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jueves, 23 de febrero de 2023

QUEVEDO Y ESPAÑA





Quevedo (1580-1645) dedicó al tema de España una obra titulada España defendida y los tiempos de ahora de las calumnias de los noveleros y sediciosos. Tiene especial interés por ser quizás la primera en combatir lo que a principios del siglo XX Julián Juderías llamó Leyenda Negra (término atribuido a Emilia Pardo Bazán), pero cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI. Obra temprana e inacabada (1606), expresa desde el inicio claramente su intención:

"Cansado de ver el sufrimiento de España, con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizá despreciándolas generosamente, y viendo que, desvergonzados nuestros enemigos, lo que perdonamos modestos juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos".

Pasados más de cuatro siglos, sorprende comprobar cómo lo que escribió Quevedo sigue teniendo hoy plena actualidad. El discurso antiespañol y negro-legendario ha tomado especial virulencia hoy de la mano y por boca de los nacionalismos separatistas y del indigenismo de la izquierda revanchista. Como dijimos en un artículo anterior (Quevedo y Cataluña), la persistencia de un fenómeno basado en la fuerza de la mentira, el odio y el rencor, como es el de la leyenda negra, nos plantea el problema del control de la mente y la conciencia mediante la transmisión de estereotipos y prejuicios.

Resumamos algunos de sus juicios y valoraciones. Empieza Quevedo hablando de la falta de autoestima y"la poca ambición de España" que no se defiende de las mentiras que sobre ella se propagan, y "tiene en manos del olvido las cosas que merecieron más clara voz de la fama". Denuncia no sólo el maltrato y la "insolencia de los extranjeros" y "los forasteros envidiosos", sino también del silencio "de los propios".

Se sorprende Quevedo que alemanes y franceses hayan hecho "de nuestras verdades mentiras", mientras "hacen de sus mentiras y sueños verdades". Exclama: "Oh desdichada España! Revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan porfiada persecución. (...) ¿Quién no nos llama bárbaros? ¿Quién no dice que somos locos, ignorantes y soberbios?" Y: "Aun lo que tan dichosamente se ha descubierto y conquistado y reducido por nosotros en Indias, está disfamado".

En su defensa de la historia de España, Quevedo huye de mitos, leyendas e invenciones etimológicas, lo que era muy común en la historiografía de la época, para basarse sólo en "papeles, historias y tradiciones y sepulcros". Nada de una España metafísica y eterna. La verdad siempre por delante. Los españoles "sola de la verdad desnuda hacemos pompa y aun la adelgazamos en nuestro favor". Tanto es así que dice, por ejemplo: "Calamidad han sido en España godos y cartagineses".

Quevedo afirma que "por la virtud y el valor es España aborrecida". De la envidia nace el desprecio: "Viendo que no pueden negar a los españoles el esfuerzo, la osadía en los peligros, la constancia en los trabajos y, al fin, el primer lugar en las armas, acógense a negarnos las letras". A refutar esta última opinión dedica Quevedo casi un capítulo de su libro. No sólo cita a más de medio centenar de grandes autores contemporáneos a los que nombra explícitamente, sino a los autores hispano-romanos. Destaca el desarrollo de todas las ciencias: "En las ciencias sólidas, como filosofía, teología, leyes, cánones y medicina y escritura, todas las naciones nos son inferiores, si bien nos tratan de bárbaros". 

Y concluye: "¿En qué materia del mundo no hay en España sola tantos libros como en todas las naciones en sola su lengua, en la cual están traducidos todos los griegos y hebreos y latinos y franceses y italianos, como es de ver al que ha visto librerías en España?

Nos llama la atención la defensa que hace del español, lengua "común en toda España", "la lengua propia de España". Lo hace porque hasta la misma lengua española fue objeto de desprecio por parte de franceses y alemanes. Erasmo de Rotterdam, por ejemplo, dijo que nuestra lengua estaba demasiado llena de "eses", lo que la hacía semejante al silbido de las serpientes. Quevedo, con abundantes citas, muestra la presencia del fonema /s/ en el latín, lo que no va en menoscabo de su elegancia y musicalidad. 

También relaciona nuestra lengua con el canto de "las aves regaladas y blandas", destacando los sonidos labio-linguales frente a los guturales y palatales, más abundantes en la lengua alemana, como fonema /rr/, "letra de borrachos", sonido parecido al "gruñido de los animales, que le forman en la garganta".

Muy de acuerdo con el pensamiento de la época, relaciona el modo de ser y actuar de los españoles con las condiciones geográficas, orográficas y climáticas de la península, que influyen en la proporción de los humores del cuerpo, fundamento biológico del carácter: "Concluimos que las costumbres propias y primeras de España fueron en todo hijas de la templanza de su cielo y de la naturaleza del lugar, y por eso modestas, moderadas y según justa ley y disciplina". 

Pone abundantes ejemplos de la fertilidad de la tierra (rica en miel, vino y aceite, por ejemplo), de la abundancia de metales preciosos o de ser España "madre de la mejor casta de caballos, y en ella se crían los más ligeros", una afirmación nada anecdótica, pues basta pensar en la importancia que el caballo tuvo en la civilización de América (¡y en las películas del oeste!). 

Quevedo supo ver muy tempranamente cómo influyen en la historia los elementos "subjetivos", las ideas, la manipulación e interpretación de los hechos; cómo una sociedad se ve y valora a sí misma y cómo la juzgan y valoran los demás; la dialéctica entre los estados y la importancia de los esquemas ideológicos en la construcción de las naciones e imperios. Tiene todo esto hoy especial interés para entender mejor lo que llamamos "guerra cultural", que más bien debiéramos llamar "guerra ideológica", y que no es más que una de las caras de la guerra política, interna y externa, en la que toda sociedad está permanentemente sumergida. 

Quevedo, al escribir su España defendida contra los noveleros y los sediciosos, fue consciente de que esta defensa le traería críticas y ataques "que se han de armar contra mí", pero justifica su atrevimiento con una frase que quizás explique mucho mejor la historia de España de lo que muchos historiadores han elucubrado intentando aclarar el "enigma" de España: "No fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después".

(Quien quiera tener más información sobre el tema puede consultar mi libro Sabiduría de los clásicos, Punto Rojo Libros) 




 

martes, 14 de febrero de 2023

QUEVEDO Y CATALUÑA


La historia, como ciencia de los hechos, es inseparable de su interpretación. Intenta describir lo más objetivamente posible los acontecimientos, pero como se trata de acciones humanas, es necesario incluir las causas, las intenciones y los motivos, individuales y colectivos, en la descripción y análisis de los hechos. La interpretación del pasado influye así, y condiciona, los acontecimientos del presente. 

Francisco de Quevedo conoció los hechos de la llamada Guerra dels Segadors de 1640 y realizó una interpretación de los mismos. Lo dejó escrito en una pequeña obra de carácter polemista, que fue publicada con el seudónimo de Antonio Martínez Montejano con el título de La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero. 

Recordemos que esta guerra duró hasta 1652 en que Barcelona se rindió al ejército de Felipe IV. Se originó al negarse los catalanes a contribuir a la Unión de Armas mediante la cual el Conde-Duque de Olivares trató de crear un ejército en el que todos los reinos y las regiones participaran. El Condado de Barcelona se negó a apoyar y contribuir al mantenimiento de los Tercios que luchaban contra Francia en la Guerra de los Treinta Años. Paradójicamente, esta rebelión les llevó a pedir la ayuda de Francia y a someterse a Luis XIII, al que proclamaron conde de Barcelona. No era la independencia y la libertad, por tanto, lo que se buscaba, como bien dijo Quevedo: "Debiera advertir Cataluña que el mudar señor no es ser libre, sino mudables".

El libelo de Quevedo tiene interés, más que por la descripción de los hechos, por las reflexiones políticas que hace a propósito de lo que califica acertadamente como rebelión, ya que supuso el intento de secesión de Cataluña mediante la violencia. Recordemos que se inició con el asesinato del virrey Dalmau de Queralt y otras veinte personas el día del Corpus; que dejó miles de muertos y, entre otras consecuencias, se perdieron para siempre los condados del Rosellón y la Cerdeña. 

Resumamos algunas de las consideraciones de Quevedo que nos hacen pensar sobre un tema inquietante: hasta qué punto lo que hoy estamos viviendo en Cataluña no es sino la continuidad de algo que, de modo adelantado, Quevedo ya vio y describió en su época. 

Empecemos por el título. Al afirmar que esta rebelión no se hizo ni por el fuero ni por el huevo, Quevedo expresa su perplejidad, pues ni las leyes (los fueros, los privilegios, las instituciones) fueron quebrantadas por la monarquía, ni el huevo (intereses, riqueza, dominios) se puso en peligro por la acción de la corona. Al no encontrar una explicación racional, Quevedo habla de locura: "No querer dar lo justo y moderado que se les pidió, y perder más, no puede llamarse ahorro, locura sí". Frente al tópico del seny y el pragmatismo de los catalanes, Quevedo acude a una explicación psicológica o subjetiva: el "no queremos porque no queremos", que "han introducido (convertido) en fuero".

Quevedo insiste en la falta de legitimidad de la rebelión, pues, una vez estudiados, "hallé no sólo sanos y no quebrados sus fueros (...), antes más guardados de su majestad que de su archivo y diputación y concelleres". Los sublevados, sin embargo, esgrimen sus fueros para justificar el levantamiento: "Muchos fueron y privilegios leí tan diferentes de como los alegan, que los desconocí; y siendo los mismos, los tuve por otros. No los alegan como los tienen, sino como los quieren". ¿Qué hacen hoy los separatistas sino alegar y retorcer la ley para que diga lo que ellos quieren que diga? Se llega así a lo que Quevedo define como "laberinto de privilegios" y "caos de fueros", una definición bastante acertada de lo que hoy sucede en Cataluña. 

Hay otro elemento especialmente llamativo y de gran interés, que Quevedo analizó en su obra: el de la propaganda. No hay guerra sin propaganda. Quien inicia una guerra necesita organizar, incluso antes que las armas, una eficaz propaganda que la justifique y con la que acusar al enemigo de ser el causante del enfrentamiento. Quevedo analizó este fenómeno, mostrando su asombro por la fuerza de la mentira y la creación de lo que hoy llamaríamos fake news, falsas noticias y noticias falseadas.

El hecho que desencadenó la guerra fue el siguiente: en Riudarenas (un pueblecito de Gerona), se produjo el incendio de su iglesia, sin que sepamos si el fuego fue intencionado o resultado de un accidente, si provocado por los soldados del ejército real o por sus atacantes. En el incendio ardió el sagrario y se quemaron las sagradas formas. Un hecho que se convirtió en el detonante de la rebelión. No suelen ser grandes sucesos, ni graves, los que desencadenan las guerras, sino hechos insignificantes que de pronto adquieren un gran valor simbólico y emocional. La clave está en identificar un pequeño suceso con una gran causa.

Se interpretó este suceso como una profanación sacrílega de las hostias consagradas, llevada a cabo por los soldados imperiales, a los que se acusa de apóstatas, sacrílegos y herejes en un panfleto escrito por un fraile, Gaspar Sala i Berart, que se publicó firmado por Los Conselleres y Consejo de Ciento de la Ciudad de Barcelona, con el canónigo Pau Claris a la cabeza, y que se difundió por toda Cataluña y por Europa, traducido a varios idiomas. 

El cardenal Richelieu lo utilizó para justificar la anexión de Cataluña a la corona francesa. Se conoce por su título abreviado de Proclamación católica y es un ejemplo de cinismo puro, basado en el recurso eficacísimo de transformar unos hechos justo en lo contrario de lo que son. Le dicen, por ejemplo, a Felipe IV que "no tiene V.M. vasallos de fidelidad más entera, de legalidad más pura que los catalanes". Entre otras perlas afirma este panfleto que "el primer gentil que recibió la fe en Cristo era un catalán". La Iglesia como una estructura del Estado al servicio de los rebeldes separatistas, no parece algo nuevo a juzgar por estos hechos. 

Concluye Quevedo con amargas reflexiones como ésta: "Mucho desanima amparar al que se ofende de que le amparen: peleábamos contra los franceses por Cataluña, y los catalanes obligaban a los franceses contra nosotros". Desánimo, pesimismo ante el fracaso de la razón y la política misma frente a la fuerza de la mentira, el odio y la traición.  Falta todavía una ciencia que aborde con rigor cómo surgen y se perpetúan ideas, creencias, mentiras, estereotipos, odios y enfrentamientos, que llevan a la reiteración de determinados hechos históricos.

(Quien quiera ampliar la visión que Quevedo tiene de Cataluña y España puede acercarse a mi libro Sabiduría de los clásicos, que en Barcelona puede encontrar en la librería Byron).