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jueves, 8 de agosto de 2013

UNA PÁGINA TRUCULENTA DE LA PÍCARA JUSTINA

(Fotos: Fernando Redondo)


La pícara Justina se publicó en 1605, poco antes que el Quijote. Fue escrita por un dominico leonés de origen converso, Andrés Pérez de León, aunque muchos piensen que su autor es el que figura en la portada, el toledano Francisco López de Úbeda. Los argumentos a favor del dominico son para mí contundentes, entre ellos la abundancia de leonesismos y de referencias concretas a la ciudad de León, inexplicables de otro modo. Es la primera y casi única novela picaresca que tiene por protagonista a una mujer, además, judía. El autor la llama “manchega” aludiendo a su condición de “manchada”, una prueba más a favor del uso anfibológico del término “mancha” en el Quijote. Como novela de aventuras es floja, pero su lenguaje es deslumbrante. He encontrado esta página truculenta, de un tremendismo muy adelantado a su tiempo. Cela se queda cortito a su lado. Habla de su padre, un mesonero al que dejan muerto en el suelo, encerrado en una habitación con un perro, mientras ella, su madre y sus hermanas comen y se divierten con el que ha matado a su padre en medio de una absurda disputa.



Dejamos en guarda de mi señor padre un perrillo que teníamos. Linda pieza, valía por seis hombres, y así, nos pareció que para guarda aquello era lo que hacía al caso, que para lo que es responsos y oraciones, las de sobremesa habían de ser todas suyas. Con todo esto, el diablo de perrillo, como olió olla y carne, comenzó a ladrar por salir, y viendo que no le abríamos, fuese a quejar a su amo, que estaba tendido en el duro suelo. Y como vio que tampoco él se levantaba a abrir la puerta, pensando que era por falta de ser oído, determinó de decírselo al oído. Y como le pareció que no hacía caso dél ni de cuanto le decía, afrentóse, y en venganza le asió de una oreja; y viendo que perseveraba en su obstinación, sacóla con raíces y todo y transplantóla en el estómago. Con todo eso, por si era sordo de aquel oído, acudió al otro, acordándose que suele ser respuesta de discretos: a esotra puerta, que esta no se abre. En fin, acudió a la otra oreja, hizo su arenga y la misma diligencia. El perro debió de hacer su cuenta: “éste está muy muerto y mis amas muy vivas; yo muerto de hambre y ellas de boda. Así que, ¿sin mí hacen la boda?, pues yo haré la mía sin ellos”. Y, pardiez, dióle de tajo y destajóle el cuerpo y cara, de modo que no le conociera el mismo diablo con su camarada.
Cuando yo llegué y vi al perro harto de carne de mesonero, y la cara de mi padre tan descarada, y el cuerpo tan emperrado, dióme lástima, y aun yo creyera que la tenía mi madre, si no la oyera decir:
-¡Valga el diablo tanto muerto! ¿Dónde tengo yo ahora aquí hilo y aguja para andar a coser muertos?
Por ahí lo remendamos, aunque mal. Lo que es la carne no tuvo remiendo. Yo quisiera quitar unos pedazos de carne a un tabernero vecino, pero como mi padre era mesonero, no venía bien remendarlo con carne de tabernero, que es remendar paño de Londres con sayal.

Se podrían hacer fáciles analogías y alegorías sobre el can-ibalismo y el cainismo presente, pero mejor lo dejamos aquí. Como dice también la Pícara en otro momento, “a otro hueso con ese perro”.


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