Es
admirable la capacidad del lenguaje para hablar de lo abstracto, convertir lo
etéreo en algo real, transformar lo invisible en algo evidente. Palabras y
números tienen un poder demiúrgico. En ningún ámbito han alcanzado mayor eficacia
que en el de la economía. La economía es hoy el espacio de lo sagrado: los economistas
son los sacerdotes dueños de las palabras y los números con que nos referimos a
eso tan abstracto e invisible como la economía.
El discurso
económico goza de un prestigio fundado en la objetividad de los datos, que es
su fuente última de legitimación. Al utilizar como instrumento de sus análisis
y predicciones la ciencia matemática, que abstrae y objetiva los hechos, otorga
a sus afirmaciones un efecto de verdad indiscutible. Esta es la razón por la
que el discurso económico se ha
convertido en el principal instrumento de propaganda y legitimación de la
acción política.
Confieso
mi desconfianza en los economistas, no porque desprecie su labor,
imprescindible, sino porque el lenguaje que usan está lleno de trampas y
simplificaciones. Cuanto más en serio se toma uno sus estadísticas, cálculos y
porcentajes, más fantasmal se vuelve, paradójicamente, la realidad económica,
más irreal aquello de lo que hablan. Tomemos un ejemplo, el PIB, la piedra
angular, la madre de todas las batallas económico-políticas.
El
PIB mide la “riqueza” de un país, su capacidad para producir bienes y
servicios. Si el PIB no aumenta, el país está perdido, esta es la Ley Suprema.
Todo se calcula a partir del PIB, así que nada más importante que realizar ese
cálculo con el m áximo rigor y objetividad. Dejemos de lado el carácter bastante
aleatorio y arbitrario de qué es lo que se mide, la selección previa (qué
productos, qué salarios y qué gastos). Olvidemos también que es el Banco de
España quien realiza esos estudios y estimaciones, y el INE (Instituto Nacional
de Estadística), quien acaba confirmando o modificando esos datos, dos instituciones
directamente controladas por los gobiernos de turno (nada extraño, como ya
sabemos sucede con el poder judicial).
Bien,
pues partiendo de las mismas estimaciones de estos organismos, resulta que un
equipo acreditado de economistas dirigidos por Roberto Centeno, acaba de hacer
públicos unos datos que ponen cabeza abajo y patas arriba la vaca sagrada del
PIB. Nuestro PIB real sería un 18% inferior al oficial, y la deuda del Reino de
España no sería, como nos dicen, el 100% del PIB, sino el 171%. Una
discrepancia tan descomunal (billones de euros) debería sumirnos en la más
negra incertidumbre. Si pagar una deuda del 100% del PIB es prácticamente
inalcanzable, devolver una del 171% es matemáticamente imposible de toda
imposibilidad. Tenerla sobre la cabeza, como un espadón en manos de un gigante
loco, es hipotecar nuestro futuro para siempre. Parece inevitable la suspensión
de pagos, por más que ahora, sostenidos artificialmente por el BCE, sigamos
caminando alegremente hacia el abismo.
¿Se equivocan
estos economistas? ¿Tienen algún interés en manipular los datos? Por lo pronto,
han enviado su informe a Bruselas, o
sea, que actúan sin miedo a someterse a los controles y verificaciones
necesarias. Lo que sí confirma esta denuncia gravísima es mi total desconfianza
en el valor de las cifras oficiales, elaboradas por organismos cuya
independencia profesional está más que en entredicho. Si esto hacen con el PIB,
¿qué no harán con otras estadísticas? Por ejemplo, no es cierto que la media de
los salarios creados el año pasado es de 600 euros? ¿A esto llamamos creación
de empleo? ¿Y cómo es posible que hayamos pagado 60.718 millones de
euros en el proceso de reestructuración bancaria, al mismo tiempo que aumenta
el gasto sin control, sobre todo en las Autonomías? ¿De dónde sale tanto dinero
para el despilfarro y la corrupción?
Hay datos que lo dislocan todo, que confirman la
naturaleza fantasmal de nuestras cuentas. ¿Cómo se explica que, según la
Agencia Tributaria, en 2014 hubiera en España sólo 5.394 personas con una renta
superior a los 600.000 euros anuales, mientras que en el 2007 había 10.580
declaradas? En siete años se esfumaron más de 5.000 declarantes ricos.
Concluyo: Como decía Cervantes de la cruz, detrás de la
cual siempre seocultaba el diablo, tras el fantasma de las cifras siempre anda
la política. La economía es siempre política y por eso no hay una única
solución a los problemas económicos. Ya dijo Stuart Mill que “ningún problema
económico tiene una solución puramente económica”.
Ocultar la realidad, la crudeza de los datos, es la peor
política. Lo pagaremos muy caro.
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