(Foto: S.Trancón)
Dice Manuel Valls que los españoles necesitamos responder a la pregunta “qué es ser español hoy”; que España tiene que construir una identidad positiva de sí misma que supere su complejo de inferioridad; que del éxito o fracaso de esta tarea va a depender nuestro futuro. Es llamativo que necesitemos que alguien desde fuera nos recuerde algo tan evidente, a lo que nadie quiere atender. Ni atender, ni entender; ni aceptar, ni tomar en serio. Pero sí, es la “cuestión palpitante” (¿la que hace latir el corazón?), como dirían nuestros abuelos, por más que no figure en el programa de ningún partido.
Huímos de la pregunta por incómoda, porque nos sitúa en un terreno pantanoso: el del nacionalismo esencialista, el de la retórica populista, étnica y patriotera, cuyos ecos todavía resuenan y que hasta ayer mismo sirvieron para engañar, dominar y mantener un orden basado en la sumisión y el privilegio. Al apropiarse de ella una minoría, dejó inservible el concepto, la imagen y el sentimiento que la palabra español encierra. Es imprescindible una “reconstrucción semántica” de la palabra “España” y “español” para despojarlas del óxido que se les ha adherido y dotarlas de la fuerza y el sentido que contienen: “resignificarlas”.
Un primer paso es aclarar qué es “ser español”. De los muchos significados (superpuestos e interrelacionados) que podemos distinguir, empecemos por el más elemental: el significado legal. Yo soy español porque poseo la ciudadanía española, acreditada con un documento oficial: mi carnet de identidad. Frente a cualquier otra difinición más o menos metafísica, he aquí este hecho “burocrático” insoslayable: soy español porque así me lo reconoce legalmente el Estado democrático español. La mayoría de españoles hemos adquirido esta condición por el hecho azaroso de haber nacido en España. Empecemos reconociéndolo.
Yo nací en España y, al menos como hipótesis cosmológica, pude haber nacido en cualquier otro lugar de la Tierra o del Universo (dado que hay millones de planetas habitables sembrados por ahí, en los miles de galaxias que giran a velocidades inconcebibles por el espacio cósmico). Digo que el hecho de haber nacido en España me da derecho a la nacionalidad española, lo que por sí mismo me permite decir que soy español, legal y administrativamente hablando, algo aparentemente intrascendente, pero que es la base de todos mis derechos y deberes ciudadanos. Al hecho azaroso de mi nacimiento, se ha añadido este otro azar político que me hace sujeto de derechos y deberes reconocidos gracias a la existencia de un orden social previamente establecido. La nación política española me antecede, preexiste a mi nacimiento.
Ser español es, por tanto, un hecho reconocido e inherente a mi propia existencia legal, por lo que, para dejar de serlo, he de renunciar expresamente a ser ciudadano español. Puedo hacerlo, por supuesto, dado que ser español no es una condición biológica, sino social y política. Esto significa que a ningún adulto se le puede obligar a ser español, pero tampoco que se le pueda despojar de esa condición.
Quiero recalcar la condición legal, dejando de lado los otros rasgos culturales, emocionales, lingüísticos o históricos que pudieran añadirse a la definición de “lo español”, elementos no menos importantes pero que, al mezclarse, acaban borrando ese elemento esencial: ser español es ser un sujeto legalmente reconocido como tal. La conclusión es que, independientemente de que te sientas o no español, si lo eres legalmente no puedes dejar de serlo simplemente porque así lo pienses, lo quieras, lo desees o lo proclames. O sea, que no puedes ser español y no español a la vez. Que no puedes ser español para unas cosas y no español para otras.
Sirvan estas elementales consideraciones para aclararles a los independentistas que, mientras sean españoles, no pueden pretender ser y actuar legalmente a la vez como españoles y como no españoles. Y, sobre todo, que no pueden tener la osadía de despojar de la condición legal de españoles a más de la mitad de catalanes que no quieren dejar de serlo. Y al resto, a los independentistas, es preciso que les digamos claramente que no pueden ser españoles y no españoles a la vez. ¡Y menos reconocerles y tratarles legalmente como antiespañoles!, esa aberración antidemocrática a la que muchos quieren que nos acostumbremos, empezando por ese “nacionalsocialista” llamado Iceta, cuyo proyecto es el mayor triunfo del independentismo. ¿Y el PSOE? La mayoría prefiere mirar para otro lado.
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