MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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domingo, 28 de abril de 2013

EL TZITZIT DE DON QUIJOTE



(Transcribo aquí una página del libro que estoy escribiendo sobre las huellas judías en el Quijote)

Hay otro momento en el que aparece una referencia a las creencias católicas que sirve para confirmar cuanto venimos diciendo sobre la actitud cervantina frente a la Iglesia y sus prácticas religiosas. Muestra también los titubeos, cautelas y prevenciones de Cervantes cuando trata de hacer burla de estos temas. En la segunda edición de 1605 suprimió un párrafo y lo sustituyó por otro (1). Veamos las dos versiones:

Primer texto:
...ya sé que lo que él hizo (se refiere a Amadís) fue rezar y encomendarse a Dios; pero ¿qué haré de rosario que no tengo?
En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías (I, 26).
Texto corregido (autocensurado):
...ya sé que lo más que él hizo fue rezar y así lo haré: Y sirviéndole de rosario unas agallas grandes de un alcornoque, que ensartó, de que hizo diez...

La corrección y supresión es significativa. La primera versión es burlesca y degrada el valor simbólico del rosario como objeto religioso digno de respeto. La hipérbole del "millón de avemarías" es también evidentemente satírica. Pero hay más: don Quijote construye el rosario con una tira o fleco de su camisa. Descubrimos aquí una clara referencia al tzitzit de los judíos, esas tiras de cinco nudos dobles que cuelgan de la camisa de algodón o de lino y que tienen un carácter religioso de identificación y recuerdo de los preceptos del judaísmo que hoy siguen usando los judios ortodoxos.

¿Por qué Cervantes hace esta alusión al tzitzit (2) y lo asocia al rosario cristiano? ¿Pura casualidad? ¿Y por qué corrige y censura el párrafo de la primera edición? Son preguntas cuya respuesta nos lleva inevitablemente hacia el judaísmo encubierto de Cervantes.



El rosario vuelve a nombrarse en otros contextos paródicos e hiperbólicos. Montesinos se le aparece a don Quijote en su cueva ridículamente vestido "con un capuz de bayeta morada", "beca de colegial de raso verde" a los hombros y "cubríale la cabeza una gorra milanesa negra". Y se añade: "no traía arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano, mayores que medianas nueves, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz" (II, 23). Con el adjetivo "medianos" trata de atenuar, pero no evita, el efecto satírico que produce la desmesura de las comparaciones.

Otra alusión paródica aparece cuando don Quijote se encuentra en el palacio de los duques y Cervantes nos describe cómo se levanta y viste después de pasar una noche desasosegado por los requerimientos de Altisidora: "Dejó las blandas plumas y (...) arrojose encima su mantón de escarlata y púsose en la cabeza una montera de terciopelo verde, guarnecida de pasamanos de plata; colgó el tahalí de sus hombros con su buena y tajadora espada, asió un gran rosario que consigo continuo traia y con gran prosopopeya y contoneo salió a la antesala" (II, 46). Don Quijote se pavonea contoneándose con un gran rosario, vestido estrafalariamente... La imagen es ridícula, y el rosario que imaginamos balanceándose no hace más que acentuar la parodia. 

Otra referencia burlesca del rosario aparece cuando Teresa Panza recibe el collar que le envía la duquesa: "Y estos que traigo al cuello son corales finos de avemarías, y los padres nuestros son de oro de martillo y yo soy gobernadora" (II, 50)
La ultima alusión la encontramos cuando don Quijote usa su rosario para contar los azotes que Sancho debe darse para desencantar a Dulcinea: "Y porque no pierdas por carta de más o menos, yo estaré desde aparte contando por este mi rosario los azotes que te dieres" (II, 71). Ya los azotes que debe darse Sancho en las posaderas con una burla de las penitencias que los flagelantes o disciplinantes exhibían en las procesiones, algunas como condena impuesta por la Inquisición; ahora el rosario sirve para contar los 3.300 azotes que Sancho debe propiciarse para liberar a Dulcinea de su hechizo o encantamiento.

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(1) La Inquisición de Portugal, en 1624, se dio cuenta también de la posible irreverencia y suprimió la frase “de las faldas de la camisa, que andaban colgando”.
(2) Esta práctica se basa en un precepto establecido en la Torá (Números 15:38-41): "Que hagan tzitzit (flecos) sobre las esquinas de sus vestimentas, a lo largo de sus generaciones y pondrán sobre el tzitzit de cada esquina un hilo de color azul celeste. Y será para ellos tzitzit, para que lo vean y se acuerden de todos los mandamientos del Eterno y los cumplan (...) a fin de que recuerden y cumplan todos mis mandamientos y sean santos para con su Dios".


(Fotos: Imágenes del paisaje de Cervantes de los Ancares)

viernes, 19 de abril de 2013

VER PARA CREER


Vemos, palpamos, respiramos, pero al final todo es nada si no creemos. Las sensaciones corporales, físicas, son lo único que nos da la certidumbre de que existe algo aquí, ahí, incluido nosotros mismos; pero no son más que sensaciones, imposible construir con ellas un mundo. El mundo lo construye nuestro cerebro. Somos una máquina poderosa que construye el mundo a partir de unas difusas y confusas sensaciones físicas, orgánicas. Acumulamos sensaciones, las asociamos y las guardamos en nuestra memoria. Todo parte de ahí, desde antes de nacer. Siento, luego existo.

Nos aferramos a la certeza de ese mundo construido a través de nuestros sentidos porque no podemos vivir fuera de él, pero, como no es más que una construcción imaginaria, sostenida por nuestro intento de vivir, de vez en cuando sospechamos o nos damos cuenta de que ni los límites, ni su verdadera naturaleza, son lo que creemos percibir. Esos límites pueden cambiar, desmoronarse, volverse inestables o reconstruirse de modo distinto, abriendo nuestra percepción a algo muy distinto, a mundos extraños, diferentes, inimaginables.

(Fotos: Ángela Trancón)

Nada es tan real como necesitamos creer, nada es tan estable como necesitamos percibirlo, nada es tan físico como nos presentan los sentidos. En el fondo de la materia está el vacío, algo que no se puede ni imaginar ni concebir, pero algo tan real como lo que palpamos, vemos y sentimos. No somos tan importantes como creemos, y nuestro mundo nos es más que un fragmento y un instante de la inmensidad y la eternidad que nos rodea. Una pena, pero también un alivio.

miércoles, 10 de abril de 2013

SOBRE LA ENVIDIA



(Foto: S. Trancón)

Leemos en el Quijote: ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias (II, 8).
Siempre me ha inquietado el fenómeno universal de la envidia, quizás porque yo, por no sé qué extraña inclinación natural, nunca la he padecido. He sentido vivamente, desde niño, la injusticia o el desprecio, pero nunca la envidia. Aclaro la diferencia.

Yo puedo indignarme ante la injusticia de ver con qué poco mérito se otorgan bienes, prestigio o recompensas sociales a los mediocres o a quienes no sólo no lo merecen, sino que debieran ser castigados muchas veces por lo nocivo de sus obras o la bajeza de su conducta. Puedo enfadarme, pero nunca envidiar a quienes reciben esos honores o prebendas. Frente a quienes, por el contrario, reciben merecidamente reconocimiento o recompensas, no siento envidia alguna, sino, cuando juzgo de interés sus obras, admiración y respeto. Insisto que no es mérito ni presunción, sino mi forma natural de reaccionar. Por eso siempre me quedo perplejo ante la envidia que tan bien describe don Quijote como fuente de disgustos, rencores y rabias. ¿Será porque, como bien dice, yo no siento deleite alguno en envidiar?

Si embargo, en mi vida me he visto muchas veces rodeado de envidiosos que me han hecho, sin saber por qué, el centro de sus rabias y rencores. Precisamente por no concebir bien el fenómeno de la envidia, por eso he sido también muchas veces incapaz de defenderme de sus malévolas trampas. Sentir envidia sería, según cierta teoría de la evolución, un fenómeno adaptativo, cuyo déficit padecemos algunos.

Amable lector, mi pregunta, la que te dirijo, es el saber si soy un tipo tan raro que de verdad nunca siento envidia de nadie, o si, por fortuna, tú o algún otro padeces la misma extraña enfermedad, pues por tal la juzgo, dado que parece ser poco útil para moverse en un mundo tan lleno de envidiosos y mediocres rencorosos. Sácame de dudas.