La palabra libro proviene de liber, que es la membrana vegetal que separa la corteza de la madera de un árbol. Tiene que ver con “crecer” o “crecimiento”. Es el mismo origen de la palabra libertad. Ser libre es tener la capacidad de crecer. Y crecer siempre se hace desde dentro, rompiendo lo que nos constriñe o encierra, como lo es la corteza del árbol. Se entenderá por qué he asociado en el título de esta entrada esas dos ideas aparentemente tan dispares: Libro y Janucá.
El libro es libertad y crecimiento, como lo es el sentido de esta fiesta, que celebra el renacer de la luz, la victoria sobre la oscuridad y sobre la dominación que sometía al pueblo de Israel y le impedía ser libre. Israel es, además, el Pueblo del Libro. No sólo en el sentido religioso, sino en otro mucho más esencial: Israel existe y ha existido, ante todo y sobre todo, por su apego al libro, por su amor a la letra escrita, por su pasión por la lectura y la interpretación de lo escrito.
El término escritura proviene de kryptós, lo encriptado, lo que está oculto y debe descifrarse. Leer es elígere, elegir, tener capacidad de elegir entre distintos significados o interpretaciones. El lector es un elector.
El libro pasó, al extenderse la imprenta, de ser declamado y recitado en voz alta, a ser leído en voz baja y en silencio, a ser medido y meditado en un ejercicio de concentración que obliga a la introspección. Ése es hoy el lugar natural del libro. Por eso sigue siendo tan necesario y si llegara un día en que desapareciera, algo fundamental desaparecería de nuestras vidas: la capacidad de reflexión, de introversión. El desarrollo de la conciencia (cuyo mayor logro es la conciencia de sí) es hoy inseparable del libro y la lectura. (El Quijote es, ante todo, un libro que toma conciencia de sí mismo y trata de comprenderse para comprender así el mundo).
El libro pasó, al extenderse la imprenta, de ser declamado y recitado en voz alta, a ser leído en voz baja y en silencio, a ser medido y meditado en un ejercicio de concentración que obliga a la introspección. Ése es hoy el lugar natural del libro. Por eso sigue siendo tan necesario y si llegara un día en que desapareciera, algo fundamental desaparecería de nuestras vidas: la capacidad de reflexión, de introversión. El desarrollo de la conciencia (cuyo mayor logro es la conciencia de sí) es hoy inseparable del libro y la lectura. (El Quijote es, ante todo, un libro que toma conciencia de sí mismo y trata de comprenderse para comprender así el mundo).
El libro digital no produce los mismos efectos: no logra esa concentración e introspección por la volatilidad física de la letra, puramente visual, no impresa, como lo es la letra del libro. Las zonas cerebrales que se activan no son las mismas. El libro implica a todo el cerebro y a todo el cuerpo (a los sentidos de la vista, del oído y del tacto, no sólo de la vista). Ni nuestro cerebro, ni nuestra conciencia, ni nuestra capacidad reflexiva y crítica se desarrollan por igual en un caso que en otro.
Así que sí, elogio del libro, elogio de la luz, de la libertad y el crecimiento de la conciencia, de la victoria sobre la dominación y la oscuridad, de la lucha contra la ignorancia y el oscurantismo. El día, para los judíos, empieza al oscurecer: es precisamente en ese momento, cuando se va la luz, cuando más necesitamos retirarnos, recogernos, encender las luminarias de una januquilla para poder leer, para ir creciendo desde dentro y en silencio.
¡FELIZ NAVIDAD, JANUCÁ SAMEAJ!
P.D. Regálate estos días un libro. Hazlo, sin embargo, con criterio, aprendiendo a elegir, como lector libre, no inducido por las modas o la propaganda. Te aconsejo uno: Memorias de un judío sefardí. Aunque figure como su autor, no te engañes, yo no soy más que su padrastro; el verdadero autor siempre es el lector, el que se deja iluminar por sus páginas (sus hojas, manifestación de su crecimiento); por la luz que le hace crecer y ser libre. Y precisamente ahora, cuando todo parece más oscuro, es cuando más lo necesitamos.
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