¿Cuál es tu propósito de vida? ¿Qué es a lo que aspiras desde lo más profundo de tu ser? No hay pregunta más importante. Para responderla hay que pararse y mirar sin miedo a nuestro interior.
No queremos encarar y conocer cuáles son nuestros verdaderos impulsos, aquello que se mueve por debajo de todo lo que hacemos. Respondemos superficialmente y preferimos aturdirnos con respuestas fáciles, tópicas: ser feliz, alcanzar el éxito, tener dinero, vivir con la pareja ideal, poseer todo lo que deseemos... Suelen ser propósitos materialistas teñidos de romanticismo y vagos sentimientos de felicidad y bienestar. Y casi siempre lo suficientemente alejados de nuestras posibilidades como para verlos lejanos, prácticamente inaccesibles. Puro autoengaño.
Un propósito de vida tampoco es una lista de tareas anotadas en una agenda. Eso no son más que obligaciones y urgencias a las que hemos de atender para matener nuestra situación de vida. Supervivencia, atender a nuestra imagen social, entretenimiento... Y muchas veces, una forma de atenuar la insatisfacción y la ansiedad.
Pero un propósito de vida es algo muy distinto. Es algo que implica y compromete a todo nuestro ser. Algo que está presente en todo lo que hacemos. Algo que da fuerza, unidad y sentido a todo lo que hacemos. No es algo que pospongamos para el futuro ni algo que dependa de nuestro pasado. Es algo que da energía y vida al presente. No es algo que dependa de nada externo, sino de nosotros mismos. Algo que está en nuestras manos y que dinamiza nuestros actos.
Si alguien me pregunta cuál es el propósito de mi vida, yo le respondo: vivir el presente con plena conciencia. No conozco mayor felicidad que la de ser plenamente consciente. Conciencia es atención, relajación, desapego y pasión al mismo tiempo, aceptación, ayuda desinteresada, humor y afán de conocimiento. Todo siempre referido al momento presente, a lo que tengo delante o a lo que me pongo delante o a lo que la vida me pone delante o por delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario