MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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domingo, 28 de diciembre de 2008

¿PODEMOS CAMBIAR?

(Foto: Carlos Guzmán)

Acaba de pasar el solsticio de invierno, la noche más larga del año. La luz empieza a vencer a las tinieblas. Sigamos el ritmo de la naturaleza que nos invita a renacer, a un proceso general de renovación. ¿Es posible? Lo hace nuestro cuerpo, que renueva constantemente todas sus células. Hasta las neuronas, en contra de lo que antes se afirmaba, pueden hacerlo.

La fuerza de la repetición es, sin embargo, muy poderosa. ¿Podemos cambiar?
Para cambiar, primero hay que estar convencido de que necesitamos cambiar, evolucionar. Siempre, en todo momento, podemos y necesitamos cambiar. No somos seres acabados, cerrados, hechos, sino cambiantes, evolutivos.

El intento es la fuera que nos permite cambiar. Intentar lo que deseamos. Intentar actuar, pensar y sentir de modo distinto, más libre, más consciente, menos rígido, menos previsible, menos programado, más abierto a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, que siempre está cambiando, aunque nos neguemos a verlo y aceptarlo.

Intentar es “poner en foco”, enfocar en algo toda la atención y dejar que nuestra energía se dirija hacia ello. Más que voluntarismo o sobresfuerzo, es concentración y persistencia, un desear sin desear, un actuar con total determinación y abandono al mismo tiempo, pensando en lo que hacemos más que en los resultados.

El intento no se centra en uno mismo, sino en lo que se intenta. Más que sacar fuerzas de uno mismo, lo que busca es conectar con algo que preexiste fuera, una fuerza que contiene todas las formas y posibilidades de existencia. Intentar es conectar con esa fuerza que hace posible el paso de lo posible a lo real. El intento es conciencia pura, la fuerza que sostiene todo lo que existe y todo lo que puede existir. No una ilusión, sino una prefiguración.

El verdadero arte nace de una conexión invisible e inexplicable con esa fuerza. El verdadero artista lo sabe, y por eso no se deja atrapar por un arte egocéntrico o egomaníaco, sino objetivo, expresión de algo impersonal y universal.

La obra de arte más importante es uno mismo. Intentar llegar a ser la obra de arte que esa fuerza del intento, nuestro destino, contiene como prefiguración o posibilidad. Conectar con eso que podemos llegar a ser. Intentar cambiar para perfeccionar la obra de arte que somos.

No caminamos hacia la decadencia, sino hacia la perfección. Es otra forma de entender el paso inexorable del tiempo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

ORIGINALIDAD DE EL QUIJOTE

(Foto: S.Trancón

Alguna vez leí que Dios creó al hombre para que le contara historias.
Cuando leo el Quijote siempre me acuerdo de ello.

Porque el Quijote es una historia de historias, un cuento de cuentos, las mil y una historias. Todos los personajes del Quijote cuentan algo, se pasan el rato contando historias: lo que han visto y oído, lo que han creído ver y oír, y lo que otros dicen que han visto y oído. Muchos cuentan lo que otros cuentan, y con frecuencia remiten a lo que unos y otros han leído. Cuentan, comentan, interpretan y discuten sobre esas historias, si son o no son verdad, ficción, invención, engaño o encantamiento.

Cervantes quiere transmitir al lector la idea de que hay dos formas de contar los hechos: una, puramente fantástica e inverosímil, y otra, verdadera y verosímil, porque se ajusta a los hechos. Pero ¿cómo distinguir entre una y otra? Aquí es donde Cervantes nos enreda hasta confundirnos por completo, porque sólo puede apelar a un criterio: la fiabilidad de las fuentes. Como todo es un cuento de cuentos, el único que puede distinguir la verdad de la ficción es el autor, el propio autor de la historia. Pero aquí viene el problema, porque ¿quién es el “autor” del Quijote?

El principal autor (ficticio) es Cide Hamete Benengeli, pero Cervantes se olvida con frecuencia de él y habla de “autores”. También, cuando le conviene, atribuye a los “traductores” algunas discrepancias del texto. Y cuando un hecho le parece demasiado inverosímil acude a un “yo” que se supone es el responsable último del texto, pero en realidad no lo es, sino sólo quien ha hallado el manuscrito o manuscritos originales y los ha mandado traducir. Con esta maraña de “autores” el verdadero autor-narrador se camufla, se disuelve, se esfuma. La supuesta fuente que da autoridad a todo, se escapa, porque no hay forma de remitir a un autor o una voz exterior al texto la responsabilidad del mismo. Así que el mecanismo inventado para distinguir entre verdad y ficción es una trampa, el texto sólo se puede fundamentar en sí mismo. El criterio de verdad remite al propio texto, que sabemos es ficción.

Sólo hay una forma de entender todo este maravilloso lío: el Quijote es una historia que se cuenta a sí misma, incluso que se lee a sí misma. No remite a una sustancia externa (la verdad de los hechos), porque esa sustancia es parte de la propia historia, del propio cuento. El mundo no es más que un cuento contado por todos para el disfrute de todos. No tiene otra sustancia que la que la palabra le otorga. ¿Cómo es posible esto, si los propios narradores son parte de la historia contada, están dentro del cuento?

Es aquí donde el Quijote adquiere para mí el mayor interés, porque es una manifestación del mayor atributo de la divinidad: la conciencia de sí mismo. La realidad última, la sustancia última de todas las historias, hechos y cuentos en que consiste nuestra vida no es más que una creación de la conciencia, un juego de la pura conciencia de sí mismo.

Tomando una frase del propio libro, podemos decir que el Quijote es una historia de “sueños contados por hombres despiertos”. Lo único real son esos hombres despiertos que cuentan sus sueños, sus fantasías, sus locuras, y las de otros. Sueños que algunos pretenden hacer realidad, como don Quijote y Sancho, o simplemente divertirse y disfrutar con ellos, como los duques y hasta el cura y el barbero. En último término, la locura sui generis de don Quijote (que sólo lo es en parte) no tiene más que causas orgánicas, pues todos los disparates son producto de “estómagos vacíos y cerebros llenos de aire”. Lo único real es nuestro cuerpo, que es puro misterio.

jueves, 18 de diciembre de 2008

UN POEMA DE FELICITACIÓN

(Foto: Agustín Galisteo)

Mis mejores deseos de bienestar, energía, conciencia y serenidad, para estos días, y para todos los que el destino nos depare.

Un poema de mi libro inédito DE NOCHE Y DÍA EL PEREGRINO


Era una luminosa mañana de noviembre,
tan suave la luz y la ternura púrpura de las hojas,
como plumas de una purísima garza,
que el peregrino alza la vista
a la más alta rama del árbol del mundo
en que anidan todos sus anhelos,
empujado, movido por un viento
que viene de la eternidad.
Sólo en esos momentos sabe
que aún no está perdido.

domingo, 14 de diciembre de 2008

FELIZ PRESENTE

(Foto: Agustín Galisteo)



Eckart Toole escribió un eficaz libro titulado “El poder al ahora”, que recomiendo especialmente en estas fechas en que ritualizamos el paso del tiempo. Nos recuerda cosas que todos sabemos, pero que conviene repetirnos de vez en cuando.

El futuro es una construcción mental. También lo es el pasado. En el mundo real sólo existe el ahora. Y el ahora es el instante. Imaginamos la continuidad y a eso le llamamos tiempo. El tiempo es la continuidad del instante y, como tal, lo consideramos infinito, eterno. Como recordamos el pasado y podemos imaginar el futuro, caemos en la trampa de que ese pasado y ese futuro existen fuera de nuestra mente.

Nada tendría de malo este modo de proceder si no nos alejara del ahora, si no nos dejáramos absorber por lo que recordamos del pasado y por lo que prefiguramos del futuro. Dejamos atrapada ahí, en lo que ya no existe y en lo que todavía no ha llegado, toda nuestra energía y atención. Dejamos de estar presentes, dejamos de ser reales para convertirnos en seres del pasado o seres virtuales.

Pero sólo podemos actuar ahora, nada podemos hacer fuera del presente. Puedes traer el pasado al presente para desengancharte de él, nada más; para no dejarte absorber por él, por esos recuerdos que quieren existir más allá del ahora en que ocurrieron. Puedes imaginar el futuro para intentarlo ahora, para hacer ahora algo que pueda hacer posible ese futuro imaginado, pero no para hundirte en él, no para evadirte del ahora.

El ahora es todo lo que tienes y todo lo que eres. No hay nada fuera del ahora. No hay ninguna posibilidad de actuar sobre el pasado ni sobre el futuro. El ahora es completo, inabarcable, infinito. En el ahora está todo lo que necesitas. ¿Por qué nos resulta tan difícil anclarnos en el ahora? Porque nos creemos eternos, porque quisiéramos ser eternos.

Quien se considera eterno puede permitirse el lujo de despreciar el ahora. Pero el ahora es todo y lo único que tenemos. Un instante, y nada nos asegura que seguiremos vivos al instante siguiente. Un instante es nada. El ahora es la muerte, el vacío. Sólo podemos aceptar el instante, la nada, pero al hacernos conscientes de él, nos volvernos todo lo reales que somos, nos hacemos realmente presentes en cada momento.

Quien así es consciente actúa sin miedo, sin dudas, sin reservas, y aprovecha todos los momentos de su vida, los dilata, los llena de intensidad, la única forma que tenemos de vencer al tiempo.

martes, 9 de diciembre de 2008

ENERGÍA Y PERCEPCIÓN

(Foto: Agustín Galisteo)

La definición de energía de Einstein solemos entenderla en sentido cósmico o macrocósmico. Vemos una masa moviéndose a una velocidad inconcebible y de ahí sale la energía. Pero también vale para lo más cercano, para entender lo que ocurre en nuestro cuerpo, que es una masa que produce energía y que, por tanto, también algo en nuestros átomos y moléculas se mueve a esa inconcebible velocidad. Puro enigma, como la fórmula de Einstein, ya lo dije.

Pero si es así, pues yo veo que la energía, lo mismo que produce calor, puede producir conciencia. Al fin y al cabo, el calor es algo tan abstracto como la conciencia. Yo noto el calor gracias a mi piel, pero del mismo modo noto que me estoy dando cuenta de lo que siento o percibo gracias a mi cerebro.

El asunto complicado es comprender cómo esa energía percibe y se da cuenta de que percibe. Tiene que haber una explicación del mismo nivel que todo lo anterior, más o menos “física”. Me explico.

Si somos un conglomerado de campos de energía “organizada” a modo de filamentos, ondas o “cuerdas”, autocontenida, pues en alguna parte de esa esfera tiene que haber una zona de contacto con el mundo exterior, con la energía que nos rodea y que constituye el mundo, y ese contacto es lo que produce la percepción. Hay un punto, una abertura, que nos permite “encajar” nuestra energía con la energía exterior. A esto le podemos llamar “alineamiento” de fibras energéticas o filamentos. El “chispazo”, el contacto es lo que produce la percepción, el darnos cuenta, como si se tratara de una sinapsis que permite el paso de la energía por un circuito neuronal.

Lo que más me interesa de todo esto, es comprobar que esta explicación permite entender por qué pasamos de un estado de conciencia a otro, de un estado de ánimo a otro, de un modo de percibir la realidad a otro, y aquí caben todos los modos extraños de percibir, de sentir y de actuar, incluidos los que juzgamos patológicos o místicos, cotidianos o extraordinarios, delirantes o depresivos, altruistas o mezquinos.

Al cambiar el lugar en el que se produce ese contacto, ese encaje de la percepción, pues lo que vemos y sentimos es un mundo diferente, porque la energía alineada es diferente.
Y son casi infinitos los lugares a los que se puede “mover” ese punto luminoso, donde se concentra nuestra energía para producir la percepción consciente. Tan infinitos como los mundos que podemos percibir, todos igualmente reales, tan reales como el mundo de todos los días, ése que hemos aprendido a percibir de modo estable al fijar nuestro “punto de encaje”, todos, en el mismo lugar.

Hay muchos “lugares”, dentro de nuestra esfera energética, a los que se puede desplazar esa abertura que nos hace percibir. Señalaré algunos:

-El de la preocupación por uno mismo (el más común).
-El de la razón (mucho menos común de lo que suponemos)
-El del conocimiento directo o la conciencia pura (sólo lo podemos mantener durante un tiempo muy limitado)
-El de la atracción por la materia y los objetos (origen del materialismo capitalista)
-El del sexo (el placer del cuerpo).

Todos estos centros de la percepción producen a su alrededor una constelación de pequeños desplazamientos que explicarían la infinidad de conductas, sentimientos y percepciones que podemos experimentar. También se pueden producir “saltos” de un lugar a otro. La conciencia es ese darnos cuenta de dónde se sitúa en cada momento nuestra percepción, dónde se fija y hacia dónde se desplaza. La conciencia nos permite hablar de la “relatividad de la percepción”.

A todo esto yo lo llamo “teoría de la relatividad de la percepción”. En el fondo no es más que una consecuencia de la teoría einsteiniana.

viernes, 5 de diciembre de 2008

ENERGÍA Y CONCIENCIA

(Foto: S.Trancón)
La conciencia depende de la energía.
La conciencia emerge de la energía, como los colores de la materia al ser atravesada por la luz.
El color “emana” de la materia al absorber las ondas y partículas de la luz.
Nuestro cuerpo absorbe la energía que llega del universo y de él “emana” la conciencia.

Los diversos niveles de conciencia dependen de la cantidad de luz y energía que recibimos del cosmos y de la absorción que de ella realiza nuestro ser.
Según el tipo de energía que recibimos, absorbemos o dejamos que nos traspase, así nuestro nivel y tipo de conciencia. Quien está encerrado en sí mismo y construye un escudo, una pantalla para protegerse, acaba ahogándose dentro de su propia coraza, como el coleóptero Gregorio Samsa.

La conciencia es el color, algo que no existe en la materia, pero que emana de ella.
Viene del vacío. Dice el budismo: “El color es lo vacío y lo vacío el color”.
La conciencia es una vibración, una tonalidad de energía.
Estamos rodeados de conciencia, de vibraciones de energía.

Somos receptores y repetidores de energía. Difundimos a nuestro alrededor las vibraciones de la energía que en cada momento absorbemos, nos agita y traspasa.

La energía es algo más que la materia o la masa. La materia es energía compacta, pero la energía es mucho más que materia. Es también la antimateria, la materia oscura y la energía oscura, ese mundo del que empezamos a saber algo, pero que sólo podemos expresar mediante metáforas y números.

E=mc2: No hay fórmula matemática más mística, esotérica o cabalística, porque no hay modo de definir ninguno de sus términos. La energía es la masa a la velocidad de la luz al cuadrado. ¿Dónde acaba la masa y empieza a transformarse en energía? ¿Cómo lo hace, como se transforma, y en qué? ¿Y la luz? Es onda y partícula… ¿Y cómo puede eso ir a velocidad alguna? Pero podemos traducirlo en números, y entonces pues sí, hacemos predicciones y se cumplen. Eso es todo. Pero no hay modo de saber “realmente” qué es eso de la energía, la luz, la masa, la materia, la materia oscura, la antimateria y la energía oscura.
Si miramos con un microscopio potentísimo acabamos descubriendo la nada, el vacío. Este es nuestro lenguaje, el de hoy, el que sustituye a otros del pasado que quisieron decir lo mismo. Parece frío y objetivo, pero no es nada si no nos lleva hacia ese lugar de la conciencia que todo lo ilumina y da sentido. El lugar del “conocimiento sin palabras”, porque también se puede pensar y conocer sin palabras. Parece difícil, pero es algo de lo que todos tenemos experiencia.
Recuérdalo, amigo, e inténtalo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

ALGO SOBRE EL JUDAÍSMO HISPANO

(Foto: S. Trancón)

Confieso que cada día me apasiona más el tema del judaísmo hispano. La historia que hemos aprendido en el bachillerato es una perversa inducción a la anorexia mental, o sea, que promueve la amnesia de lo que históricamente hemos sido.

Como viajero curioso, en mi veraniego paseo por tierras leridanas descubrí hace dos años el nombre de tres pueblos que llamaron mi atención: Torá, Osso de Sió y Guimera. Cada día aparecen restos de nuevas aljamas o juderías en nuestro país. Hasta en mi pueblo, Valderas, me acabo de enterar que existió un aljama con sinagoga. Por eso no me ha extrañado que estos tres nombres todavía no figuren en la lista de posibles juderías olvidadas.

El nombre de Torá parece claro que se refiere a la Torá judía, el texto sagrado sobre el que se asienta el judaísmo. El pueblo me llamó mucho la atención. Mantiene un casco antiguo lleno de arcos, calles estrechas y laberintos, a pesar de tener poco más de trescientos habitantes. Al contrario de todos los pueblos de la zona, no está enclavado en lo alto de un cerro, sino al fondo de un pequeño valle, rodado de altas montañas, como camuflado en el paisaje. Las callejuelas dan a una plaza donde mana una fuente, con un gran pilón que servía de lavadero, y unos castaños altísimos, robustos y frondosos alrededor. En dos puntos distintos se pueden leer estas inscripciones: “Plaza de la República, 1931-1939”, y “En recuerdo de la visita de Alfonso XIII en 1907 con motivo de la gran inundación”. Yo no sé cómo cayó por aquellos inhóspitos contornos Alfonso XIII, pero su visita, que debió impresionar a los vecinos, no dejó huella suficiente como para impedir el activo republicanismo de toda la zona. Por un castillo cercano, el de Vicfred, pasaron también y durmieron Felipe V, el borbónico Carlos de las guerras carlistas y hasta el fugaz Amadeo de Saboya, camino del exilio, aunque más bien se iba para su casa.

No visité el pueblo de Osso de Sió, pero Sió no puede referirse, creo yo, más que a Sión, la tierra prometida del sionismo. Y Guimera, otro pueblo sorprendente, igualmente laberíntico, lleno de casas con intricadas cuevas en su interior, ocultas en las profundidades de la ladera rocosa, pienso que se relaciona con la Guemerá, otro libro judío que, junto con la Mishná dará lugar al Talmud, otro de los fundamentos del judaísmo.

El judaísmo alcanzó su edad de oro en Sefarad, España, entre los siglos X y XIII. Todo lo que aquí dejó todavía no ha sido reconocido y permanece en gran parte ignorado y activamente silenciado. A mí me parece un olvido tan empobrecedor que no quiero pasarme ni un día más sin intentar repararlo. Ya sé, por ejemplo, que en mi tierra, León, vivió el gran Moisés de León, que escribió uno de los tratados de la Cábala más importantes, el Zóhar (el Resplandor), libro, por desgracia, prácticamente inaccesible. O curiosidades, como una relacionada con los nombres de Dios, a que hice referencia en una entrada anterior. Los judíos no podían (ni pueden) pronunciar el nombre de Dios, pero una vez al año, el Día de la Expiación, creo que el sumo sacerdote, cuando aún existía el templo de Salomón, podía entonar los 72 nombres secretos de Yahvé, pero para que el pueblo no lo oyera, se hacía un gran ruido alrededor del templo con cacerolas y escudos. Decían que de este modo ayudaban a Dios a crear otros mundos.