MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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sábado, 28 de junio de 2008

¿POR QUÉ LLAMAR CASTELLANO AL ESPAÑOL? (II)

(Foto: S. Trancón)


¿Español o castellano? Los nacionalistas dicen: español no, porque eso supone excluir a las otras lenguas (catalán, vasco, gallego), que también son españolas. A primera vista parece un argumento muy integrador, acorde con eso de la España plural. Pero veamos:

1) Resulta sospechoso que quienes basan toda su acción política en diferenciarse lingüísticamente de España reivindiquen que su lengua es también española. Parece que aquí hay gato encerrado.
2) Resulta incoherente reivindicar en este caso un adjetivo cuando se niega el sustantivo, España, cuyo término se ha sustituido por el de “estado español” hasta en contextos inverosímiles.
3) ¿Por qué se supone que llamar español a nuestra lengua es negar algo a las otras lenguas, excluirlas o no considerarlas? Al decir español yo no voy en contra de nada ni de nadie, sino que trato de usar la palabra más apropiada para referirme a un hecho, una realidad lingüística al margen de toda connotación política o ideológica. Presuponer lo contrario es un ejercicio malévolo o paranoico.

Enfoquémoslo desde el otro lado. ¿Hay alguna razón de peso para llamar castellano al español? ¿Porque nació en Castilla? Veamos de nuevo:

1) Todas las lenguas han surgido en zonas geográficas concretas. Unas pocas, por razones históricas, lingüísticas y políticas (todo a la vez, no por una sola razón) iniciaron un desarrollo que dejó atrás su origen territorial para extenderse y hasta universalizarse, convirtiéndose en un idioma nacional o transnacional. El español surgió del castellano, pero muy pronto se convirtió en la lengua de la mayoría de los hablantes de la nación-estado llamada España. Es un hecho, no un supuesto. Este hecho llevó consigo la desaparición natural de unas lenguas y la pervivencia también natural de otras. Y lo mismo que aquí en todo el mundo, y a lo largo de toda la historia, desde el latín al francés o el alemán.
2) La mayoría de estas lenguas, al convertirse en nacionales, pierden su nombre originario para asumir la nueva realidad lingüística. El francés no se llama franciano ni parisino, ni el italiano toscano, ni el catalán barcelonés. ¿Por qué ir contra la historia y la realidad y llamar castellano al español?
3) Volvemos a las razones políticas. Para defender su lengua, los nacionalistas se ven empujados a diferenciarse del español, a limitarlo, a reducir su dimensión territorial y su importancia lingüística, cultural y política. Necesitan también, y consecuentemente, deslegitimarlo, desprestigiarlo como lengua común, útil y también necesaria para la cohesión política de España. Si le llamamos castellano estamos diciendo, de paso, que no es la lengua de Cataluña, ni la de Galicia, ni la del País Vasco, etc. y que, por tanto, no existe una lengua común, sino simplemente un Estado constituido por varias naciones y que, como tal, puede dejar de serlo en cualquier momento.

Vienen a cuento todas estas reflexiones a propósito de ese “Manifiesto por la lengua común” que estos días ha vuelto a poner de relieve el lío en que nos hemos metido y nos hemos ido dejando meter, cediendo en el uso de determinadas palabras.
(Proseguiré)

viernes, 27 de junio de 2008

¿POR QUÉ LLAMAR CASTELLANO AL ESPAÑOL?




Las palabras nunca son inocentes. Usar una u otra -o cambiar una por otra- siempre supone una intención. Desde hace años hemos asistido a la sustitución del término “español” por el de “castellano” para referirnos a nuestro idioma. ¿Por qué?

Digamos primero quién ha extendido este uso: los nacionalistas catalanes y vascos. ¿Por qué? Por razones políticas. Se trata de un caso elocuente donde la política se impone sobre los usos más habituales y naturales de la lengua. Expliquemos estas razones políticas.

Los nacionalistas vascos y catalanes son, por definición, independentistas. Toda su razón de ser, de estar y de existir es lograr la independencia política, o sea, constituirse en naciones-estado. Todo lo que se diga para atenuar, borrar, edulcorar o interpretar esta afirmación, no es más que engaño o autoengaño. Lo ha sido siempre, pero hoy mucho más. Nacionalismo e independentismo son, políticamente, una tautología.

¿Qué necesitan estos nacionalismos para alcanzar su objetivo final? En primer lugar, y sobre todo, la uniformización lingüística de su territorio. Y para lograr esta unificación, ¿qué hay que hacer? Primero, tener una lengua oficial; luego, que esa lengua oficial se convierta en lengua común y dominante.

¿Qué puede impedir este proceso? La presencia de otra lengua que compita, desplace, se mantenga o entre en conflicto con esa lengua uniformizadora. En este caso, el español. El español, pura y simplemente, estorba porque pone trabas a ese proyecto nacionalista. Habrá, por tanto, que hacer todo lo posible por impedir su uso y por imponer el uso de la llamada lengua propia, o sea, la única considerada oficial y común.

Todo empezó con eso de la “lengua propia”. ¿Propia? ¿Propietaria o propiedad de qué o de quién? De Cataluña, de Euskadi, de Galicia. El territorio convertido en sujeto lingüístico de derechos. A un territorio, una lengua. Este principio no se sostiene, sencillamente porque no se cumple en ninguna parte del mundo. Las fronteras o barreras lingüísticas son eso, lingüísticas, no territoriales, ni siquiera sociales. Y lengua propia es aquélla que hacen propia los individuos y grupos que la hablan. Los catalanohablantes hacen del catalán su lengua propia del mismo modo que los hispanohablantes el español, vivan donde vivan, residan donde residan, viajen por donde viajen. ¿O es que un catalán deja de tener lengua propia por irse a vivir a Singapur?

El argumento de la lengua propia sirve para acallar cualquier crítica y justificar el único método que los nacionalistas han encontrado para alcanzar el objetivo final: la inmersión lingüística en la enseñanza y el uso exclusivo del catalán (euskera, gallego) como lengua oficial en todos los lugares públicos y sociales, desde la oficina de empleo al teatro, del patio escolar al parlamento. Se trata de que los hablantes del español se sientan incómodos en los ámbitos oficiales y públicos y comprendan que, si viven en Cataluña, Euskadi o Galicia, han de hablar “la lengua del país”, como cuando van a París y no tienen más remedio que hablar francés para entenderse. Esta equiparación, sin más, con países extranjeros más o menos monolingües, es otra de las falacias, pues es evidente que estamos discutiendo de algo muy distinto: si dentro de España uno puede o no usar oficialmente su lengua propia, en este caso el español, con total libertad y sin sentirse por ello despreciado o culpabilizado.

(Seguiremos)

martes, 24 de junio de 2008

DEL "A POR ELLOS" AL "PODEMOS"

(Foto: S. Trancón)

Somos seres sociales. Nuestra mente está socializada. En nuestra cabeza hablan y resuenan siempre las voces de los otros. Aunque lo intentemos, nos llega la ola de las inquietudes, miedos, anhelos y sueños colectivos. La televisión potencia esta influencia, aunque la tengamos apagada: está ahí como conexión permanente con la masa social, ejerciendo una presión callada.

No vi el partido de España contra Italia, pero me llegaron los efectos. No lo vi porque desde hace años comprobé que la pantalla de televisión, cuando se retransmiten esos partidos de gran tensión, es como un agujero negro: absorbe toda nuestra atención y energía y nos deja vacíos, incluso cuando gana nuestro equipo favorito. Es algo físico, que cualquiera puede comprobar.

Pero me llegaron los efectos energéticos. Inevitablemente, uno está conectado con el grupo social, sea el que sea. Más de 16 millones de personas viendo y sintiendo lo mismo al mismo tiempo es como un tsunami social. No quiero hacerme el puro ni el purista, por eso acepto y comprendo el sentido de esas oleadas energéticas: reafirman el sentido de pertenencia y presionan al individuo para que se conforme con ese “anillo de poder” que sirve para construir y sostener el orden social, del que todos dependemos. Pero soy a la vez crítico, y defiendo mi individualidad consciente. Por eso contrapongo ese estúpido “¡a por ellos!” que nos metieron hace poco por el tímpano sin miramiento alguno, a este de ahora, mucho más aceptable de “podemos”.

Lo de ir "a por ellos" nos enfocaba contra los otros, fueran los que fueran. Este otro eslogan nos centra en lo que somos, podemos y queremos, mucho más sensato. Me remito a esa técnica psicológica llamada PNL (programación neurolingüística), que ha comprobado la importancia de las verbalizaciones internas. Es mucho mejor usar el “estar”, por ejemplo, que el “ser”. Frente al “es que yo soy así”, mucho mejor el “ahora estoy así”. Una frase acentúa el rasgo, la esencia, la fatalidad, la rigidez; la otra la fluidez, el cambio, la posibilidad. Ésta el hacer, la otra el ser. El hacer construye el ser, pero no al revés.

Puestos a construir un sentimiento colectivo de pertenencia, en lugar de irse por los cerros de las “esencias patrias”, me parece mucho mejor el aceptar el reto de hacer, de conseguir, de sostener lo que ahora queremos alcanzar y ser. Esto tiene una dimensión política que, en nuestro caso, se relaciona con la idea moderna de España y lo español. También del idioma común, el español, equívocamente llamada castellano, que es algo así como si al italiano lo llamáramos toscano. Lo aclararé otro día.

jueves, 19 de junio de 2008

INTENSIFICAR LA VIDA (II)

(Foto: J.Javier Lado)


Pondré dos ejemplos personales recientes de lo que entiendo por estar atento a lo que nos rodea y aprovechar cuanto estimula e intensifica la vida: la lectura de Amigos y Fantasmas, unos relatos magníficos de Mercedes Abad, que afortunadamente han caído en mis manos, y la actuación de José Tomás en las Ventas el pasado día 15, que tuve la inmensa suerte de presenciar.

La escritura de Mercedes Abad es pura energía, que uno puede absorber sin peligro alguno. Ya hace tiempo que he renunciado a recomendar ningún libro a nadie (se lleva uno muchas sorpresas), pero en este caso haré una excepción. Me pondría a reproducir párrafos enteros para demostrar que su lectura es vivificadora, por su singularidad, tono, audacia y modo de contar lo que cuenta, a pesar de que a veces se pierde en cierto malabarismo narrativo. Pero mejor que lo lea directamente el interesado.

La energía trágica y serena de José Tomás, cruzándose a un metro de la impresionante testa y las temibles astas de un toro, arriesgando la vida con una determinación insobornable, encarando la muerte, retándola para burlar su embestida y crear un instante una belleza sublime (cuerpo, muleta y toro), esos momentos en que miles de voces enmudecen para luego unir su grito atronando la plaza, todo esto, sí, para quien sabe apreciarlo y recibirlo, es una oleada de energía vital que nos pone en contacto con el misterio de la vida y renueva la pasión por el arte.

No seré yo quien me ponga a defender la fiesta de los toros, y menos con argumentos patriotas. Confieso que hacía años que no pisaba una plaza, y simplemente por que no encontraba en ella vida, sino aburrimiento. Pero lo de José Tomás es algo tan inusitado, tan alejado de la degradación y decadencia energética de nuestra sociedad y cultura, que supone una bocanada de entusiasmo vital. ¿Por qué?, dirán algunos. Porque sólo ante la muerte la vida se intensifica. Sólo sabiendo que podemos morir ahora mismo nos entregaremos sin reservas al control, la acción y la pasión por lo que hacemos y sentimos.

Quienes entregan su energía a una causa tan poco democrática como el impedir las corridas de toros, jamás entenderán de qué estoy hablando. Ellos se ciegan con eso de la sangre y el sufrimiento animal, ignorando las toneladas, los Everest de sufrimiento que se producen cada día en millones de granjas, mataderos y carnicerías de todo el mundo, donde corre la sangre a ríos, por no hablar de los cientos de guerras, donde el sufrimiento y el dolor humanos son inenarrables.

Cuando vi a Alaska hace poco, desnuda y banderilleada, como una San Sebastiana, con una expresión de gozo casi orgásmico, comprendí de pronto toda la enorme impostura con que algunos esgrimen la bandera antitaurina. Ella, en foto y en persona, nos decía: mirad qué buena estoy, qué tía más moderna y atrevida soy. Y digo impostura, porque la foto era toda ella inventada, no retocada, sino construida, para parecer lo que no se es, pues no es de cuerpo ni estatura ni belleza precisamente de lo que la no cantante pueda presumir. Y conste que respeto a los antitaurinos sinceros, a los que de verdad no les gusta, sino que desagrada todo esto de los toros y la tauromaquia.

Pero yo sólo quería hablar de la necesidad de intensificar la vida frente a la decadencia energética y biológica en que vivimos.

miércoles, 18 de junio de 2008

INTENSIFICAR LA VIDA (I)

(Fotos: S.Trancón)


La mayor amenaza de la vida es la pérdida de energía. Todo contribuye hoy a que nos quedemos vacíos, sin ánimo ni ánima: la abrumadora presencia de estímulos de todo tipo, agresivos y caóticos, incontrolables, que nos rodea; la renovada frustración que esta sobreexcitación compulsiva provoca; la imposibilidad de cambiar realmente nuestras condiciones de vida, el miedo larvado, la inquietud ante el futuro, la falta de una comunicación placentera con los otros, los riesgos físicos, la enfermedad…
Lo más normal es que la mayoría sucumba y viva en un estado de “depresión ansiosa”, en el que la poca energía de que disponemos se estanca y obliga a encerrarnos en una mayor preocupación por uno mismo.

Cuando se es joven y se experimenta esta pérdida de energía, se siente la imperiosa necesidad de salir de la angustia que provoca, y el camino más fácil es el de las drogas: drogas excitantes y a la vez tranquilizadoras, un círculo infernal. No se puede aceptar la contradicción entre ser joven y sentirse tan débil y abatido, agresivo y ansioso.

Lo cierto es que la vida actual, con su agotadora sobreexcitación inútil, provoca depresión física, el tedio profundo, el mortal aburrimiento a que conduce siempre la falta de energía. El entusiasmo, el interés, la ilusión, la pasión por lo que vemos y hacemos en cada momento, sea lo que sea, es imposible sin una predisposición energética, sin un fondo de sostenida atracción física por el mundo, sus maravillas y misterios.

Sé avaro de la energía, no aceptes perderla sin ton ni son, a tontas y a locas: es algo que me repito con frecuencia. Hay un método infalible para saber si algo o alguien, en lugar de revitalizarnos, nos deprime o nos obliga a despilfarrar estúpidamente la energía: preguntar al cuerpo cómo se siente después de cada encuentro, de cada acto, de cada pensamiento o emoción. ¿Me siento mejor, o peor? ¿Con más o con menos energía, ánimo o entusiasmo?

Aprender a vivir y gozar, es aprender a huir de todo lo que nos degrada o deprime física y orgánicamente, ya sea un amigo, un libro, una película, una calle, una canción, una bebida, un partido de fútbol o una corrida de toros. Y por el contrario: aprender a descubrir y aprovechar un libro, una conversación, un atardecer, un bosque, un silencio, un cuadro, lo que sea, que de verdad nos da ánimo y energía, nos revitaliza, serena y despierta una pasión callada por todo cuanto nos rodea.
(Continuará)

lunes, 16 de junio de 2008

PENSAMIENTO, LENGUAJE Y CUERPO

(Fotos:S.Trancón)




La neurociencia trata de comprender cómo ha surgido el pensamiento y el lenguaje. Una teoría que me gusta dice que el “pensamiento es la interiorización evolutiva del movimiento”. (Rodolfo R. Llinás en El cerebro y el mito del yo, p. 41). Relaciona mente, lenguaje y cuerpo, poniendo el acento en el movimiento corporal y muscular. Al interiorizar los movimientos musculares que generan los estímulos externos, el cerebro acaba creando sustitutos neuronales, o sea, estímulos internos. Las redes y memorias neuronales (patrones de acción fija de origen motor) se convierten así en la base del pensamiento y la conciencia.

El lenguaje tendría, por tanto, un origen motor, y sería una exteriorización sustitutiva de la activación muscular. El pensamiento habría dado lugar al lenguaje, y el lenguaje al pensamiento. Aunque no sean lo mismo, tendrían un origen común y dependiente: la activación muscular que generan los sentidos.

Por tanto, lo decisivo fue nuestra extraordinaria capacidad sensorial, receptiva, perceptiva o sensorial. Esta actividad generaría otra actividad interna igualmente extraordinaria capaz de transformar la estimulación en sensación, y la sensación en percepción y conciencia.

¿Qué ha pasado para que nos hayamos convertidos en seres encapsulados, autistas, encerrados en un yo obsesivo y tímido, estando como estamos tan capacitados para percibir el mundo exterior? Que la estructura cerebral ha absorbido toda nuestra actividad sensorial, limitando la percepción a la repetición de los patrones fijos y automáticos. Así, sólo percibimos lo que hemos aprendido a percibir, sólo pensamos lo que hemos aprendido a pensar, sólo sentimos lo que hemos aprendido a sentir. Es una reacción natural guiada por supervivencia ante la enorme cantidad de estímulos internos y externos que recibimos a cada instante. También, porque el lenguaje y la mente tienen una gran capacidad para llegar allí donde no llegan los sentidos y crear un mundo virtual o interno.

Son muchas las consecuencias de todo esto, si es que ha ocurrido efectivamente así. Lo que más me interesa ahora destacar es ese origen corporal y motor del lenguaje, que me sirve de fundamento para defender lo que he llamado el sentido orgánico de la lengua. Detrás de cada palabra hay un movimiento muscular interiorizado, por eso hablar, escribir y leer no es sólo un pasatiempo, sino una actividad orgánica y, como tal, puede ser saludable o perniciosa. Porque lo que más necesita nuestro cuerpo en una activación muscular y neuronal en la que la energía fluya y no queda bloqueada, estancada, contraída. El origen de toda enfermedad (física y mental) está ese colapso o bloqueo energético. Este principio, base de toda la medicina oriental, es algo que ya no niegan ni nuestros cirujanos.

viernes, 13 de junio de 2008

SOBRE EL SENTIDO MUSICAL DE LA LENGUA

(Foto: R. Esteban)


Todas las lenguas tienen un sentido musical, rítmico, sonoro y fonético propio, que las distingue de otras. Digo sentido para referirme a eso que se siente al oírlas y pronunciarlas. Tiene que ver, sobre todo, con la energía implicada en los ritmos respiratorios, musculares, articulatorios. Toda lengua es orgánica, porque su uso arrastra o exige una actitud corporal determinada.

El español es una lengua orgánicamente impulsiva, pero, al mismo tiempo, quizás como contrapartida a esa extroversión y compulsión fonética y vocálica, también es una lengua fluida, que busca la serenidad del arroyo que baja alegre entre peñascos, desprendiendo un aroma vegetal intenso y subyugante. Se mueve entre esos dos polos, y es buen escritor quien sabe combinarlos armónicamente.

Esta característica del español, tan ligado al cuerpo, la respiración y el oído, es algo que ningún hablante ni escritor puede ignorar o despreciar por capricho. Se nos impone internamente, de tal modo que nuestro cuerpo reacciona de modo inmediato ante una ruptura brusca de esa musicalidad interna de la lengua. Del mismo modo que detectamos una incorrección fonética, morfológica y semántica de forma automática, porque tenemos interiorizadas las leyes de articulación fonética, construcción morfológica y oposición semántica, así detectamos igualmente el sonido cacofónico, el tono inapropiado, el ritmo forzado, asmático o sincopado, la derivación arbitraria, la combinación chirriante de palabras, los sintagmas gramaticalmente correctos pero asemánticos, etc.

Vienen estas reflexiones a propósito de las miembras de la señora ministra, ya comentadas. Argumentan algunas académicas y académicos (los menos) que con el tiempo acaban aceptándose palabras que al principio nos suenan mal. Este relativismo auditivo ignora que precisamente una lengua viva y creativa, como lo es el español, busca siempre soluciones que no rompan nunca esas leyes internas y orgánicas de las que estamos hablando. Nunca introduce ni acepta cuerpos extraños ni agentes patógenos que destruyan la estructura básica y musical en la que se fundamenta. Y siempre encuentra la mejor solución.

Todo esto suponiendo, claro, que el oído, el cuerpo, la actitud orgánica de los hablantes y su sentido de la lengua no estén tan pervertidos que ya les dé lo mismo decir miembros que miembras, pilotos que pilotas, pelotas que pelotos, etc. Escribir es, antes que nada y sobre todo, respetar, revitalizar y dar sentido orgánico a la lengua. Aquí radica la verdadera creatividad.

miércoles, 11 de junio de 2008

MIEMBROS Y MIEMBRAS

(Foto: R.Esteban)
La ministra de Igualdad ha hablado en las Cortes de los “miembros y miembras de esta Cámara”. Desde aquello de “jóvenes y jóvenas” no me habían chirriado tanto los oídos. Es tan obsesiva la militancia feminista en su lucha contra el machismo y la desigualdad, que no para en reparos gramaticales. Hay que desterrar de la sociedad y el lenguaje todo atisbo de discriminación, afirman. Y estoy de acuerdo. Pero ¿tiene esto algo que ver con esos disparates lingüísticos y semánticos de “miembras” y “jóvenas”?

Usar estos términos, y tratar de imponerlos con soberbia mesiánica, arrojando sobre los que se oponen a ello la sospecha de machismo, es algo sencillamente no tolerable ni democrático. Digo no democrático, porque se trata de un tipo de imposición arbitraria y que va contra la estructura y funcionamiento mismo de la lengua, acaso lo más radicalmente democrático que exista, porque es fruto del uso de todos los hablantes de una lengua, sin distinción.

Que la lengua se use para discriminar, dominar y engañar, no quiere decir que la lengua sea discriminatoria, autoritaria y mentirosa. Lo serán los que así la usan, lo mismo que lo son quienes pretenden imponer esa moda de feminización violenta de todos los términos gramaticales masculinos no marcados, como son “miembro” y “joven”. Nadie, al utilizar la palabra “miembros” o “jóvenes”, está pensando en establecer discriminación léxica ni social de ningún tipo. Quienes (quienas) así piensan me recuerdan mucho a esos curas (curos, mejor) que ven en todo sexo y perversión encubierta, pecado de intención y omisión.

Pues no. La lengua tiene sus leyes, basadas en la economía, la oposición y el contraste. Se trata de un asunto gramatical. Los límites los impone la lengua, no la ideología machista. Los límites los impone el uso, la comunicación, la eficacia y la simplicidad. Arrojar sobre la lengua el pecado de la discriminación es como culpar a Dios del cambio climático, por decir algo.
Aceptar estos usos es introducir forzadamente en la lengua una estructura distorsionante, disgregadora, mentalmente confusa, que pretende universalizar una oposición basada en el sexo (so pretexto de combatir los males del mal llamado género), y no en el género gramatical (cosa muy distinta), que lo que la lengua establece. Llevado al extremo, nos impediría hablar. Por ejemplo:

Miembras y miembros de esta Cámara y este Cámero: estoy aquí para anunciarlas y anunciarlos que desde ahora quedará abolida toda palabra discriminadora y todo palabro discriminador. Debemos desterrar del lenguaje y la lenguaja todo atisbo y abisba de sexismo y sexisma. Sobre todo entre los jóvenes y las jóvenas de nuestra matria, etc.”

P.D. Allí donde la ampliación del lenguaje sea útil y necesaria, el lenguaje la aceptará de forma natural. Ejemplo: ciudadanos y ciudadanas, alcaldes y alcaldesas, ministros y ministras. Pero no médicos y médicas, por ejemplo, o soldados y soldadas. Politizar e ideologizar todo es tan estúpido como ignorar la influencia de la política y la ideología en… casi todo.

sábado, 7 de junio de 2008

ZORRO CON BOCADILLO Y MANZANA EN LA BOCA

(Foto: S.Trancón)
Hoy he visto a un zorro con un bocadillo y una manzana en la boca. Caminaba con el bocadillo atravesado en sus fauces, al mismo tiempo que cogía una manzana con los dientes de su hocico. Para colmo, el bocadillo iba metido en una bolsa de papel blanco. La baguette asomaba por un lado. Lo habíamos visto media hora antes por una ladera de la montaña, caminando en línea recta entre unos robustos castaños. Nos sorprendió y alegró mucho descubrirlo. No siempre se ve a un zorro, uno de los animales más huidizos, al menos hasta ahora. Especulamos sobre qué comería: culebras, pájaros, algún conejo… incluso ranas. Habían empezado a croar en un gran estanque del bosque de la Herrería, en el Escorial, por donde caminábamos. Ya de regreso, al dar la vuelta a un recodo, lo vemos venir por un lado de la carretera. Y traía aquello atrapado entre los dientes. Se paró, alzó la cabeza, nos pusimos con el cuerpo ladeado, sin encararlo, quietos, y continuó su camino. Pasó a nuestro lado y se adentró por una senda hacia la espesura. Era de color marrón claro, con altas orejas y una cola peluda. Tenía una mirada limpia y serena.

¿A quién le había robado la merienda? No vimos a nadie por los alrededores. Estaba claro que había olido aquel bocata desde kilómetros y con la mayor astucia y sigilo se lo había llevado a la boca. ¿Dónde lo encontró? No hay por allí papeleras ni bolsas de basura. ¿Por qué, además, se llevaba también una manzana, colocada en su hocico como la nariz de un payaso? ¿Para equilibrar la dieta?

Soy consciente de que pensarás que me lo estoy inventando sobre la marcha. Pero no, es rigurosamente cierto. ¿Es un signo de decadencia, esto de ver a un zorro tan urbano? No sé, quizás simplemente sea señal del desconcierto de los animales llamados salvajes, cada día más obligados a sobrevivir en medios para ellos extraños. Como esos buitres que empiezan a sobrevolar Madrid. Yo ya los he visto, y no son, tampoco, una leyenda urbana. Que sobrevolaran Bagdad no me extrañaría, ¿pero Madrid? Pues sí. Ya dijo el poeta, hace muchos años, que Madrid era una ciudad de un millón de cadáveres. A lo mejor es por eso.

miércoles, 4 de junio de 2008

EL PENSAMIENTO INÚTIL

(Foto:S.Trancón)
Suelo meditar por la noche, antes de irme a dormir y soñar. Realizo unos cuantos movimientos (tengo “archivados”en mi cuerpo centenares, pues he practicado durante años “tensegridad” y “to-de”) y adopto luego una postura llamada “del árbol”, abrazando la energía que recogen mis brazos. Así paso cerca de media hora. Trato, durante este tiempo de inmovilidad, de darme cuenta del barullo, el revoltijo y el fluir atropellado de imágenes y frases que pasan por mi mente. Digo “mente” porque, aunque todo ocurre “dentro” de mi cabeza (ese constante ir y venir de neurotransmisores por los circuitos cerebrales, descargas eléctricas automáticas), esa actividad o activación mental no puedo percibirla directamente, sino sólo sentirla como algo volátil, inaprensible, una especie de nubecilla que está ahí, en torno de mi cabeza, flotando. (El cerebro es un órgano cerrado, aislado, al que no tenemos acceso directo mediante ninguno de nuestros sentidos, orientados hacia los estímulos exteriores).

Ocurre con frecuencia que esas imágenes y pensamientos verbalizados que “pasan” por mi mente (un diálogo interno ininterrumpido) me absorben, me atrapan, y toda mi conciencia queda “sumergida” en ellos. Es un mecanismo casi automático, sobre el que resulta muy difícil tener control. Puede incluso ocurrir que, después de un rato de estar reviviendo sucesos, proyectando imágenes y farfullando frases inaudibles, vuelva en mí y me diga: ¡vaya, pero si llevo varios minutos dándole vueltas en una historia del pasado o anticipando acciones y sucesos del futuro!

¿Cómo parar esa maquinaria estridente, ese rumiar, ese parloteo, ese agotador asalto de imágenes, pensamientos y preocupaciones?

Yo utilizo tres “técnicas”:

1) Poner la atención en el cuerpo, la respiración, la postura, las sensaciones físicas. Una atención relajada que intenta eliminar toda tensión muscular.

2) No aferrándome a ninguna imagen ni pensamiento, soltándolos, dejándolos ir del mismo modo que vienen, y tratando de observarlos como algo que no es mío, algo que “sucede” en mi cerebro, pero que no son yo, sino algo “instalado” en mi cabeza. No luchando contra ellos ni pretendiendo sustituirlos por otros.

3) Comprobar la inutilidad de toda esa actividad mental y cerebral. Se trata de caer en la cuenta, de modo súbito, de la total inutilidad, de que no sirve realmente para nada ese recordar caras, imágenes y sucesos de algo que ya ha ocurrido, o el estar planificando y anticipando qué vamos a hacer luego, más tarde o mañana. Darse cuenta de que es un enorme despilfarro de atención y de energía que no tiene, en el fondo, ningún sentido práctico, porque ni cambia el pasado ni puede controlar ni asegurarnos nada del futuro. En cambio, el silencio interior, el parar la máquina, ese disco rayado, abre nuestro cuerpo y nuestra mente a otras inesperadas y apasionantes posibilidades.

Vale la pena intentarlo.

lunes, 2 de junio de 2008

EN QUÉ SE PARECE EL LIBRO AL LADRILLO

(Foto: M. Lemos)

1) En que físicamente tienen una forma y un tamaño parecidos.

2) En que con ambos se construyen casas, edificios: un hábitat espacial y un hábitat mental.

3) En que los edificios que se pueden construir con ladrillos o con libros pueden ser de muchos tamaños y cumplir muchas funciones: casas pequeñas y acogedoras, aisladas, altas torres más o menos gemelas, palacios suntuosos y hasta iglesias y templos; para sobrevivir o para el puro disfrute; elegantes o toscos, etc.

4) Los libros, como las construcciones, nos remiten al tiempo y modo de pensar y vivir de quienes los escribieron y leyeron. Pocos libros resisten el paso y la erosión del tiempo.

5) En que decimos “es un ladrillo”, para referirnos a un libro pesado, en los dos sentidos: porque “pesa” (libro grueso) y porque nos “pesa” leerlo (nos aburre, deprime o produce pesar).

6) En que las empresas editoriales se parecen hoy cada vez más a las constructoras e inmobiliarias: editar mucho, vender más y obtener el máximo de beneficios en el menor tiempo posible.

7) En que, lo mismo que las constructoras del ladrillo, invaden todos los espacios culturales con su mercancía, recalifican el terreno cultural de ayuntamientos y ministerios, copan los medios de información y propaganda y buscan el “pelotazo” de un betseller a toda costa y coste.

8) En que, lo mismo que el ladrillo ha degradado el paisaje, el medio natural y la costa, los libros también contaminan, y en dos sentidos: porque la pasta de papel y la química de las tintas son de las industrias más agresivamente contaminantes, y porque la publicación indiscriminada de todo tipo de libros intoxica el ambiente, la cultura y el aire que respira la población lectora de un país.

9) En que el ritmo de publicaciones de nuestro país va en contra de un desarrollo cultural sostenible y sólo deseamos que, lo mismo que ha pasado con el ladrillo, entre en quiebra y se dejen de publicar verdaderas estupideces en pasta dura (el noventa por ciento de lo que ocupa las estanterías de las llamadas grandes superficies), y se promocione la verdadera literatura, el pensamiento crítico, la creación poética, la ciencia iluminadora, el estudio ameno y riguroso.

Que prosiga el lector con las comparaciones. Para inspirarse, puede dar una vuelta por la Feria del Retiro de Madrid.