MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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lunes, 19 de marzo de 2012

CRIPTOJUDAÍSMO E INQUISICIÓN (y 7)

(Fotos de S. Trancón. Sambenitos de Tuy)

Acabo esta reflexión sobre la influencia del criptojudaísmo con algunas reflexiones.

1) Desde finales del siglo XV, con la persecución de conversos, moriscos y herejes, España ha vivido internamente escindida. Las llamadas “dos Españas” tienen su origen en esa división, lo que ha impedido su cohesión interna y ha lastrado su desarrollo económico, político y cultural.

 2) La Guerra Civil de 1936 hunde sus raíces en aquellas tensiones y enfrentamientos internos. Triunfó la intolerancia, la persecución y la imposición del miedo como mecanismo de control social, lo mismo que había ocurrido siglos atrás.

3) El enorme peso del poder judicial en nuestro país, sus formas de actuación corruptas, arbitrarias, al servicio de los poderosos, son una prolongación del poder que entonces adquirieron los jueces y legisladores.

4) El poder incontrolado de la Iglesia y su enorme influencia política y social, que se prolonga hasta hoy, nació y se afianzó en aquellos años de persecución e intolerancia.

 5) La literatura se convirtió en uno de los pocos medios que tuvieron los judeoconversos para sublimar y liberar sus frustraciones, miedos, rencores, su rechazo de las imposiciones y su crítica de la sociedad.

 6) El individualismo radical fue una consecuencia lógica ante la imposibilidad de crear estructuras sociales, familiares y de grupo. El individualismo acabó impregnando casi todas las empresas colectivas, desde la conquista de América a la creación artística.

7) La hipocresía, el disimulo, el culto a las apariencias, la desconfianza en el otro, la llamada “judialización” de la vida social y política, la obsesión legislativa y el espíritu ordenancista que convive con el desprecio de las leyes, la aceptación de la corrupción como algo casi natural, la identificación de inteligencia con astucia y capacidad de engaño, la desconfianza en los proyectos colectivos, la mezcla entre anarquismo y autoritarismo, burocracia y picaresca, etc. Son rasgos psicológicos y tipos de comportamiento que se han ido gestando a partir de lo ocurrido en aquellos decisivos años en que triunfó la intransigencia religiosa mezclada con el absolutismo político.

 8) Hemos de otorgar un peso especial a la influencia de una minoría de conversos oportunistas, fanáticos intransigentes y cínicos, que pronto adquirieron un gran poder religioso, económico y político dentro de aquella nueva sociedad: inquisidores, obispos, banqueros, ministros…, que se mezclaron con la nobleza y formaron parte de una aristocracia que actuó sin escrúpulos para imponer sus normas y mantenerse en el poder. ¿No encontramos aquí el origen del tipo de oligarquía financiera parasitaria que hoy controla los poderes del estado en nuestro país?

 9) Paralelamente, podemos encontrar fenómenos opuestos, que van desde la rebelión comunera (en la que tuvieron gran peso los judeoconversos) al utopismo anticlerical, comunista y anarquista de la Segunda República, reacciones que sueñan con un poder comunitario e igualitarista, con tintes mesiánicos, expresiones radicales que también se podrían explicar por la necesidad de luchar contra los abusos e imposiciones del uniformismo religioso.

 Podría añadir otros fenómenos más particulares, ligados a mi experiencia, que yo relaciono con esa herencia del criptojudaísmo: fascinación por los libros; sobrevaloración de eso que en mi tierra llaman “tener estudios”; obsesión por descubrir el pasado genealógico; transmisión familiar de una religiosidad personal, íntima, de tipo “panteísta” o "espinosiano" (de B. Espinosa) más que católica; costumbres singulares, como el sangrado de pollos y gallinas, la confección de pastas especiales como las llamadas “orejas” coincidiendo con la fiesta de Purim, la limpieza y el encalado de la casa una vez al año coincidiendo con la fiesta de Pésaj; ciertos miedos familiares exagerados, como los relacionados con denuncias, juicios, inspecciones, citas oficiales…

Concluyo con algunos refranes y expresiones cuyo origen con frecuencia se desconoce, pero cuya presencia en la vida cotidiana es una prueba de cómo el fenómeno que he analizado repercutió mucho más allá de lo que a primera vista los historiadores han señalado.

Barrer para dentro de la casa”: Esta expresión tiene origen en la costumbre judía de barrer la casa, no de dentro hacia afuera, como parecería más lógico, sino al revés, desde la puerta de entrada hacia adentro. Lo curioso es el sentido que se le ha dado: favorecer a los propios, preocuparse por uno mismo y los intereses familiares antes que por los demás.

 “Poner la miel en los labios”: Proviene seguramente de la costumbre de colocar un poquito de miel en los labios del niño recién circuncidado. No sé si es común o de origen sefardí. Ha acabado significando la promesa de algo agradable que luego no se cumple.

 “Al pan, pan y al vino, vino”: Esta expresión, que se considera muy castiza, yo creo que tiene un origen criptojudío. A los conversos les costaba mucho aceptar el sacramento de la eucaristía, que afirmaba que el pan se convertía en la carne de Cristo, y el vino en su sangre. A la mayoría les parecía una superchería y, si fuera cierto, puro canibalismo. Cuando asistía un judaizante a misa, en el momento de la consagración podía murmurar algo así como: “pan y vino veo, y sólo en Adonai creo”. De ahí a lo de “llamar al pan, pan y al vino, vino”, me parece que no hay más que un paso.

Colgar el sambenito”: Equivale a culpar injustamente de algo a alguien, a juzgarle de modo generalizado a partir de un encasillamiento o etiqueta simplista, a atribuirle algo negativo a alguien inmerecidamente.

 “Tirar de la manta”: Este dicho se emplea para amenazar o llevar a cabo la revelación de algún secreto, ya sea para diluir la propia culpa o para vengarse de cualquier acusación. Alude al hecho de que en las iglesias debían figurar lienzos bien visibles en los que se escribían los nombres de los condenados por la Inquisición, a fin de que la condena se extendiera a todos los descendientes. Si alguien quería podía revisar esas listas de “sambenitados” para impedir que alguien ocupara un puesto público, por ejemplo. Yo he visto en el Museo Diocesano de Tuy algunos de estos sambenitos en los que aparecen los nombres de los condenados y la pena recibida, casi siempre la hoguera.
 (Curiosa pintura: si te fijas bien, la barba es también otra cara...)

 “Las paredes oyen” y “Si las paredes hablaran”: Estas dos expresiones tienen también un origen criptojudío. Se refieren al miedo a ser oídos y espiados (¡cuidado, que las paredes oyen!) y también al hecho de que los judíos rezaban mirando hacia la pared, que se convertía así en guardadora de sus secretos. Mirar hacia la pared es una forma de aislarse y concentrarse en la meditación y la oración, a lo que ayuda también el cabeceo rítmico.

 “Mantenerse en sus trece”: Se usa para indicar perseverancia y hasta tozudez. Surgió de la determinación con que los judíos y judaizantes se mantenían fieles a su fe, contenida en los trece principios básicos con que Maimónides resumió los 613 preceptos del judaísmo.

 “A la justicia y a la Inquisición, chitón”: Este refrán se lo oí repetir muchas veces a mi madre. Resume muy bien la actitud de reserva y silencio que se debe tener ante la justicia y los poderes públicos. Chitón es un derivado de la interjección ¡Chissst! con que se ordena o pide silencio.

 Para acabar estas reflexiones voy a hacer una lista de escritores famosos de origen judío de los siglos XV al XVII, cuya obra debiera ser leída con especial atención teniendo en cuenta este dato, y que ocupan los puestos más destacados de la literatura española:

 Juan del Encina, Gil Vicente, Juan de Mena, Jorge de Montemayor, Fray Bernardino de Sahagún, Luis Vives, Bartolomé de las Casas, Fray Luis de León, Francisco Delicado, Antonio de Nebrija, Isaac Abravanel, León el Hebreo, El Brocense, Fernando de Rojas, el autor de El Lazarillo de Tormes, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Luis de Góngora, Miguel de Cervantes, Tirso de Molina, Baltasar Gracián, Mateo Alemán, Vélez de Guevara…

sábado, 17 de marzo de 2012

CRIPTOJUDAÍSMO E INQUISICIÓN (6)

(Cuadros de Dan Kofler)

Hemos hablado de la facilidad con que el alargado brazo de la Inquisición podía detener a cualquier sospecho de judaizar. En realidad, todo converso era considerado sospechoso. Los conversos llevaban su condición de judíos marcada como un estigma, a pesar de ser oficialmente cristianos. Muchos se lamentaban de su abandono del judaísmo porque eso no les había asegurado un trato de igualdad y respeto. No hay que olvidar que la definición de judío tenía un componente racial muy fuerte –no era sólo un asunto de creencias– y por eso cobró tanta importancia el asunto de la “limpieza de sangre”.

Los conversos, ante esta situación, adoptaron dos estrategias opuestas: unos intentaron borrar toda huella de judaísmo, cambiando nombres, apellidos y genealogía, y otros, por el contrario, volvieron a sentirse judíos por el simple hecho de que así eran considerados. El criptojudaísmo fue en parte una consecuencia del rechazo y las humillaciones sufridas -consideradas un castigo por la conversión- y del consiguiente sentimiento de culpa.

Al no poder exteriorizar ningún pensamiento o sentimiento de afirmación positiva, al desaparecer todas las señas de identidad externa, a los criptojudíos, aislados del resto de la comunidad, perseguidos y vigilados, no les quedaba otra salida que ofrecer cierta resistencia más o menos activa. Las fórmulas fueron variadísimas, desde pequeños gestos (escupir ante una imagen o dar la espalda a la eucaristía) a reacciones desesperadas (blasfemias públicas de los impenitentes, por ejemplo). Pero en general, lo que más ansiaban los judeoconversos era pasar desapercibidos, ocultar sus orígenes y confiar en que, protegidos por el silencio y el secreto, pudieran seguir siendo files al judaísmo, aunque sólo fuera en su interior.

¿Pero qué pasaba cuando un judaizante o criptojudío era denunciado ante el Santo Oficio? Pues inmediatamente era encarcelado. No se le comunicaba el motivo de su detención. Era él quien debía adivinarlo y autoinculparse. Tampoco podía saber quién le había acusado. Esto creaba una incertidumbre e indefensión total. ¿Qué confesar? Si no confesaba nada ya sabía lo que le esperaba: el tormento. El tormento se aplicaba siguiendo tres modalidades: la garrucha, la toca y el potro. Antes se desnudaba al reo (fuera hombre o mujer) y se le sometía a la inspección del médico para anotar sus posibles lesiones o heridas.

El tormento de la garrucha consistía en colgar por las manos atadas a la espalda al reo con pesas en los pies. Lo describe de modo sarcástico Cervantes en el Quijote en el capítulo 44 de la Primera Parte. Don Quijote ha quedado colgado de una muñeca después de la burla de Maritornes e intenta inútilmente llegar con los pies al suelo: “Como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo, bien así como los que están en el tormento de la garrucha, puestos a “toca, no toca”, que ellos mismos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les representa que con poco más que se estiren llegarán al suelo”. Llama la atención que Cervantes coloque intencionadamente a don Quijote en la situación de un judaizante torturado. Cuando el Caballero del Bosque describe a don Quijote dice que tiene “la nariz aguileña y algo corva” (I, 43). Cualquier lector de la época vería en este rasgo una referencia al origen judío del ingenioso hidalgo, al que Cervantes llama en otra ocasión “el furioso león manchado” (I, 46). La Mancha no era sólo un lugar geográfico, sino también la mancha del converso, el que no tiene limpieza de sangre.

El tormento de la toca consistía en meter en la boca hasta la garganta una tela blanca (la misma que utilizaban las mujeres para tocarse o cubrirse) y luego ir arrojando agua a la toca hasta provocar la sensación de ahogo o asfixia. Se podía usar agua salada. Tirso de Molina (de origen converso) en el Burlador de Sevilla se refiere a este tormento como “tragarse el mar”.

El potro tenía varias modalidades y consistía en atar con argollas al reo a una mesa y luego, mediante poleas, ir apretando cuerdas (mancuerda) o cintas de cuero a las distintas partes del cuerpo hasta casi llegar al hueso o descoyuntarlo.

Comparados estos métodos con las formas de tortura de la Edad Media, e incluso con las de hoy, no resultan especialmente sádicas o crueles. Se prohibía, por ejemplo, el derramamiento de sangre o la rotura de huesos. Los tres métodos tienen algo en común: el poder ir graduando y aumentado el tormento hasta llegar al límite de lo posible, lo que era muy adecuado para lograr el fin principal: la confesión de la culpa. Esta confesión era la principal prueba de culpabilidad sin la cual no había condena. No se perseguía la muerte, pero los inquisidores dejaban muy claro que “si en el dicho tormento muriere o fuere lisiado o se siguiese efusión de sangre o mutilación de miembros, sea a su culpa, y no a la nuestra, por no haber querido decir la verdad”.

De estos métodos y procedimientos lo que a mí más me llama hoy la atención es la obsesión por dejar constancia escrita de todos los pormenores del proceso. Los notarios escribían minuciosamente las reacciones del reo ante las torturas. Si se llegaba, por ejemplo, a la novena vuelta en el potro (los inquisidores ordenaban al verdugo cada paso y la intensidad del tormento), el escribano anotaba si el tormento se aplicaba en el brazo izquierdo o el derecho, los suspiros, gritos e invocaciones del reo, su confesión literal, etc. Lo escrito era sagrado e irrevocable, símbolo de la ley y el poder, legitimación de toda actuación:

Si es de garrucha se ha de asentar cómo se pusieron los grillos y las pesas, y como fue levantado y cuántas veces, y el tiempo en que cada uno lo estuvo. Si es de potro, se dirá cómo se le puso la toca, y cuántos jarros de agua se le echaron y lo que cabía cada uno. De manera que todo lo que pasare se escriba, sin dejar nada por escribir”.

Pero la sentencia no se limitaba a los condenados, sino que se extendía a toda su familia y sus descendientes de por vida: “Declaramos los hijos e hijas de la dicha Beatriz de Padilla ser inhábiles e incapaces y los inhabilitamos para que no puedan tener ni obtener dignidades, beneficios ni oficios, así eclesiásticos como seglares, ni otros oficios públicos o de honra, ni poder traer sobre si ni en sus personas, oro, plata, perlas, piedras preciosas ni corales, seda, chamelote ni paño fino, ni andar a caballo ni traer armas ni ejercer ni usar de las otras cosas que por derecho común, leyes e pragmáticas de estos reinos e instituciones y estilo del Santo Oficio son prohibidas”.

martes, 13 de marzo de 2012

CRIPTOJUDAÍSMO E INQUISICIÓN (5)

(Foto: National Geographic)


La Inquisición creó pronto una red de tribunales por toda España. Unos eran fijos (en las principales ciudades) y otros itinerantes. Desde el principio fue una institución fuertemente centralizada y burocratizada. El Vaticano intentó someterla a su control y jurisdicción, pero acabó cediendo ante el poder de la Monarquía, que siempre la consideró un instrumento político a su servicio.

 En cada tribunal había, además de los inquisidores, un juez fiscal, calificadores (de los delitos), receptores (de las acusaciones), notarios de secuestros (de la confiscación de bienes) y de secreto (de los interrogatorios y declaraciones), secretarios o escribanos, un médico, un capellán, carceleros, alguaciles (los que detenían y encarcelaban a los reos) y familiares (espías, delatores), además de los testigos, la mayoría acusadores, pues entre otras cosas corrían ellos el peligro de ser acusados según fuera su testimonio. Los familiares (numerosísimos) eran colaboradores laicos, que no tenían sueldo fijo, pero a cambio gozaban de muchos privilegios, como llevar armas y no pagar impuestos. Entre los familiares más célebres encontramos a Lope de Vega, al que aludió sarcásticamente Cervantes en el prólogo a la Segunda Parte del Quijote.

Un dato importante es que los sueldos y gastos de este pelotón de cargos no los pagaba el Estado, sino que salían de los fondos confiscados a los condenados. El afán de riqueza fue uno de los móviles de la Inquisición. Se trataba de acabar con el poder económico creciente de los judíos y conversos y financiar al Estado, además de sostener al propio Santo Oficio, nombre piadoso que se dio a sí misma la Inquisición. No digo que fuera el móvil principal, pero parece claro que desde sus inicios el afán de riqueza, la avaricia y la facilidad con que se podía usurpar de sus bienes y riquezas a los conversos, movió la mano de los inquisidores, por más que todo se mezclara y encubriera con las motivaciones religiosas.

 El modo de proceder de los tribunales consistía en llegar a una población, reunir a todos sus vecinos (si alguien no acudía ya se delataba), organizar una misa solemne, leer el Edicto de Fe, predicar un sermón exaltado amenazando con las penas del infierno y de este mundo (los dominicos eran maestros en este arte oratoria de intimidación). El Edicto de Fe, que se leía con mucho énfasis, pormenorizaba todos los delitos contra la fe católica, desde los más leves a los más graves, una relación tan prolija que fue en aumento a medida que los Tribunales descubrían nuevas y sutiles formas de herejía. Todos los presentes estaban obligados a delatar a cualquiera que incurriera en alguno de esos delitos, tanto si lo había presenciado como si lo sabía de oídas, fuera familiar, amigo o vecino, así como a autodenunciarse. Estos edictos se colgaban en la puerta de las iglesias y conventos, para que nadie pudiera alegar ignorancia.

 El Tribunal sabía de antemano que en la población a la que iba había judaizantes y moriscos, ya sea por informes de los familiares o por cualquier otro medio, incluida la declaración que había obtenido de reos juzgados en otros procesos. Los denunciantes, además, debían hacerlo en secreto, sin que nadie, ni los propios parientes, supiera nada de su denuncia. Este secreto debía mantenerse de por vida. Naturalmente, este procedimiento se prestaba a denuncias falsas, movidas por rencores, venganzas, liberarse de deudas o apropiarse de bienes del denunciado. Pero, por lo general, no abundaron las denuncias falsas (que también eran castigadas), porque en realidad no eran necesarias. La denuncia podía hacerse con simples sospechas o indicios leves; era muy fácil encontrar algo en que apoyar la denuncia. Las motivaciones personales se podían muy bien camuflar sin necesidad de inventarse los motivos de la delación.

 ¿Qué se debía denunciar? Cualquier hecho, práctica, rito, gesto, palabra, comentario o incluso pensamiento que fuera contrario a la fe católica. La lista de supuestos podía ser infinita, pues todo podía ser indicio de herejía. Por ejemplo, un adúltero podía serlo por lujuria (en cuyo caso era competencia de los tribunales seculares), pero también por no creer en el sacramento de matrimonio, en cuyo caso era competencia del Santo Oficio. En realidad, toda la conducta, pública y privada, quedó bajo su vigilancia y control.

En la práctica, el ochenta por ciento de las denuncias tenía que ver con los judaizantes. Los musulmanes también fueron obligados a convertirse en 1502 y como moriscos fueron perseguidos, pero su amenaza se consideró menos peligrosa, no sólo porque su población era relativamente menor y estaba más concentrada (en Cataluña, Valencia y Aragón, sobre todo), sino porque su peligrosidad desapareció prácticamente cuando casi todos fueron expulsados en 1609, lo que no ocurrió con los judeoconversos.

 Para darnos cuenta de la obsesión por la persecución y extirpación de todo indicio de judaísmo, he aquí algunas prácticas que debían denunciarse:
 Degollar las aves o reses con cuchillo para desangrarlas. No creer en el poder o mediación de los santos. Maltratar o hacer burla de cualquier imagen de Jesucristo, la Virgen o los santos. Afirmar que no hay limbo ni purgatorio. Poseer algún libro prohibido. Leer la Biblia hebraica. Rezar en hebreo. Rezar contra la pared cabeceando. Vestir camisas limpias los sábados o echar en las camas sábanas nuevas. Purgar o “desebar” (quitar el sebo) a la carne que van a comer. Poner los padres la mano sobre la cabeza a los hijos sin santiguarlos. No creer que María fue virgen antes, durante y después del parto. Fingir que los niños están muy enfermos para no llevarlos a bautizar y hacerlo en su casa. La circuncisión. Ocupar algún cargo teniendo algún antepasado condenado o de origen judío. Comer cordero durante la Pascua. No comer cerdo. Encender lámparas los viernes. No cocinar los sábados. No ayunar ni dejar de comer carne durante la Cuaresma. No acudir a misa todos los domingos. No rezar el rosario. Decir que la hostia es sólo pan. No creer en la Trinidad. No creer que Jesucristo era el Mesías. Lavar a los muertos y dejarlos en el suelo durante el duelo. Adivinar el futuro. Llevar amuletos con palabras hebreas. No quitarse el sombrero al entrar en la iglesia. No confesarse. No comulgar. Trabajar los domingos. Llevar vestidos de seda. Cualquier conducta sexual fuera de lo establecido (adulterio, bigamia o poligamia, sodomía, bestialismo, “solicitación” por parte de los curas en el confesionario, etc.).

 Todo esto se establecía con una prosa jurídica minuciosa y amenazante, que nos da una idea del espíritu y la actitud de la actividad inquisitorial y que tendría, naturalmente, efectos demoledores sobre la población, creando una atmósfera de miedo y sospecha que penetró hasta los últimos rincones de las casas y conciencias de la mayoría. Como muestra, he aquí un texto: 

Edicto de Fe de Valencia (1519) 

 «Nos doctor Andrés de Palacio, Inquisidor contra la herejía y, la perversidad apostólica en la ciudad y reino de Valencia, etc. A todos los cristianos fieles, así hombres como mujeres, capellanes, frailes y sacerdotes de toda condición, calidad y grado; cuya atención a esto dará por resultado la salvación en Nuestro Señor Jesucristo, la verdadera salvación; que son conscientes de que,. por medio de otros edictos y sentencias de los Reverendos inquisidores, nuestros predecesores, se les ordenó comparecer ante ellos, dentro de un período dado, y declarar, y manifestar las cosas que habían visto, sabido y oído decir de cualquier persona o personas, ya estuvieran vivas o muertas, que hubieran dicho o hecho algo contra la Santa Fe Católica; cultivado y observado la ley de Moisés o la secta mahometana, o los ritos y ceremonias de los mismos; o perpetrado diversos crímenes de herejía; observando las noches de los viernes y los sábados; poniéndose ropa interior limpia los sábados y llevando mejores ropas que en los demás días; preparando en los viernes los alimentos para los sábados, en cazuelas sobre hogueras pequeñas; que no trabajen en las noches de los viernes y en los sábados como en los demás días; que enciendan luces en lámparas limpias con pabilos nuevos, en las noches de los viernes; pongan ropa limpia en las camas y servilletas limpias en la mesa; celebren la fiesta del pan sin levadura, coman pan sin levadura y apio y hierbas amargas; observen el ayuno del perdón (Día de Expiación) cuando no comen en todo el día hasta la noche después de salir las estrellas, cuando se perdonan los unos a los otros y rompen su ayuno; y de la misma manera observan los ayunos de la reina Esther, de tissabav, y rosessena; que recen plegarias de acuerdo con la ley de Moisés, de pie ante la pared, balanceándose hacia atrás y hacia adelante, y dando unos cuantos pasos hacia atrás; que den dinero para el aceite del templo judío u otro lugar secreto de adoración; que maten aves de corral de acuerdo con la ley judaica, y se abstengan de comer cordero o cualquier otro animal que sea trefa; que no deseen comer cerdo salado, liebres, conejos, caracoles o pescado que no tenga escamas; que bañen los cuerpos de sus muertos y los entierren en suelo virgen de acuerdo con la costumbre judía; que en la casa de duelo no coman carne, sino pescado y huevos pasados por agua, sentados ante mesas bajas; que separen un pedazo de la masa cuando estén elaborando pan y lo arrojen al fuego; que estén circuncidados o sepan de otros que lo estén; que invoquen a los demonios y les rindan el honor que le es debido a Dios; que digan que la Ley de Moisés es buena y puede darles la salvación; que ejecuten muchos otros ritos y ceremonias de la misma; que digan que Nuestro Señor Jesucristo no fue el verdadero Mesías que prometen las Escrituras, ni el verdadero Dios ni el hijo de Dios; que nieguen que murió para salvar a la raza humana; nieguen la resurrección y su ascensión al cielo; y digan que Nuestra Señora la Virgen María no fue la madre de Dios ni virgen antes de la natividad y después de ella; que digan y afirmen muchos otros errores heréticos; que manifiesten que lo que habían confesado ante los inquisidores no era la verdad; que se quiten sus túnicas penitenciales y no permanezcan en prisión ni observen la penitencia que les haya sido impuesta; que digan cosas escandalosas contra nuestra Santa Fe Católica y contra los oficiales de la Inquisición; o que influyan en cualquier infiel que podría verse atraído hacia el Catolicismo para que se abstenga de convertirse; que afirmen que el Sagrado Sacramento del altar no es el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Redentor, y que Dios no puede ser omnipresente; o cualquier sacerdote que albergue esta opinión condenable, que recite y celebre la misa, no diciendo las sagradas palabras de la consagración; diciendo y creyendo que la Ley de Mahoma y sus ritos y ceremonias son buenos y pueden darles la salvación; que afirmen que la vida no es más que nacimiento y muerte, y que no hay ningún paraíso y ningún infierno; y que manifiesten que ejercer la usura no es pecado; si cualquier hombre cuya esposa vive todavía vuelve a casarse, o cualquier mujer se casa de nuevo en vida de su primer esposo; si alguno sabe de quienes guardan costumbres judías y dan nombre a sus hijos en la séptima noche después de su nacimiento, y con plata y oro sobre una mesa observan gratamente la ceremonia judía; y si alguno sabe que cuando muere alguien, colocan una copa de agua y una vela encendida y algunas servilletas donde murió el difunto y durante algunos días no entran allí; si alguno sabe del esfuerzo de un judío o converso por predicar en secreto la Ley de Moisés y convertir a otros a su credo, enseñando las ceremonias correspondientes, dando información sobre las fechas de fiestas y ayunos, enseñando plegarias judías; y si alguno sabe de alguien que trate de convertirse en judío, o que, siendo cristiano, vaya vestido de judío; si alguno sabe de alguien, converso o no, que ordene que su vestido se haga de lona en vez de lino, como hacen los buenos judíos; si alguno sabe de aquellos que, cuando sus hijos les besan las manos, colocan las manos sobre las cabezas de los niños sin hacer la Señal (de la Cruz); o que, después de comer o cenar, bendicen el vino y lo pasan a todos los que se sientan a la mesa, bendición a la que llaman la «veraha»; si alguno sabe que en alguna casa se congrega gente con el propósito de celebrar oficios religiosos, o leer Biblias del vernáculo o celebrar otras ceremonias judaicas, y si alguno sabe que cuando alguien se dispone a emprender un viaje, le son pronunciadas ciertas palabras de la Ley de Moisés, y se le pone una mano en la cabeza sin hacer la Señal (de la Cruz). Y si alguno sabe de alguien que haya profesado el credo mosaico, o esperado la venida del Mesías, diciendo que nuestro Redentor y Salvador Jesucristo no vino y que ahora vendría Elías y los llevaría a la tierra prometida; y si alguno sabe que alguna persona había fingido caer en trance y vagado por el cielo y que un ángel la había conducido por campos verdes y le había dicho que aquello era la tierra prometida que se reservaba para todos los conversos a quienes Elías redimiría del cautiverio en que vivían; y si alguno sabe que alguna persona o personas son hijos o nietos de los condenados, y siendo descalificadas, hicieran uso de cargo público, o portasen armas o llevaran seda o paño fino, o adornasen sus vestidos con oro, plata, perlas u otras piedras preciosas o coral, o hicieran uso de alguna otra cosa que les está prohibida o están descalificados para tener; y si alguno sabe que algunas personas tienen o poseían algunos bienes confiscados, muebles, dinero, oro, plata u otras joyas pertenecientes a los condenados por herejía, las cuales deberían llevarse ante el depositario de bienes confiscados por el delito de herejía. Todas estas cosas, habiendo sido vistas, oídas o conocidas, vosotros, los antedichos cristianos fieles, habéis, con corazones obstinados, rehusado declarar y manifestar, con gran carga y perjuicio de vuestras almas; pensando que fuisteis absueltos por las bulas e indulgencias promulgadas por nuestro santo padre, y por promesas y donaciones que habíais hecho, por las cuales habéis incurrido en la sentencia de excomunión y otras penas graves al amparo de la ley estatutoria; y, por ende, puede procederse contra vosotros como personas que han sufrido excomunión y son cómplices de herejes, en diversas formas; mas, deseando actuar con benevolencia, y con el fin de que vuestras almas no se pierdan, pues Nuestro Señor no desea la muerte del pecador, sitio su reformación y vida; por la presente eliminamos y suspendemos la censura promulgada por los citados ex inquisidores contra vosotros, siempre y cuando observéis y cumpláis las condiciones de este nuestro edicto, por medio del cual exigimos, exhortamos y os ordenamos, en virtud de la santa obediencia, y bajo pena de excomunión total, en el plazo de nueve días a partir del momento en que el presente edicto os haya sido leído, o dado a conocer de alguna otra manera, que afirméis todo lo que sepáis, hayáis visto, oído, u oído decir de alguna forma. sobre las cosas y ceremonias citadas con anterioridad, y que comparezcáis ante nosotros personalmente para declarar y manifestar lo que hayáis visto, oído, u oído contar en secreto, sin haber hablado previamente con ninguna otra persona, ni levantado falso testimonio contra nadie. En caso contrario, habiendo pasado el período, habiéndose repetido las amonestaciones canónicas de acuerdo con la ley, se tomarán medidas para dar y promulgar sentencia de excomunión contra vosotros, en y por estos documentos; y mediante tal excomunión, ordenamos que seáis denunciados públicamente; y si, tras un nuevo período de nueve días, persistierais en vuestra rebelión y excomunión, seréis excomulgados, anatematizados, maldecidos, segregados y separados como asociados del demonio, de la unión con y la inclusión en la Santa Madre Iglesia, y los sacramentos de la misma.

viernes, 9 de marzo de 2012

CRIPTOJUDAÍSMO E INQUISICIÓN (4)



(Foto: Jesús Rodríguez)

¿Qué era la Inquisición? ¿Cómo actuaba? ¿Cómo influyó en la sociedad española?

Estas preguntas siguen siendo hoy importantes, no sólo para los que nos consideramos vinculados con quienes padecieron directamente  la persecución inquisitorial, sino para cualquier español que quiera entender el pasado y el presente de su país. A investigadores como Américo Castro o Julio Caro Baroja debemos que este tema haya tomado la relevancia histórica que merece.

La Inquisición Española fue un instrumento de control social mediante represión ideológica, cultural y política, al servicio directo de la Iglesia y la Monarquía. Su objetivo era imponer un catolicismo estricto en la mente, la conciencia y la conducta de todos y cada uno de los españoles, aplastando cualquier heterodoxia o desviación de los dogmas e interpretaciones que de la fe cristiana hacía la Iglesia. Al imponer la uniformidad religiosa, la Monarquía logró establecer un poder político estatal que sirvió de base para el desarrollo del Imperio español.

La discusión sobre qué hubiera sido de España si no hubiera triunfado la intransigencia y el modelo monárquico-católico es una discusión inútil y llena de trampas, pues obliga a juzgar la historia con hipótesis puramente imaginarias. Lo único que podemos juzgar son los hechos, sin pretender justificarlos, a posteriori, con argumentos que nada tienen que ver con los hechos mismos. Ciñámonos, por tanto, a describir la actuación de la Inquisición y sus consecuencias.
   
Hay un dato que pone de manifiesto la tragedia de la expulsión y nos puede ayudar a comprender mejor algo de lo sucedido. H. Kamen, nada sospechoso de parcialidad, señala que murieron 25.000 judíos durante los viajes al exilio. Perecieron en el mar, pero también en los caminos; murieron a causa de tormentas y enfermedades, pero también por los asaltos y ataques que sufrieron. Se difundió por ejemplo que, dado que no podían llevar consigo ningún bien, ni dinero ni oro ni plata, algunos ocultaron en su cuerpo joyas y diamantes. Al ser asaltados, muchos fueron acuchillados para descubrir lo que ocultaban en sus entrañas.

¡Qué tremendo dilema, la conversión forzosa o la incertidumbre y penalidades de un exilio sin rumbo ni destino fijo! ¡Qué cúmulo de sentimientos y reacciones contradictorias! Renegar de la fe, desvincularse de su pueblo, aceptar el ser tenidos por traidores, cobardes, apóstatas… o echarse a los caminos llenos de peligros, embarcar en frágiles y abarrotadas embarcaciones, perder todos los bienes, abandonar la tierra de sus antepasados, una historia milenaria. Muchos se consolaron pensando que aquella desgracia sería pasajera, que pronto podrían volver, por eso tantos se refugiaron en la cercana Portugal. Otros confiaron en que podrían seguir manteniendo clandestinamente su fe, que sólo serían católicos de apariencia, pero no en su corazón.

Todas estas dudas, la diversidad de opiniones y comportamientos, acabó debilitando los vínculos de parentesco y amistad, rompiendo la unidad de las familias y grupos, un drama de tremendas consecuencias, pues la pervivencia y resistencia del pueblo judío siempre se ha basado en su cohesión interna y la capacidad de transmitir creencias, actitudes y estructuras psicológicas gracias al núcleo familiar y las relaciones del grupo. En su lugar se estableció la desconfianza, la traición y el miedo. Un primer efecto fue la aparición de fanáticos conversos de origen judío, que acabarían convirtiéndose en sus perseguidores más acérrimos y temibles. Un caso sintomático es el de los dos primeros inquisidores generales, Tomás de Torquemada y Diego Deza, los dos de origen judío. 

martes, 6 de marzo de 2012

CRIPTOJUDAÍSMO E INQUISICIÓN (3)


(Foto: Carlos Guzmán. Palomar. Valderas)
   

Prosigo con mi análisis de lo que ocurrió en nuestro país con los judíos a partir del siglo XV, y en qué medida su expulsión y persecución influyó en nuestra historia, dejando una huella que llega hasta el presente. Para empezar, conviene aclarar algunos términos. Distingamos  entre judaizantes, criptojudíos y conversos.

Judaizante no era el converso que hacía proselitismo del judaísmo entre otros conversos o cristianos. La Inquisición llamó judaizante a cualquier converso que continuara practicando o creyendo en el judaísmo, con independencia del grado de fidelidad u observancia que mantuviera de su antigua fe, y sin necesidad de que hiciera propaganda o difusión de sus creencias. Por principio, todo converso era sospechoso de judaizar. La Inquisición justificó su implantación, de hecho, en este supuesto, pues no se creó para perseguir a los judíos (después del Decreto de Expulsión habían desaparecido oficialmente del país), sino para detectar y eliminar a los falsos conversos.

Criptojudío es un término reciente con el que nos referimos a aquellos conversos que claramente trataron de no asimilarse ni integrase en el cristianismo, que mantuvieron consciente y voluntariamente su adhesión al judaísmo a pesar de no poder manifestar sus creencias ni observar la mayoría de las prácticas judías. Con el tiempo estos judíos ocultos, aislados y sin el apoyo del grupo, apenas lograron mantener el recuerdo de sus orígenes, pero es sorprendente que hasta hoy mismo hayan resistido a la asimilación, como es el caso de los chuetas de Mallorca.

Conversos eran todos los judíos y sus descendientes a partir de 1492, pues obligatoriamente debieron bautizarse y convertirse para no ser expulsados de Sefarad. Dentro de este grupo existió una gran variedad, que iba de los cristianos más fanáticos y entusiastas a los más tibios e indiferentes, pasando por los heterodoxos, los reformadores o los clérigos (curas y frailes), los vacilantes o los escépticos y descreídos. El término marrano se aplicó a todos los conversos, pero especialmente a los de origen portugués o a los que, habiéndose refugiado en Portugal en 1492, tuvieron que volver a partir de 1497 en que fueron bautizados colectiva y forzosamente. Es muy sintomático el desplazamiento semántico de la palabra marrano, que acabó usándose para referirse al cerdo, precisamente porque su carne era tabú para los judíos. Sefardí es el nombre con el que se identifican todos los judíos descendientes de los expulsados en 1492.

También conviene aclarar algunos términos hebreos. Goim son los no judíos, los gentiles; todos los conversos fueron considerados por los rabinos goim, excluidos o apóstatas. Los anusim son los judíos forzados a convertirse contra su voluntad que lo hicieron para salvar su vida. Los meshumadim, por oposición, fueron los conversos voluntarios. Los malsín, por último, eran los delatores o traidores que denunciaban a su antiguos correligionarios.

También se usan a veces confusamente los términos con los que se identificaba a los distintos tipos de condenados por la Inquisición. Penitenciados o reconciliados eran los condenados que abjuraban (renegaban) de su fe judía para aceptar la cristiana. Había dos tipos, los que abjuraban “de levi”, o sea, los que eran condenados por delitos leves, y los que abjuraban “de vehementi”, o sea, los que habían cometido delitos más graves. Por oposición, los impenitentes eran los que no renegaban de sus errores o delitos y se mantenían fieles a su fe. Los relajados o relapsos eran los reincidentes, los que volvían a ser descubiertos y condenados de nuevo.

Las penas que imponía la Inquisición eran muy variadas, en función de la calificación de sus delitos. Iban desde llevar el sambenito, a veces de por vida (un sayón amarillo, casaca o capote con la cruz en aspa de San Andrés en el pecho y la espalda); entregar una “limosna” (una cantidad de dinero); la cárcel, los azotes, el escarnio público llevando, por ejemplo, la coroza (un capirucho grotesco como los que pintó Goya) o figurando sus sambenitos colgados en las iglesias; las galeras (encadenados como esclavos remeros en los barcos de la Armada real) y, en el caso de algunos reconciliados de vehementi, el garrote y luego la hoguera, y directamente al quemadero (o sea, eran quemados vivos) para los relajados. Los huidos o desaparecidos eran quemados en efigie, o sea, sustituidos por un monigote del que se colgaba su nombre y condena. También se podía condenar a los muertos, en cuyo caso se les desenterraba y sus restos eran quemados públicamente. Fue el caso de la madre de Luis Vives, por ejemplo, que había muerto de la peste antes de ser condenada.

sábado, 3 de marzo de 2012

CRIPTOJUDAÍSMO E INQUISICIÓN (2)



La Inquisición no nació en España. Fue un invento del Papado. Se utilizó en la Edad Media para perseguir la heterodoxia: brujas, cátaros, albigenses y templarios, sobre todo. El número de quemados y ejecutados en Europa en la Edad Media fue muy superior al que llevaría luego a cabo la Inquisición Española.

La Inquisición Española tiene su origen en la Inquisición Medieval, pero aquí adquirió características propias: surgió mucho más tarde, duró más de 350 años (de 1478 a 1834), fue una institución estatal y monárquica, utilizó métodos excepcionales y se dedicó, sobre todo, a perseguir a judaizantes y conversos. El porcentaje de moriscos condenados es mínimo en comparación con los judaizantes. Este simple hecho nos habla de la mayor importancia de los judíos y conversos en la sociedad española, desde la Edad Media hasta finales del XVIII, en comparación con la influencia árabe.

Para hacernos una idea de este hecho, empecemos dando unos datos. Son aproximados, pues los historiadores, de acuerdo con su ideología, dan cifras muy dispares. Después de consultar varias fuentes, yo me quedo con éstas, referidas a 1492, el año de la expulsión:

Población española: 8 millones de habitantes. Población de origen judío: 800.000. Población de conversos: 400.000 (los convertidos anteriormente y los provocados por el decreto de expulsión). Número de expulsados: 300.000 (100.000 se fueron a Portugal). Judaizantes: 100.000. Procesados en los primeros 50 años de la Inquisición: 50.000. Condenados a la hoguera desde el siglo XV al XVII: 5.000. A estos datos habría que añadir los globales de Hispanoamérica, Portugal y Brasil: unos 100.000 judeoconversos, gran parte judaizantes, unos 30.000 de ellos procesados.
  
La primera conclusión es que la presencia judía en España fue cuantitativa y cualitativamente muy importante. Que el gran número de conversos y de judaizantes ha tenido que dejar una huella decisiva en la sociedad española. Que la actuación de la Inquisición tuvo una influencia no sólo directa mediante los procesos y condenas, sino sobre todo indirecta, creando un clima de miedo, sospecha y persecución que influyó en todos los ámbitos de la vida, el pensamiento y la psicología de los españoles.
 
Lo que más interesa destacar es qué pasó con ese gran número de conversos y judaizantes, especialmente durante los siglos XV al XVII (siglos decisivos en los que se configura la sociedad moderna española); en qué medida su destino, sus vivencias y su pensamiento están en la base de muchos de nuestros vicios y comportamientos actuales, individuales y colectivos. También de nuestros logros, sobre todo artísticos y culturales.