En los balances de fin de año, El
País ha elegido a Intemperie, de Jesús Carrasco, como la
mejor novela del año. Caí en el reclamo publicitario y regalé el
libro a un amigo. Grave error. Siempre es arriesgado regalar un
libro, pero mucho más hacerlo fiándose de las críticas de los
suplementos culturales o las revistas, porque hoy, sencillamente, no
existe la crítica literaria, ha desaparecido por completo. Lo que
queda son gacetilleros que escriben lo que creen que deben escribir.
Y lo peor es que muchos lo hacen convencidos de que sus opiniones son
las más justas y acertadas.
A mi amigo no le gustó nada esta
novela. Decidí leerla y comprendí su reacción. La novela es un
disparate argumental, inverosímil, cochambroso y desagradable. Me
costó llegar al final. Nunca más volveré a regalar un libro sin
leerlo antes.
¿Qué han visto en ella los críticos
y los lectores? Reconozco que la prosa tiene ritmo; que, a pesar de
las arbitrariedades y extravagancias descriptivas, el autor logra
crear una atmósfera densa y opresiva que contiene alguna intriga, y
que, si uno es un lector sin escrúpulos, hasta puede llegar a
interesarse por la peripecia de un niño y un viejo mugrientos, a los
que persigue un alguacil perverso y malvadísimo. Pero todo está
construido con trucos tan burdos como arbitrarios, hechos para llamar
la atención y exhibir una originalidad artificial: cierta crudeza y
truculencia descriptiva, dislocaciones semánticas y rarezas
comparativas, una simplificación argumental llena de reiteraciones,
insinuaciones simbólicas envueltas en vaguedades líricas, dosis
recargadas de “realismo sucio” y mucha impostura ruralista. He
aquí algunas citas que hablan por sí solas:
“Lamió la barra de carne” (se
refiere al salchichón).
“Sintió el pataleo de liebres que
escapaban” (imagínate a las liebres pataleando y escapándose...)
“En lo que a él respectaba, se
alejaban del pueblo”(en lo que mí respecta...)
“Sorbió los mocos para despejar los conductos” (no para otra cosa).
“La voz del viejo brotando de la
mismísima tierra, abriéndose camino entre las capas rocosas para
reventar el hongo maloliente en que vivían” (el viejo no ha dado
un grito, sólo le ha dicho al niño “no temas”, pero su simple
voz produce efectos cósmicos).
“El cabrero terminó de orinar y
luego se sacudió. Cuando se dio la vuelta, el niño apreció la
humedad de sus pantalones y cómo, de la bragueta, asomaba rosado su
glande” (...¡!..).
“Le clavó los talones al asno,
arrancándole un corto trotecillo que le alejó del castillo entre
eructos agrios” (¿eructos de quién, del burro o del niño? Menos
mal que el trotecillo era “corto”).
“Atizaba al asno con la vara,
haciendo que el animal rebuznara incómodo” (¿sabrá lo que es un
rebuzno? ¿Y un asno?)
“Miles de millones de estrellas sobre
su cabeza, muchas de ellas ya muertas, enviaban su luz a guiños”
(menos mal que no la enviaban a chorros y que, además, estaban ya
muertas).
“El pensamiento como un cincel frío
sobre sus tiernas fontanelas o una afiladísima gubia levantando la
piel de sus codos en busca del hueso blanquecino” (se refiere a un
recuerdo que le atravesaba “las fontanelas”, porque tenía
varias, no una sola, como el resto de los mortales).
“La mezcla de hollín, polvo, sangre
y orina formaba churretes oscuros que le corrían por las piernas”.
“Se despertó acalorado y con sensación de humedad en los pies.
Abrió los ojos y vio el final de sus piernas enterrado en un montón
de excrementos del burro, con restos de orina alrededor” (el niño
vive entre inmundicias, pero es muy sensible y tiene un olfato
increíble:).
“Olía a madera carcomida y a tripa
seca de embutir”. “Olía a sombra y a aceitunas podridas”.
“Olía a cebolla seca”. “Olía a lino húmedo y a quietud, o a
cal y barro de adobe amontonándose sobre los rodapiés” (la casa
de adobe, medio derruida, tiene “rodapiés”, y sobre ellos se
amontona el olor a “barro de abobe”).
“Simplemente se quedó junto al viejo
encorvado, sintiendo el roce del cielo con la Tierra” (fíjese en
esta mayúscula: el relato tiene preocupaciones ecológicas cósmica,
y el niño es capaz de “sentir” el “roce” del cielo).
Vemos “un garfio romo”, “un
sembrado yermo”, “una sombra rala”... Maestro del oxímoron.
El viejo es muy hábil, caza a una rata
que está en la panza de un buey muerto colocando una manta en el ano
del animal... La rata, por supuesto, se la comen el niño y el viejo.
Un pozo medio seco, de más de seis
metros de profundidad, está lleno de lombrices y renacuajos...
(¿habrá visto alguna vez un pozo, una lombriz o un renacuajo, o se
lo han contado?)
El cabrero le enseña al niño a
ordeñar las cabras, “otorgándole en ese instante la llave de una
sabiduría perenne y esencial” (ordeñar una cabra es un arte
dificilísimo, un compendio de sabiduría universal).
“Todavía era de noche cuando le
despertaron las hormigas” (eran madrugadoras estas hormigas).
El relato es todo él una impostura: el
autor, o no ha vivido jamás en un pueblo, o no se ha enterado de
nada. Su ruralismo es inverosímil, inimaginable e inexistente. Nos
describe un pueblo campesino que tiene estación de tren y silos,
pero en el que sólo el alguacil y el cura tiene gallinas o animales
de corral. ¿Y de dónde ha salido ese alguacil, y por qué se
convierte en representante del poder más abyecto y sádico? ¿De qué
campo extremeño nos habla?
Buscar la originalidad a base de
extravagancias y frases rebuscadas, describir situaciones y
movimientos absurdos, usar términos en desuso para demostrar
conocimientos rurales especiales. Describir realistamente un espacio
que no logramos reconocer en ningún momento, porque está hecho de
retales, de rotos cosidos con aguja gorda; un lugar árido como un
desierto, pero por allí aparecen encinas, chopos, alisos, fresnos,
pinos, robles, un almendro, una higuera, una parra, una palmera... La
palmera está “carcomida” y su tronco tiene un gran agujero...
¿Habrá visto el autor alguna vez el tronco de una palmera? Una
manta le cubre al cabrero el cuerpo entero, “desde los pies hasta
la coronilla”, por si no nos habíamos enterado.
Se recrea el autor en lo escatológico,
la podredumbre, lo maloliente, la suciedad, la degradación física y
la miseria. Un tullido sin piernas se mueve sobre una tabla con
ruedas y vive sólo en un pueblo de tierra abandonado, pero rodeado
de la mayor abundancia: jamones, chorizos, legumbres, pan, tocino,
nueces, perrunillas, vino de pitarra...
¿Qué indica todo esto? Que es más
fácil escribir sin ton ni son, sin orden ni concierto, sin
exigencias de verosimilitud espacial y argumental, como si no
existiera ningún principio de coherencia en la creación de mundos
literarios, que ajustarse a la construcción de realidades
verosímiles y autoconsistentes, por muy imaginarias y ficticias que
sean. Lo sorprendente es que una novela tan indigesta haya sido
elevada al primer puesto de la creación literaria de nuestro país.
¿Otro síntoma de nuestra degradación general?
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