MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)
MIS LIBROS. (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

jueves, 31 de octubre de 2019

ESPAÑA EN MARCHA



Gabriel Celaya, de origen vasco (apellidos: Múgica, Celaya, Leceta), es hoy un poeta casi olvidado, pese a haber escrito más de 75 libros (55 de ellos de poesía) y ser de izquierdas. Quizás su pecado haya sido ser y sentirse español, un excelente poeta español que jamás se avergonzó de serlo ni dejó de pronunciar la palabra España (frecuente en sus versos). En su libro 'Cantos iberos', de 1955, escribió un poema titulado 'España en marcha', mucho antes de que François Macron creara su partido 'France en Marche' (que coincide con sus siglas FM), y de que Albert Rivera lo copiara en su eslogan 'España en marcha'.

Voy a permitirme glosar, comentar, acercar sus versos (que tan bien interpretó Paco Ibáñez y que muchos cantamos con rebelde emoción en nuestra primera juventud) recordando lo que dicen, que poco tiene que ver con lo que Pablo Iglesias y su pandilla han entendido, que también han querido apropiarse de este 'España en marcha', prostituyendo su sentido. Celaya fue comunista, pero lo suficientemente libre como para renegar de Carrillo, y su poesía está muy por encima de los mensajes que hoy lanza ese relamido impostor que usa su nombre tan en vano (Iglesias, aclaro).

"Nosotros somos quien somos. / ¡Basta de historia y de cuentos! / ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos". Así empieza el poema, y leídos estos versos sin añadido alguno, tomados como fueron escritos, o sea, al pie de la letra, son tan actuales que deberían cantárselos a Pedro Sánchez y a su vice la Cantante Calva allí donde fueran. Yo, si fuera o fuese periodista, a la primera ocasión le cantaría con música de Paco Ibáñez estos versos y le pediría al plagidoctor que me los interpretara: "¿Cree que tienen algo de actualidad, doctor?"

A quien ha pretendido convertir nuestra historia en un cuento de malos (ellos) contra buenos (nosotros), sí, yo le diría "¡basta de historia y de cuentos!", no me venga con más cuentos, sus cuentos; déjeme a mí conocer la historia, no la invente, no la use para legitimarse moral y políticamente, despertando un sectarismo anacrónico y repulsivo. Quien ahora vuelve a enterrar a los muertos está, como ellos, muerto, forma parte de esa macabra hueste de muertos que entierran a los muertos. El primer respeto, la primera muestra de dignidad, es no usar los huesos de los muertos para beneficio personal y partidista. Porque, además, nos dice Celaya: "Ni vivimos del pasado, / ni damos cuerda al recuerdo". Nada tiene que ver conocer el pasado con "vivir de él". ¿Lo entiende, doctor?

De estos otros versos seguro que no entiende nada, ni usted ni mucho menos la Cantante Calva: "De cuanto fue nos nutrimos, / transformándonos crecemos / y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto". Hemos llegado hasta aquí golpe a golpe y muerto a muerto, y por eso queremos y anhelamos algo mejor: "Españoles con futuro / y españoles que, por serlo, / aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno". Y acaba el comunista Celaya: "España mía, combate / que atormentas mis adentros, / para salvarme y salvarte, con amor te deletreo".

Qué lejos todo esto, esta mirada esperanzada sobre España, sobre su pasado y su futuro; qué lejos este sentir y amar y deletrear a España, de la mezquina negación de lo que somos ("nosotros somos quien somos"), de ese odio a España que incendia Barcelona, que recorre Cataluña como un tsunami de lodo, una nube tóxica y ponzoñosa. Que la izquierda justifique y apoye esta ola de rencor e inquina, eso es lo más preocupante. Hablan de frustración, de una reacción natural, del derecho a protestar contra una sentencia que juzgan injusta. Todavía Iceta, después de todo lo visto, sigue diciendo que el movimiento separatista es pacífico y democrático. ¡Y se queda tan orondo y lirondo!

Ante tanto desvarío y engaño, conviene recordar a estos poetas que, como Gabriel Celaya (o como Lorca, Machado, Miguel Hernández, Alberti..., toda la Generación del 27 y la llamada Generación de Postguerra), siempre expresaron y llevaron a sus versos una idea de España abierta, libre y generosa, tan alejada de la imagen grotesca que los separatistas están difundiendo de nuestra nación, que resulta aberrante que tipos como Sánchez o Iglesias se pongan a su servicio, ignorando esos sentimientos que nuestros mejores escritores supieron siempre elevar a la más alta expresión poética.

viernes, 25 de octubre de 2019

EXCESO DE REALIDAD



Somos organismos receptores. Estamos diseñados para canalizar el flujo infinito de estímulos externos e internos a través de cinco sentidos. Podían ser muchos más, pero con estos cinco ya tenemos de sobra para sobrevivir... ¡y para aturdirnos! Porque no basta con detectar y seleccionar los estímulos, lo importante es convertirlos luego en imágenes, sonidos y sensaciones, y con todo ello pasar después a construir impulsos, deseos, pensamientos y actos.

Pero hay más. De nada servirían estos magníficos aparatos receptores y ese increíble sistema de transducción de la energía (lumínica, mecánica, química) en impulso bioeléctrico (neuronal); ni siquiera basta que estemos dotados de ese otro aparato mágico (el cerebro), transformador y creador del pensamiento. Necesitamos algo más. Necesitamos construir la realidad, o sea, dotar al mundo exterior y a nuestro propio cuerpo, de consistencia y estabilidad, algo que exige crear un mapa interior, una imagen global cuyos rasgos esenciales sean permanentes y a los que todos otorguemos una realidad objetiva que no depende de nosotros, que está ahí a pesar de todos los cambios que observemos.

Bien, pues lo nuevo de la sociedad actual es que han aumentado esos aparatos receptores y emisores de imágenes, sonidos, sensaciones, hasta el punto de multiplicar por millones los estímulos diarios que recibimos de ese mundo exterior y llegar a sustituir a la percepción directa de nuestro entorno. La consecuencia es que nuestro mapa interno, la idea misma de un mundo estable y consistente, se resquebraja, se vuelve insegura y tambaleante. ¿Cómo sobrevivir a tanto reclamo de nuestra atención, a tantas imágenes, voces, mensajes, estímulos, manipulaciones, impactos, si apenas tenemos capacidad para recibirlos, no ya para asimilarlos, valorarlos, recolocarlos en nuestra mente y nuestro interior? 

Estamos sumergidos en un mundo incontrolado e incontrolable, sobreexcitado, lo que conduce inevitablemente al aturdimiento, la impotencia y la desconfianza. Ante esta situación, necesitamos a toda costa encontrar elementos que nos den seguridad, que estabilicen nuestra imagen del mundo y de nuestro entorno. Los caminos para lograrlo son muchos, pero lo más frecuente es volverse más fanático, más dogmático, otorgar a nuestras creencias mayor poder sobre nuestras reacciones. También, al quedar atrapados por la confusión, buscar refugio en salvadores o predicadores que nos prometan acabar milagrosamente con el desorden y la inestabilidad.

Quien haya estado siguiendo los acontecimientos de la semana negra de Barcelona (¿todos nosotros?), recibiendo el constante bombardeo (sic) de imágenes, comentarios, gritos y disparos, llamas y proclamas, habrá visto cómo sus ideas, su imagen de la realidad catalana, se tambalea; necesitará reacomodar su mapa interior para reinterpretar qué es el separatismo, la democracia, la violencia, el terrorismo, la independencia. Ese exceso de realidad nos obliga a un ejercicio de simplificación, porque lo que no podemos es dejar de valorar y de buscar algún sentido a lo que vemos, oímos y percibimos con una carga tan alta de excitación, furia y ruido.

Es aquí donde interviene la política como mediadora necesaria para dar sentido y canalizar los efectos nocivos y peligrosos de ese exceso de excitación que la propia realidad produce. La peor política, en este caso, paradójicamente, es la apaciguadora, la encubridora, la banalizadora, cuya imagen más patética se refleja en la cara y los balbuceos del ministro Marlaska y el presidente Sánchez. ¿Por qué? Porque esos tímidos gestos y apariciones no tranquilizan, en el fondo, a nadie. Porque el exceso de realidad acaba desbordando cualquier maniobra de distracción y engaño.

Otro efecto pernicioso de nuestra incapacidad para percibir y dar sentido a la precipitación de hechos inesperados (aunque previsibles) que se están produciendo a nuestro alrededor y tan cerca de nosotros, es el acostumbrarnos a ese exceso de realidad y acabar aceptando como normal lo que en modo alguno puede llegar a serlo: el terrorismo callejero, el uso de la violencia como arma política, como elemento de amenaza, de presión, de imposición. No pueden derrotarnos los antidemócratas y neofascistas por cansancio, por desmoralización, por saturación.

Aquí no hay ninguna solución intermedia: o triunfa la democracia y el Estado, y se restablece la unidad de la Nación y la igualdad política real de todos los ciudadanos, o triunfa el separatismo y la disgregación de la Nación y la derrota del Estado democrático. Las contradicciones irán en aumento y el PSOE, que pretende encontrar una tercera vía, no podrá mantener durante mucho tiempo esa quimera, porque ni será solución ni será moderada, como ahora trata de vendernos. El exceso de realidad lo impedirá.

miércoles, 23 de octubre de 2019

ESPAÑA SENTENCIADA

(Foto: Miguel del Hoyo)


Lo más sorprendente de la sentencia del TS contra los cabecillas de la rebelión separatista (jurídica, semántica y políticamente insostenible, condena absolviendo de hecho a los golpistas), es la confusión que ha sembrado entre los demócratas y constitucionalistas, que creen ver en la actitud de los siete magníficos del Supremo una defensa del Estado democrático y la España constitucional, el afianzamiento del imperio de la ley y un freno al independentismo. Lamento estar totalmente en desacuerdo. Esto sí que son ensoñaciones. Creo que lo último que debemos hacer los demócratas es engañarnos, buscar consuelo en imaginarias victorias. Encaremos, fratelli, la cruda y cruel realidad.

No se trata de ser aguafiestas porque sí, por manía, por obsesión. Es que la lectura atenta de la sentencia da pavor. Como ha dicho Peter Handke, reciente premio Nobel, "lo que pasa en Cataluña da miedo". Debe dárnoslo, y no sólo por lo que pueda pasar, sino por lo que ha pasado y lo que ya está pasando. Porque ya estamos en un camino sin retorno. Sin retorno a la paz, a la convivencia, al orden constitucional, a la restauración de la democracia. Como siempre que he aventurado un pronóstico sobre lo que iba a suceder en Cataluña, resulta que siempre ha sucedido, me doy a mí mismo la autoridad, no para vaticinar el futuro, sino para diagnosticar el presente, que ya lleva preñado en su seno el inmediato futuro.

Digo que no hay retorno, lo que significa que cuanto antes se deje la martingala del diálogo, eso de "volver a la política", como si todo lo que está sucediendo no fuera fruto de la política, aunque sea de una pésima política. Cuanto antes se desmantele esa falacia de que una cosa es la ley y la justicia, y otra la política, digo. Cuanto antes se encare el problema desde el único modo posible de resolverlo, que no es otro que el ejercicio legítimo e indispensable de la fuerza, de la imposición democrática del cumplimiento de la ley y el impedimento de la rebelión, de la insurrección que ya ha tomado casi todo el poder en Cataluña... Porque cada día que pasa sin hacer lo único que se puede y debe hacer, un paso que dan hacia adelante los separatistas, los golpistas, los neofascistas de la antorcha, el asalto incendiario de las calles, carreteras y vías del tren, aeropuertos, comisarías y furgones policiales.

Porque, como bien dijo el fiscal Javier Zaragoza, lo que aquí se ha sentenciado no es a Cataluña, sino a la democracia española. Si fuera sólo lo que Marchena y su excelsa pandilla ha dicho y sentenciado, el problema sería menor. Si sólo fuera un problema de desórdenes públicos y de "ensoñaciones", "ilusiones" y "quimeras", como literalmente afirma la sentencia, la preocupación sería menor. Pero es que la realidad de los hechos nada tiene que ver son esas interpretaciones estrafalarias, pusilánimes y acomodaticias de los señores magistrados.

Estos jueces interpretan los hechos (derogación de la Constitución, supresión de la monarquía, declaración de la independencia, imposición de una nueva legalidad, realización de un referéndum de secesión, utilización de los Mozos de Escuadra para facilitar este referéndum, incumplimiento de los mandatos judiciales, organización de concentraciones violentas, tumultuarias e intimidatorias, ataque a los cuerpos policiales, etc.), todos estos hechos promovidos desde las instituciones y usando el poder y el dinero público, todo esto, para estos jueces, no fueron más que "asonadas" (sic) que nada tienen que ver con el proceso golpista, con el proyecto de secesión, con la hoja de ruta trazada desde hace años. Los desgajan de su contexto y su sentido, su finalidad y objetivo, que no es otro que la independencia. Reducen todo a una maniobra de presión para dialogar. Esto es darle toda la razón a los golpistas, ponerse de su lado, aceptar sus mentiras, tragarse su vomitiva propaganda: somos demócratas, sólo pedimos dialogar democráticamente; como no nos hacen caso no tenemos más remedio de presionar.

Presionar, a esto se redujo todo. Y por si no se habían enterado los sublevados, el Tribunal les concede un nuevo derecho en el que hasta ahora nadie sabía que existía: "el derecho a presionar", una creación super-imaginativa que habrá que incorporar al Derecho. Este es el meollo del asunto: con estos supuestos el Tribunal debería haberlos absuelto. No me extraña que prospere un recurso basado precisamente en sus propios argumentos. ¡Y estas son las cabezas jurídicas, las eminencias, los cráneos superdotados de los que depende nuestra nación! Porque es la nación, España, lo que verdad está en juego, y ellos jugando a inventar crucigramas semánticos.

La mejor prueba de que esa sentencia no ha servido para sus fines (castigar el delito, disuadir de su repetición) es todo lo que está pasando ahora en Barcelona. Sus autores, no sólo no reconocen su culpa, sino que declaran que lo "volverán a hacer", y ya lo están cumpliendo: ellos y sus sustitutos incitan y organizan la nueva rebelión, ahora incendiando la calle y estableciendo el miedo y el terror como el arma última para derrotar al Estado. ¡Y los medios de comunicación colaborando! Les apedrean, acorralan, insultan, obligan a ir con casco, y ellos siguen hablando de "manifestantes", de movimiento mayoritariamente pacífico, del "derecho de manifestación", de "libertad de expresión"...

Nadie dice lo obvio: no son manifestaciones, ninguna concentración de estos días es legal, ninguna ha pedido el correspondiente y obligado permiso con unos responsables de la convocatoria, un horario y un trazado delimitado de la vía pública. No es una marcha pacífica ni legal el cortar vías, carreteras y autopistas, eso ya es en sí mismo un delito, ya es en sí mismo un acto violento, un uso de la violencia para negar a la mayoría su derecho a circular(acudir a su trabajo, a un hospital, al colegio, a ayudar a un familiar, a hacer lo que le dé la gana...) o a transportar pasajeros y mercancías (un bien común cuyo impedimento atenta contra el interés general). Derechos básicos que sólo se pueden conculcar con la declaración de un estado de sitio o excepción. Eso es sabotaje, y si un presidente como Torraforma parte de ese sabotaje ya ha cometido un gravísimo delito por ser, además, la mayor autoridad del Estado en su comunidad.

El que esto nadie lo diga y que los medios recojan sin réplica sus risueñas palabras de satisfacción "al ver a un pueblo pacíficamente defendiendo sus derechos", eso es tan aberrante que señala el grado de enajenación mental en que nos han sumergido los separatistas neofascistas y, sobre todo, los medios de comunicación y un gobierno de miserables y apocados, cuando no de colaboracionistas del golpismo institucionalizado. Porque la mayoría de estas concentraciones violentas y sabotajes están contando con la pasividad de los cuerpos de seguridad, cuando no de la colaboración de Mozos de Escuadra y Bomberos. Nadie lo quiere decir tampoco, pero hay imágenes insultantes, como el ver a una pandilla de adolescentes cortando la vía del tren delante de los Mozos, que son más de ellos en número, por ejemplo. La impunidad es el mayor aliciente para que la violencia vaya en aumento, como está sucediendo; es el peor método de apaciguamiento.

Hay que repetirlo, todo esto no es más que un golpe de Estado continuado, un "proceso golpista" que desde sus inicios no ha dado ni un solo paso atrás, y mucho menos con esta sentencia. Hay que estar ciego para no verlo. Los más obtusos siguen pensando que un golpe de Estado tiene que ser como el de Tejero o el de Pinochet, que si no es así no hay golpe de Estado. Ni siquiera han estudiado cómo Hitler llegó al poder.

Nunca lo que ha sucedido desde hace cuarenta años en Cataluña, que ha dado lugar al estado actual de rebelión e insurrección, nunca ha sido un problema de Cataluña, sino de España. ¿Hay alguno que todavía no se haya enterado?

Estreno Confesiones de don Quijote




VÍDEO:

https://youtu.be/gQ-9ybvFQmw


sábado, 19 de octubre de 2019

POST SENTENTIAM



Es inevitable. Hablemos de la sentencia. Nada más importante hoy. Nada más importante hoy que el post. Post partum, post coitum, post facio, post mortem. Ya vivimos en el post. ¿Y ahora qué?

Primero, la sentencia: meliflua, acomodaticia, farragosa hasta encubrir y negar los hechos; no ya benevolente, sino jurídica, política y socialmente insultante. Ahora ya puedo decirlo: nunca fui admirador de Marchena, al que los mismos que ahora se lamentan de la sentencia lo pusieron en el Olimpo democrático. Pue no. Pues resulta que ha actuado más preocupado por su imagen que por ejercer su labor de juez sin parte. Ni siquiera se ha atrevido a impedir la aplicación del tercer grado antes de cumplida la mitad de la condena. ¿Resultado? Los condenados ya están prácticamente en la calle. Absolución de facto.

Todo esto no hay por dónde cogerlo, ni cogitarlo, ni regurgitarlo. No ha habido rebelión, sólo desórdenes públicos. La violencia no fue instrumental, no buscaba la secesión, sino sólo la negociación. Lo que ocurrió no fue nada, porque el "riesgo ha de ser real y no mera ensoñación o un artificio engañoso para movilizar a los ciudadanos", dicta la sentencia. Así que todo lo que ocurrió fue una ensoñación, una alucinación. Pero si fue un sueño, un delirio, ¿a qué viene el juzgarlo y condenarlo? Es la misma doctrina que la de aquellos jueces alemanes que dejaron libre a Puigdemont. La violencia no ha sido violencia, y, además, ha sido insuficiente. ¿Y derogar la Constitución, sustituir una legalidad por otra, proclamar la independencia, realizar un referéndum ilegal, atacar tumultuariamente a la policía y a los jueces...? Nada, ilusión.

"Los ilusionados ciudadanos que creían que un resultado positivo del llamado referéndum de autodeterminación conduciría al ansiado horizonte de una república soberana, desconocían que el derecho a decidir había mutado y se había convertido en un atípico derecho a presionar. Pese a ello, los acusados propiciaron un entramado jurídico paralelo al vigente y promovieron un referéndum carente de todas las garantías democráticas. Los ciudadanos fueron movilizados para demostrar que los jueces en Cataluña habían perdido su capacidad jurisdiccional y fueron, además, expuestos a la compulsión personal mediante la que el ordenamiento jurídico garantiza la ejecución de las decisiones judiciales". Pobres ciudadanos ilusionados, engañados por los políticos. No, esto no es una ilusión, ¡es la prosa de la sentencia!

Los "condenados" pasarán a depender de la Generalidad. Saldrán cuando quieran. Harán dentro y fuera lo que les dé la gana. Se les aplicará el tercer grado, el décimo o el grado cero. Serán homenajeados, nimbados. Tendrán la aureola de mártires. No devolverán nada del dinero malversado, robado, dedicado a la causa. El cumplimiento de las "condenas" dependerá de sus seguidores y defensores, los mismos que niegan que sean culpables de nada. Ya lo han hecho con Oriol Pujol. Y acabarán concediéndoles el indulto, al que llamarán amnistía.

Pero más me preocupa el post del post. Porque con esta sentencia ya pasamos directamente a la siguiente fase, la próxima estación, el próximo golpe-no-golpe, la fase de la reforma constitucional, del blindaje de competencias, de la plurinacionalidad, de la soberanía compartida, de la independencia-no-independencia. La España desguazada. La España de los jueces de la ensoñación, la España de los políticos del apaciguamiento.

Dijo al comienzo del juicio a estos golpistas (ahora ya será delito el llamarlos así) el fiscal Javier Zaragoza que ése era un juicio a la democracia española. ¡Y vaya si lo ha sido! Una democracia pusilánime, incapaz de defenderse de quienes la destruyen desde dentro. Juzgada y sentenciada como una democracia débil, acomplejada ante Europa, ante los separatistas, ante los privilegiados, ante los supremacistas, ante las oligarquías, el carlismo renovado y el neofalangismo nacionalista.

El problema ya no es sólo de los políticos y del poder desmesurado de los partidos, de la ley electoral que no se quiere reformar, del aberrante sistema autonómico, de la aceptación de las desigualdades. Hemos de añadir a todo esto el problema del poder judicial, un poder cada día más corrupto, dependiente y encamado con el poder político y económico, al que sirve porque ya forma parte de él. Todo este poder se pondrá manos a la obra para convencernos de que no hay otra salida que la claudicación ante el separatismo, entreguismo que camuflarán de acuerdo, convivencia, diálogo, democracia.

Esta sentencia, sí, inicia una nueva era. ¿De claudicación en claudicación, hasta la claudicación final? Costará mucho el impedirlo.

jueves, 10 de octubre de 2019

¿AHORA ESPAÑA?


"Ahora, España", dice el PSOE. (¿Y antes, qué? ¿Y mañana?)
"España en marcha", anuncia Ciudadanos. (¿Hacia dónde? ¿Marchons, Macron?)
"España siempre", proclama Vox. (¿Siempre la misma, siempre igual?)
"¿Izquierda o derecha? España", descubre el PP. (¿Todos iguales?)
"Más país, más España", titubea Errejón. (¿Qué país, qué España? ¿Más de qué?)
"España plurinacional", pregona Pablo Iglesias. (¿Cuántas naciones, cuántas oligarquías?)

¿Pero qué meteorito ha cruzado el cielo, qué tormenta solar, qué cambio ha sufrido el eje de la Tierra para que, de pronto, la palabra maldita, la palabra borrada, excluida, aparezca en casi todos los eslóganes, carteles, reclamos políticos y en boca de los mismos que hasta hace un telediario la rehuían, negaban o denigraban por franquista? Basta comprobar este cambio repentino para desconfiar de tan exagerada exhibición patriótica. Aquí hay gato, rata o pollo encerrado. Huele a chamusquina, a cuerno quemado. Para quienes hemos defendido siempre la palabra España por ser el nombre propio más apropiado para referirnos a una realidad común (a todo aquello que nos ha unido desde siglos y nos sigue uniendo hoy) esta unanimidad nos pone sobre aviso, porque es imposible no ver en ello oportunismo, cinismo y manipulación descarada.

Porque, y esta es una primera evidencia, cuando unos y otros dicen "España" está claro que no sólo no quieren decir lo mismo, sino hasta lo contrario. Por ejemplo, si hasta ayer por la noche para Pedro Sánchez España era una "nación de naciones" (cuatro, dijo: País Vasco, Cataluña, Galicia y...¡España!, o como quisiera llamarse lo que quedare), ¿ahora qué es? ¿Y qué es España para Errejón y Pablo Iglesias, para Iceta y para Feijóo, para el asturianista Barbón, la eukalduna Chivite o la andalucista Teresa Rodríguez?

Pero lo peor es que esta España indefinida e indefinible del PSOE (¿recuerdan a Zapatero, y a Pedro Sánchez explicándonos qué es una nación?), no acaba de estar clara ni para el PP, que se ha dejado contaminar del nacionalforalismo vasco, el nacionalismo gallego y el autonomismo disgregador, todo lo cual indica que su idea de España es de papel y pandereta, incapaz de enfrentarse a la tendencia caciquil de las oligarquías locales, empezando por al separatismo, tal y como hizo Rajoy, al que Pablo Casado parece que quiere resucitar.

Este intento burdo de apropiarse de una palabra hasta ahora cargada de sentido (el de la igualdad, en todos los sentidos), puede pasar a convertirse en un significante vacío, una maniobra perversa de imprevisibles consecuencias. Sólo faltaba que nos quedáramos sin la palabra España por ser imposible ponernos de acuerdo en su significado y que acabara significando lo que a cada uno le diera la gana. Esa sí que sería una España vacía y vaciada.

Lo positivo es que esta pirueta propagandística nace de un hecho fundamental, que no es otro que el resurgir del sentimiento natural de pertenencia y supervivencia que el pueblo español (recuperemos la palabra en su pleno sentido democrático, histórico y político) ha empezado a manifestar y exhibir sin complejos, tal y como hizo hace dos años en Barcelona el 8 de octubre y que sacó a la luz una realidad oculta, pero no por ello inexistente. Es el miedo a que ese movimiento soterrado acabe desbaratando el actual equilibrio político, tan poco cimentado, lo que ha movido a quienes mueven los hilos de los partidos y orientan a sus líderes, a cambiar de estrategia y ponerles en la boca la palabra España, conocedores de la fuerza y la capacidad de arrastre electoral que este referente todavía encierra.

Algo hemos avanzado, sin duda, y ojalá logremos despojar del tufo franquista que los disgregadores de todo tipo (de separatistas a federalistas, de podemitas a nacionalistas) se han empeñado en arrojar sobre la palabra España, maniobra en la que hasta ahora han tenido mucho éxito. Frente al "Estado español", que todavía mantiene el PNV, o la "Puta Espanya" de los CDR de Puigdemont y Torra, bienvenida sea esta recuperación de la palabra España, aunque sea por puro cálculo electoral.

De nosotros, los votantes, depende el saber distinguir entre los oportunistas y manipuladores de turno, que hoy usan esta palabra para prostituirla y desvirtuarla mañana, de quienes respetan su valor y sentido, que no es otro que el de afianzar la unidad política, igualitaria, de derechos y obligaciones, entre todos los españoles. Llegar hasta las últimas consecuencias de esta simple afirmación es algo que ningún partido parece hoy estar dispuesto a asumir. Pero quién sabe. Algo, de momento, parece que ha cambiado.

martes, 1 de octubre de 2019

EL NIÑO PUJOL




Nuestra mente sólo descansa cuando encuentra una explicación coherente a las cosas que nos suceden o nos preocupan. El mundo es en sí mismo irracional e incomprensible. Para darle estabilidad y sentido, buscamos constantemente un origen causal con el que, aunque sólo sea de modo provisional, calmar la inquietud que nos produce lo imprevisible e incontrolable. Por el mismo motivo reelaboramos nuestro pasado para dotarle de un sentido tranquilizador. He aquí un ejemplo. Lo he tomado del avance de un libro titulado "Pujol: todo era mentira", de próxima aparición.

Al parecer, Jordi Pujol, a los doce años, sufrió un trastorno obsesivo-compulsivo que le llevó a acudir a un psiquiatra prestigioso, el doctor Moragas, quien le puso en manos de un cura amigo que hizo de psicoterapeuta durante meses hasta lograr la remisión del cuadro psicótico que presentaba (no sabemos cómo lo logró). Pujol, en sus memorias, reelabora el percance hasta quitarle toda importancia. Dice: "Yo con 12 años tenía la cabeza llena de cavilación. Me llevaron al doctor Moragas, un psiquiatra infantil de prestigio. Me pidió que hiciera dibujos. El diagnóstico fue: Este niño nunca será un buen dibujante, pero... sabrá sacar buen provecho a la vida". ¡Ja ja! La realidad fue muy distinta.

En un libro del doctor Moragas, "Niños psicópatas", aparece esta ficha que coincide con la del niño Pujol: "Caso 5º. Ficha número 2348. Chico de 12 años. Una hermana menor. Sin antecedentes. Hace tres meses, ante las imágenes religiosas y especialmente ante el Santísimo Sacramento, cree ver imágenes de contenido coprológico y erótico. Confunde en sus pensamientos a Jesús con Judas. Cree que todo lo que piensa es pecado [...]. Después de unos meses de psicoterapia con el confesor han desaparecido las imágenes desviadas y las ideas de culpabilidad han remitido".

Sufrir alucinaciones es para Pujol "tener la cabeza llena de cavilación". Lo sorprendente es que las imágenes piadosas se transformen en materia fecal y erotógena. He analizado en otro lugar la peculiar relación del catalán (la lengua) y la cultura catalana (pintura, teatro, humor, tradiciones), con la pulsión anal. Parece que Pujol confirma mi teoría. ¿Y eso de confundir a Jesús con Judas? ¡Mira que es estrambótico!; pero premonitorio. Sabiduría del inconsciente, la voz del deseo: "todo lo que piensa es pecado"..., pero aprendió a desviar la culpa, y gracias a un cura.

Judas es símbolo de traición, pero también de avaricia. Es como si el ser que iba a ser Pujol, ya estuviera bullendo en su cabeza y cuerpo desde su más tierna infancia y eso asustara al mismo Pujolín. Me recuerda el caso del niño Adolf Hitler, que también sufrió algún trastorno y Freud, consultado por el médico Ernest Bloch, aconsejó a su familia que lo ingresaran en un centro de salud mental (su padre no hizo caso y ya vimos a dónde llegó).

No sabemos hasta qué punto los conflictos de la infancia y adolescencia condicionan nuestra vida, pero sin duda son siempre reveladores. Yo veo en estos desvaríos y cavilaciones del pequeño Pujol un resumen cabalístico de lo que será su futuro: la fascinación coprofágica del dinero, transformando lo más sagrado (el Santísimo Sacramento y la Santísima Patria) en tentación erótica; la confusión entre el bien y el mal, intercambiables; el refugio en el secreto bancario del confesionario y la utilización de los faldones clericales y montserratinos para bendecir las "desviaciones" y alejar cualquier sentimiento de culpa. Sí, toda esta maestría libidinosa debe exigir un aprendizaje infantil precoz y cavilante.

Desconocemos la encrucijada infantil en la que pudo quedar varado Pedro Sánchez, pero no creo sea muy descabellado el imaginar una lucha agónica por llegar a ser lo que creía ser, una ansiosa necesidad de imponerse y ser visto y reconocido casi a la legua, siempre un palmo por encima de cualquiera (también de la chusma obrera e intelectual), todo lo cual acueró su rostro y su carácter, tieso y desconfiado, temeroso de mostrar cualquier debilidad.

Hay estudios que afirman que en España hay más de seis millones de psicópatas, un millón de psicópatas puros, y otros cinco de psicópatas más o menos integrados. Más de un 10%. Muchos, oiga. Lo que no sabemos es dónde se concentran más. La política yo creo que es un buen abrevadero de esta lobifauna. Los electores deberíamos exigir que, al menos los cabeza de lista, fueran examinados por un equipo de expertos cuyo veredicto fuera inapelable: apto/no apto, personalidad normal/personalidad psicopática.