Lo
dijo Aristóteles, que es mucho decir. El hombre es un "zoon
politikón"; literalmente, un "animal político",
entendido, no en el sentido con que algunos lo han aplicado, por
ejemplo, a Martín Villa o a Felipe González, enfatizando su
capacidad política en el caso de Felipe, o su habilidad para la
supervivencia política, en el caso de Martín. No, sino en el
sentido de que el hombre es un "animal social". Suele
usarse la expresión para resaltar nuestra dependencia social, el
hecho de que nadie puede sobrevivir sin la acogida de un grupo que,
desde la cuna a la tumba, nos proporciona protección y ayuda. A mí
me gusta la definición aristotélica (este esdrújulo es
contundente) por algo que no se suele destacar: porque afirma que
somos sociales, sí, pero también animales. Una usted como pueda eso
de "animal" y "social" y eso somos, por más
contradictorio que parezca.
Lo
de "animal" lo interpreto aquí para referirme a lo
biológico, lo instintivo, todo eso que está determinado por ese
inconcebible entramado de células y neuronas movidas por impulsos
electroquímicos, que da lugar a nuestro cuerpo. Es la parte más
inconsciente y automática de nuestro ser, la que se mueve por "algo"
que viene directamente de lo desconocido, o sea, el impulso de la
vida (y también de la muerte, como afirmó Freud).
Lo de "social" alude a todo eso que modula, añade, se
superpone o entremezcla con lo biológico. Para simplificar: lo
innato (animal) interacciona con lo aprendido (social) formando un
todo difícil de distinguir. Lo uno no existe sin lo otro, y esto
vale tanto para el individuo como para la especie.
Si todo esto se tuviera en cuenta, y aquí aterrizo, no deberíamos nunca borrar lo instintivo y biológico de nuestra vida, por muy socializados que estemos, ya que, queramos o no, la biología es nuestro primer destino y ahí está, siempre presente; y si no está, malo, algo muy perverso y retorcido y estrafalario acabará apoderándose de nuestra vida. El control de los impulsos lo impone la vida en común, la sociedad, pero siempre debe existir un límite a partir del cual el cuerpo reclama sus derechos. Pretender que "todo es social", incluido el impulso sexual, es una aberración de consecuencias catastróficas. Del mismo modo, creer que la mayoría de los seres humanos es incapaz de controlar sus impulsos, nos llevaría a otro tipo de aberraciones. Apliquen esto a eso de "la cadena perpetua revisable".
Un enfoque de este tipo nos ayudaría a entender un poco mejor eso de "la violencia de género", así mal llamada en la medida en que no integra el elemento biológico al diagnóstico, quedándose solo con lo social. Pero no, el cerebro está tan socializado como sexualizado. Porque el cerebro mantiene un diálogo constante con el cuerpo, con todas las señales biológicas del cuerpo antes de tomar una decisión. Y muchas de esas señales no llegan a la mente consciente, se analizan y valoran de modo inconsciente, de acuerdo con los circuitos que se han forjado a lo largo de la vida a partir de nuestro nacimiento.
La cosa es bastante compleja, ¿verdad? ¿Nos incomoda todo esto, verdad? ¿Nos gustaría que todo fuera más sencillo para resolverlo de un plumazo, con una norma, con una ley, con más centros penitenciarios, verdad? Nos gustaría no ser animales, ser sólo seres sociales, sólo seres moldeables, seres impecables, seres cien por cien políticamente correctos, incólumes, impolutos, vírgenes de todo mal. Nos gustaría vivir en un mundo sin machismo, sin micro ni macromachismo, sin la incertidumbre que nos impone la biología y ese rodar de la Tierra por la inmensidad del cosmos, enganchada a un astro que todo él es fuego, fuego incandescente.
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