MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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martes, 27 de septiembre de 2016

LA POLÍTICA MEDIÁTICA

(Foto: A. Galisteo)


Comentó el otro día Luis Díaz Viana, en una librería de Madrid, en la presentación de su excelente libro de poemas “Paganos”, que la sociedad actual había cambiado, con relación al pasado, en tres aspectos fundamentales: el tiempo, el espacio y la memoria. El tiempo ya no es el lento transcurrir de las horas y los días, sino la vertiginosa sucesión de lo inmediato. El espacio ya no es ese entorno que abarcamos con la mirada y recorremos a pie, sino un laberinto fragmentado de calles sin horizonte. La memoria, que se asienta sobre el espacio y el tiempo, ya no es el recuerdo de nuestra vida unida a la vida de nuestros antepasados, sino una caótica acumulación de estímulos efímeros y sin sentido.
La irrupción, primero de la televisión, ahora de internet, ha trastocado radicalmente el concepto y la vivencia del tiempo, el espacio y la memoria. El efecto ha sido, aparentemente, una intensificación de la vida, un enriquecimiento de las emociones, un mayor contacto y conocimiento del mundo. Sin embargo, hay un elemento esencial que no debemos ignorar: el “efecto aturdimiento”, la compulsión neurótica que produce la sucesión ininterrumpida de estímulos que exigen una atención volátil, la necesidad de una desfocalización constante para poder atender a todo lo que pasa fugazmente ante nuestros ojos y oídos.
Nuestro cerebro, individualmente y como especie, está cambiando. No soy neurólogo, pero aventuro que aumentará nuestra “superficie” gris, pero seguro que disminuirán los surcos y circunvoluciones cerebrales. Si todo ha de ser procesado más rápidamente, habrá que acortar distancias y evitar la “profundización” de las conexiones. Nuestros nietos parece que están condenados a la “superficialidad” de todo: conocimientos, recuerdos, vivencias, amores, trabajo y responsabilidad. ¡Vivirán más, eso sí!
Pero yo quería traer estas metafísicas reflexiones a propósito de cosas mucho menos sesudas. Por ejemplo, aventurar hacia dónde va nuestra situación política. Observo aquí el mismo fenómeno. Hemos entrado en una nueva era político-mediática: el tiempo, el espacio y la memoria, de puro acelerarse, ya no son más que una obsesiva y compulsiva repetición. Si el tiempo es sólo un efímero instante, si las referencias del pasado se diluyen porque es imposible recordarlas, entonces el futuro se inmoviliza. Si el espacio está contenido en una pantalla, si ya no necesitamos recorrerlo para experimentarlo, lo único que importa es que ese mundo virtual no deje de estimular nuestra retina.
Vivimos atrapados por la compulsión mediática, la sobreexcitación de estímulos superficiales, todo lo que se mueve ininterrumpidamente en la pantalla grande del salón o la pequeña del teléfono, la tablet o el ordenador. La compulsión es un impulso insaciable, una excitación neurológica que vive de la excitación misma. Necesita estímulos como un bulímico la comida o un yonqui la droga. La política ha entrado en la misma lógica de la compulsión mediática.
Pero incluso este perverso mecanismo de permanente estimulación superficial tiene un límite: la saturación. La tolerancia, la progresiva pérdida de los efectos estimulantes, exige elevar el umbral de excitación. Aquí se impone un límite natural que ni nuestros “excitadores” mediáticos, ni nuestros políticos “mediatizados” son capaces de superar. Más aún: son tan incapaces como mediáticos y mediocres, incluso más mediocres que mediáticos. Por eso nos hartan, por eso estamos hartos de ellos y de sus gestos, de sus palabras tan repetidas como previsibles, de su miserable tacticismo, de su mente de marmota, tan insustancial, tan sin tiempo, sin espacio, sin memoria. Hartos de Iglesias y sus hombros encogidos, de Errejón y su elevación de cejas, de Sánchez y su sonrisa repujada, de Rajoy y su mirada extraviada, de Rivera y sus manos reiterantes. Ya son sólo gestos, gesticulaciones, imágenes petrificadas. No las resucita ni el histerismo de Iceta. Le llaman bloqueo. Es pura necedad, tan insulsa como engreída, tan mediática como mediocre.   



  

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