Así empieza el discurso de don Quijote a los cabreros, que, por cierto, no viven en la Mancha, sino entre "altas montañas", donde hay pastores enamorados como Grisóstomo, que muere de amor por el desdén de la hermosa Marcela. Sus amigos, para asistir al entierro, se coronan la frente con guirnaldas de "tejo" o "ciprés", y cada uno lleva "un grueso bastón de acebo en la mano". Árboles, como se ve, nada manchegos. Es llamativo cómo los cervantistas se han tomado al pie de la letra las referencias manchegas y han ignorado todos los datos que nada tienen que ver con la Mancha, como son estos parajes montañeses, cercanos al "lugar" de cuyo nombre no quiere acordarse Cervantes.
Hace poco un amigo, Paco Rodríguez, me envió un enlace (que no logro copiar aquí) en el que se analiza el mundo rural tradicional por parte de Félix Rodrigo. Me pareció de sumo interés. Contiene un conjunto de polémicas afirmaciones que, por radicales, resultarán escandalosas para muchos. Tienen que ver con esa "edad dorada" a la que don Quijote considera "dichosa": la del mundo rural tradicional, hoy totalmente desaparecido, proceso de destrucción que precisamente comenzó ya antes de Cervantes (con la derrota de los comuneros) y que llevó a cabo de modo decidido la llamada revolución liberal. El franquismo le dio la puntilla con sus planes de desarrollo.
Félix Rodrigo pone del revés la historia que nos han contado, demostrando cómo el Estado nació para destruir esa sociedad rural, imponiendo sus normas y valores. Se atacó sistemáticamente a un modelo económico y social que se basaba en la defensa de la propiedad comunal, el concejo, el trueque, el igualitarismo y una relación equilibrada con la naturaleza. La industrialización, el carlismo, la guerra civil y hasta el maquis adquieren, desde esta perpspectiva, una interpretación nueva que merece ser pensada y discutida.
Lejos de cualquier idealización, el discurso atrevido de Félix Rodrigo defiende una verdad que nos obliga a reescribir gran parte de la historia que nos han contado, llena de mentiras, engaños y tergiversaciones insostenibles. La vida rural española, especialmente la del noroeste, basada en un modelo comunal, no era ni pobre, ni atrasada, ni los campesinos ignorantes, brutos y torpes, tal y como intelectuales, liberales ilustrados, progresistas y jacobinos nos han repetido con engreído desprecio e ignorancia. Ni la cultura española, ni la enorme riqueza de nuestra lengua y literatura hubieran sido posibles sin esa pujanza de la cultura rural.
Basta consultar los informes del Marqués de Ensenada para comprender que esa imagen del atraso y la ignorancia nada tienen que ver con la España del siglo XVIII, por ejemplo.
Basta consultar los informes del Marqués de Ensenada para comprender que esa imagen del atraso y la ignorancia nada tienen que ver con la España del siglo XVIII, por ejemplo.
Quienes todavía conocimos parte de esa vida rural tradicional comprendemos bien la nostalgia de don Quijote. Tampoco nos extrañan las palabras de Marcela, la bella pastora que vivía en las Montañas de León: "Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos" (I.XV). El modelo patriarcal en el que actualmente vivimos tiene mucho más que ver con el código civil napoleónico, mal llamado liberal y progresista, que con la sociedad rural tradicional. Lástima que la Iglesia, con su control de las conciencias, y la monarquía,que acabará imponiendo el Estado, lastraran las posibilidades de ese modelo rural. Hoy viviríamos en un mundo totalmente distinto.
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