(Foto: S. Trancón)
Cuando digo misterio trato de despojar al término de cualquier connotación mística, esotérica e incluso espiritualista. Digo simplemente: misterio es todo aquello que no comprendo y ante lo que siento perplejidad y asombro.
El misterio no está sólo en los confines del universo, sino aquí mismo, delante de mis ojos: es todo lo que me rodea. Le llamamos realidad. Yo mismo formo parte de ese misterio porque también soy real, parte de esa realidad. Sólo me distingo de la realidad que me rodea en que puedo darme cuenta de que existo, o sea que, además de ser real, puedo también observar esa realidad.
Soy el observador y, a partir de este hecho, me pongo a pensar, trato de comprender qué es eso que observo, a lo que llamo realidad. Como todo lo que percibo me llega a través de los sentidos, trato de saber qué son y qué hacen mis sentidos para que yo pueda percibir lo que me rodea.
Resumiendo, puedo decir que mis sentidos son “filtros moduladores” de los estímulos físicos que reciben. Esto significa que no trasladan los estímulos tal y como los reciben a mi cerebro, sino que los seleccionan, filtran y modulan, traduciéndolos a “otra cosa”: impulsos electromagnéticos, ondas, partículas que luego mi cerebro transforma, mediante procesos neuroquímicos, en imágenes y sonidos.
Mi cerebro crea circuitos que memoriza, automatiza e interpreta como objetos, palabras, escenas, movimientos, esquemas, emociones. El mundo exterior, informe, flujo ininterrumpido de estímulos, se convierte en mundo interior. La realidad es ese mundo interior permanentemente renovado a través del contacto con el mundo exterior, pero también mediante la autoestimulación interna, especialmente a través del lenguaje: un diálogo interno automatizado y permanente.
Así que la realidad es, en realidad, un “constructo” cerebral. ¿Significa eso que no exista nada afuera, que todo sea una alucinación, un espejismo, un holograma, el resultado de reacciones neuroquímicas internas? Digamos que la realidad que nosotros percibimos es un 90% realidad interna y un 10% realidad externa. Pero, también hay que decirlo, la realidad externa que nosotros percibimos es un ínfima parte de la realidad exterior existente (de la visible, pero también de la energía y la materia oscuras del universo invisible, o sea, casi todo).
Observada con mis sentidos, la realidad exterior se me presenta como algo sólido, discreto, físico, ocupando un lugar en el espacio y sometida al paso del tiempo. Esta realidad, sin embargo, observada a nivel subatómico, resulta muy distinta: evanescente, impalpable, fluida, invisible. La realidad que se me presenta como materia, se desvanece como humo y entonces digo que es sólo energía, una energía que sale de la nada cuando yo la observo e inmediatamente desparece.
Llegado a este punto comparo esa realidad cuántica con mi propio pensamiento y veo que también mi conciencia, mi capacidad de observar y darme cuenta de que observo, es algo evanescente, impalpable, invisible, apenas “contenido” en una realidad neuroquímica. A todo esto es a lo que llamo misterio.
La realidad es el misterio. Mi conciencia es el misterio. Si suspendo mi juicio, si me paro ahí, si dejo de pensar, si detengo en ese punto mi pensamiento y me dejo llevar por la perplejidad y el asombro… Si entro en contacto con esa nada de la que surge todo… Si me sumerjo en esa realidad cuántica, en ese flujo… Si me doy cuenta de que formo parte de esa fuerza poderosa que me sostiene, de la que emergen mis células y mis átomos… Si la realidad no es sólo lo que veo y cómo lo veo… Si soy mucho más y muy distinto a lo que creo que soy… Si puedo cambiar un poco, al menos un poco, mi manera de percibir y de pensar el mundo que me rodea y a mí mismo… Si dejo que la perplejidad y el asombro… Etc.
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