(Vuelvo sobre un tema del que escribí hace tiempo otra entrada)
El miedo es la emoción
más poderosa. Todas las otras emociones siguen su patrón. El miedo
es una anticipación. Su función evolutiva es ayudarnos a la
supervivencia: evitar las amenazas, prevenir los riesgos,
predisponernos para el ataque o la huida.
Como toda emoción, tiene
una parte mental y otra más corporal o biológica. En el inicio de
la reacción emocional siempre hay una imagen, una idea, un
pensamiento que desencadena un mecanismo neurofisiológico
automático.
Gracias al desarrollo
prefrontal del cerebro, podemos establecer una breve pausa (décimas
de segundo) entre la imagen del peligro (real o imaginario) y la
reacción del sistema límbico. Sólo mediante el aprendizaje se
puede llegar a controlar las reacciones emocionales del miedo y su
consecuencia natural: el ataque, la huida o la paralización.
El miedo provoca un
estado de alerta general, indiscriminada. No distingue entre los
estímulos reales o imaginarios, externos o internos, ni establece
una gradación en función del peligro. No analiza el origen, ni la
distancia, ni las consecuencias de nuestra reacción. Por eso la
respuesta que induce es siempre de todo o nada.
El sistema emocional es
rápido, y en eso radica su eficacia, pero la mayoría de las
situaciones de la vida no exige una respuesta de ese tipo. Vivimos en
un mundo complejo. El miedo todo lo simplifica, pero el precio que
pagamos por ello es enorme.
Detrás de todo conflicto
siempre encontramos el miedo. Es la emoción humana más fuerte (más
que el sexo) y por eso la más peligrosa. La sociedad actual se basa
cada vez más en la creación y manipulación del miedo individual y
colectivo. Lo peor es que necesita reprimir las reacciones de ataque.
Huida y paralización son las únicas salidas.
Pero cuando la presión
del miedo no se puede controlar directamente, los poderosos recurren
a un mecanismo muy simple: dirigirla hacia los otros, inventarse un
chivo expiatorio. El caso de Cataluña es tan evidente que parece
mentira que una mayoría social no se dé cuenta: España es el
enemigo. En otro tiempo fueron los judíos o los rojos. Por cierto,
que los judíos siempre están ahí, a mano, para cuando se necesite
un enemigo. Por eso el antisemitismo, ni ha desaparecido ni,
desgraciadamente, desaparecerá.
Una recomendación:
siempre que tengas un conflicto, un problema, una inquietud, una
depresión, un arranque de ira... párate y analízalo. Encontrarás
detrás el miedo, el miedo a algo. Cuanto más concretes ese miedo,
cuanto más y mejor lo definas, mayor capacidad tendrás para
controlarlo. Incluso para darle la vuelta y convertirlo en un
impulso, en una fuerza positiva. De esto saben mucho los verdaderos
toreros; incluso los buenos escritores. Los dos encaran el último
miedo, el más real y el más imaginario, el más general y el más
concreto: el miedo a la muerte.
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