MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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jueves, 25 de enero de 2018

EL AURA MICROBIANA


Andaba yo esta mañana en busca de mi identidad cuando me topé con uno de esos artículos de divulgación científica que de vez en cuando me gusta leer. Lo hago con una mezcla de curiosidad indagadora y atracción poética, porque hoy la ciencia avanza no sólo gracias al afán investigador, sino a la imaginación poética. Mediante un elemental experimento se ha podido comprobar que nuestro cuerpo emite no solo calor, ondas sonoras, partículas olorosas, lumínicas y quizás radiactivas, sino también una nube bacteriana, microbiana, que constituye una verdadera aura. Y que ese halo se puede detectar y analizar, y comprobar que es diferente en cada ser humano e incluso en cada familia.

Unamos a ésta, otra investigación que ha descubierto que también heredamos los componentes de nuestro sistema inmunológico básico y que, al parecer, juega un papel bastante influyente en eso de la atracción sexual y la llamada reproductiva de la especie. Buscamos no sólo la belleza, la simetría y la salud biológica, sino la "histocompatibilidad", o sea, un "antígeno leucocitario" complementario que refuerce el sistema inmunológico con una buena dosis de anticuerpos capaces de detectar y combatir virus y bacterias peligrosas. Andaría todo esto mezclado con eso de los olores, que bien sabemos puede dar al traste en un milisegundo con todo nuestro potencial erótico, sea masculino o femenino. No se han descubierto todavía las feromonas, pero está claro que nuestro cerebro reptiliano tiene muchas veces la última palabra.

Se está desarrollando ya una ciencia complementaria de la endocrinología, la exocrinología. Creo que traerá indudables beneficios, no ya a la humanidad, sino a la política. Hoy, en que el consumo está trastocando el orden y hasta la función de los instintos, introduciendo confusión, incertidumbre y angustia en los cuerpos y las almas a través de todo "lo invisible" (desde el reclamo de los olores a las armas biológicas, de internet a los alimentos, de planes multinacionales a revueltas nacionalistas), hoy, digo, nos vendrá bien esta ciencia de la presencia de lo microbacteriano en nuestras vidas -dentro de nuestros cuerpos, pero también fuera, en el aire-, para recuperar el sentido humano del cuerpo, la última barrera contra la manipulación política y la propagación de los virus ideológicos. El cuerpo sabe, el cuerpo siente, el cuerpo habla, así que escúchalo y hazle caso. Es una consigna revolucionaria.

Depurar este sentido corporal global, inmediato, instantáneo; limpiarlo de todas las adherencias mentales, publicitarias, ideológicas, contaminantes; airear, sanear los mecanismos biológicos instintivos o básicos; no dejarnos manipular por el constante acoso de los estímulos consumistas... Si así fuera, la mal llamada "ideología de género", por ejemplo, no habría degenerado en psicopatología de género, que con el tiempo se verá que es un género más de psicopatología, movido, eso sí, y en la mayoría de los casos, por un urgente y justificado afán de justicia igualitaria. Pero saltar de los derechos políticos y sociales, a la esfera de los instintos y el aura microbiana es desatino biológico, no sólo político. Es confundir la lucha contra la dominación y humillación "patriarcal", con la lucha contra la testosterona.

Así que buscando mi identidad matinal me topé con una seña de identidad microbiana inesperada, lo que me ha hecho reflexionar sobre todo ese territorio todavía no conquistado por la política, por la norma social, por el afán totalitario de controlar mi aura invisible. Así que, os digo, les digo, me digo, déjenme con mi aura microbiana identitaria, no me impongan otra identidad que la que me dicta y susurra mi cuerpo, no pretendan dar órdenes a mi fogosidad bacteriana, no me hagan encuadrar a ese ejército bullicioso de partículas y seres invisibles (microbiótica endógena y exógena), a ese anárquico batallón bioquímico no le pongan el uniforme LGTBi, por así decir, y espero que me entiendan sin tomar la metáfora al pie de las siglas.

Dicho de otro modo: no me impongan una identidad "racista", externa, déjenme con mi biología y que yo me las apañe con lo que me ha entregado la vida, el cosmos, el aire que respiro. Porque cuando la política pretende controlar mi aura microbiana (aunque sea para protegerme de una potencial amenaza) está invadiendo mi cuerpo, que es mi propia y única identidad individual. Mi otra identidad, la identidad social, esa pertenece a otra esfera, a la de mis derechos y obligaciones sociales que, curiosamente, también pretende imponérseme, usurpándome esos mismos derechos. Pero este es otro tema.

viernes, 19 de enero de 2018

UNA TEORÍA DEL CONFLICTO


El universo no tiene centro, todo depende del lugar en que momentáneamente se coloque el observador. Si no tiene centro, tampoco podemos saber si tiene límites, ésta parece una conclusión de lógica geométrica. Si no podemos situar sus límites, ¿cómo podremos asegurar que los tiene? El universo que vemos, paradójicamente, nos lleva hacia un universo que tiene que ser radicalmente distinto al que vemos. Tiene que ser "otra cosa", esencialmente inconcebible e inimaginable.

En una noche estrellada, desde la cumbre del Teleno, por ejemplo, podremos ver hasta unas 2.500 estrellas. Estamos en la Tierra, en un lugar apartado de uno de los brazos exteriores de la espiral de nuestra galaxia, que tiene entre 100 y 400 mil millones de estrellas. Nuestra galaxia, a su vez, es una de los 100 a 400 mil millones de galaxias que puede haber en el universo "conocido". Calculando por lo bajo, a ojo de buen cubero científico, pueden existir en ese espacio unos 100 millones de billones de planetas parecidos a la Tierra, lo que significaría que podría haber unos 10.000 billones de civilizaciones inteligentes en el universo observable. Sólo en nuestra galaxia habría unas 100 mil civilizaciones "inteligentes".

Qué pequeño e insignificante resulta todo desde esta perspectiva. Conviene pararse de vez en cuando para observar el mundo, y a nosotros mismos, desde el diminuto punto que ocupamos en ese espacio inconmensurable. Recuerdo una comparación que de pequeño nos hacían los jesuitas en aquellos "ejercicios espirituales" de Semana Santa, para que imagináramos qué significaba "la eternidad": un pajarillo, cada millón de años, se lleva en el pico un granito de arena de toda la que se extiende por las playas del mundo. Pues cuando acabara de transportarla toda, no habría transcurrido ni un segundo dentro de la eternidad...

La conclusión, para quien no sea demasiado obtuso, es que somos una insignificancia, que darnos importancia es tan ridículo como patético. Quedar encerrados en la burbuja de nuestro ego, de la importancia personal, absortos en el autorreflejo, en la imagen cóncava, distorsionada y engrandecida que refleja esa burbuja en que estamos confinados, es nuestra mayor desgracia, la mayor limitación que podemos imponer a nuestro desarrollo, a nuestra capacidad de crear y de disfrutar. Si esa esfera en la que todos vivimos atrapados, que señala los límites de nuestra energía, es una condición de nuestra existencia como seres humanos, lo que ya no es irremediable es que convirtamos esa burbuja en cárcel; que, en lugar de volver sus límites cada día más transparentes para poder observar el misterio del mundo, la hagamos cada vez más opaca, más espesa, más dura.

He comprobado, en mi corta y alargada vida, que casi todos los conflictos humanos, por más que tengan causas objetivas, acaban sin resolverse porque chocan con esa estructura egocentrada y autoabsorbente de nuestra mente, incapaz de separar la imagen de sí mismo de la objetividad de los hechos. Pasando del terreno de la vida y los conflictos cotidianos al, un poco más amplio, de la política o la cultura, la influencia de este mecanismo psicobiológico de identificación con la imagen autoproyectada de nosotros mismos, es tan influyente, que muchos proyectos generosos y lúcidos acaban desmoronándose al ser incapaces sus protagonistas de encarar los conflictos naturales que genera. Cuando se supera esta trampa, en cambio, las posibilidades de expansión y potenciación de las energías individuales reunidas pueden ser extraordinarias.

El yo es necesario para mantener la estabilidad de nuestro ser, ese conglomerado heterogéneo de campos y fibras energéticas, pero no podemos convertirnos en sus esclavos; el ego debe estar a nuestras órdenes, y no al revés. Todo cuanto hacemos en la vida acaba en fracaso vital si no somos capaces de entender y llevar a la práctica esta verdad. Dichoso el que confía en sí mismo y, en cambio, no se fía de su ego, no queda atrapado por la importancia personal, por la búsqueda ansiosa de reconocimiento y estima, por cualquier sentimiento de superioridad.

Cuanto más confianza tengamos en lo que somos, hacemos, pensamos y sentimos, menos arrogantes, intransigentes y engreídos nos mostraremos. Cuanto más carencias y frustraciones, mayor necesidad de proyectarlas sobre los demás. Si este mecanismo de compensación cae en manos de ambiciosos manipuladores, hábiles embaucadores y predicadores del rencor, que señalan a los otros como los causantes de la propia debilidad, la tendencia obsesivo-compulsiva del ego se pondrá al servicio de esos dominadores, a los que entregará su energía. La masa (que algunos confunden con el pueblo), entonces, funciona como un gran ego que genera su propio autorreflejo. También puede servirnos esta teoría para entender alguno de los fenómenos que hoy más nos inquietan.

domingo, 7 de enero de 2018

2018 OPORTUNIDADES

(Foto: S. Trancón)

Enfoquemos esto del 2018 por ahí: el nuevo tiempo solar nos presentará media decena de oportunidades cada día, así, a ojo de pájaro. Oportunidades de vida. Una vuelta alrededor del astro que nos guía y sostiene, y 365 vueltas en redondo para que ningún ser viviente deje de recibir sus rayos salutíferos. Porque la vida es decidir y aprovechar lo que el mundo nos ofrece. Todo pasa rápidamente, y en este tiempo acelerado, mucho más fugazmente. Oportunidades a pares, como se dice, igual que este pareado.

Quiero decir que vivir es tomar decisiones, inevitable, inexorablemente. Toda decisión condiciona la siguiente e incluso, muchas veces, la determina. Esto crea una tensión vital, una urgencia, porque no decidir es ya decidir. Aprender a tomar decisiones de modo consciente, con serenidad, sin pausas ni prisas, y aceptar luego todas sus consecuencias es, quizás, el mayor aprendizaje de la vida. Ni impulsivos ni pusilánimes: esto vale para todo, pero en lo que se refiere a la política, mucho más. El peor político es el que no sabe decidir, y cuando ya no tiene más remedio, lo hace atolondradamente, sin ton ni son ni música celestial. ¿Les pongo un ejemplo? Sí, ese mismo en el que están pensando.

Los españoles tendremos este año la oportunidad de despertar definitivamente del letargo político en que hemos vivido bastante plácidamente hasta hoy, posponiendo problemas, reformas, cambios y decisiones ya urgentes. El síntoma de la urgencia es Cataluña, pero la necesidad de encararla afecta a toda España. La cosa empezó a cambiar con la gran manifestación en Barcelona del 8 de octubre, que inundó las calles de banderas españolas. Esa imagen tiene un efecto simbólico contundente, marca un cambio de actitud, de conciencia colectiva. Los partidos políticos no lo han provocado, sino que se ha producido a pesar de ellos. Como ocurrió con el 15-M. El 8-O es el 15-M nacional, y la mayor desgracia sería que acabara desmoronándose como le ha pasado al 15-M.

Así que mi deseo para el 2018 es que el pueblo español (recuperemos la palabra, secuestrada para aplicarla al conjunto de españoles, pero no para hablar de todos los pueblos habidos y por haber en España); que el pueblo español despierte, le dé la espalda lo antes posible a ese partido dirigido por incapaces (por decirlo con suavidad) que ni gobierna ni sabe gobernar; que ocupe su espacio el nuevo partido de la derecha, de momento más presentable; que igualmente los españoles, hasta ahora confiados, abandonen toda esperanza en el PSOE, que va a la deriva rumbo a las 17 neo-naciones que quiere inventar para encajar así a Cataluña (¡dios, qué ocurrencia!); que los todavía atrapados por las argucias oportunistas del populismo podemita, suelten lastre y se atrevan a reconocer que, de donde no hay, nada se puede sacar. A los independentistas bastará con dejarles solos, y que no acaparen los titulares mediáticos y las entradas del telediario.

Estas son oportunidades colectivas que deberíamos aprovechar durante este viaje elíptico por el espacio sideral, que dejará una huella invisible en esos cielos cada vez más contaminados. Pero si la ruina de la izquierda oficial debería ser un proceso imparable, marcado por la entrada en un nuevo ciclo, el del despertar de la conciencia española, mi deseo deberá completarse con la esperanza de que surja una izquierda renovada, que abandone todo el lastre ideológico, dogmático y sectario que se le ha ido pegando a los pies, "monstruo en su laberinto".

Una izquierda que reúna a la inteligencia más inquieta de nuestro país, el empeño más decidido de los más osados, la confianza más lúcida de los mejor preparados, la determinación más inflexible de los más generosos. Y sí, ¿por qué no? Soñar así con una verdadera revolución ciudadana que crea de nuevo en España como el mejor proyecto común capaz de luchar por la igualdad, la unidad, el progreso vital y humano (no sólo el económico), la defensa de los más desfavorecidos, la confianza en nuestra creatividad y capacidad para superar todas las dificultades.

Este proyecto nacional deberá abordar, como condición, si no suficiente, sí necesaria, una profunda transformación de la estructura y el funcionamiento del Estado, hoy sometido a fuerzas disgregadores, inoperantes, suicidas. Eso es lo que está latiendo en el fondo del corazón de esas masas que han empezado a respirar por su cuenta, a salir a la calle, a decir que así no podemos continuar. Por eso es tan necesario que se afiance ese nuevo partido que saque a la izquierda de su desvarío, que le dé la confianza en que es posible salir del pozo en el que ya apenas penetra la luz. Esa será una de las grandes oportunidades del 2018.




miércoles, 3 de enero de 2018

NACIÓN Y ESTADO

(Foto: A. T. Galisteo)
Nación y Estado son conceptos distintos, pero inseparables. A los conceptos hay que pedirles precisión, sobre todo a los conceptos políticos. Precisión significa que podemos atribuirles rasgos semánticos con que diferenciarlos de otros conceptos afines. Toda discusión debe empezar por precisar los conceptos. Si no se comparte el significado de las palabras es imposible confrontar enunciados o juicios. Conceptos precisos para expresar ideas claras: exíjaselo usted a los políticos, tertulianos y periodistas. Es la prueba del algodón: verá enseguida quién no sabe de lo que habla, quién engaña y quién, aun sabiendo que engaña, sigue engañando. Ejemplo: pregunte a Pedro Sánchez, a Iceta o a Iglesias por la "plurinacionalidad". O más sencillo: ¿qué es para usted una nación?

Hablamos de nación política, que hoy es el único sentido que nos interesa. Dejemos de lado, para no confundir, la noción romántica de "nación cultural", "étnica" o "lingüística". Digo que nación es una forma de agrupación social. Los hombres somos seres sociales, no vivimos aislados, sino formando grupos. El primer grupo es la familia, basada en la consanguinidad y el parentesco. Luego hay otros, unos inclusivos y otros excluyentes, como el clan, la tribu, la etnia o cualquiera de las muchas agrupaciones que hoy existen, desde una Iglesia a un club deportivo.

Avanzo. Nación política es una forma de organización social en la que todos los individuos que pertenecen a ella, poseen una condición básica: son sujetos políticos. El vínculo común no es ni la sangre, ni la lengua, ni la etnia, ni el lugar de nacimiento, ni la condición sexual, ni el estatus económico, ni cualquier otra característica, sino el hecho de ser reconocido como un sujeto de derechos y deberes sociales. Es aquí donde el concepto de Nación se hace inseparable del concepto de Estado.

El Estado es la forma institucional que adopta una Nación. El Estado transforma el vínculo y el acuerdo social en leyes e instituciones que organizan y regulan las relaciones entre los individuos. La Nación política nace con la Revolución Francesa y se consolida con el Estado democrático moderno. Desaparecen los estamentos y las clases para proclamar un solo sujeto político: el ciudadano. Los Reinos o Imperios dejan de existir para convertirse en naciones políticas, y las naciones se organizan como Estados.

La diferencia entre Estado y Nación es importante. La nación es una agrupación de ciudadanos; el Estado, un conjunto de leyes e instituciones. La nación es el fundamento del Estado, no al revés. El Estado varía y puede adoptar distintas formas, pero la nación se mantiene mientras la mayoría de sus ciudadanos no rompan su vínculo de pertenencia y permanencia en ella. La nación es el resultado de muchos avatares históricos, pero no es una invención arbitraria, ni impuesta, ni mantenida por la fuerza o el interés de una minoría dominante.

La nación política moderna es una forma racional de agrupación humana que responde a hechos, necesidades y acuerdos sólidamente fundamentados. No es expresión de ninguna esencia (no existe ni el alma ni el ser nacional), sino fruto de la experiencia, la conveniencia, el interés general, la seguridad y la defensa mutua, el control del territorio, la creación de bienes y servicios comunes, etc. La nación asegura la vida en común, la supervivencia, la paz y el bienestar de la mayoría. Por eso -y para eso- existe. Dada la complejidad, la dificultad y el largo período que requiere la cristalización de los procesos que dan lugar a su constitución, toda nación tiende a permanecer.

Apliquemos esto a nuestra nación. El nombre de España se refiere a la nación, tal y como aquí la definimos; una nación que surgió de la unión de varios reinos que acabaron creando un Imperio que, a su vez -y una vez desaparecido como tal-, acabó convirtiéndose en una nación moderna a comienzos del siglo XIX, después de un período de transformación como lo fue el siglo XVIII. En la idea de nación española cristaliza una larga historia que va creando la conciencia de compartir un territorio común, unas necesidades y leyes comunes, etc.

Una primera conclusión, apresurada por falta de espacio, es que sin España no puede existir el Estado español. Que, para poder abordar cualquier reforma del Estado, necesitamos revitalizar y reforzar la conciencia y la consistencia de la nación española, o sea, los vínculos de pertenencia a una sociedad común, política, social y legalmente constituida. Que la nación española no es ningún capricho ni ningún proyecto fallido, sino una realidad poderosa, vigorosa y democráticamente construida. Que el resurgir del sentimiento nacional que el separatismo ha despertado, no es una reacción efímera que puedan manipular políticos oportunistas, sino la expresión de algo más profundo que nadie tiene derecho a desvirtuar con confusas promesas electoralistas.