MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)
MIS LIBROS. (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

martes, 26 de junio de 2018

POR ASÍ DECIR


El pensar, con su lógica de conexiones sintácticas, exige concentración y esfuerzo. En un mundo de agitadas y absorbentes trivialidades, controlar la atención y someterla a lenta crepitación, la que acompaña a la reflexión, produce fatiga. De vez en cuando necesitamos dejar libre el pensamiento para que piense y diga lo que quiera. Es una forma de terapia ante el exceso de incitaciones, agresiones y provocaciones que pueden acabar aturdiendo y paralizando a la propia mente. Es el caso de los acontecimientos de estos últimos días, que no postreros. Por eso, digámoslo así, o por así decir, aunque bien podría ser de otro modo:

El separatismo (el nacional-catalanismo-parafascista) es, en su entraña (que ya intuyó Valle-Inclán, era la más negra de España) racismo puro y sin atributos (los ejemplares de superhombre y supermujer catalanes relumbran en los cuerpos garridos de los Turules y Junqueras, las Forcarelas y Roviras, por no hablar de los Ortuzar Arruabarrena). Pero ahí están, y hasta se citan con el presidente del Gobierno para hablar en pie de igualdad. ¿Para cuándo una enciclopedia del racismo vasco y catalán? Tendría que estudiarse en las escuelas de Cataluña y el País Vasco para evitar el contagio.

Pero la reforma constitucional es urgente, ha dicho (por así decir) Maritxell Batet, que tiene apellido de grato recuerdo, pero que se proclama, como Sánchez, plurinacionalista, que es lo más adecuado para descabezar al monstruo racista nombrado en el párrafo anterior. Todo su bagaje mental debe de ser eso de que, para hacer una tortilla, es necesario romper los huevos. Pues ahí estamos, guiados por tan luminoso faro: necesitamos tener claro contra qué hemos de empotrar la nave. Que ya dijo el obispo Torras i Bages que a Cataluña la hizo Dios, y no los hombres, y Mosén Verdaguer añadió, en consecuencia, que el catalán era obra directa de Dios. En catalán nos lo contará y cantará Maritxell, con Borrell dirigiendo el coro (¡ay, Maruzzella Maruzze, tus ojos son de verde mar!, que le cantaría aquel otro José Guardiola...)

Y yo les resumo, por si todavía quiere alguno enterarse, cómo ha ido la cosa catalana, al menos para que me entiendan un poco. Por etapas: catalanismo (no nos comprenden), nacionalismo (no nos quieren), independentismo (nos roban) separatismo (nos oprimen), golpe de estado (quieren destruirnos). O de cómo es posible que los oprimidos opriman tan brutalmente a los opresores. Porque, ¿quién manda hoy en Cataluña? ¿Quién tiene el poder y el dinero? ¿Se lo cuentan así los del PSC a sus todavía seguidores, aunque escasos, currantes charnegos y sin patria?

Los virus son casi indestructibles, pero necesitan un cuerpo en el que instalarse para sobrevivir. ¡Ah, y ahí llegó la izquierda, la dizque izquierda, la más obtusa y reaccionaria de nuestra historia, que le prestó el cuerpo al nacionalismo, todo su sistema linfático al servicio de la causa incausada de la identidad, la vasca, la catalana, la gallega (hasta Feijoo se ha hecho transfusiones) y le siguen ya la andaluza y todas las que se apuntan a la tarantela plurinacional.

Pero va a ser que no, porque las piedras no hablan, ni siquiera las rocas de Montserrat hablan catalán, que yo he estado allí y he pegado bien el oído. No, las lenguas no emanan de la tierra, ni siquiera la vasca; ni las identidades, ni los pueblos, ni la sangre pura corre por los arroyos de la patria ni baja de las cumbres para regar los campos de los que hemos de expulsar al enemigo. Que a la Virgen de Montserrat, por lo que he leído, la amamantaron durante tres siglos monjes vallisoletanos y si así no fuera, el monasterio hoy sería una ruina, y la montaña sagrada un montón de pedruscos. No, la lengua no es el alma del pueblo, porque el pueblo no tiene alma, no tiene alma metafísica, sino historia. Y la historia es lo que ha sido y fue, no lo que los nacionalfascistas se inventan a su antojo e interés.

Pedro Insua lo ha explicado muy bien (ver "1492, España contra sus fantasmas"). Fuimos un imperio generador y genitivo que engendró 23 naciones, entre ellas la nación española, nación histórica y política y democrática hoy, con la misma o mayor legitimidad que cualquier otra de Europa y el mundo, y que eso no lo vamos a cambiar por más reformas pedristas (y pedruscas) nos impongan. Y que esa reforma criptoindependentista, en el mejor de los casos, no podrá ser posible por falta de acuerdo, o, si lo fuere, saltará por los aires. Aviso para los suicidas, incluidos los de la COE, y el Círculo de Economía y todos esos empresarios apoltronados que creen que su negocio está por encima del bien y el mal nacionalista.

Es un decir, un por así decir.

PULSIÓN AUTODESTRUCTIVA


Acaba de publicarse un libro sobre el que quiero alertar a los lectores: "1492, España contra sus fantasmas", obra de Pedro Insua, uno de los pensadores más activos y estimulantes del panorama actual. Es quizás el libro más riguroso escrito hasta el momento en contra de los mitos negativos de la leyenda negra, hoy reactivados gracias a los nacionalismos separatistas, pero también al resurgir de atávicos prejuicios antiespañoles extendidos por toda Europa. Son muchas las sugerencias que este libro imprescindible despierta, pero hoy me voy a centrar sólo en una, que formulo como pregunta: ¿existe algo así como una pulsión autodestructiva en la "estructura psíquica" de los españoles?

Comprendo que, así formulada la hipótesis, puede conducir a despeñar la reflexión sobre esencias metafísicas o entelequias espirituales de imposible concreción. Por eso empiezo por lo más obvio: parece un hecho histórico recurrente que España como nación, y los españoles como colectividad, han tenido que luchar, más que contra elementos externos, contra sus propios impulsos autodestructivos. Los elementos críticos internos desembocan con frecuencia en factores disgregadores y hasta desgarradores. Podríamos decir que tendemos a ser hipercríticos respecto a lo propio y condescendientes con lo ajeno.

Traigo a discusión esta hipótesis para entender mejor los efectos perversos de la leyenda negra, y el por qué ha encontrado entre nosotros tanta aceptación acrítica, casi rayana en la credulidad y el papanatismo. ¿Podemos relacionar esta pulsión colectiva autodestructiva con lo que Freud llamó "instinto de muerte", enfrentando Tánatos a Eros? ¿O es simplemente el efecto de unas minorías inconformistas, a veces rencorosas, que han tenido una gran influencia en la "opinión pública", desde el libelo de Las Casas a los Goytisolos de hoy? Y: ¿hasta qué punto se trata sólo de un fenómeno externo, sostenido por factores ambientales, o tiene también un arraigo o fundamento en eso tan difícil de analizar, a lo que Freud llamó "estructura psíquica", en la que lo psíquico ya no es algo puramente subjetivo e individual?

Que hoy vivimos uno de los momentos más exacerbados de esa pulsión autodestructiva es algo que podemos compartir una mayoría de españoles, preocupados por la deriva incontrolada de los actuales acontecimientos. Esta reflexión tiene, por tanto, pleno sentido, ya que nace de la necesidad de comprender, no sólo lo que está pasando, sino qué nos está pasando. Yo tengo cierta explicación, que requeriría un espacio mucho más amplio que éste para desarrollarla, pero que aquí me atrevo a esbozar: los españoles estamos "fascinados" por el otro, orientados mental y psíquicamente hacia el otro, tanto que es inevitable convertir al otro-los otros en la fuente de todos los conflictos. Paradógicamente, esta apertura hacia el otro, a veces sin reservas, provoca la reacción contraria, el afianzamiento en uno mismo, la confianza exagerada en uno mismo, el mal llamado individualismo.

Hablamos muchas veces de cainismo y guerracivilismo, un fantasma que hoy resurge y despierta cierto fatalismo antropológico. Hay que analizarlo para comprenderlo y así contrarrestar con mayor éxito todo lo que este fatalismo arrastra. La tendencia a sobrecargar emocionalmente las discusiones, a personalizar y argumentar ad hominem, a crear sectas en lugar de partidos, a partir internamente a los propios partidos, es algo que hoy se refleja en la tendencia disgregadora y autodestructiva de todo lo común, que amenaza nuestra propia existencia como comunidad política.

Pero también es cierto que, paralelamente a esta pulsión autodestructiva, existe un gran impulso creativo, individual y colectivo, que nos da confianza en nuestras propias fuerzas regeneradoras, en nuestra capacidad para organizarnos colectivamente y vencer todas las dificultades, en desactivar el efecto paralizante de nuestros fantasmas.

Fantasmas que, y aquí introduzco yo un matiz, no sólo son creados e inducidos por los de fuera, sino por nosotros mismos, porque nacen de nuestros miedos y hasta de nuestra impulsividad vital, de nuestra gran capacidad creadora, que desborda a veces lo humanamente reconocido como tal. Los ejemplos históricos están ahí, y todavía hoy despiertan en nosotros cierta perplejidad y asombro. No hace falta recurrir a ninguna hipótesis genética ni racial, basta con constatar que revelan aspectos de la naturaleza humana que, fruto de específicas condiciones históricas y geográficas, los españoles hemos sido capaces de hacer realidad.

Confiemos en que, una vez más, de nuestro fondo de reservas energéticas surja ese impulso vital capaz de vencer esa insidiosa pulsión autodestructiva, la que hoy parece arrastrarnos y envolvernos en una oscura pesadilla.

jueves, 21 de junio de 2018

CONTRADICTIO IN TERMINIS



Uno puede vivir fuera de la lógica, pero lógica nunca dejará de perseguirnos. Siempre estará ahí, pugnando por hacer visibles nuestras contradicciones. Hubo uno que, consciente de su inevitable presencia, propugnó aquello de "aprender a cabalgar las contradicciones". Se refería a que era posible recibir apoyo (dinero) de Irán y Venezuela, regímenes criticables, pero de los que uno se podía aprovechar para debilitar al enemigo común. Defendía este principio como prueba de astucia política, y no como lo que era, puro cinismo. Este mismo se enfrenta ahora a una "contradictio" más peliaguda: cómo pasar de la noche a la mañana de vivir en un pisito de 60 m2 (como el mío) a habitar un chalet de lujo (260 m2, piscina, parcela de 2.000 m2 en zona VIP madrileña), mientras se sostiene el discurso anticasta. ¡Cabalga, caballo del pueblo; a galopar, a galopar...!

Despreciar la lógica tiene consecuencias nefastas y hasta nefandas. No hay principio ético, moral, político y humano más útil y saludable que ajustarnos a las exigencias de la lógica básica. Por ejemplo, estar alerta y no aceptar la "contradictio in terminis", la "petitio principii" o el "argumentum ad nauseam". Son tres de los muchos sofismas que hoy articulan el discurso político y el parloteo insufrible de los tertulianos. Y ni siquiera tenemos ya la posibilidad de alertar a nuestros bachilleres sobre estas poderosas y pegajosas trampas del lenguaje al haber desterrado la filosofía de las aulas.

La imposición de la ideología "progre" (cada día más reaccionaria por simplista) está plagada de esta "contradictio". Por ejemplo, aquello de "prohibido prohibir", que suena muy bien, que apela a la "libertad total", no deja de ser algo contradictorio en sí mismo. Si prohibo todo, debo prohibir también el derecho a prohibir el prohibir, con lo cual nos quedamos donde estábamos, o sea, que tenemos derecho "a prohibir unas cosas" y derecho "a no prohibir otras". Lo mismo pasa con la "libertad total": si es total, yo seré libre de ir contra tu libertad o tú contra la mía, así que con ese principio no resolvemos lo fundamental: para ser libres en unas cosas, hemos de dejar de serlo en otras.

La petición de principio es todavía más insidiosa y común. El "derecho a decidir" (se oculta el "decidir la independencia") se argumenta para defender... ¡el derecho a decidir! Pero si eso es precisamente lo que que hay que demostrar, que unos pocos tengan el derecho a dividir, a separarse y expropiarnos de algo que pertenece a todos. Lo mismo pasa con la democracia. Somos demócratas, dicen los nacionalistas, luego todo lo que hacemos es democrático. Pero si precisamente es al revés: si lleváis a cabo acciones antidemocráticas, eso significa que no sois demócratas.

Con la libertad de expresión es quizás con la que resulta más fácil saltarse la lógica para imponer falacias y sofismas. Las grandes palabras (libertad, igualdad, justicia, democracia) son fácilmente manipulables. Cuando se usan como argumento siempre hay que destronarlas, bajarlas del pedestal y el respeto que inspiran. De abstractas hay que transformarlas en concretas, y del singular pasar al plural. Hay que dejar de hablar, por ejemplo, de libertad para describir libertades concretas. Entonces empezamos a descubrir los usos espurios y las trampas que el propio lenguaje encierra.

Las emociones son necesarias, y no podemos prescindir de ellas, pero nunca pueden ser guías, sino acompañantes. La lógica, en la aque se basa el ejercicio de la razón, no puede ser nunca despreciada, pues es el único instrumento que tenemos para movernos con seguridad por este mundo y controlar, entre otras cosas, a las emociones. La lógica, además, suele ser reveladora de la verdad, a cuyo servicio está. No siempre desenmascara a la mentira, pero hace más difícil el engaño.

¿Y en cuántas contradicciones de este tipo están cayendo los neojipos, los anticasta, los antisistema, los aspirantes a pasar de Vallecas a Galapagar, de minipisos, minitrabajos y minisueldos, a tener "una pequeña gran mansión", como diría Groucho, asegurando que él se conformaba con disfrutar de "las pequeñas cosas" de este mundo? Lo malo es que de estas cosas sólo pueden gozar unos pocos, o sea, las "élites extractivas". Pero lo más insólito es pretender ocultarlo todo con un plebiscito. También se le llama ahora a esto "democracia directa".

sábado, 9 de junio de 2018

¿ALUCINACIÒN O COBARDÍA?



De niño presencié una escena angustiosa que hoy ha vuelto a mi memoria. Cruzaba con mi madre las vías de la estación de León y nos paramos porque se acercaba un tren a gran velocidad. En la vía paralela estaban aparcados unos vagones. Una hilera de seminaristas, arremangándose las sotanas, empezó a subir a un vagón para cruzar y saltar al otro lado sin percatarse del tren que se acercaba. Estaba oscureciendo y mi madre, al ver el peligro, se puso a gritar, pero pronto el ruido y el humo del tren lo tapó todo. No sé cómo, una décima de segundo antes de la tragedia, el seminarista que estaba a punto de saltar se quedó petrificado en lo alto del vagón. Mi madre, creyente, lo atribuyó a una intercesión divina. Sin duda, lo fue. Lo que no sabría yo decir es si el milagro se obró para evitar la muerte de aquel muchacho o para que mis ojos de niño no presenciaran esa brutal escena.

Metáfora o alegoría, hoy siento una conmoción parecida al contemplar cómo nos precipitamos hacia esa vía que puede acabar en catástrofe inevitable. Ciegos, en hilera, mientras oscurece, sin escuchar las voces que gritan anunciando el peligro, nuestros políticos cruzan las vías sin prevención alguna, ignorando que un tren circula cada vez más veloz hacia su destino y sin obstáculo alguno. Es el tren separatista catalán, por acudir al manido símil ferroviario. Se ha puesto al mando un maquinista fanático, pero no loco. Y no es que vaya a acelerar, es que está acelerando: jamás ningún otro había llegado a tanto, a mostrar sin pudor ni atenuante alguno cuál es su ideología, su infame racismo, su odio pestilente, su plan golpista. Se acabó la ambigüedad.Lo que ayer hubiera levantado todas las alarmas, hoy aparece ya como normal.

Esta es la normalidad rajoyana, por la que ha suspirado el alucinado de la Moncloa. Lo llamo alucinado porque se me han agotado todos los calificativos del diccionario. Quiero pensar que, preso de un trastorno mental, vive en un mundo de puro delirio al que él llama normalidad. La pregunta es si esta alucinación nace de un fondo de insondable cobardía o es fruto de una degeneración neuronal. O de ambas.

Siento repetirme. Lo que está ocurriendo en Cataluña es algo inconcebible en una democracia. Es la realización de un golpe de Estado anunciado, radiado, televisado, "implementado" (como dicen ellos) paso a paso. Un golpe posmoderno (Daniel Gascón). Los golpes también evolucionan, se adaptan a la nueva realidad. Lo mismo que la guerra. Hoy la guerra se lleva a cabo de muchas formas. También hay una guerra posmoderna. Los perezosos, los obtusos, siguen pensando que no hay guerra, que no hay violencia, porque no hay muertos a la vista, muertos por las aceras o las cunetas. Es la filosofía mostrenca de los Rajoy y las Sorayas. "Esperemos a los hechos". Como si el decir no fuera ya un hacer. Como siel insultar, el amenazar, el proclamar, el utilizar TV3 y los medios públicos, el adoctrinar, el usar toneladas de dinero público para hacer propaganda y crear "estructuras de Estado", no fueran ya "hechos jurídicos y fácticos" incontestables, por citar unos pocos.

Con esta doctrina saltaría en pedazos todo el sistema jurídico y democrático. No podríamos detener a terroristas hasta que hicieran explotar sus bombas o a violadores hasta que el hecho no ocurriera delante de tres jueces que coincidieran en la valoración del delito. Hemos visto a más de un centenar de parlamentarios disfrutando de medio año de vacaciones espléndidamente pagadas. Esto tampoco es un hecho, al parecer, sino un derecho adquirido. Y extendido a todos los forajidos a los que pagamos para que dinamiten el orden constitucional. Todo esto es normal para esa fatídica mezcla sináptica de alucinación y cobardía.

Antonio Robles ha escrito: "Estamos ante una guerra no declarada. Quim Torra es un fanático supremacista dispuesto a romper la paz social y lo que haga falta. Sin reparar en costes de ningún tipo. Incluido el enfrentamiento civil. Con Quim Torra no habrá una declaración inofensiva de independencia, sino un órdago sin marcha atrás".Hasta el espectro de Montilla ha dicho que "cada día es peor que el anterior", e Iceta que "esto acabará en batalla campal". Mientras tanto el cabestro sigue sesteando, advirtiendo que no debemos "caer en la ansiedad".

Sólo nos salvará del golpe brutal contra la realidad la reacción de lo que, pese a todo y a todos, sigue siendo el pueblo español, la conciencia nacional, el sentimiento de pertenencia a una comunidad libre y democrática que no quiere autodestruirse. Para esta tarea se necesita otra derecha, pero también otra izquierda.Habrá que hacerlo posible, porque no hay otra salida.

miércoles, 6 de junio de 2018

SOY IBERISTA


Tiene el verbo ser en español una fuerza semántica arrolladora y única en comparación con otras lenguas. Al distinguir entre ser y estar, otorga a todo lo que es, una especie de presencia ontológica atemporal. El ser (sustantivo y verbo) es un desafío al tiempo y el espacio, un deseo categórico de eternidad y permanencia. La paradoja está en que, al mismo tiempo, sirve para decir que "somos" mortales y que nada en este mundo "es" permanente. Hechas estas reservas, pues sí, digo que "soy" iberista.

Lo soy casi desde pequeño, porque estudié en Tuy y crucé muchas veces su puente metálico fronterizo para pasear por Valença do Minho. Allí escuché por primera vez a un niño aquello de la "Batalha de Aljubarrota", la derrota castellana de 1385, que figura como hito fundacional de Portugal. El niño lo contaba con una mezcla de orgullo y resentimiento. Tan temprana educación patriótica, con el tiempo, me ha hecho pensar. Entiendo ahora mejor algo que, para ser iberista, uno debe aceptar: ni un solo portugués deja de sentirse profunda y orgullosamente portugués. Es algo que, por desgracia, no podemos decir de la mayoría de españoles respecto a nuestra nación. Ellos, es cierto, no han tenido ninguna leyenda negra que combatir. Pero aquí no sólo la asumimos, sino que la aumentamos, dada nuestra propensión a la hipérbole cuando se trata de criticar lo propio.

Luego vino Unamuno, Pessoa, Eugénio de Andrade, Saramago... Es escandalosa la ignorancia que los españoles tenemos de la literatura portuguesa, cuando ya Cervantes nos habló en el Quijote de unas mozas de Sayago que recitaban a Camoens... ¡en portugués! (digo de paso que a estas pastoras, cantando y recitando a la vera del río, en una fiesta campestre, difícilmente las podemos imaginar por tierras manchegas, y sí por tierras de la Raya y de León, donde también se ubica la primera y más importante novela pastoril, "Los siete libros de Diana", escrita por un portugués, Jorge de Montemayor o de Metemor-o-Velho).

No puedo dejar de lado otro elemento de mi aprendizaje iberista que tiene que ver con el acercamiento al mundo judío sefardí, tan ligado a Portugal. Varios años he acudido como ponente al Congreso Internacional sobre el legado judío en Zamora, organizado por Jesús Jambrina, Anun Barriuso y José Manuel Laureiro, que han estrechado lazos muy importantes entre los pueblos de la Raya al ir descubriendo la presencia judía que todavía pervive en esas apartadas tierras. La huella de Sefarad es algo que debería incorporar cualquier proyecto iberista, como lo es el de la Plataforma por la Federación Ibérica, a cuya presentación en Madrid acudí el pasado sábado.

Es admirable el proyecto que defiende esta Plataforma, impulsada por Pablo Castro, que propone llegar a constituir una Federación o Confederación entre Portugal y España, algo que va más allá de estrechar lazos culturales. Coincide en esto con el Partido Ibérico creado por Casimiro Sánchez, que acaba de proponer 101 medidas concretas para hacer realidad ese acercamiento. No puedo por menos que alegrame de estas iniciativas y desear que avancen hasta impulsar un movimiento que haga posible una verdadera Unión Ibérica.

Como uno de los impulsores del partido Centro Izquierda de España-dCIDE, creo también en la necesidad de ir hacia esa integración, propósito que quedó expresado de este modo entre sus objetivos: "Frente a los intentos de disolución de España como nación y como Estado democrático, dCIDEse declara abiertamente partidario de estrechar los lazos culturales, sociales y políticos con Portugal, tanto por razones históricas y geográficas, como de interés económico y estratégico común. Creemos en las enormes ventajas de caminar hacia una integración de la Península Ibérica a todos los niveles que respete la mutua soberanía y potencie todas nuestras posibilidades de desarrollo y colaboración. Es necesario estimular los sentimientos de igualdad, fraternidad y respeto que ya existen entre nosotros, españoles y portugueses, dejando de lado cualquier actitud de superioridad, ignorancia o insolidaridad. Es contradictorio mirar hacia Europa mientras damos la espalda a Portugal. Todas nuestras propuestas y programas de actuación tendrán en cuenta este decidido propósito de construir una Unión Ibérica integradora".

No puedo menos que recordar, para acabar, el impacto que en los de mi generación dejó la Revolución de los Claveles. Estuve en Lisboa al poco de triunfaresa "revolución" que coincidió con los estertores del franquismo. Todavía resuena en mis oídos el "Grândola, Vila Morena" de Zeca Alfonso, uno de los cantos más bellos y emotivos que conozco. Sí, hay muchas razones para unir España y Portugal, unión que ha de ser política, pero mucho más.

DOS CEREBROS



Me apasiona observar a las personas, cómo actúan, cómo piensan, cómo sienten. Trato de pasar, científicamente, de lo singular observado a lo general inducido. Me viene la idea, a modo de hipótesis teórica, de que existen dos tipos de cerebro. Es sólo una intuición, o sea, una idea peregrina (jacobea y jacobina) que, de ser cierta, serviría para explicar la existencia de dos modos básicos de actuar, dos tipos de seres humanos: los que desarrollan un cerebro abierto al mundo y los que se encapsulan dentro de sí mismos.Aclaro: estos dos cerebros están dentro de cada uno actuando en perpetua lucha o contradicción. No hablo de dos hemisferios, sino de un mismo cerebro global que actúa de dos modos antagónicos, uno de los cuales acaba dominando al otro. Lo que distingue a las personas es cuál de esos dos cerebros rige o domina su actividad cerebral.

Cerebro extrovertido versus cerebro introvertido, para simplificar. Ambos constituidos, "como todas las cosas criadas", "a manera de contienda o batalla", que diría Fernando de Rojas, traduciendo a Heráclito. Me explico. Somos seres encerrados en una burbuja de energía. Esa cápsula nos protege y nos da el sentido de la existencia al actuar como un espejo: dondequiera que miremos vemos nuestro reflejo, nuestra imagen cóncava, algo que Valle-Inclánacabó descubriendo al pasar delante de los espejos del callejón del Gato (de Álvarez Gato). Esa autoimagen nos da la sensación de permanencia, de continuidad, de supervivencia. El cerebro encapsulado es aquel que queda absorbido por ese reflejo, el reflejo de sí mismo, la propia imagen proyectada en la burbuja que nos autocontiene. La superficie de esa esfera, fluida y transparente cuando nacemos, acaba volviéndose rígida y opaca.

El cerebro extrovertido, al contrario, no fija la atención en sí mismo, sino que trata de ver a través de la membrana que nos contiene y protege, intentando hacerla cada vez más translúcida y ligera, más apta para ver "lo que hay fuera". Y de lo que hay fuera, lo más difícil de observar, siempre, es a los otros, porque son lo más parecido a nosotros mismos. Saco una primera conclusión: las personas autoabsorbidas en su imagen son siempre las más difíciles de tratar, porque son incapaces de contemplar el mundo sin ver en él siempre la propia imagen proyectada. Hay que sacarlos de sí mismos y esto, para muchos, es algo física y psicológicamente imposible. Como también vuelve a decir Fernando de Rojas, "estando en el mundo yacéis sepultados", ensimismados.

Un cerebro vivo es aquel que está permanentemente abierto al mundo, descubriendo siempre algo nuevo, algo para él nunca visto ni oído ni observado. El cerebro, o se transforma, o muere.De ahí la enorme importancia vital que tiene el no quedar atrapado en el propio yo, en la autoimagen especular. Sin duda, todos tememos a la muerte, que siempre viene de fuera y amenaza con romper esa cápsula protectora. Pero el truco, la sabiduría consiste, no en protegernos endureciendo la superficie de la esfera o cubriéndola (platearla o azogarla) hasta transformar el cristal en un espejo, sino en permitir el paso de la luz, que la energía del mundo nos penetre y atraviese. La energía del mundo y la energía de los otros.

Nuestras neuronas viven interactuando con el mundo, y especialmente con las neuronas de los otros. Existe un instinto cerebral, neuronal, que nos lleva a conectar con otros cerebros, otras redes neuronales. Los cerebros ensimismados acaban perdiendo la capacidad de empatía, de conexión con los otros.Pero como no podemos vivir sin los otros, por más encerrados que estemos en nosotros mismos, se puede producir un fenómeno profundamente perverso, que es el crear una cápsula colectiva autoprotectora que funciona como una ampliación del propio autorreflejo. Una especie de supraorganismo de replicantes ensimismados.

Atisbo aquí una deriva siniestra con la que no esperaba toparme al seguir el hilo de mi hipótesis inicial. Siempre es arriesgado pasar del individuo al grupo, pero es imposible separarlos. Así que puede existir también un encapsulamiento colectivo, una red especular colectiva en la que queden atrapados los individuos que necesitan sostener una imagen agrandada de sí mismos. ¿Los nacionalismos, la fantasía de las identidades colectivas, el sentimiento de superioridad, la necesidad de conexión con otros replicantes, el encapsulamiento colectivo, son fenómenos relacionados con eso que he llamado "cerebro ensimismado"?

El cerebro ensimismado es un cerebro inseguro, asustado, que teme "eso que hay ahí fuera". Crea un caparazón, un exoesqueleto que limita sus movimientos. Hemos evolucionado, somos seres fluidos, abiertos, ágiles. No hay mayor placer que salir a explorar todo lo que hay ahí fuera. El inabarcable, incomprensible y fascinante mundo que está ahí, esperándonos.