(Foto: S. Trancón)
Me fascinan las manos. Desde pequeño me he mirado
mucho las manos. Es un buen ejercicio de concentración. Los ojos no resisten
mantener fija la mirada en nada. Para sostenerla hay que hacer un esfuerzo
sutil de atención; sin tensión, pero con determinación. Los objetos enseguida
se desenfocan. Tenemos los ojos en constante movimiento, enfocando y
desenfocando lo que vemos. En cuanto mantenemos fija la mirada en algo, lo que
vemos se desenfoca, lo vemos doble y pronto queda envuelto en una nube. Yo
suelo ver manchas amarillas y verde claras. Es bueno para los músculos
orbitales y el nervio óptico: se relajan.
Mantener la mirada fija en las manos me produce,
como cuando uno se mira fijamente a los ojos en el espejo, un escalofrío, un
temblor que recorre todo el cuerpo. Es el toque del espíritu, porque uno toma
conciencia de sí mismo y de su corporalidad. Las manos me hacen tomar
conciencia súbita de mi condición animal: no son manos, son las extremidades de
un animal, de un ave. Es enorme el parecido que tienen las manos con las garras
de un águila.
La evolución del cerebro comenzó en las manos. Las
manos han guiado nuestra transformación como especie, por eso mantienen la
conexión con nuestro ser más primitivo. Todo lo hicimos con las manos. Todo lo
seguimos haciendo con las manos.
Observar las propias manos produce extrañeza. De lo
que uno se extraña es de su propia existencia. ¿De dónde han salido esas manos,
cómo han podido aparecer, aquí, en este mundo, qué es lo que las sostiene y
hace posible que se muevan, agarren objetos, manipulen y transformen el mundo?
Actúan y se mueven como si tuvieran vida propia.
Hay que observar lo que hace el pintor, el músico, el artista,
el artesano, el mecánico o el cirujano en sus momentos creativos. Entre su mano, su ojo y su
cerebro no hay espacio ni tiempo. Es todo uno. Es una experiencia tan
embriagante como inexplicable.
Todos los conceptos encierran un núcleo duro: su
relación con las manos. Todo pensamiento ha nacido de las manos. Si vamos hacia
atrás, recorriendo los conceptos hasta llegar a su origen, descubriremos que
han nacido entre las manos, del contacto de nuestras manos y nuestro cuerpo con
la materia y el mundo que nos rodea. Por eso pensar es también sentir. Si no
pudiéramos tocar el mundo, todo acabaría desvaneciéndose en una nube fantasmal.
¿Existiría yo si no pudiera tocarme, palparme con mis manos? ¿Y el otro? Tomar
conciencia de uno mismo y del otro siempre pasa por el misterio del tacto.
1 comentario:
Si yo escribiera, habría escrito esto.
Creo que estoy enamorada.
Ana.
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