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lunes, 25 de julio de 2016

TERRORISMO ISLAMISTA

(Foto: Ángela T. Gaslisteo)

Cuando surge un fenómeno nuevo, el primer problema, y el más importante, es nombrarlo. Si observamos las distintas maneras como se adjetiva al terrorismo veremos enseguida qué ideología hay detrás. No es lo mismo terrorismo yihadista, islámico, salafista,  musulmán, árabe o islamista. Necesitamos especificar para no atribuir a la totalidad lo que sólo es aplicable a una minoría. Por eso es incorrecto hablar de islámico, musulmán o árabe para nombrar al terrorismo polimorfo, perverso y ubicuo que hoy padecemos.
            La discusión está en calificarlo de yihadista (el adjetivo que se está imponiendo) o islamista. El término “yihadista” alude a la (el) yihad, entendida como “guerra santa”, o sea, usar el terror y el asesinato como medio legítimo para defender el Islam, el Corán, la religión de Mahoma, y acabar con los infieles, todos aquellos que no profesan la religión islámica o musulmana. “Islamista” es más general y alude a una interpretación radical del Islam como norma religiosa suprema y única de conducta. En el centro de esta interpretación está la obligación de acabar con “los infieles”, para lo que está justificada cualquier forma de terror y violencia.
            Como he titulado, yo prefiero la expresión “terrorismo islamista”.  Los que se oponen a esta denominación argumentan que el terrorismo “nada tiene que ver con el Islam”. El otro día oí en la Sexta a una defensora de esta tesis afirmar rotundamente que “la ONU ha declarado al Islam como la religión más pacífica del mundo”. Ferreras, ese paisano sextimillonario y filopodemista, y Ana Pastor, su colega, lo dieron por bueno y se prestaron a propagar esta burda mentira, pues jamás la ONU ha proclamado tal cosa (por lo demás, insostenible).
            Comprendo los esfuerzos de quienes quieren separar el Islam del terrorismo. La mayoría lo hacen con buena intención, para no confundir a los millones de musulmanes pacíficos y hasta pacifistas -que sin duda son la mayoría- con la minoría terrorista, a la que prefieren calificar de locos, perturbados, salvajes, delincuentes…, insistiendo en que sus actos nada tienen que ver con la religión islámica. Pero ni la buena fe ni la buena voluntad cambian la realidad contundente de los hechos.
            La pregunta correcta es: ¿Existiría este terrorismo, con sus características, sin el apoyo, la justificación, la motivación que proporcionan algunas prácticas de la religión islámica? ¿Existiría sin mezquitas, sin imanes, mulás, ulemas, ayatolás, sin el burka, sin la lapidación de adúlteras, el sometimiento de la mujer, el ahorcamiento de homosexuales, la degollación de infieles y herejes, el casamiento de niñas con ancianos? ¿Y sin los numerosos versículos del Corán que justifican el asesinato e incitan a él? ¿Sin la exaltación de los mártires y la promesa del paras ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽a promesa e los maádef produzca, para nada sirven ni el interculturalismo, el multiculturalismo y mucho menos esa ocuríso? Se me dirá que mezclo todo con mala intención, pero no soy yo quien lo hace, sino la religión misma, en la que todos estos elementos se entrelazan, por más que algunos rechacen las prácticas más radicales y traten de defender un “Islam moderado”. Un Islam que tiene muy poca influencia, porque quien dirige y domina a la mayoría es esa minoría terrorista y fanática que no hace otra cosa que llevar algunos supuestos del Islam hasta sus últimas consecuencias.
            ¡Claro que el Islam podría aislar a esa minoría, rechazar la violencia y destacar lo que el Corán contiene de pacífico y tolerante!, pero no es así, sino que, quizás por el mismo silencio que el terror impone, los propios musulmanes son incapaces de hacer evolucionar el Islam hacia una religión pacífica compatible con los valores de la cultura del siglo XXI, como en su día hizo la religión católica. Mientras esto no se produzca, para nada sirven ni el interculturalismo, el multiculturalismo y mucho menos esa ocurrencia de la “alianza de civilizaciones”.

            ¡Y por supuesto que el terrorismo no se explica sólo, ni siquiera sobre todo, por el fanatismo religioso!   

miércoles, 13 de julio de 2016

NOS QUEDA PORTUGAL

(Foto: S. Trancón. Faedo de Ciñera, León)

Ganó Lusitania el Campeonato Europeo. Con tesón, sin ínfulas ni algarabías. En la guerra simbólica y sublimada en que se ha convertido hoy el fútbol, también pueden ganar los que parecen más débiles. En la contienda universal del siglo XXI, en la que se enfrentan poderosos ejércitos, todavía es útil la guerra de guerrillas, ese invento celtíbero, cántabro, lusitano, asturleonés. Y por si acaso: creo que el fútbol, que canaliza y sublima la violencia de la tribu, con frecuencia se desmadra, pierde su irrenunciable función lúdica, encona la pulsión identitaria y se sobrepolitiza. Ahí está el Barça y su mesnada independentista imponiéndonos banderas, silbando, gritando lo que creen ser pero en realidad no son, y de ahí su furia.
            Pues sí, me alegro del triunfo fultbolero de los hispanolusos, porque todos somos hispanos, ibéricos, hermanos de historia y de genes, absurdamente separados, que no enfrentados. Ha llegado la hora de revisar tanta indiferencia, desidia y aislamiento. La hora de borrar la raya, la frontera mental, afectiva, comercial y cultural entre dos grandes países, conquistadores, sí, en otro tiempo, pero sobre todo descubridores, civilizadores, unificadores y pacificadores del mundo. Dos grandes países que hoy debieran avanzar hacia una Unión Ibérica efectiva que potenciara todas sus posibilidades.
            A la política española le falta hoy casi de todo, pero uno de los proyectos que más se echa de menos en todos los partidos, es el de un ambicioso, atrevido, imaginativo acercamiento entre España y Portugal. Las ventajas comerciales, por hablar en el lenguaje que hoy tiene más aceptación, son tantas y tan evidentes que sorprende que ni empresarios, ni políticos, ni estrategas financieros hayan diseñado ya un plan de estrecha colaboración que acabe en una efectiva unión política, económica y cultural entre Portugal y España, entre españoles y portugueses. Este impulso hacia la unión y colaboración existe y basta con proponerlo para que se despierten energías dormidas, simpatías mutuas, sinergias, como ahora dicen.
            Por hablar de cosas muy simples: ¿Por qué Lisboa no se puede convertir en el gran puerto ibérico de intercambios con América y el mundo, estableciendo un corredor que vaya desde Lisboa a Madrid, y de Madrid a Valencia y a Europa, potenciando así una ruta de comunicaciones importantísima? ¿Por qué no hacer lo mismo entre Oporto, León, Bilbao y Francia? ¿Por qué los leoneses se van a veranear a Cataluña, cuando podrían hacerlo a la costa portuguesa, que está más cerca y es más barata? Facilitar la comunicación, transportes e infraestructuras comunes, turismo y cultura, unir nuestros dos países para ser más fuertes en Europa y en el mundo: hay que empezar a crear las condiciones humanas, políticas y comerciales que lo hagan posible.
            Frente al proceso disgregador secesionista, la unión con Portugal nos daría argumentos para salir de las mezquinas disputas territoriales, ampliar la mirada, encarar juntos los problemas de la globalización y aumentar nuestra capacidad de influencia en el mundo, sobre todo si pensamos en los vínculos que nos unen con todo América Latina.
Portugal no es ni enemigo ni un mero socio europeo. ¡Cuánto me gustaría ver los mapas del tiempo sin esa estúpida frontera que deja afuera a Portugal, como pudiéramos separar con ella las nubes, los ciclones, los anticiclones y los rayos del sol!