La pícara Justina se
publicó en 1605, poco antes que el Quijote. Fue
escrita por un dominico leonés de origen converso, Andrés Pérez de
León, aunque muchos piensen que su autor es el que figura en la
portada, el toledano Francisco López de Úbeda. Los argumentos a
favor del dominico son para mí contundentes, entre ellos la
abundancia de leonesismos y de referencias concretas a la ciudad de
León, inexplicables de otro modo. Es la primera y casi única novela
picaresca que tiene por protagonista a una mujer, además, judía. El
autor la llama “manchega” aludiendo a su condición de
“manchada”, una prueba más a favor del uso anfibológico del
término “mancha” en el Quijote.
Como novela de aventuras es floja, pero su lenguaje es deslumbrante.
He encontrado esta página truculenta, de un tremendismo muy
adelantado a su tiempo. Cela se queda cortito a su lado. Habla de su
padre, un mesonero al que dejan muerto en el suelo, encerrado en una
habitación con un perro, mientras ella, su madre y sus hermanas comen y se divierten con el que ha matado a su padre en medio de una absurda
disputa.
Dejamos en guarda
de mi señor padre un perrillo que teníamos. Linda pieza, valía por
seis hombres, y así, nos pareció que para guarda aquello era lo que
hacía al caso, que para lo que es responsos y oraciones, las de
sobremesa habían de ser todas suyas. Con todo esto, el diablo de
perrillo, como olió olla y carne, comenzó a ladrar por salir, y
viendo que no le abríamos, fuese a quejar a su amo, que estaba
tendido en el duro suelo. Y como vio que tampoco él se levantaba a
abrir la puerta, pensando que era por falta de ser oído, determinó
de decírselo al oído. Y como le pareció que no hacía caso dél ni
de cuanto le decía, afrentóse, y en venganza le asió de una oreja;
y viendo que perseveraba en su obstinación, sacóla con raíces y
todo y transplantóla en el estómago. Con todo eso, por si era sordo
de aquel oído, acudió al otro, acordándose que suele ser respuesta
de discretos: a esotra puerta, que esta no se abre. En fin, acudió a
la otra oreja, hizo su arenga y la misma diligencia. El perro debió
de hacer su cuenta: “éste está muy muerto y mis amas muy vivas;
yo muerto de hambre y ellas de boda. Así que, ¿sin mí hacen la
boda?, pues yo haré la mía sin ellos”. Y, pardiez, dióle de tajo
y destajóle el cuerpo y cara, de modo que no le conociera el mismo
diablo con su camarada.
Cuando yo llegué
y vi al perro harto de carne de mesonero, y la cara de mi padre tan
descarada, y el cuerpo tan emperrado, dióme lástima, y aun yo
creyera que la tenía mi madre, si no la oyera decir:
-¡Valga el diablo
tanto muerto! ¿Dónde tengo yo ahora aquí hilo y aguja para andar a
coser muertos?
Por ahí lo
remendamos, aunque mal. Lo que es la carne no tuvo remiendo. Yo
quisiera quitar unos pedazos de carne a un tabernero vecino, pero
como mi padre era mesonero, no venía bien remendarlo con carne de
tabernero, que es remendar paño de Londres con sayal.
Se podrían hacer fáciles
analogías y alegorías sobre el can-ibalismo y el cainismo
presente, pero mejor lo dejamos aquí. Como dice también la Pícara
en otro momento, “a otro hueso con ese perro”.
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