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sábado, 7 de julio de 2018

LA CASTA Y LA COSTRA


¿Se acuerdan cuando Iglesias y su coro podemita no articulaba dos palabras sin que una fuera "la casta", epítome de todos los males y blanco de todas las iras? Hoy ya suena a viejo, ellos mismos han abandonado el término, agotada su capacidad mediática. Es el destino de esos "significantes vacíos" que sirven para suscitar emociones tan difusas como efímeras. Y tienen, además, el efecto indeseado de volverse contra quienes los usan.

Es difícil hoy no pensar en la casta al ver el chalet de la pareja anticastao al oír a Monedero, el talibán del chaleco, condenar a todo lo que se mueve sin su permiso, capaz de pagar a Hacienda, para evitar ser sancionado, un dinero que yo, y el 90% de españoles, jamás tendremos (sí el eximio Màxim Huerta, de fugaz recuerdo). Así que, en recordando hoy aquello de la casta, no puede uno por menos que asociarlo a la costra, ese emplasto de ideas que, de momento, no ha servido más que para que unos vivillos vivan del cuento anticasta.

Pero lo más sorprendente es que en ese saco, en el que se metía a todos los "de arriba" (banqueros, políticos y élites extractivas...) nunca aparecían los separatistas, lo que en términos marxistas quedó siempre muy bien definido como "burguesía nacionalista" que, en Cataluña y el País Vasco, es tan visible que no hace falta realizar ningún máster en politología para identificarlos. Basta echar mano de los apellidos o de los juzgados anticorrupción. La connivencia y concomitancia de esta casta con la otra, la de los Gürtel, es tan evidente que había que hacer un esfuerzo para no relacionarlas.

La existencia de esta casta, como grupo de poder bien organizado, es algo que nadie, y menos si se es de izquierdas (sea marxista, comunista, anarquista, socialdemócrata o sindicalista), puede negar, por eso resulta más sorprendente que al hablar de casta, la verdadera casta, la más poderosa, la nacional-separatista, haya quedado libre de toda culpa. Tanto es así que hoy se ha formado ya una tupida maraña en la que esa burguesía corrupta, clasista, supremacista, racista, neofascista y totalitaria, se siente bien protegida y defendida por quienes todavía se autoproclaman de izquierdas, desde el PSC-PSOE a Podemos y todos sus clones.

Pues habrá que volver a hablar de casta, ahora sí, bien identificada, incluyendo en ella a todos sus encubridores y defensores, explicando que, si todavía goza de inmunidad, es gracias a esa costra, a esa mugre mental en que se ha convertido el discurso oficial de una izquierda descarriada que ni siquiera respeta los principios más elementales de los que nace, ese análisis de la clase dominanteque Marx estableció como punto de partida de todo lo demás, que es lo que hoy, pese a todo, sigue siendo un instrumento útil de análisis de la realidad.

Nunca fue tan visible, tan arrogante, tan descarada la voluntad de dominación e imposición de una minoría sobre la mayoría, como en el caso de las burguesías catalana y vasca, cuyo proyecto pasa por disolver todo lo que facilite la unión entre los españoles.Su gran habilidad ha sido el lograr el apoyo de quienes, dentro del sistema de producción y de riqueza, ocupan el puesto de explotados y dominados, marginados, además, por la barrera clasista de la lengua como señal de pureza de los orígenes.

Nunca, y por lo mismo, ha sido más revolucionario hoy (en el sentido marxista)que la lucha de los trabajadores, explotados y asalariados -la casta de los dominados- por defender el proyecto de España como espacio común, el único capaz de hacer frente al proyecto separatista de la casta nacionalista. Sólo disolviendo y quitándonos de encima esa costra, esa cochambre mental que hace pasar por de izquierdas el proyecto más reaccionario y clasista de nuestra historia, podremos empezar a hablar de España sin complejos. La España de la igualdad y la libertad (inseparables) sólo puede ser posible si la izquierda es capaz de desenmascarar todo el engaño y la confusión en que estamos sumergidos. La derecha, incapaz de articular su propio discurso, debería ser la primera interesada en que esto así ocurriera. Para ello debería empezar por romper -sin buscar más emplastos ni componendas- con esa viscosa connivencia con la casta nacionalista en que han chapoteado sus dirigentes políticos.

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