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jueves, 23 de octubre de 2014

SOBRE EL SENTIMIENTO DE SUPERIORIDAD DEL INDEPENDENTISMO


La habilidad del independentismo marrullero para colocar las palabras adecuadas en el momento oportuno es sorprendente, pero mucho más lo es que la mayoría se deje enredar y no se entere de qué va la farsa. Ahora le toca el turno a la singularidad. Palabra mágica: hay que reformar la Constitución para reconocer la singularidad de Cataluña y ya tenemos resuelto el problema catalán.
Los periodistas, cada día más alelados o abducidos, lo oyen y no se les ocurre preguntar lo más elemental: Oiga, explíqueme qué entiende usted por “singularidad”. Sería la forma más sencilla de empezar a desenmascarar esta nueva trampa lingüística.

El interpelado seguramente repetiría, como harían los independentistas, aquello de la “lengua propia”, “una tradición y cultura propia”, “una historia propia”, unas “instituciones propias”, un “modo de ser propio”, etc. Incluso hablaría de “nación” y “derechos históricos”. Aquí propia sustituye a singular y singular a diferente. ¿Y qué quiere decir ser diferente o distinto en boca de un nacionalista? Ser superior. Traduzcamos singularidad por superioridad. Reconocer la singularidad de Cataluña no es otra cosa que reconocer la superioridad de los catalanes. Todo lo demás sobra. Yo soy leonés (lo mismo vale para un gallego, un extremeño, un andaluz...), y podría ponerme a defender lo mismo: lengua propia (el leonés, el bable, el berciano), tradición y cultura propia (los pendones, las pallozas, danzas y fiestas únicas, la lucha leonesa, la cecina, el botillo, el santo grial, una nómina ingente de escritores...), instituciones propias (concejos, la cuna del parlamentarismo...), un modo de ser (osados, originales, cazurros, socarrones...). Fuimos un reino durante siglos (nunca lo fue Cataluña), etc. Puestos a fabricar una identidad, una historia y una lista de agravios, tendríamos argumentos sobrados para sentirnos una nación oprimida y reivindicar nuestra singularidad. Pero no va por aquí la cosa, la de reconocer la singularidad de todos.

Llegamos así al meollo del catalanismo, que tiene que ver, sobre todo, con la necesidad de satisfacer un sentimiento agraviado de superioridad. Quienes promueven el independentismo se sienten superiores y lo que necesitan ahora es, no sólo sentirlo, sino serlo. Ya han pasado del reconocimiento, aquello de que nos quieran y respeten. Ahora quieren resolver el problema de una vez por todas: acabar con cualquier dependencia, cualquier vínculo, cualquier humillación, los agravios históricos, la opresión, la dominación, la explotación, el robo..., porque nosotros somos distintos, o sea, superiores.

Insisto en que el independentismo catalán no sería posible sin un fuerte sentido de superioridad que cada día se revela más como lo que es: racismo encubierto. Si repasamos el origen del nacionalismo y el discurso nacionalista catalán (como el vasco) encontraremos este sentimiento de superioridad como el elemento clave que sostiene todo el edificio. Revísense los discursos de los próceres catalanistas, incluido Pujol o Heribert Barrera.

Pero el sentimiento de superioridad no es algo simple, sino complejo, porque se asienta sobre la construcción imaginaria de una identidad propia, diferente y superior a la del otro. Para ser superior tiene que haber otro inferior. Ser catalán es ser distinto y superior a ser español. Necesitan el espejo español para reconocerse catalanes. Y aquí viene el problema, porque la realidad, el espejo, no les devuelve ninguna imagen distinta o muy diferente de la del español. Si se colocan al lado ante el espejo resulta que no hay modo de diferenciarlos: necesitan ponerse la barretina y enfundarse la senyera para distinguirse, pero, sobre todo, colocarle al de al lado el yugo y las flechas y estirarle el brazo en alto como un palo; ni siquiera el cubrirlo con una bandera española serviría, porque se parece bastante a la senyera (más si se le coloca la bandera aragonesa). Díganme en qué se diferencia el sanchopancesco Junqueras de un labrador manchego o mañico...

No hay ninguna identidad española, ni catalana, ni leonesa, ni aragonesa, ni manchega; aquí está el problema. Todas las diferencias hoy son individuales, no colectivas. Hoy la sociedad es esencialmente heterogénea porque en ella apenas existe endogamia, único elemento de creación de una etnia, una tribu o un pueblo diferenciado. Ni Cataluña ni España son hoy ningún pueblo, ni étnica ni culturalmente, esencialmente diferenciados entre sí.

Las sociedades modernas no se constituyen sobre ninguna identidad nacional, sino sobre dos conceptos básicos: el individuo y el ciudadano. Como individuos somos todos libres, únicos, singulares e intransferibles; como ciudadanos, todos somos iguales (ante el Estado y la ley, iguales en derechos y deberes). El Estado democrático no puede fundamentarse en nada más: individuos y ciudadanos. Como ciudadano me puedo asociar con quien quiera para defender mis intereses o alcanzar fines comunes (también para defender el bien común), pero no hay nada si desaparece el ciudadano y el individuo. El Estado se legitima por la voluntad libremente expresada de sus ciudadanos; no se fundamenta en ninguna identidad, derecho histórico o singularidad.

Cuando entramos en el debate de la singularidad catalana nos vemos arrastrados inevitablemente a la metafísica de las identidades y la exaltación de las diferencias, o sea, al encubrimiento de los sentimientos de superioridad. Insisto en que se trata de algo que tiene que ver más con la psicología que con la política, la economía o la historia. Por supuesto que sin la búsqueda de más poder de una minoría corrupta y ambiciosa (la tradicional burguesía catalana), no habríamos llegado al enfrentamiento actual; pero no basta con esto. Sin ese sentimiento de superioridad de fondo, alimentado por mitos, una historia inventada, unos rituales colectivos, una propaganda eficaz y el anhelo de un futuro idealizado, el independentismo no habría llegado al grado de provocación, engreimiento y desprecio de la legalidad a la que ha llegado.

Pero el diagnóstico quedaría incompleto si no añadiéramos otro elemento decisivo: el sentimiento de inferioridad que (también) encierra este complejo de superioridad. Los catalanes independentistas, precisamente por sentirse superiores a la chusma española, no comprenden cómo no han logrado ser independientes hasta ahora. Siendo como se ven, superiores, no pueden aceptar la humillación de depender de Castilla o Madrid (necesitan simplificar y caricaturizar la complejidad cultural y social de España). De esta supuesta dependencia (también paranoicamente amplificada) nace un inevitable rencor o resentimiento que necesitan superar porque lo viven intensamente como humillación o desprecio. Hablo de complejo de inferioridad precisamente por eso: porque exagera el poder de dominación y la dependencia del otro, incluso se lo inventa. El victimismo es la expresión más clara de esta mezcla de sentimientos aparentemente opuestos: el de superioridad y el de inferioridad. El inventarse un agravio tiene la gran ventaja de que justifica tu rencor, tu odio y todo lo que hagas para defenderte de esa ofensa.

Siempre he tenido la convicción de que detrás del catalanismo independentista se esconde una patología colectiva, una vivencia paranoica de la relación con el otro (el más semejante y cercano), que ha dado lugar a un discurso instalado de forma secular en el engaño, la mentira, la impostura, el engreimiento y el desprecio hacia lo que consideran, de modo muchas veces inconsciente, “superior”: la lengua y la cultura española, la historia de España con sus logros indiscutibles (el descubrimiento de América, la expansión colonial y del idioma, su literatura universal, el poder político y militar, su capacidad para organizar y sostener un estado moderno y democrático...). ¿A qué viene ese empeño de apropiarse de todas las figuras relevantes de la historia española para hacerlas catalanas, desde Colón a Cervantes, pasando por Santa Teresa o Américo Vespucio? ¿Sería posible este estúpido propósito si no se sintiera, al mismo tiempo, una admiración por esas figuras y su obra? Detrás de este exacerbado catalanismo hay también un españolismo que debe reprimirse de forma tan grotesca como la que lleva a cabo la llamada Nova Història. Pura teoría freudiana.

(Fotos: F. Redondo)

El catalanismo independentista no se asienta sobre un concepto propio y positivo de sí mismo, basado en sus logros, valores y proyectos, sino en un sentimiento de revancha, negación y destrucción de lo español, nacido de un atávico complejo de superioridad, pero también, paradójicamente, de su atracción hacia lo español. No de otro modo se puede entender el empeño en difundir una imagen totalmente distorsionada, esperpéntica y falsa de lo que es hoy España, machaconamente identificada con el fascismo, la ignorancia, el atraso y el militarismo cuartelario y antidemocrático. Para romper con cualquier sentimiento de simpatía es necesario hacer repulsivo el objeto de la atracción. Simple teoría freudiana, de nuevo.

Creo que es necesario acudir a este tipo de interpretaciones psicoanalíticas y patológicas para entender ese algo que siempre se nos escapa en el debate sobre la singularidad catalana, a la que, mientras no se aborde desde esta perspectiva, es tan difícil dar un cauce y alcanzar una explicación política. Si no se fundamentara en este magma patológico e inconsciente, mezcla de superioridad, soberbia, rencor y desafío, no sería posible la deriva independentista actual, vista por cualquiera que no esté contaminado del mismo virus como verdadero disparate, irracionalidad, delirios de poder y pérdida del sentido de la realidad.



 Lo peor de todo este chapapote emocional es que gran número de personas se han dejado absorber por la fuerza de su corriente hasta el punto de perder su individualidad (su libertad individual, de pensamiento y de sentimiento) sacrificada en el altar de la nación, de Cataluña, el proceso o el baile de la sardana. Al dejar de ser individuos libres e independientes, han dejado de ser al mismo tiempo ciudadanos: ya no saben cuáles son sus derechos ni sus deberes democráticos, se dejan guiar por los guardianes de la singularidad, los que definen su identidad y los convierten en pueblo. Los que les otorgan generosamente una identidad superior, nada menos que la identidad catalana. Todos los totalitarismos se han asentado sobre el sentimiento de una identidad colectiva superior, con la que se identifican los individuos mientras renuncian a su única singularidad: la que nace de su propio ser individual.

jueves, 16 de octubre de 2014

SOBRE EL PREMIO SAMUEL TOLEDANO 2014


El Premio Samuel Toledano de este año ha sido otorgado, según mis informaciones, al libro Orígenes de la filosofía en español. Actualidad del pensamiento hebreo de Santob, de Ilia Galán (ed. Dykinson, Madrid 2013). Las bases dicen que “se instituye un premio anual sobre la historia y la cultura de los judíos sefardíes en memoria de Samuel Toledano, uno de los renovadores de la Comunidad Judía en España. Podrán optar al premio investigadores y escritores residentes de Israel y España, con obras dedicadas a la historia de los judíos en España y en la Diáspora Sefardí, y su patrimonio cultural”. Por motivos que desconozco, el Premio todavía no se ha hecho público, a pesar de haberse fallado el pasado mes de junio. Este libro será, sin duda, objeto de polémica, dadas las tesis que defiende, poco compatibles con la finalidad y el sentido del Premio.

Sem Tob (así se ha escrito casi siempre en español) fue un judío nacido en un pueblo del norte de Sefarad-España (Carrión), donde se asentó una pujante comunidad judía de la que aún hoy quedan los restos de una sinagoga. Figura fundamental para conocer el destino de los judíos en aquella España medieval en que vivió, es uno de los escritores más destacados de su época, autor de un libro que tuvo gran repercusión entre los sefardíes, conocido con el título de Proverbios morales. La obra premiada es un supuesto análisis del pensamiento filosófico de Sem Tob contenido en estos Proverbios.

Señalemos, antes de iniciar el análisis de esta obra, que se trata de una reedición corregida de 1986, lo que no ha impedido que el libro resulte casi ilegible, tanto por la ausencia de cualquier orden expositivo como por su estilo, artificioso y plagado de incorrecciones sintácticas y semánticas.
El libro es, además, ideológicamente confuso. Encontramos en sus páginas la defensa de un relativismo moral inaceptable, como cuando nos dice que hemos de escuchar “las razones del comunista tanto como las del fascista, (…) las del inmigrante de raza oscura y las del nazi que se imagina de raza aria, (…) al que defiende el terrorismo y al que lo condena (…) y así hallar los puntos comunes (…), porque todos, al parecer, tienen algo de razón y de verdad...” (p. 123). O cuando afirma que “la locura es manifiesta en ciertos grandes personajes de la política (Alejandro Magno, Julio César, Napoleón, Hitler o Stalin)” (p. 152). Equiparar a Hitler con Alejandro Magno, y llamarlo enfáticamente “gran personaje de la política” en un libro supuestamente defensor y divulgador de la cultura judía, parece, cuanto menos, llamativo.

Pero vayamos a lo más importante: el contenido básico del libro. Empecemos aclarando que el autor no basa sus comentarios en el texto original, sino en una mala versión de García Calvo (no en alguna de las más reconocidas, como la de S.Shepard o de Paloma Díaz-Mas). El texto, degradado, se convierte así en mero pretexto para discursear de modo arbitrario, sin orden ni concierto ni respeto alguno por las ideas de Sem Tob, que desaparecen entre un maremagnum de ocurrencias que se amontonan desordenadamente. Nunca sabemos, además, cuándo cita a Sem Tob, a García Calvo o glosa él mismo los Proverbios, porque el texto carece de cualquier aclaración y las comillas es imposible saber a quién se refieren. Pero además justifica esta falta de respeto al texto original: “La forma (…) incluso aunque esté transcrita a caracteres hebreos (…) es lo de menos, para espanto de filósofos y pensadores de la exterioridad, hoy en boga. Hasta la rima es prescindible” (p. 226).

Recordemos que el texto está escrito en versos alejandrinos (siguiendo la tradición del mester de clerecía) o heptasílabos que forman cuartetas, sometido, por tanto, a las reglas de la métrica y la rima. El valor del texto reside en su forma literaria, el uso del lenguaje popular, el empleo de metáforas, antítesis y elipsis, el dominio del aforismo, la expresividad de las imágenes, el lirismo, la eficacia de las comparaciones, el manejo de los conceptos. Considerar todo esto “exterioridad prescindible” es anular el texto, desvirtuar su sentido y atropellar la más elemental teoría literaria.

Pero quizás lo más grave sea que, sin fundamento alguno, Ilia Galán cristianiza a Sem Tob, le despoja de toda referencia a su origen judío y borra por completo la influencia de este origen y condición en su obra y su pensamiento. El libro premiado, según las bases, por su aportación al estudio de la historia y la cultura de los judíos sefardíes, resulta que no sólo no contiene referencia alguna a los judíos hispanos o el judaísmo, sino que tergiversa la obra y denigra a Sem Tob hasta convertirlo en un mentiroso y vulgar adulador en busca de su propio beneficio. Veamos lo que escribe:
“Santob adula de la más evidente y torpe manera al rey don Pedro, apodado luego el Cruel, y es que si él era malo difícilmente su política iba a ser buena, sus acciones justas y adecuadas”. “Santob andaba detrás de la ganancia, mintiendo con la exageración halagadora, o cegado por la necedad de alabar a quien más bien parecía, por muchos aspectos, una mala bestia” (p. 324).

Olvida el autor que el propio Sem Tob se reconoce como judío en los Proverbios: “judío de Carrión”, se llama. Que uno de los códices conservados, el de Cambridge, está escrito en aljamiado hebreo. Que Sem Tob escribió un libro en hebreo, el Ma'asé ha-Rab (Disputa entre el cálamo y las tijeras) y tradujo al hebreo del árabe un tratado litúrgico, Preceptos morales, de Israel ben Israel. Y que compuso en hebreo una oración de penitencia que se convirtió en plegaria de Yom Kippur de muchos sefardíes hasta hoy mismo: Vidduy, traducida al español en 1553. ¿De dónde saca el autor que Sem Tob se convirtió al cristianismo?

Sem Tob escribió los Proverbios hacia 1350, un época decisiva en la historia de los judíos de España. La llegada al poder de Pedro I originó un conflicto con su hermano bastardo Enrique, que daría lugar a la primera gran guerra civil. Pedro I siguió la tradición de protección de los judíos, mientras que Enrique incitó a la persecución de los judíos. Ganó Enrique de Trastámara y la situación de los hebreos hispanos comenzó un declive imparable que culminaría con las matanzas de 1391. La complejidad y trascendencia de aquella guerra la resume el autor diciendo que Pedro I “era una mala bestia”.

La influencia de la Torá y el Talmud, y de la tradición sapiencial judía, está muy presente en los Proverbios. Sem Tob refleja bien el momento de incertidumbre y cambios, la toma de conciencia de lo inestable de la vida y la fortuna; elogia el libro y el saber, la cautela, la observación y la capacidad de adaptación, acorde con la psicología y la mentalidad sefardí. Su libro es moral y didáctico, no cristiano ni religioso. Muy pronto se convirtió en sospechoso, y pasó a ser prohibido por la Inquisición. En un expediente inquisitorial de 1492, Ferrán Verde, un mercader aragonés, fue acusado de herejía y apostasía. Pasó cuatro años encerrado e incomunicado, acusado de leer el Génesis y “una obra de rrabi Sonto”. Ferrán, como prueba de que no se alejaba de la ortodoxia, escribió de memoria todo lo que recordaba del libro de los Proverbios, más de 200 coplas. Al Tribunal poco le importó el contenido de esas coplas, lo importante era el hecho de leer a Sem Tob, considerado síntoma judaizante.

(Fotos:S.Trancón)

El contenido de los Proverbios, en efecto, si bien no contiene nada directamente contrario a la fe católica, nada dice sobre el cristianismo ni los dogmas de la Iglesia. Ilia Galán, sin embargo, se empeña en hacer reflexiones y afirmaciones constantes sobre el cristianismo, el Mesías y la religión católica, confundiendo al lector, como si tuvieran algo que ver con el texto de Sem Tob. Así que el libro que comento, no sólo borra, tergiversa y pervierte el pensamiento de Sem Tob, sino que lo adultera hasta el punto de convertirlo en un panegírico del cristianismo. No voy a abrumar al lector con las citas, me limitaré a entresacar unas pocas.
Ya en la página 70 defiende la conversión de Sem Tob al cristianismo con el argumento de que dentro de esta religión “tendría más holgura para reflexionar en aquel entonces”. Insiste en que el Dios cristiano es “infinitamente misericordioso y bueno, más que ferozmente justiciero según aparece en el Antiguo Testamento” y el judaísmo (p. 113). Hace una alabanza de Jesucristo, de la pasión y “la maravilla de la redención” (p. 124). “Para llegar a lo alto y fructificar hay que sepultarse en el barro de lo bajo, como el Mesías que siendo rey nace en la nauseabunda miseria de un establo” (p. 147). Alaba la “tradición del cristianismo que parte de un Dios salvador y rey del universo nacido en la figura de un menesteroso” (p. 151). “Era necesaria la cruz para la resurrección, la muerte para la vida eterna” (p. 159). Sobre la teología cristiana (p. 303), Cristo, la Trinidad, el Evangelio (p. 305), la cruz, la resurrección (p. 310), el cristianismo (p. 314). Etc.

Postdata


Américo Castro escribió: “Un enfoque antisemita de la historia española condena al historiador a falsearla, a malentenderla y a malestimarla”. Sabemos que hay muchas formas hoy de ser antisemita, incluso sin saberlo ni reconocerlo. El autor de este libro premiado parece ser simpatizante de la causa palestina, al menos por el apoyo que dio a los actos de difusión y propaganda antisemita de la III Flotilla Rumbo a Gaza, que sirvió de plataforma para manifestaciones y protestas en Madrid “contra el genocidio israelí”. Ilia Galán, como responsable de la Sección de Filosofía del Ateneo de Madrid (una de las instituciones culturales más importantes de España), presentó un acto el 23 de agosto de 2012 en el Ateneo (en el que participaron destacados activistas pro-palestinos, además del embajador de Palestina) titulado “TODOS HACIA GAZA CON LA FLOTILLA DE LA LIBERTAD”. Era la tercera, así que no se puede alegar ignorancia de los propósitos y fines de esta Flotilla. Tampoco parece que esto se compagine bien con los fines del Premio Samuel Toledano.          

viernes, 10 de octubre de 2014

QUÉ ENTIENDO POR DEMOCRACIA


El término democracia debe ser rescatado y redefinido constantemente. Muchos lo usan de modo interesado y espurio para encubrir todo lo contrario: la imposición arbitraria, el poder tiránico, el totalitarismo encubierto, la manipulación masiva.

Empecemos diciendo que la democracia se asienta sobre un conjunto de valores humanos y democráticos. Valor es lo que es valioso porque sirve, porque es útil y bueno para el individuo y la sociedad, porque favorece el bienestar y la justicia. ¿Qué valores son estos?

Podemos agrupar los valores en torno a tres conceptos: individuo, ciudadano y asociación.
El individuo es el sujeto básico de la existencia y la sociedad humana.
La democracia defiende los valores del individuo o la persona: la libertad, la independencia, el conocimiento, el bienestar, etc.
También defiende la democracia al ciudadano. El ciudadano es el sujeto de derechos y deberes jurídicos. La propiedad privada es un derecho ciudadano; el pagar impuestos, un deber. La igualdad ante la ley es un derecho; el respetar las leyes de trafico, un deber; etc.
La democracia se asienta también en el concepto de asociación. Una asociación es una agrupación libre de individuos que se unen para defender intereses, fines o proyectos compartidos.

La democracia es el establecimiento y la defensa de los valores democráticos del individuo, el ciudadano y los grupos o asociaciones.
El estado democrático es el que define y defiende los derechos y deberes de los individuos, los ciudadanos y los grupos que se constituyen y desarrollan en un sociedad concreta.

El ámbito individual es en el que menos debe intervenir el estado. El estado, frente al individuo y sus valores, no ha de hacer otra cosa que garantizar su libertad: libertad de pensamiento, de conciencia, de creencias, de gustos, de acciones, de movimientos, etc. El individuo es el único responsable de su propio desarrollo personal, de sus pensamientos, de sus ideales, su esfuerzo, su conciencia. En contra de lo que solemos pensar, el ámbito de nuestra individualidad, de nuestra vida personal e intransferible, es mucho mayor que cualquier otro. Debiera ser también el que mayor interés, atención y esfuerzo ocupara en nuestra vida. Digamos, por ejemplo, un 80%.

El ámbito ciudadano debe ser definido y regulado por el estado. El principio básico aquí es el de la igualdad. Así como en el ámbito del individuo, lo fundamental es defender la diferencia, el hecho de que somos únicos y singulares, aquí lo fundamental es asegurar la igualdad ante la ley. Igualdad de derechos y de obligaciones. A este ámbito de nuestra vida podríamos dedicarle, por ejemplo, un 10% de nuestro tiempo y esfuerzo, no más. No quiere decir que sólo tenga ese 10% de importancia, sino que debiera estar asegurado lo suficientemente por el estado como para que no requiriera de nosotros más que ese esfuerzo o dedicación. Cuando un estado no asegura esa igualdad y define y defiende el ámbito ciudadano, entonces nos obliga a definirlo y defenderlo a los ciudadanos con un sobreesfuerzo de vigilancia, control y protesta. Es lo que hoy ocurre.

El ámbito asociativo depende tanto del individuo como del ciudadano. ( Este ámbito podría ocupar en nuestra vida un 10%). El estado debe regular este ámbito para que la acción de las asociaciones se ajuste a sus fines y asegure la libertad del individuo, pero no debiera ser el responsable ni intervenir directamente en ellos. La agrupación pertenece a la iniciativa ciudadana, no al estado. El estado no tiene obligación alguna de crear ni de sostener a las asociaciones.

El estado tiene instituciones, no asociaciones o grupos. Las instituciones no buscan fines particulares o de grupo, no responden a intereses corporativos o asociativos, sino que emanan de su función básica, el asegurar el cumplimiento de los deberes y obligaciones de los ciudadanos y los grupos. La confusión entre asociación e institución es uno de los males más perniciosos de nuestra democracia. Ni los partidos ni los sindicatos ni las compañías ni los bancos son instituciones, como tampoco lo son los equipos de fútbol. (Se entiende por qué los nacionalistas han convertido al Barça en algo “más que un club”).

(Fotos: S. Trancón)


Las sociedades modernas se organizan como estados democráticos sobre la base del individuo, el ciudadano y la asociación. Para entender la importancia de esta forma de organización social hay que compararla con cualquier otro sistema del pasado o de los estados no democráticos. Los sistemas no democráticos se fundamentan en conceptos como el de tribu, secta, casta, raza, etnia, pueblo, nación o religión. Estos conceptos tienen en común que anulan la noción de individuo, ciudadano y asociación, y todo lo subsumen o sustituyen por la noción de “grupo”. El individuo se define en función del grupo, no es más que un miembro del grupo, forma parte de él. El ciudadano no existe. Cualquier asociación que exista en su seno se convierte en secta o casta, en una minoría organizada para controlar el poder y dominar al resto de individuos (convertidos en pueblo, raza, nación o conjunto de fieles).

En los sistemas no democráticos los individuos pertenecen a un territorio, un pueblo, una tribu, una raza, una nación o una religión. Su identidad se define por su pertenencia al grupo: se es catalán, vasco, español, palestino, negro, alemán, musulmán, suní, chiita, etc. No ciudadano catalán, vasco, español o italiano. Para los nacionalistas no existen los ciudadanos, sino “el pueblo catalán”, “el pueblo vasco”, el “pueblo español”, etc. (Los términos “pueblo” y “nación” son ambiguos, por eso nos resulta cada vez más difícil usarlos en sentido positivo).

Somos individuos y ciudadanos que nos agrupamos voluntariamente para defender nuestros intereses o alcanzar todo tipo de fines, entre los que puede estar el desarrollo personal, el altruismo o la búsqueda del paraíso. Pero la noción de individuo, ciudadano o socio es incompatible con la de vasallo, miembro, militante, fiel o seguidor.

La sociedad moderna y democrática se basa en individuos libres y diferentes, ciudadanos iguales y responsables, y asociaciones diversas formadas por individuos y ciudadanos activos, solidarios y bien informados. Lo contrario es una sociedad antidemocrática basada en la alienación del individuo, la anulación del ciudadano, la manipulación y el sometimiento al grupo, la uniformización ideológica, la pérdida de la libertad individual y colectiva.

NOTA
1) Aplíquense estas reflexiones a la actual situación de Cataluña y España. Ni una ni otra son hoy sociedades verdaderamente democráticas. El problema es común, no podemos solucionar uno sin el otro, ni uno contra otro. No entenderlo es provocar un enfrentamiento tan estúpido como doloroso e inútil.
2) El ámbito del desarrollo de la individualidad (conciencia, pensamiento, conocimiento, arte, disfrute, creatividad...) debería ocupar la mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo. El ámbito de la política (ciudadano y asociativo), con ser muy importante y decisivo, no debería absorber más que una pequeña parte de nuestra atención y energía. Lo que vivimos hoy es una aberración, una anomalía, en la que los términos están invertidos.