MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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domingo, 29 de abril de 2012

EL LENGUAJE Y EL CUERPO (II)

La lengua es lo que permite dar forma al pensamiento. La lengua nos permite materializar y exteriorizar el pensamiento, que es algo interno e invisible.

Para ello, el pensamiento tiene que encarnarse, pasar por el cuerpo. Pensar no es sólo una actividad cerebral, sino corporal, orgánica. Hablamos con todo el cuerpo

Cada lengua establece unas normas (fonéticas, sintácticas, semánticas) que abren un horizonte de posibilidades al habla. Esas normas funcionan también como límites. Cada lengua funciona como una estructura no sólo lingüística, sino orgánica y mental, a la que el sujeto se tiene que sujetar si quiere hablar. La lengua aparece así como imposición social. 

(Foto: S. Trancón. Montréal)


El cuerpo es la afirmación de lo individual frente a la norma social. Lo individual, la impulsividad del deseo, lucha por hacerse presente y realizarse en todo momento porque en eso consiste la vida, de ello depende su "permanencia en el ser". El cuerpo es la fuente energética que sostiene la vida. Al hablar, el cuerpo necesita también hacerse presente, expresar su deseo, no sólo dar forma a su pensamiento. La lengua es el resultado de un acuerdo y una integración entre cuerpo y pensamiento. 

Cada lengua impone una estructura corporal y mental al hablante. Hablar es una experiencia, en primer lugar, corporal. Para hablar una lengua hay que incorporar una serie de hábitos orgánicos, respiratorios, rítmicos, acústicos, gestuales, posturales, energéticos, impulsivos. Cada lengua construye y expresa un compromiso con el deseo, con el cuerpo.

Como el deseo más fuerte es siempre el deseo del otro (poseer, unirse o diluirse en el otro), el habla se convierte también un un acto de seducción (despertar el deseo del otro), o de dominio o de control del otro (someter al otro a mi deseo). 

La literatura nos sitúa en el corazón de todas estas contradicciones: la ley, el cuerpo, el deseo, el otro. La verdadera literatura es siempre un "desbordamiento" de la ley y una victoria del deseo. Toda obra literaria lograda es a la vez una realización y una ampliación de las posibilidades orgánicas y mentales de la lengua. La literatura, por eso mismo, hace evolucionar a la lengua ampliando sus casi ilimitadas posibilidades. 

Yo tengo un método práctico para distinguir la mala, de la buena literatura: escuchar al cuerpo. Me baso en la teoría que aquí he expuesto sobre las relaciones entre lenguaje y cuerpo. La mala literatura me sienta mal, física y orgánicamente. Me impone una "corporalidad" que no me deja respirar bien o no estimula mi energía. No me permite integrar ni armonizar mis impulsos y emociones. Puedo sentirla, incluso, como algo orgánicamente tóxico, nocivo.   

viernes, 20 de abril de 2012

EL LENGUAJE Y EL CUERPO (I)

(Foto: S.Trancón. Montréal)

La semana pasada asistí a la 40 Rencontre Québècoise International des Écrivains en Montréal. Fueron tres días de intensos debates y reflexiones sobre el tema Que veut la littérature, aujourd'hui?, cuyas sesiones fueron retransmitidas en directo por la radio, algo sorprendente para quien viene de un país donde cada día se desprecia más la cultura y la literatura en los medios de comunicación. Tuve la satisfacción, además, de leer en español y en francés, en un acto público, algunos poemas de mi libro Desvelos de la luz y el relato El pájaro en su rama (L'oiseau dans sa branche).

Para responder a la pregunta de qué quiere la literatura, creo importante aclarar antes la propia idea de lengua, sobre la que trabaja. Para entender la literatura hay que abordar las relaciones entre lenguaje y cuerpo. Quiero resumir ahora alguna de las ideas que las discusiones de estos días me suscitaron.

Construimos la lengua con el cuerpo. Es el cuerpo el que nos permite hablar. El habla es una actividad corporal y orgánica, basada en la producción y articulación de sonidos. Para poder hablar necesitamos controlar una compleja red nerviosa y muscular, que va del diafragma a las cuerdas vocales, pasando por la musculatura facial, la respiración, la postura, los gestos, los ojos, el oído... Todo el cuerpo está implicado y comprometido en el acto del habla.

Para hablar necesitamos controlar el cuerpo. Necesitamos activar coordinadamente unos circuitos neuromusculares, modulando su intensidad, al mismo tiempo que desactivamos otros. Esto supone un aprendizaje específico, pues no aprendemos a hablar en abstracto, sino una lengua concreta. Cada lengua se inscribe en el cuerpo, o sea, cada idioma configura una "corporalidad lingüística" determinada, con rasgos orgánicos propios o diferenciados. Hablar otra lengua supone no sólo memorizar un vocabulario y una sintaxis diferente, sino, sobre todo, asimilar o integrar otra "corporalidad".

El habla es un acto que supone dominar la impulsividad y la emocionalidad. Si el deseo nace del cuerpo y se realiza a través de él, el lenguaje se opone a la impulsividad del cuerpo, al que obliga a controlar y modular. El cuerpo necesita ser controlado y dominado para poder articular una serie de sonidos muy específicos, de acuerdo con el orden y las normas que impone la lengua. Si el cuerpo es la afirmación de lo individual, la lengua es la afirmación de lo social. Para poder hablar hay que aceptar la ley. La lengua es la primera y más importante representación y afirmación de la ley.

En el acto del habla siempre se expresa nuestra corporalidad y su lucha por controlar sus impulsos y emociones. Su función principal, sin embargo, no es la de afirmar la propia individualidad, sino el comunicarnos con los demás. El lenguaje tiene, ante todo, una función social. El lenguaje es el principal instrumento para hacer posible la cooperación, sin la cual es imposible la supervivencia individual y colectiva.

La literatura hay que situarla entre el cuerpo y el lenguaje, entre la expresión y afirmación de lo individual, y la  aceptación de lo social y la necesidad de la comunicación.

sábado, 7 de abril de 2012

GÜNTER GRASS Y EL ANTISEMITISMO


(Foto: S. Trancón. Aniés)


Lo que hay que decir, a la vista de este texto (ver al final):

-Que Günter Grass, premio Nobel, no tiene ni idea de lo que es un poema.
-Que cortar renglones y ponerlos uno debajo de otro no es un poema.
-Que este texto no es más que un mal artículo que el autor no se atreve a escribir, quizás porque así quedaría más en evidencia su ínfimo nivel intelectual y literario.
-Que es sorprendente que un texto de tan baja calidad haya sido publicado en cuatro grandes periódicos internacionales.
-Que el autor, ya en plena decadencia mental, no sólo escribe mal, sino que hace afirmaciones absolutamente rechazables. Veamos algunas:

Empieza diciendo que ha guardado silencio durante demasiado tiempo, como si alguien le hubiera impedido hablar hasta ahora. De lo que guardó silencio demasiado tiempo fue de su militancia en las SS. Ser de las SS no era simplemente unirse al ejército nazi, como hicieron tantos otros alemanes. No era algo obligatorio, sino voluntario. ¿Y qué hacía en las SS, jugar al billar?

Se alarma ante el supuesto derecho a un ataque preventivo (israelí) que extermine al pueblo iraní. Hablar de exterminio parece que otorga inmediatamente la razón a quien exhibe tan drástico término (y más si se une a la palabra “pueblo”). Pero el único exterminio histórico, fríamente planificado, ha sido el del pueblo judío por parte, entre otros,  de aquellos alocados jovenzuelos (¡pobrecitos!) de las SS, entre los que figuraba el tan tardíamente arrepentido Günter Grass. Hoy la única amenaza de exterminio, reiterada, pública y ostentóreamenbte anunciada, es la del régimen iraní contra Israel. Pero para Grass esto no es más que palabrería de un “fanfarrón” que, ¡atentos a las palabras!, “subyuga y conduce al júbilo” al pueblo iraní. Es repugnante el intento de trivializar la amenaza iraní envolviendo a su impulsor, negador del Holocausto, en esta épica fascistoide.

Para Grass todo se basa en que en su jurisdicción (iraní) “se sospecha la fabricación de una bomba atómica”. Dejemos de lado eso de que “en su jurisdicción” (suponemos que quiere decir "territorio"). Los laboratorios subterráneos, ocultos y ocultados sistemáticamente, no son una sospecha, sino un hecho real, tan real como lo es la voluntad de usar esa bomba con fines de exterminio por parte de ese simpático caudillo fanfarrón, como lo hizo el jefe de Günter Grass en su día, sin duda porque era adicto a ciertas bravuconadas “jurisdiccionales”.

Argumenta Grass que Israel posee un arsenal atómico “fuera de control” porque es “inaccesible a toda inspección”. Pues no, señor Günter: el potencial atómico de Israel no está fuera de control ni constituye amenaza alguna para la paz mundial, porque ni ha sido ni es amenaza para nadie, como no lo es el arsenal alemán, el francés, el norteamericano o el ruso. Su mayor riesgo es el de un accidente, y en este sentido son mucho más amenazantes, puestos a temer, los cientos de centrales nucleares esparcidas por el mundo. En cuanto a lo de “inaccesible a toda inspección” es un burdo intento de buscar una falsa simetría entre Irán e Israel, pues los órganos internacionales no inspeccionan los sistemas defensivos atómicos de todos los países, sino de aquellos que constituyen una seria amenaza para la paz mundial, como es el caso de Corea e Irán. No van por ejemplo, a inspeccionar las instalaciones atómicas alemanas, contra las que nada dice el escandalizado Grass. (Alemania oficialmente no posee armas nucleares, pero fabrica ojivas nucleares que vende a otros países y posiblemente guarda varias bombas atómicas americanas de la época de la guerra fría).

Como gran argumento, nos cuenta Günter no sé qué tontería sobre la venta de un submarino alemán a Israel, una especie de terrible dragón capaz de escupir “ojivas aniquiladoras” contra un país “donde no se ha probado la existencia de una sola bomba” (sic), ni, se supone, tampoco se ha probado la existencia de un solo terrorista… Pero lo que al parecer le irrita más a Grass no es que Alemania venda todo tipo armamento a medio mundo, sino que esto lo haga a Israel en concepto de “reparación”, se supone que por los crímenes cometidos por Alemania contra el pueblo judío. Que Grass se refiera con desagrado a las obligaciones de reparación, internacionalmente aceptadas y muy justificadas (algunas, por cierto, injusta e injustificadamente perdonadas, como en el caso de Grecia, a la que hoy “no perdonan” los bancos alemanes), es algo demasiado sintomático, como eso de que los alemanes ya han sido “suficientemente incriminados como alemanes”.

Es muy freudiano eso de que por “su origen” está “marcado por un estigma imborrable” del que se quiere liberar nada menos que denunciado el previsible “crimen” israelí para no hacerse cómplice de él. Confunde intencionadamente “militancia nazi” con origen alemán. Como freudiano (o sea, insuficientemente reprimido) es eso de no querer nombrar a Israel en un momento, para poco después contradecirse y nombrarla, envuelto todo el discurso, eso sí, de purismo izquierdista, de lucha contra la “hipocresía de Occidente”, de retórica vacía (resulta casi sarcástico eso de que está “unido” al país de Israel y quiere seguir estándolo; o eso de “ayudar a todos, israelíes y palestinos”…).

En una sola cosa tiene razón Günter Grass: “Antisemitismo se llama” a todo este discurso lleno de veladas justificaciones, falsas acusaciones y clamorosos silencios, como todo lo que tiene que ver con el actual régimen antisemita, terrorista, abyecto y represor iraní, verdadera y real amenaza a la frágil paz mundial.

 LO QUE HAY QUE DECIR
Günter Grass
                                     
Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.


viernes, 6 de abril de 2012

¿POR QUÉ ESCRIBO?

(Foto: S. Trancón)
El próximo 11 de abril viajo a Montréal (Canadá) para asistir a un Encuentro Internacional de Escritores. Me han pedido una breve declaración que defina mi idea de la escritura y la literatura. He enviado este texto, con su correspondiente traducción, revisada por mi amigo Kévin Marceau.

Escribo porque al hacerlo me olvido de mí mismo. Porque al escribir entro en un estado de conciencia estimulante. Porque me produce un íntimo placer el dejarme llevar por las imágenes y las palabras, por su ritmo, por sus asociaciones inesperadas, por la sorpresa que me producen las nuevas ideas.Porque escribir es para mí un reto, el reto de lograr un texto original, lleno de vida, de fuerza y de interés.

Escribo para intensificar mi vida y la vida de los que lean lo que escribo. No escribo para entretenerme ni para pasar el tiempo. No escribo para entretener ni hacer pasar el tiempo a los demás. La literatura para mí no es un adorno ni un añadido a la vida. La literatura es parte de la vida porque ella misma es vida. Escribo para sentir y tomar conciencia de mi existencia y de la existencia del mundo. Escribo para asombrarme del misterio de la vida y de los misterios del mundo. No escribo para reafirmar mi yo, para sostener una imagen idealizada de mí mismo.

La literatura transforma la vida porque transforma el pensamiento y modifica nuestra forma de sentir. La literatura no cambia el mundo, no influye directamente en la realidad del mundo, sino en el pensamiento y el sentimiento. No me interesa la literatura política, la que busca efectos políticos o sociales directos. Tampoco me interesa la literatura que se limita a reflejar la realidad de la vida cotidiana, con todas sus rutinas y miserias. La literatura es un arte específico que debe producir en el lector efectos que ningún otro arte pueda producir.

Pourquoi est-ce que j’écris? Dans quel but?
J’écris car cela me permet de faire abstraction de ma propre personne. J’écris car cela stimule la conscience. Car écrire me procure un plaisir intime lorsque je me laisse porter par les images et les mots, par leur rythme, par leurs associations inattendues et par la découverte d’idées nouvelles. Car l’écriture se présente pour moi comme un défi, le défi d’aboutir à un texte original, plein de vie, deforce et d’intérêt.
J’écris dans le but de donner plus de sens à ma vie et celle de mes lecteurs. Je n’’ai pas vocation à écrire pour divertir ou passer le temps, que ce soit pour moi ou pour autrui. La littérature, selon moi, ne relève pas du domaine ornemental. La littérature fait partie intégrante de la vie parce qu’elle la dépeint dans son ensemble. J’écris afin de ressentir et prendre conscience de mon existence et celle du monde autour du moi. J’écris pour m’interroger sur les mystères de la vie et du monde. Je n’écris en aucun cas pour m’affirmer ou entretenir quelconque image idéalisée de ma personne.
La littérature transforme la vie car elle transforme la pensée et altère notre ressenti. La littérature ne change pas le monde, elle n’a pas d’influence directe sur le tangible, cependant son impact sur la pensée et l’affect est incontestable. La littérature destinée à des fins politiques ou sociales ne m’intéresse pas, tout comme celle se limitant à mettre en scène la routine et les mésaventures de la vie quotidienne. La littérature est un art particulier qui se doit de procurer au lecteur ce qu’aucune autre forme d’art n’est en mesure de faire.