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miércoles, 13 de mayo de 2015

ME GUSTA, NO ME GUSTA: EL DILEMA DE VOTAR


¿Con qué se vota? ¿Con el corazón? ¿Con la cabeza? Por un lado está la imagen del votable: ¿qué nos dice su pinta, su aspecto, su rostro? Es la primera impresión. Influye mucho. No vemos sólo una imagen: nos proyectamos sobre ella y la interpretamos según nuestra propia teoría “fisiognómica”. Cada uno ha elaborado la suya a lo largo de los años, desde sus primeras experiencias infantiles. De niños nos gusta observar a los demás, necesitamos aprender a predecir su conducta.

El resultado es un “me gusta, no me gusta”. Filtramos toda la información y la sintetizamos en esa dicotomía. La sobrevaloración de la imagen tiene su fundamento en este modo simple de valorar y juzgar al otro. Un rostro simétrico, agradable y atractivo tiene, en principio, una mayor predisposición al “me gusta” que al “no me gusta”. ¿Pero basta esto para decidir el voto?

Está claro que no. ¿Es agradable el rostro de Aznar, de Rajoy o de Esperanza Aguirre? Haciendo una estadística a ojo de buen cubero, parece que a los votantes de la derecha no les importa mucho esa teoría fisiognómica de la simetría y el gusto. Tampoco les importa a los de Esquerra Republicana, por poner otro ejemplo a vuela tecla. Hay que combinarla con otros factores. Puede no gustarnos alguien y reconocer, sin embargo, su valía, su capacidad o su talento. A mí me pasa con Messi. Su cara y su pinta no me gustan, pero admiro su habilidad y talento futbolístico.

Así que, aunque haya un porcentaje de votantes que no pasa del “me gusta, no me gusta”, la mayoría buscamos otros datos que confirmen o desmientan esa primera reacción emocional. Si no nos gusta alguien y nos convence por otros motivos (sus ideas, su trayectoria, su modo de hablar, el partido al que representa, etc.) tendemos a buscar la coherencia o consonancia cognitiva, y acabamos viéndole más agradable o atractivo. Lo mismo pasa en sentido contrario, cuando alguien nos gusta a primera vista, pero luego conocemos sus ideas o su conducta y nos vemos obligados a modificar la imagen que nos habíamos hecho de él.


Así que votar es resolver el dilema de “me gusta, no me gusta”. No tenemos más remedio que combinar el “quién, qué dice y cómo lo dice”, con el “qué hace”, “qué piensa” y “qué siente”. No es fácil, da mucho trabajo. En los últimos años hemos comprobado que la política está llena de trapaceros, mentirosos, ladrones, corruptos y psicópatas. Algunos de rostro avieso, otros angelicales. Cualquiera se fía.        

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