(Fotos: Macarena Trancón. Tréboles de 5 hojas)
Soy alérgico a los mitos personales. Cuando alguien exalta, alaba, encumbra en exceso a alguien, tomo distancia. Soy incapaz de rendir culto a nada, y menos a alguien. A Darwin, por citar uno entre cientos. Su aportación al pensamiento racional moderno es indiscutible, pero este reconocimiento no me impide estar prevenido frente a algunas de sus ideas y prejuicios. Digo prejuicios, porque no hay científico que no haya estado influido por la ideología y la sociedad de su tiempo.
Aristóteles, por ejemplo, fue defensor de la “generación espontánea” (αυτοματικóς, “fabricado por sí mismo”), principio aceptado por Descartes, Bacon y Newton, entre otros. Los ratones, decía, surgían espontáneamente del grano o el heno almacenado, los pulgones del rocío y los cocodrilos de los troncos en descomposición, gracias a una fuerza vital llamada entelequia.
Pues Darwin también decía: “Apenas puede haber una duda de que descendemos de salvajes”. Esto le disgusta mucho, y asegura que preferiría descender de un “heroico monito” que es capaz de salvar la vida de su cuidador, o de un “viejo babuino” que libera a su “joven camarada” de una jauría de perros…, “antes que de un salvaje que se deleita en torturar a sus enemigos, ofrece sacrificios sangrientos, practica el infanticidio sin remordimiento…”
Darwin estaba convencido de que “la raza blanca” era la única raza digna de considerarse humana; el resto eran variedades “salvajes” cuyo destino futuro sería semejante a las variedades de “rata nativa, casi exterminada por la rata europea”. Incluso aseguró que Humbolt había encontrado “un loro sudamericano que era la única criatura viva que aún hablaba la lengua de una tribu extinguida”. Esto lo escribe en The descent of man, and selection in relation to sex.
La estrecha relación de estas ideas con el proceso de colonización y exterminio de las culturas y pueblos de África y América a finales del XIX y principios del XX es indudable. Lo explica muy bien Juanma Sánchez Arteaga en su libro La razón salvaje, de donde tomo estas citas. La antropología difundió y dio apariencia científica a estas aberraciones, que están sin duda también en el origen del nazismo.
No hay afirmación científica que no deba someterse a cierta “depuración ideológica” para alejarla de cualquier mitificación. La propia ciencia se ha convertido hoy en mito. Nacida del logos, acaba ocupando el lugar del mythos. Ni culto a la personalidad, ni culto a la ciencia. El pensamiento, cuando deja de pensarse a sí mismo, se convierte en ideología.
1 comentario:
¡vivos, silvestres, singulares, reales y tan generosos con sus cinco hojas, esos tréboles!
Macarena Luna
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