible.

Lo peor de todo esto es que, además, no podemos evitarlo, porque ni el etiquetado de los alimentos nos lo advierte, ni hay control ni normativa que se cumpla ni modo de aplicarla. En esto, para colmo, en España vamos a la cabeza del desastre: somos el único país de Europa que permite el cultivo masivo de soja y maíz transgénicos. Hasta se permiten campos experimentales de otros transgénicos (de trigo, por ejemplo). Recientemente no se ha podido ni llegar a un acuerdo para delimitar los campos de cultivo transgénico. Echa la culpa la Ministra a los grupos ecologistas. Sencillamente, este gobierno, como los anteriores de Aznar, con los que empezó la permisividad, no quiere. No se quiere tocar a las grandes empresas multinacionales que viven de este negocio repugnante. Unos datos: La Empresa Multinacional Monsanto (¡vaya nombrecito!) tiene el 80% del mercado de las plantas transgénicas, seguida por Aventis con el 7%, Syngenta (antes Novartis) con el 5%, BASF con el 5% y DuPont con el 3%. Estas empresas también producen el 60% de los plaguicidas y el 23% de las semillas comerciales (además de estar presentes en la industria farmacéutica).

Expliquemos esta siniestra asociación entre transgénicos, semilas, insecticidas y herbicidas ( y fármacos, hemos de añadir). Los transgénicos inventados, lo han sido para poder arrojar sobre ellos toneladas de pesticidas industriales y que no se mueran, pero que maten a cualquier otra planta e insecto viviente. Se aumenta así, claro, la producción del monocultivo transgénico, convirtiendo los terrenos en fábricas, en industrias. El negocio es redondo, cósmico: te vengo las semillas que yo sólo poseo y luego los plaguicidas. Si es necesario, te envío una plaga rara de vez en cuando, para que te convenzas. Luego, te vendo también las máquinas-tanques todo terreno, para que puedas recoger la cosecha sin ningún problema. ¿Y el agua? Pues que la ponga el Estado, que construya pantanos, canales, desvíe ríos o haga rogativas. De momento, sólo el agua embotellada en un gran negocio. Cuando sea necesario, os venderemos agua transquímica o plantas resistentes a la sequía (ya las tenemos)…Y apareceremos como lo que somos, los salvadores del mundo.

viernes, 15 de agosto de 2008

FOTO FIJA

(Foto: S. Trancón)

Me obsesionan sus ojos, negros, brillantes, y los labios finos, su sonrisa permanente mostrándome unos dientes muy blancos. No la conozco, no he hablado jamás con ella, pero ella está en mí, con su rostro inmovilizado, mirándome. ¿Qué es lo que la ha fijado a mi retina, a mis párpados, aun abiertos? Otras veces se me borran los rostros que veo al poco tiempo, y no puedo hacer nada para evitar que se desvanezcan en una bruma incolora. De hecho, nuestro sistema nervioso se protege borrando casi de inmediato todas las huellas que el mundo deja de nuestro contacto con él. ¿Por qué no has olvidado la cara de esta mujer, que viste un instante, al cruzar a tu lado en medio de la multitud?
No es bella, así que no es la activación automática que cualquier rostro hermoso produce en mi cerebro, despertando no sé qué recóndita zona instintiva, lo que justifica esta fijación. Podría ser una lesión neuronal, oigo que una voz susurra en mi oído izquierdo… De pronto, el miedo a que algo invisible e incontrolado ocurra allá adentro, me agarrota el pecho, me ahoga… Es tan fácil que algunas neuronas degeneren, que algo empiece a dejar de funcionar… El cerebro, ¡oh paradoja!, es un órgano insensible y silencioso, aunque esté lleno de ruidos. ¿De dónde ha surgido esa voz, esa voz intrusa y amenazante? ¡Horror! Compruebo que es ella, precisamente ella, la que me advierte del peligro moviendo sus labios como en una película muda…
Podía haberse disipado como tantos otros rostros, como los millones de ojos y labios y sonrisas que he contemplado y visto a lo largo de mi vida, cada día, desde que nací. Vistos y no vistos, olvidados para siempre jamás. Pero esta vez no podía arrojarla de mi pupila, de mi nervio óptico, de mi masa encefálica, y su imagen se convirtió en alarma, en alerta de salvación.
En efecto, el cirujano ha reconocido mi buena suerte, pues este tipo de tumores crece con la rapidez del rayo. Lo malo es que ahora, ni el más bello rostro llama mi atención.

martes, 12 de agosto de 2008

MÁS PENSAMIENTOS

(Foto: S.Trancón)


Este bloc (con “c”, no con “g”, que en esto coincido con los catalanes, que también lo escriben también así) se sustenta en la idea de que pensar es hacer, actuar, construir, realizar acciones, no sólo un asunto que ocurre dentro de la cabeza de cada cual. Y al contrario, que todo hacer implica un pensar: previo, simultáneo y posterior a la acción. Así que pensar (y más aún pensar en público o publicar lo pensado) no es un asunto privado (aunque sí individual): primero, porque dentro de nuestra mente están siempre los otros (con sus voces, normas y lenguaje) y, segundo, porque nuestros pensamientos son como los ríos manriqueños, que siempre van a dar a la mar de todos, donde mueren, y de cuyas aguas todos vivimos y morimos, nos nutrimos y envenenamos. (También el pensar es un hacer bioenergético, porque toda palabra está ligada a una acción corporal, en su origen y en su enunciación, asunto sobre el que ya he escrito algunas reflexiones).

Como toda obra literaria escrita, desde Cervantes, ha de ser consciente de sí misma, también lo debe ser este deslizar y proponer pensamientos a través de una pantalla anónima, capaz de llegar a Sierra Leona o a los Emiratos Árabes en un segundo. Así que aquí van unas cuantas ideas que pueden aclarar este propósito sostenido de hacer pensar a los demás, que no es sino un modo de hacerme pensar a mi mismo.

(Uso la segunda persona de singular para distanciarme de mí mismo y facilitar, al mismo tiempo, la comunicación contigo, invisible -¿hay alguien ahí?- e interesado lector).

No busques que los demás piensen como tú, sino que piensen.
No pretendas que los demás hagan lo que tú haces, sino que hagan lo que ellos de verdad quieren hacer.
No intentes que los demás sientan lo que tú sientes, sino que sientan lo que ellos sienten.
No anheles ser más y mejor que nadie, sino más y mejor que lo que en cada momento eres.
Más difícil que cambiar el mundo o a los demás es cambiar uno mismo.
Todos somos prescindibles, pero lo que uno hace o puede hacer, no puede ser hecho por nadie.
Nadie puede ser sustituido por nadie, y nadie, por tanto, puede ser responsable de tus actos, sino tú.
Haz aquello que tienes que hacer, porque si tú no lo haces, se quedará sin hacer por toda la eternidad.
Competir es estúpido, rivalizar asunto necio, lo único que importa es que tú hagas todo lo que puedas llegar a hacer.
El único ejemplo que puedes dar es el de intentar llegar al máximo de tus posibilidades, no ser modelo de nada ni de nadie.
Lo único que uno puede transmitir es entusiasmo, energía, determinación, propósito, intento. Lo demás depende de cada cual.
Así que responsabilízate de ti mismo y de tu vida, y no te sientas tan importante como para imponer o dictar a nadie lo que tiene que hacer, pensar o sentir.

¿Y las palabras, los pensamientos? Anónimos, van al mar, al viento, a las estrellas, al infinito, donde siempre mueren.

sábado, 9 de agosto de 2008

UNAS PALABRAS DE GAO XINGJIAN

(Foto: PortfolioNatural)

Dos días después de haber reflexionado y escrito sobre los múltiples rostros, voces y personajes del yo, leyendo la excelente novela La Montaña del Alma, de Gao Xingjian, me encuentro con estas palabras:

Echado en la cama, miras al cielo. La sombra de la lámpara transforma también el blanco techo. Si concentras tu atención en tu yo, te das cuenta de que se aleja paulatinamente de la imagen que te es familiar, que se multiplica y reviste rostros que te asombran. Es por ello por lo que me sentiría presa de un terror irreprimible si tuviera que expresar la naturaleza esencial de mi yo. No sé cuál de mis múltiples rostros me representa mejor y, cuanto más los observo, más evidentes me parecen sus transformaciones. Finalmente, sólo queda la sorpresa.

Y un poco más adelante: El problema radica en la toma de conciencia interior de mi yo, ese monstruo que me atormenta sin cesar. (…) El yo es de hecho la fuente de la desdicha de la humanidad.
Y concluye con una cita de Buda: Todas las imágenes son mentiras, la ausencia de imagen también lo es.

Sucede con frecuencia que, cuando uno anda pensando en algo con concentración e intensidad, encuentra ecos, confirmaciones, reduplicaciones inesperadas a su alrededor. Poco después de haber escrito, por ejemplo, aquello de que yo no viajaba para hacer turismo, sino para ver cosas como un gato asomado a una ventana, salí a la terraza y miré a las casas de enfrente. Alzando la cabeza, un gato negro me observaba fijamente desde una ventana. Esto le anima a uno, aunque no sean más que coincidencias. Es preferible pensar y sentir que hay conexiones secretas entre nosotros y el mundo, que uno no está del todo aislado en su yo.

Si uno entra en determinada onda vibratoria, en determinada emanación o filamento de energía, parece natural que armonice con los hechos energéticos y con los seres que viajan dentro o emergen de ese campo vibratorio. Todo depende de nuestra capacidad de atención y abandono.

miércoles, 6 de agosto de 2008

VOCES, AYES, RUIDOS

(Foto: S.Trancón)


¿Qué es lo que oigo? Voces, ayes, ruidos…
Si me encuentran con ella estoy perdido.

Así soliloquia en un aparte don Mendo, embozado y espada en mano, al ser descubierto en la alcoba de su amada por su legítimo, don Pero. Don Mendo es un personaje teatral magnífico, porque todo él es disparate, contradicción, ofendida dignidad, acoso y requiebros, enredo y desatino. Lo recuerdo y traigo a cuento ahora para hablar de lo que somos, de lo que la mayoría somos: un conjunto descontrolado y absurdo de voces, ayes, yoes, ruidos. Somos cientos de personajes. Esa idea de un yo unificado, coherente, consecuente, sólido y continuo, que se encarna en un nombre propio, no es más que fantasía. Yo saco de ello algunas consecuencias.

Me digo, por ejemplo: deja, permite ser (un poco) a todos los personajes que eres. Déjales hablar con su voz, exponer sus puntos de vista, sus pretensiones. Déjalos ser de vez en cuando a todos, sin exclusión ni preferencias. Como son muchos, distintos, contradictorios y hasta opuestos, no permitas a ninguno tomar el mando, que se crea el jefe y dé ordenes a los demás. Todos tienen derecho a existir y a hablar, así que habrá que impedir a cualquiera de esas voces, de esos yoes y personajes, que acapare todo el tiempo y la atención para sí. Todo yo es por naturaleza totalitario, aspira a ocupar la totalidad del espacio psíquico y mental. En cuanto lo pones en su sitio, deja de ser un tirano para convertirse en un colaborador. Ahí está el truco.

Ninguna de esas voces, quejas, personajes, eres tú; pero todos y cada uno de ellos son tú, al mismo tiempo. ¿Que no sabes a qué me refiero? Vaya una pequeña lista, que puedes ampliar casi hasta el infinito: deja hablar y gesticular al controlador, el egoísta, el soñador, el atrevido, el tímido, el simpático, el pesimista, el optimista, el loco, el melancólico, el ansioso, el paranoico, el vago, el obsesivo, el desconfiado, el alegre, el idiota, el débil, el fuerte, el huraño, el generoso, el afable, el elegante, el torpe, el equilibrado, el místico, el lascivo, el tolerante, el sensato, el impasible… Déjalos actuar, obsérvalos, no te identifiques con ellos, no les des nunca toda la razón a ninguno. No le entregues el control y el mando nunca a ninguno. Comprenderás que todos son iguales y lo mismo, siendo todos distintos. Si son iguales, todos tienen la misma importancia, o sea, ninguna. Y ríete; verás que cada uno presenta su lado cómico. A solas, puedes llegar a soltar incontenibles carcajadas.

Tomarás conciencia así de ese otro yo, esa mirada, esa otra voz que las abarca a todas sin dejarse atrapar por ninguna de ellas, que sabe situarse por encima y por debajo, antes y después. Tomarás conciencia, aceptarás, te aceptarás con todas tus excentricidades, tus debilidades y fuerzas, tus miserias y recursos, tu claridad y tu ofuscación. Y, sobre todo, aprenderás a no pelear contigo mismo, contra esas voces y personajes, porque comprenderás que la batalla más inútil y estúpida es ésa, la que lucha por no ser quien eres, por creerte importante, por sentirte uno, único y continuo y, en consecuencia, poner todo tu intento y energía en mantener una sola voz y ser un único personaje. En ser inmortal, en definitiva, cuando en realidad no eres más que un don Mendo, un cerebro lleno de ruidos, voces, ayes. Un ser perdido, metido en los enredos de la vida, que lo único que puede aspirar es a controlar su propio desatino. A no tomarse tan en serio, y aprender a gozar y a reírse de sus cómicas ofensas y sus disparatadas venganzas.

lunes, 4 de agosto de 2008

¿HACER TURISMO?

(Fot: S. Trancón)



Es verano, y la gente dice que se “va de vacaciones” o a “hacer turismo”. Antes se decía “veranear” o “ir de veraneo”. Se iba a la playa, a la montaña o a viajar. Lo de “hacer turismo” es uno de los muchos extranjerismos o barbarismos que se han instalado en nuestra lengua bajo capa de modernidad, que empiezan como una mezcla de esnobismo y “darse postín” (importancia), y acaban más o menos generalizándose. Mi sentido de la lengua, sin embargo, se resiste a todos estos atropellos semánticos.

El verbo “hacer” en español no ha perdido su raíz corporal, física, cercana a “fabricar”, “manipular”, realizar o construir algo con el cuerpo y las manos. Por eso no acepta de forma natural los complementos directos abstractos. En español no hay manera de entender literalmente eso de “hacer turismo”. Lo mismo que “hacer el amor”. En español no se pueden hacer cosas abstractas, acciones que no tengan alguna referencia, directa o indirecta, a gestos, movimientos o hechos físicos. Estas expresiones funcionan a fuerza de repetirse y semantizarse, pero acaban contaminando el sentido básico del verbo hacer. Cuando yo me rebelo contra estos calcos semánticos lo hago no sólo por capricho o conservadurismo, sino porque introducen elementos contaminantes y desestructuradores de los usos más comunes y precisos de la lengua. Y porque no son necesarios.

Pero más allá de esta reflexión lingüística, lo que yo quería era defender la idea del viaje y el veraneo. Me gusta viajar y veranear, mezclando ambas cosas. Si pudiera, no haría otra cosa en mi vida. Todo menos hacer turismo. Viajero, caminante, paseante, peregrino, visitante. Incluso navegante o explorador. Todo menos turista. El turista planifica el viaje, se informa previamente, compra guías, abre páginas y páginas de internet… En cuanto llega a un sitio sabe muy bien todo lo que tiene que ver, lo que no se puede perder, lo que tiene que fotografiar… Todo para poder luego decir que ha estado allí, allá y acullá, para contarlo y exhibirse ante los amigos, familiares, en el trabajo, en el bar... Y si otro habla de tal o tal lugar enseguida poder decir que él también ha estado allí. Pura pedantería, darse importancia, destacar… Se viaja ante todo y sobre todo para eso. O para darse un baño de cultura y sentirse muy culto, o sea, importante. O sea, lo mismo. Incluso, algunos, para saber, para conocer mundo. Todo esto es sencillamente ridículo, porque uno puede conocer y hablar hoy de cualquier rincón del mundo con leer una guía turística, abrir google o enchufar la tele.

Bueno, pues eso, que a mí me gusta viajar sin plan alguno, sin leer ni saber nada previamente del lugar, sin seguir ninguna ruta, sin obligación alguna de dar luego cuenta de lo que he visto y oído. No tengo necesidad alguna de enfatizar ni exagerar artificialmente nada para justificar mi viaje. Me dejo guiar por vagos impulsos, por sensaciones difusas, casi siempre con la tendencia a apartarme de los caminos más transitados. Porque yo no viajo para conocer lugares, ni para hablar de monumentos, platos típicos, museos, restos históricos. No viajo ni veraneo para acumular datos. Ni para acumular recuerdos. No para aturdirme. No me importa olvidar nombres, lugares, rutas, dejar de visitar lo que nadie se puede perder. Me gusta, incluso, perderlo, perdérmelo.

Porque lo que busco, en realidad, es perderme, olvidarme de mí mismo y de todas las obligaciones sociales y culturales que nos ordenan y dictan a cada momento, en todo tiempo y lugar, lo que debemos hacer, pensar y sentir. Perdérmelo, y perderme, para encontrarme. Para encontrar cosas insólitas o inusitadas, que no son siempre las más llamativas, sino aquellas que tu ojo descubre por primera vez. Puede ser un gato asomando en una ventana, o un reflejo, un color, un olor, un sabor, una sombra, una mirada, una expresión, un gesto, una piedra tallada, un signo, una figura, un balcón, un patio, una bebida, una tapa… Todas las huellas que el hombre construye y deja de su paso por los lugares que habita.

Trato de imaginar y ver y sentir lo que movió a alguien o a un pueblo a hacer o construir tal casa, palacio, iglesia, fuente, crucero. Qué manos y qué cuerpo y qué sentir y pensar fabricó tal o cual imagen, instrumento, herramienta, mueble… Y la naturaleza, la tierra, la vida que todavía respira en el entorno o la que ya se fue para siempre: pájaros, insectos, flores, cultivos… Y la luz. Y el abandono. Y la ruina. Y la soledad. Y el silencio. Y el miedo. Y la desesperación. Y el sudor, y la miseria, y la sangre. Porque allá donde vayas podrás ver también el dolor y la fortaleza del hombre que lucha, que se resiste a la destrucción y la muerte. Y a la fealdad. La resistencia a la fealdad, al desorden, a la estupidez, a la pérdida de la dimensión humana de la vida. Y también el gozo de vivir, de divertirse, de evadirse, de crear. Y con ello asombrarse, dejarse llevar. Dar rienda suelta al sentir. Se quedarán entonces dentro de ti, y para siempre, instantes memorables, imágenes, señales inefables, la presencia de lo que vive sin más, sin prisas.

Concha Labarta, una amiga que ya se fue, me contó que Carlos Castaneda viajó una vez a Madrid y se acercó hasta el Museo del Prado. Entró, empezó a recorrer unas cuantas salas y a los cinco minutos ya estaba afuera. Hasta hace poco no había entendido este “no hacer” de Castaneda, que siempre sorprendía con lo que menos se esperaba de él. ¿Qué sentido tiene aturdirse viendo miles de cuadros colgados de las paredes, conservados como momias? ¿Qué energía, qué impulso recibes de ese atracón, en medio de una multitud sonámbula?

Viajar para ver y sentir, para vivir; no para contar, ni siquiera para recordar.
Veranear para serenarse, para contemplar, para pensar, para observar, para descubrir, para callarse, para no hablar demasiado.
Viajar y veranear sin expectativas, pero atentos a todo lo que de verdad nos conmueve: lo inesperado, lo nunca visto ni oído ni sentido. Y esto está siempre ahí, por todas partes, donde menos esperamos. En lo más pequeño y en lo inmenso. En los otros y dentro de uno mismo.

(Si no cambias tu ojo, tu atención, tu actitud, da igual que viajes a donde viajes. Siempre verás y sentirás lo mismo).