Me intriga la palabra. Viene del latín virus, y significa veneno. Bien. Pero vayamos más atrás. Hay otros dos orígenes posibles y emparentados: de vir (varón) y de vis (fuerza). En su constelación semántica hemos de incluir virulento y vigoroso. Incluso Viriato, valeroso lusitano al que mataron a traición. Y viruela, claro.
Pero dejemos la etimología. Vistos al microscopio, estas cosas o bichos son bastante inquietantes: más parecidos a conglomerados químicos, estructuras inorgánicas, que a seres vivos. Están entre lo inerte y lo vivo. Para vivir y replicarse necesitan una célula huésped. No tienen vida propia, pero sí una voluntad reproductiva indestructible.
Sus diseños son de alta tecnología. La nanotécnica los imita. Se multiplican a una velocidad cósmica.
La medicina moderna ha encontrado en ellos la gran justificación de su existencia. Su objetivo es destruirlos. Estúpido intento. Hay tantos, se modifican con tanta facilidad, es tan impredecible su comportamiento, que es como matar mosquitos con elefantes. O al revés.
El objetivo de matarlos uno a uno, con un arma específica, es una empresa de locos. Pero las grandes empresas farmacéuticas nos han convencido de que es posible. Saben que es imposible, pero viven de eso.
Nuestro cuerpo está preparado para combatir a los virus malignos y aprovecharse de los beneficiosos. Tiene un sistema inmunológico innato, otro adquirido y, además, los linfocitos T, que fagocitan y destrozan a los virus patógenos.
Toda la farmacopea del mundo no puede igualar a esos mecanismos naturales del cuerpo.
La lógica nos dice que, en lugar de buscar un fármaco para cada virus, es infinitamente más eficaz fortalecer los mecanismos naturales con los que contamos. Estadísticamente más eficaz.
Si de lo que se trata es de evitar muertes, pues no hay duda del camino a seguir. Pero no se trata de eso, sino de hacer dinero, lograr beneficios en cantidades sólo equiparables a los infinitos millones de virus existentes.
Hay que alimentar el gran virus, el miedo irracional, extenderlo, manipularlo. No hay arma más eficaz para dominar el mundo.
Lo llaman información. Lo llaman criterios médicos. Lo llaman recomendaciones de los expertos. Lo llaman prevención. Lo llaman responsabilidad política.
Pero tiene otro nombre: engaño masivo, global. Han descubierto que es muy fácil hacerlo: todos colaboran encantados, desde los periodistas a los políticos, de los médicos a las ONGs.
Control y negocio. Negocio y control. Es lo mismo.
Me ha mandado Luis Prieto este vídeo sobre la gripe A. Da bastantes pistas. Te lo recomiendo:
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