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jueves, 30 de enero de 2020

LA GALA DE OS HORRORES

(Foto: Fernando Redondo)

No vi ni oí la Gala de los Goya, así que lo que escriba será juicio gratuito e insostenible. Confesar el crimen antes de cometerlo es maniobra exculpatoria de fácil desenmascaramiento, así que me adelanto. Atribuyan todo a mi deterioro, si no mental, digamos neurótico, neuropático o neuropolítico. Porque al final todas las aguas críticas desembocan en la charca de la política.

Empiezo por eso a lo que llaman "estatuilla", que es más bien pesadilla, no sólo por lo pesada, sino por lo horrorosa. Pasan los años y ni se les ocurre aligerarla, darle algo de gracia para que pueda alzarse en una mano como trofeo y no exija las dos para acunarlo como enano petrificado, todo cabeza. Lo siento por Goya, al que veo sufrir hasta en las arrugas de la frente. ¿A quién se le ocurrió semejante bodrio? Relacionar el cine, no ya con la pintura, sino con un pintor, al que se le cercena la testa, es tan forzado como hacerlo con un torero o un pianista.

Tan pobre imaginación es síntoma de la zafia concepción que los propios actores y cineastas tienen de sí mismos y de su arte. No se puede entender de otro modo que acepten esa humillación pública que cada año se supera en horterez y pretenciosidad. Este año no ha sido menos, por más que hayan hecho alarde de baratijas visuales (hablo por lo que he ojeado en las medios y las medias, que nunca enteras). Que todo sea una imitación paleta de los Óscar, que tampoco son modelo de nada, ya indica lo que señala. Y todo para acabar viéndole el culo a Buenafuente y su señora, o viceversa.

Lo de los trajes de pingüino y la exhibición de kilómetros de tela de ellas, las feministas de la alfombra roja, tan parecidas a nuestras tatarabuelas en los salones reales, es de una estética más bien cutre, por más brillos y sonrisas de muñeca cursi que se cuelguen de los labios. Todo tan impostado, vano y vacuo, tan poco femenino, por más poses seductoras que hayan ensayado colocando la barbilla en el hombro desnudo, imitando a las de Hollywood, que resulta un enigma cómo ellos y ellas lo hacen compatible con una furibunda negación de la feminidad heteropatriarcal. 

Vienen luego las declaraciones de los unos y las unas, de una agudeza deslumbrante. Esta vez ha destacado un tal Casanova, que fue vestido de arcángel y le pidió al presidente Sánchez "más dinero para hacer nuestras películas", y en eso estuvo muy acertado, porque son suyas y no mías. (Y si son suyas, y tan suyas, ¿por qué hemos de pagarlas nosotros, que ni nos apetece ir a verlas?)

Pero fue la más feminista de las actrices feministas, una tal Dolera, quien dijo lo que había que decir, que se necesita "más cultura antifascista en España". La cultura toda ella subsumida y absorbida por el antifascismo, que es un todo, ya se sabe, que sirve para definir cuanto hacemos, pensamos y sentimos, porque o se es fascista o antifascista, y no se hable más. Así que ¡viva el antifascismo subvencionado!

Pedro Almodóvar, justamente premiado, intentó ser un poco más sutil, pero vino a decir lo mismo y peor: "aunque me da vergüenza pedir dinero al Estado lo cierto es que el cine español lo necesita" porque "incluso el malo, es memoria histórica de España". Si hasta el cine malo es memoria histórica, subvencionémoslo todo, ¿no? También el cine fascista. Lo que no explicó es por qué el cine, y no los escritores, los albañiles, los sacristanes, los recolectores de aceituna o los pescadores, por qué no deberían también ellos recibir dinero del Estado para realizar sus tareas antifascistas. ¿O acaso no están impidiendo con su trabajo abnegado y no subvencionado, la llegada del fascismo?

Pero la perla de Tous fue la referida al Presidente empajaritado: “En los próximos cuatro años va a ser el coautor del guión de nosotros, los ciudadanos españoles, y espero que le vaya muy bien, porque si a él le va muy bien, nos irá bien a todos los demás». Le concedió Almodóvar un cuatrienio de película, coescribiendo con Redondo el guión de nuestras vidas, lo que es, más que atrevido vaticinio, un deseo canallesco, pues que le vaya a él mal es condición necesaria para que a nosotros nos vaya un poco mejor. Lo contrario es un imposible telúrico, cosmológico; pero quién sabe, estamos ya en plena emergencia climática.

jueves, 11 de octubre de 2012

DIÁLOGOS SOCRÁTICOS (2)

ESTA ENTRADA FUE PUBLICADA HACE CASI TRES AÑOS EN MI BLOC. ME HA LLEGADO AHORA UN MENSAJE DE GOOGLE DICIENDO QUE HA SIDO DENUNCIADA POR IR CONTRA LOS DERECHOS DE AUTOR DE NO SE SABE QUIÉN NI POR QUÉ. ES, COMO TODO LO QUE AQUÍ ESCRIBO, UNA CREACIÓN PERSONAL Y ORIGINAL. ESTO DE DENUNCIAR A ALGUIEN ANÓNIMAMENTE Y SIN SABER DE QUÉ SE LE ACUSA NI POR QUÉ ES UN PROCEDIMIENTO INQUISITORIAL QUE NO PODÍA IMAGINAR FUNCIONARA EN GOOGLE. COMO ME DICE UN AMIGO, A LO MEJOR HA SIDO PLATÓN QUIÉN LO HA DENUNCIADO.
ME PIDEN QUE MANDE UN IMPRESO FIRMADO ARGUMENTANDO MI DEFENSA O QUE LO RETIRE DEL BLOC. ¡TOMA YA!

-¿Y tú, quién eres?
-Yo soy una tautología.
-Explícate.
-No puedo.
-Inténtalo.
-Lo intentaré. Pues... soy un ser vivo que vive sin saber lo que es vivir.
-Dices que no sabes qué es vivir, pero sabes que estás vivo. No te entiendo.
-Yo tampoco.
-¿Qué es lo que no entiendes?
-Cómo se puede vivir y no tener ni idea de lo que es vivir.
-Te refieres a la vida en sí, la biológica, porque este bisílabo abarca mucho.
-Sí, demasiado. A esas palabras tan grandes había que cortarles un poco los humos.
-Las alas, los vuelos, querrás decir.
-Sí, eso.
-Pues hazlo. A lo mejor así te aclaras un poco.
-Pues venga tijera: no comprendo la respiración.
-Coges aire y lo expulsas. Inhalas y exhalas: eso es todo.
-Eso no es explicar. Eso es una tautología. ¿Ves? Ahí quería yo llegar. En cuanto tratamos de comprender caemos en la tautología. Así no hay forma de entender nada.
-Podemos intentarlo.
-Intentar, intentar... Nos pasamos la vida intentando para nada.
-Te veo muy pesimista. Yo no creo que sea tan difícil definir la respiración. Tomas aire, lo llevas a los pulmones y lo arrojas por donde ha entrado.
-Eso no es definir, sino describir, echar mano de palabras huecas para explicar un hecho inexplicable. Porque empecemos por el aire, ¿qué es? Algo que no se ve. Me dirás que el humo se ve, pero está claro que el humo no es el aire, y si no, intenta respirar humo: te asfixias.
-No se ve pero se siente. Si te soplo ahora en un ojo lo cierras, ¿no?
-Sí, lo siento, pero el sentir es todavía más inexplicable que el respirar, así que no nos vayamos a la estratosfera. Sigamos en la atmósfera. Digo que vivimos porque respiramos, pero que no sabemos lo que respiramos.
-Oxígeno, eso está demostrado.
-Bueno, supongamos que la vida, reducida a respiración, sea tomar oxígeno de por ahí, llevarlo a los alvéolos y echarlo luego hacia la atmósfera un poco más sucio. ¿Pero sabes tú acaso qué es el oxígeno? No te pregunto ya de dónde ha salido ni por qué él, y no el azufre, por ejemplo, es la base de la vida. Yo te pregunto si entiendes qué es eso de un átomo de oxígeno.
-Eso está ya perfectamente estudiado por los atomistas. Hay electrones, y protones, y neutrones, y luego quarks: ahí se acaba todo.
-Y neutrinos y antimateria y materia oscura y energía oscura y millones de partículas sin identificar. Pero dejemos esto y vayamos a la partícula última, la mínima, sea como sea y haya las que haya. ¿De qué está compuesta? ¿Qué es en realidad?
-Eso todavía no se sabe, pero sabemos todo lo demás.
-No, no se sabe, sólo se verbaliza engarzando tautologías.
-¿Y tú lo sabes?
-Sí. Al final de todo no hay nada, la nada más absoluta que te puedas imaginar. Esto es impepinable, y no puede ser de otro modo, salvo que nuestra mente no sea más que un disparate. Sólo la nada más radical puede sostener el todo, porque si hubiera algo, ese algo tendría que ser explicado a su vez por otra cosa, y así hasta el infinito, lo que es un absurdo y un imposible. Esto tiene que ser categórica y necesariamente así, lo que pasa es que es esto justamente lo que no podremos, ni ahora ni nunca, comprender. Así que ya ves, después de un rodeo, hemos vuelto al principio, la tautología.
-Casi me convences.
-A mí me convenció antes Chuang Tse. Mira lo que escribió hace casi tres mil años: Lo que existe no puede hacer que existan las cosas. Todas ellas surgen de la no existencia.-Eso sí que es volver al principio, porque los chinos no conocían el microscopio de túnel.
-Ni el acelerador de partículas, que no es más que meter un trozo de vacío en un tubo larguísimo para que de esa nada salte una chispa.
-Sorprende que, por caminos tan distintos, se llegue al mismo sitio.
-En el centro de nuestro corazón tenemos un agujero negro, hermano.
-O blanco, hermano, o blanco, quién sabe.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

MÁSCARA Y PERSONA

(Foto: S. Trancón)


Máscara” proviene del italiano (maschera), y hace referencia a algo que cubre la cara. También puede provenir del árabe maskharah (bufón). “Persona” proviene del latín (per-sono, per-sonare, a través del sonido, resonar), que a su vez puede proceder del griego (prosopon, delante de la cara).

La relación entre máscara y persona tiene su origen en el teatro griego, en el que la máscara servía para identificar al “personaje” y también, como si fuera un bocina, para hacer resonar y proyectar mejor la voz del actor.

Esta asociación, fruto Negritade la evolución más o menos azarosa de las lenguas, es bastante sorprendente, pues originariamente sinónimos, estos términos han acabado siendo semánticamente opuestos: la máscara es lo que oculta a la persona, lo que disfraza o enmascara la personalidad.

Frente a lo verdadero (la persona, lo oculto), lo falso (el disfraz, la apariencia). La máscara se pone encima de la cara, ocultándola, inmovilizando el gesto, congelando la expresión emocional. Este es el sentido del español careta, que ha dado lugar a eso de careto, y de ahí a lo de morro y a expresiones como “tener mucha cara o mucho morro”, “caradura”, o el hiperbólico “un morro que se lo pisa”, o “más cara que espalda” (más cara, máscara… ¿es cara, es caro llevar máscara?)

La etimología, hete aquí que nos plantea un problema filosófico: ¿se oponen máscara y persona, son lo mismo, o no existe lo uno sin lo otro? Es posible que las tres cosas, y a la vez, sean verdad: somos máscaras (la apariencia es lo real, no hay ninguna esencia debajo de la máscara), somos personas (lo que ocultamos es nuestra verdadera esencia) y somos las dos cosas a la vez: máscara (pura apariencia) y persona (lo que sostiene a la máscara, lo que le da la forma).

Por un lado queremos ser nosotros mismos, permanecer, que los demás nos reconozcan como somos, no vivir bajo la tensión de tener que ocultar nuestros deseos más profundos, no tener que mentir, no tener que falsear o aparentar ser lo que no sentimos o no queremos ser. Pero, por otro lado, nos gustaría ser de otro modo, ser mejores (o peores), tener mejor apariencia, impresionar, atraer más a los demás, ser más inteligentes, más ricos, ocupar un lugar social más elevado, etc.

La máscara social no es algo accesorio, sino esencial, pues la sociedad se basa en la construcción y aceptación de “roles”, “papeles”, “funciones”, que hacen posible las relaciones sociales. Máscara no siempre es sinónimo de engaño o mentira. La máscara se puede usar para mentir y engañar, pero también para superar nuestras limitaciones, incluso nuestra timidez.

Lo peor es quedar encerrado en una sola máscara, querer ser tanto uno mismo que acaba uno siendo sólo la máscara de sí mismo. Como dijo Pessoa:
Quando quis tirar a máscara, / estaba pegada à cara.

No somos un yo, una esencia inmutable, sino una apariencia de yo, que necesita manifestarse, ser o presentarse ante los demás y ante sí mismo de muchas y muy diferentes maneras. Lo que importa no es llevar o no llevar máscara, ser esto o lo otro, sino el que cada uno construya sus propias máscaras, no vaya a comprarlas al mercado social o intente ponerse la máscara de otro.

(La peor máscara es la del caradura, el que la tiene de "cemento armado", la del político corrupto, la del psicópata que se instala en los consejos de administración, en los comités centrales, en las sedes arzobispales, las tertulias radiofónicas y televisivas, los medios de comunicación, etc. Los tenemos todo el día ante los ojos, a montones, y no paran de darnos lecciones de honradez y sinceridad).

Somos personajes, sí, diferentes, cambiantes según delante de qué o de quién nos encontremos, pero podemos ser personajes con personalidad. Somos actores, pero podemos serlo con naturalidad, no de forma impostada, amanerada, estereotipada. Esto ya lo dijo Shakespeare.

miércoles, 27 de mayo de 2009

VIAJE A ALMAGRO


(Imágenes: Dino del Monte)

Ayer viajé a Almagro para participar en un encuentro (Calatrava Escena), dedicado a analizar y discutir el Espacio Teatral del siglo XXI, invitado por Luis Molina, un hombre apasionado del teatro que ha llevado a cabo una empresa quijotesca: la creación, en el corazón de La Mancha, del Teatro Laboratorio La Veleta. Ha convertido un lugar abrupto y seco en un frondoso jardín en el que, además de una primorosa sala de teatro, ha levantado un pequeño pabellón dedicado a Cervantes y el Quijote, otro a Lorca y el teatro de títeres y máscaras, una biblioteca y una residencia para quien desee ir a estudiar, a ensayar o simplemente a pasar unos días en compañía de profesionales del teatro. Un proyecto que está necesitado de un apoyo y una ayuda oficial que nunca llega.

Este espacio encantador y tranquilo es ya más conocido en Hispanoamérica que en nuestro país, porque se ha convertido en lugar de residencia y paso obligado de todas las compañías y grupos teatrales que vienen desde allí a actuar en España o Europa, a las que Luis Molina y su mujer Elena acogen con una sencillez y amabilidad que ya no parece ni de este siglo ni de este mundo.

En las muchas discusiones del encuentro, intensas y llenas de interés, se suscitó un tema que aparentemente no venía a cuento, pero que a mí me dejó lo suficientemente inquieto como para que lo traiga aquí a reflexión. Dijo un ponente, el excelente escenográfo Llorenç Corbella, de paso, que no sabía muy bien qué pintaba el Ministerio de Cultura, si no sería mejor que desapareciera. Yo le repliqué que quizás fuera mucho mejor que desaparecieran todos los demás Ministerios y quedara uno sólo, el de Cultura.

Me expliqué argumentando que si se tomara la cultura de verdad en serio, se llegaría a la conclusión de que no había nada más importante para un país que organizar y estimular la educación y la cultura, que todo lo demás se daría por añadidura, incluida la solución de la crisis económica.

Que el más evidente desprecio y degradación a la que había llegado la cultura (o sea, el teatro, le música, le literatura, el cine, el arte, la artesanía, la danza, el baile, la arquitectura, las fiestas, etc., pero también el conocimiento, la investigación, el dominio de las lenguas, el desarrollo de las artes y de las ciencias, la creación de formas y modelos de pensamiento, de sentimiento, de comunicación, de disfrute, de expresión y creación, de conservación de la naturaleza, creación de bosques y espacios naturales, ciudades y casas más habitables, preserva y extensión cultivos tradicionales, et.).

Que la visión burdamente materialista y economicista de la vida y el mundo, digo, ha llevado a considerar en nuestro país a la cultura como un lastre centralista del que el Estado se podía liberar sin problema alguno, entregando de manera incondicional ese ámbito de actuación política a las autonomías.
Se sigue discutiendo hoy si transferir los trenes de cercanías, pero no se duda de que la educación y la cultura son ya competencias intocables de esos miniestados independientes.
Se entiende así que se haya establecido la limpieza étnica teatral en Cataluña, por ejemplo, y allí no pueda entrar ni un sólo grupo “español”, o sea, de cualquiera de los otros 16 califatos. Si se les impidiera actuar a los grupos catalanes, en cambio, en el resto del “estado español”, se hablaría a gritos de discriminación, odio e incomprensión por parte de esos mismos promotores del apparheid teatral.

Tiene esto una relación clara con la construcción de esos museos y teatros provincianamente faraónicos, como los llamados del Canal en Madrid o el Nacional de Cataluña, en competencia con otros desastres, como el Teatro Valle-Inclán del Ministerio de Cultura. Los edificios teatrales son un síntoma evidente, no ya de hacia dónde nos dirigimos, sino hacia dónde hemos llegado. Lo que más me sorprende es que los hombres de teatro se hayan resignado a padecer esta situación sin protesta alguna.

miércoles, 6 de mayo de 2009

SABIDURÍA TEATRAL




Ha caído en mis manos el texto de una conferencia dada por Albert Boadella en la Escuela Municipal de Arte Dramático de Madrid. Se lo agradezco a su director, Guillermo Alonso del Real. Destila sabiduría. Primero, teatral, que es tanto como decir artística. Pero también humana, un saber estar y un saber vivir nacido de la experiencia. Reproduzco alguna de sus reflexiones. Bastan por sí solas.

Ahora todo el mundo es creador. Esa palabra es muy fuerte, y refleja cierta vanidad. Cocineros, carpinteros, zapateros... Todo el mundo es creador. Hace unos días la Sociedad de Autores me invitó a un acto. En la carta de invitación se decía que en España había cien mil creadores. Me citaba a mí como uno de ellos. Yo respondí, también por carta: Estimado Eduardo Bautista: después de haber recibido su amable invitación para participar en una mesa redonda, le confieso que algunos términos de la carta me han sumido en un estado de inquietud. ¿De veras hay cien mil creadores? Si esto es cierto, nos encontramos ante una hecatombe sin precedentes. Sólo cabe imaginarse la que montó el primero y auténtico creador para deducir lo que puede suceder ahora ante tantas vocaciones de Dios.

Hay otros diamantes que facilito al lector:

Nosotros no creamos nada, lo que hacemos nosotros es desvelar determinadas cosas que ya existen. Simplemente desvelamos, ponemos luz sobre una sombra. (Me gusta identificar el arte con la tarea de desvelar. Mi último libro de poemas se titula Desvelos de la luz)

No hay que abandonar nunca la infancia.

La realidad es lo más fantástico que hay. No hay nada más imaginativo que la realidad.

La realidad que nosotros llevemos al teatro siempre debe ser manipulada. No sirve la traslación directa.

La sugestión es más importante que la imitación.

Yo no sé qué es eso de la imparcialidad.
Hay que ser parcial, pasional, fuera la tibieza.

Hay que ir siempre contra la moda.
Si sigues una moda lo único que conseguirás es estar pasado de moda a los quince días.

Defendeos de la modernidad, no queráis ser modernos. Ya sois modernos; si no lo fueras estaríais muertos.

Me gusta la libertad de pensamiento de Boadella. Es estimulante. Su teatro, también, salvo algunos despistes, como aquel “Yo tengo un tío en América” o “Visanteta de Favara”, de hace años. Nada, en comparación con su deslumbrante producción dramática y artística. Por eso son más de tener en cuenta sus palabras. Palabras de sabio.

miércoles, 6 de agosto de 2008

VOCES, AYES, RUIDOS

(Foto: S.Trancón)


¿Qué es lo que oigo? Voces, ayes, ruidos…
Si me encuentran con ella estoy perdido.

Así soliloquia en un aparte don Mendo, embozado y espada en mano, al ser descubierto en la alcoba de su amada por su legítimo, don Pero. Don Mendo es un personaje teatral magnífico, porque todo él es disparate, contradicción, ofendida dignidad, acoso y requiebros, enredo y desatino. Lo recuerdo y traigo a cuento ahora para hablar de lo que somos, de lo que la mayoría somos: un conjunto descontrolado y absurdo de voces, ayes, yoes, ruidos. Somos cientos de personajes. Esa idea de un yo unificado, coherente, consecuente, sólido y continuo, que se encarna en un nombre propio, no es más que fantasía. Yo saco de ello algunas consecuencias.

Me digo, por ejemplo: deja, permite ser (un poco) a todos los personajes que eres. Déjales hablar con su voz, exponer sus puntos de vista, sus pretensiones. Déjalos ser de vez en cuando a todos, sin exclusión ni preferencias. Como son muchos, distintos, contradictorios y hasta opuestos, no permitas a ninguno tomar el mando, que se crea el jefe y dé ordenes a los demás. Todos tienen derecho a existir y a hablar, así que habrá que impedir a cualquiera de esas voces, de esos yoes y personajes, que acapare todo el tiempo y la atención para sí. Todo yo es por naturaleza totalitario, aspira a ocupar la totalidad del espacio psíquico y mental. En cuanto lo pones en su sitio, deja de ser un tirano para convertirse en un colaborador. Ahí está el truco.

Ninguna de esas voces, quejas, personajes, eres tú; pero todos y cada uno de ellos son tú, al mismo tiempo. ¿Que no sabes a qué me refiero? Vaya una pequeña lista, que puedes ampliar casi hasta el infinito: deja hablar y gesticular al controlador, el egoísta, el soñador, el atrevido, el tímido, el simpático, el pesimista, el optimista, el loco, el melancólico, el ansioso, el paranoico, el vago, el obsesivo, el desconfiado, el alegre, el idiota, el débil, el fuerte, el huraño, el generoso, el afable, el elegante, el torpe, el equilibrado, el místico, el lascivo, el tolerante, el sensato, el impasible… Déjalos actuar, obsérvalos, no te identifiques con ellos, no les des nunca toda la razón a ninguno. No le entregues el control y el mando nunca a ninguno. Comprenderás que todos son iguales y lo mismo, siendo todos distintos. Si son iguales, todos tienen la misma importancia, o sea, ninguna. Y ríete; verás que cada uno presenta su lado cómico. A solas, puedes llegar a soltar incontenibles carcajadas.

Tomarás conciencia así de ese otro yo, esa mirada, esa otra voz que las abarca a todas sin dejarse atrapar por ninguna de ellas, que sabe situarse por encima y por debajo, antes y después. Tomarás conciencia, aceptarás, te aceptarás con todas tus excentricidades, tus debilidades y fuerzas, tus miserias y recursos, tu claridad y tu ofuscación. Y, sobre todo, aprenderás a no pelear contigo mismo, contra esas voces y personajes, porque comprenderás que la batalla más inútil y estúpida es ésa, la que lucha por no ser quien eres, por creerte importante, por sentirte uno, único y continuo y, en consecuencia, poner todo tu intento y energía en mantener una sola voz y ser un único personaje. En ser inmortal, en definitiva, cuando en realidad no eres más que un don Mendo, un cerebro lleno de ruidos, voces, ayes. Un ser perdido, metido en los enredos de la vida, que lo único que puede aspirar es a controlar su propio desatino. A no tomarse tan en serio, y aprender a gozar y a reírse de sus cómicas ofensas y sus disparatadas venganzas.

sábado, 31 de mayo de 2008

ADOS@DOS

(Foto: S. Trancón)
Acaba de publicarse en Huega y Fierro una obra de teatro, Ados@dos, de Juan Margallo y Petra Martínez, de cuya edición soy responsable. El teatro es un arte difícil y escaso, del que uno siempre está a punto de renegar, porque lo que sube a los escenarios oficiales está tan plagado de desvaríos y tonterías, que uno no puede por menos que protegerse ante los efectos tóxicos que produce. Pero, como ocurre con el toreo, una buena faena compensa las tardes de mortal letargo y saltimbanqueo histérico.
Esta obra es tan fresca, estimulante, original y “moderna”, que lo que más llama la atención es la poca atención que le han prestado quienes tienen por profesión hacerlo. Aprovecho la ocasión para reproducir parte del estudio preliminar que aparece en la edición del texto. Entresaco las reflexiones más generales, invitando a cualquier apasionado de este arte a que vea y lea esta obra excepcional.

Que no haya incompatibilidad entre libro y escena, entre el goce directo y colectivo del espectador, y el disfrute privado y diferido del lector, es algo que el buen teatro siempre ha propiciado, en contra de los que han pretendido arrojar el texto a los infiernos, mientras proclamaban que el teatro se valía y sobraba con la actuación, la “performance” del escenario. ¿Por qué separar lo que la historia teatral, desde sus orígenes, ha unido? Ser originales no es ir contra el origen, sino el crecer a partir de él.

El mundo es naturalmente absurdo o absurdamente natural, escriben y nos muestran Petra Martínez y Juan Margallo. La vida es de risa, y nada más natural (y nada más teatral) que reírnos de ella, o sea, de nosotros y de todo el tinglado que hemos montado a nuestro alrededor.

No pasarse es tan difícil como no llegar. Y no llegar, tan inútil como no llegar a tiempo. Petra y Juan han sabido esperar sin estar esperando nada, y les ha llegado la hora, la hora de la verdad, que no es sino la de la madurez, la de la plenitud, la del saber estar sin hacerse notar, sólo porque se es y se sabe estar donde se está.

Al teatro no se va a padecer, sino a disfrutar. No se puede abusar del público, ni sermonearle, ni colocarse por encima de él.

Como en el Quijote, aquí hay historias disparatadas, situaciones inverosímiles que se enlazan y hacen naturales mediante un mecanismo que Cervantes utilizó con eficacia insuperable, como descubrió José Ricardo Morales: la obra que se hace consciente de sí misma. Un libro que se hace a sí mismo, construyendo su realidad sobre la nada, sin dar sustancia alguna al mundo que simula ser su referente, porque sabe que todo es una construcción imaginaria. Paradójicamente, la irrealidad se hace así más real, y la realidad más irreal. Lo más original de Adosados es precisamente la conciencia que los personajes tienen de sí mismos, de ser personajes de teatro, del mismo modo que la obra, como tal, es consciente de sí misma, de ser algo construido con anterioridad sobre la base de un texto que guía la representación y la hace posible. La lucha, el conflicto, reside sobre todo en ese querer salirse los personajes del texto, ese querer irse del papel y ser ellos mismos.

miércoles, 28 de mayo de 2008

EL ARTE DEL ACTOR


(Fotos: S.Trancón)


El teatro es un arte que se fundamenta en el trabajo del actor. Si el actor falla, todo lo demás se viene abajo. Nada más importante, para quien quiera pensar algo sobre el teatro, que entender en qué consiste el trabajo de interpretar un personaje.
Intentaré presentar mis ideas de modo conciso.

1) No hay actor sin personaje. El actor está al servicio del personaje, no al revés.

2) En la escena se nos muestra una persona, actúa un actor y se presenta un personaje: tres niveles interdependientes que han de integrarse en el nivel superior, el del personaje. La persona y el actor (el profesional) han de “disolverse” en el personaje.

3) Para poder asumir la identidad y la forma de otro (el personaje), el actor tiene que aprender a dejar de ser él mismo, abandonar durante cierto tiempo su yo.

4) Durante la interpretación el yo social y personal del actor se borra, pasa al fondo, se retira a la penumbra de la conciencia. En su lugar aparece “otra conciencia”, “otro yo”.

5) Este proceso, sin embargo, no anula “la conciencia de sí mismo”. Si la perdiera, se volvería loco y espantaría a los espectadores.

6) El actor se desprende de sí mismo y se arroja a lo desconocido, pero con control.

7) En escena el actor es, ante todo, “un ser que siente”. Sentir no es lo mismo que emocionarse. El discurso sobre las emociones, como si éstas fueran la esencia del teatro, no tiene en cuenta esta distinción fundamental. Diderot frente a Strasberg. Me quedo con Diderot.

8) Para que un actor pueda ocupar el lugar del personaje tiene que dejar espacio en su mente y en su cuerpo para que ese “ser etéreo” y ficticio se encarne, se haga visible. El personaje viene del “más allá”, es “un aparecido”.

9) Quien en escena tiene problemas con su imagen, con la idea de sí mismo, y es incapaz de alejar de su mente la preocupación por sí mismo, se convierte en un mal actor que incomoda a los espectadores. Los espectadores no quieren enfrentarse a los problemas de un actor, sino a los de un personaje, a los conflictos que atormentan o mueven a un personaje.

10) Para poder encarnar e interpretar a un personaje, el actor ha de tener la capacidad de verse a sí mismo desde fuera, desde la mirada de los otros, los espectadores. Verse a sí mismo como otro.

11) Al desplazar su yo hacia un rincón de la conciencia, algo nuevo e imprevisible surge: la mirada del actor se libera, la voz del actor se libera, el gesto del actor se libera, el cuerpo del actor sigue su propio impulso creativo.

12) Sólo desde el abandono, la serenidad, el desapego y la concentración fluida puede el actor realizar plenamente su papel. La fluidez está relacionada con la superconductividad: cuanto más “frío”está un metal, mejor conduce la electricidad, la energía. Así el actor.

viernes, 23 de mayo de 2008

¿QUÉ ES EL TEATRO?

(Foto: R. Ferrando)


Malos tiempos para definir nada. La definición, como expresión lógica y científica, goza de poco aprecio. Mucho peor si lo que uno pretende definir tiene que ver con el arte. ¡Vade retro! Y sin embargo, yo creo que el ejercicio de intentar definir algo es de los que más estimulan la mente. Así que, contra esta corriente derrotista y subjetiva, que huye de toda formulación precisa, yo me he atrevido a definir el teatro. Lo he hecho en mi libro Teoría del Teatro (Fundamentos) y nadie hasta ahora me ha replicado, refutado ni controvertido mi definición y teoría. La expongo brevemente, animando a su crítica.

Teatro, digo y argumento en mi libro, es una práctica artística en la que la realidad se hace ficción y la ficción realidad. El teatro es una realidad ficticia y una ficción real. Es un oxímoron, pero no un juego de palabras.

El teatro es real, contiene todos los elementos que caracterizan a un hecho real: concreción espacio-temporal, acción, actores y espectadores reales, de carne y hueso.
El teatro es a la vez ficción, porque nada de lo que vemos y sucede en escena podemos confundirlo con la realidad extrateatral, la de la vida misma. Es como si fuera real, pero sabemos que es ficción, invento artificial, construcción intencional.

Este rasgo esencial de teatro lo distingue del mero espectáculo, de la literatura o de la vida misma. Es espectáculo, pero espectáculo ficticio, no real, como puede serlo una tormenta o una corrida de toros. Necesita de un texto, pero no necesariamente este texto ha de ser literario, aunque tampoco tiene por qué renunciar a serlo. No es sólo literatura, porque la ficción literaria sólo sucede en la mente del lector, no en la realidad. Es vida, pero no como la vida misma, sino vida ficticia, vida “jugada”, “mimetizada”, separada del mundo real por una sutil barrera: la conciencia de los actores y espectadores que saben muy bien que lo que hacen y dicen no tiene un efecto directo sobre la realidad, que nadie va a tomarlo “al pie de la letra”.

Estas ideas, relativamente simples, sirven por sí solas para distinguir entre gato y liebre, y para rechazar esa estúpida idea de que “todo es teatro” y que, por tanto, “todo vale en el teatro”. No basta, por tanto, con que alguien diga “esto es teatro” para serlo. Puede ser cualquier cosa, incluso mucho más interesante que el teatro, pero no es teatro.

A mí no me gusta ser engañado y, sin embargo, cada vez veo menos teatro en los teatros. A veces un poquito, y todo lo demás es otra cosa; otra cosa que ni me interesa ni me estimula, porque sigo pensando que el teatro es siempre superior a esos sustitutos desvaídos, cargados de impostura, de delirios y de desvaríos cercanos a la patología. Cuando Angélica Liddell recibió hace poco un premio millonario, rodeada de la flor y la nata revenida de toda la oficialidad, se puso a gritar como una verdadera loca: nunca vi una imagen más patética de ese teatro que no es teatro, pero que grita que lo es.

jueves, 27 de marzo de 2008

DECONSTRUCCIÓN ESCÉNICA

(Foto: J. Rodríguez)



-Me siento muerta. Se está desmoronando mi ser, Marco Antonio. Me miras como si no existiera.
-No, Cleopatra, querida mía. Tienes un nombre, un nombre histórico.
-Tú también.
-Los dos, porque uno sin el otro no habríamos pasado a la historia. Tenemos nombre, somos.
-Pero necesitamos fingir que existimos.
-Fingimos, pero para venir de la nada al ser, ya somos algo. Salimos a escena.
-Somos algo, no alguien.
-Pero tenemos carne y huesos.
-Dices bien, carne y huesos, porque no existe ninguna mujer de carne y un solo hueso.
-Huesos duros de roer, huesos perdurables. Los huesos, si no se los maltrata, duran más que el bronce. Fíjate en los dinosaurios. ¡Qué grandes proporciones tenían esos bichos! ¡Temibles! Toda la fantasía de nuestros contemporáneos griegos no llegó a tanto. El mundo fue fantástico. Y nosotros lo conocimos, conocimos a los dinosaurios bañándose en el Nilo.
-Ahora todo es tan pequeño… Nos han reducido de la cabeza a los pies. Vamos hacia los insectos. Ellos sí que perduran. ¿Dónde queda la belleza terrible de los dinosaurios? Prefería no ser, no ser, ya que no puedo ser lo que fui, tu amante desnuda sobre la arena roja, junto a los cocodrilos.
-Pero ahora somos nosotros los perdurables, no los dinosaurios.
-Hecho de menos las olas del Nilo acariciando mis pies, preferiría no fingir más que soy Cleopatra.
-Pero estamos casi vivos, somos de carne y huesos, tenemos un nombre. Yo, latino, tú egipcio. No se puede pedir más. Y te puedo mirar y tocar.
-Convénceme de que esto es mejor que contemplar a Orión desde la pirámide de Keops. Preferiría no tener que fingir para ser Cleopatra.
-Pues yo preferiría no haber pasado a la historia. No quiero ser Marco Antonio para toda la eternidad.
(Un trueno atraviesa la escena y retumba por toda la sala)