Hay
una estrecha relación entre fe y política (y entre política y fe). La política
promueve la fe, exige la fe, y la fe, a su vez, sostiene la política.
Fe es creer en lo que no vimos (y en lo que no vemos), pero
también decimos “si no lo veo, no lo creo” y “ver para creer”, que es una
definición de fe “ad contrarium”. Todavía queda un rizo: hay que creer para
ver, para ver algo antes hemos de creer en ello (al menos, creer que puede
existir). Somos un poco complicados, sí, nos gusta rizar y desrizar el rizo.
La política es uno de los muchos aspirantes a sustituir a
la religión, una vez que ésta ha dejado de ser útil para guiar y orientar
nuestra vida (al menos en Occidente). La religión exigía una fe ciega, muy
difícil de mantener ante las exigencias de la vida real. Desde el Renacimiento,
el espacio que la religión ha dejado libre se lo han disputado el arte, la
razón, la técnica, la cultura, la ciencia. También la política. Marx fue el
primero en entender la política como un sustituto de la religión.
Todo lo dicho me autoriza a hilvanar esta reflexión sobre
las relaciones entre política y fe, fe y política. Nada de extraño que oigamos
con frecuencia eso de “yo no creo en la política”. Es un intento fallido de
liberarnos del influjo inevitable de la política en nuestra vida. Es como la fe
del ateo: para no creer también hay que tener fe.
Para mejor entender este vínculo
entre política y religión hay que acudir al concepto de ideología. La ideología
es un conjunto de ideas que se refuerzan entre sí y constituyen una estructura
cerrada y autosuficiente. En su núcleo hay unas pocas ideas totalizadoras
enlazadas de tal modo que si se quita una todo el edificio se desmorona. Ideas
simples sobrecargadas de material emocional explosivo.
La ideología no admite la disonancia cognitiva. Nos damos
cuenta enseguida de que hemos topado con el defensor de una ideología en cuanto
alguien, a la m El
hombre es el único animal capaz de matar (y de matarse) por una palabra, una
idea, un gesto, una imagen, un símbolo. Por una ideología.
ínima,
"salta” y se "exalta”. El desencadenante suele ser la profanación de
una palabra tabú o un nombre sagrado.
La fuerza de una ideología nace de su capacidad de identificación.
Tenemos una identidad tan frágil, tan inasible, tan voluble y volátil, que si
algo o alguien nos proporciona una identidad con la que sentirnos seguros, allá
nos vamos de pies y cabeza. Por eso resulta tan difícil desvincularnos de una
ideología. Einstein dijo que era más fácil destruir un átomo.
Pero la política, por más acostumbrados que estemos a ello,
no es, en esencia, el terreno de las ideologías, sino el de las ideas. No el
espacio de la fe, sino el de los hechos. No el de las identidades sociales,
sino el de la libertad de los individuos. No el de los dogmas, sino el de la
discusión y el debate. No el de los prejuicios, sino el de los principios. No
el del oportunismo acomodaticio, sino el de las convicciones (que nada tienen
que ver con la rigidez de las creencias). No el de la sumisión al grupo, sino
el del acuerdo colectivo.
Si aplicamos estos principios al análisis de las ceremonias
político-religiosas que hemos visto estos días, nos daremos cuenta de lo lejos
que estamos todavía de liberar la política de la contaminación de las
ideologías, esa versión actual de lo peor de las viejas religiones. No digo que
podamos librarnos por completo de las ideologías, ya que son un mecanismo
simplificador adaptativo y necesario (no podemos pensarlo y someterlo todo a la
razón), pero sí que estemos prevenidos contra sus efectos más nocivos: la
necesidad que tiene toda ideología de convertir a “los otros”, no en contarios,
sino en enemigos.
A menos ideas, más dogmas, más fe, menos discusión, más
adhesión incondicional. Repasen los recientes congresos de Ciudadanos, el PP,
Podemos y los actos de Pedro Sánchez y Susana Díaz en el PSOE. Todos ellos
viven de la fe, tratan de mantener la fe, porque sus crisis son de fe. Se
buscan creyentes, porque cada día hay más ciudadanos libres que, si no lo ven,
no lo creen, y aún viéndolo, no se lo creen.
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