Siempre hemos pensado que la verdad nos
hace libres, que la verdad es revolucionaria, que la verdad es poder,
que la verdad es el fundamento de la democracia...
Siempre hemos creído que la
información ha de estar al servicio de la verdad, porque cuanto más
informado esté un pueblo, más difícil es engañarlo y
manipularlo...
Siempre hemos luchado contra la
censura, la desinformación y la mentira, porque todas las dictaduras
se han basado en el engaño y la ignorancia.
Decir poder era hasta hace poco
sinónimo de ocultación, control y manipulación de la información.
Todavía lo es hoy en muchas partes del mundo.
Pero algo está cambiando radicalmente.
La verdad empieza a ser inofensiva. La verdad empieza a perder valor
e influencia. La verdad se está degradando hasta alcanzar la
categoría de verdad basura.
La verdad ha dejado de tener
importancia porque su conocimiento no produce ninguna reacción,
ningún cambio social. La verdad, incluso, se ha convertido en un
mecanismo de la paralización.
Es algo totalmente nuevo. Los poderosos
empiezan a perder el miedo a la verdad. La dominación y la tiranía
ya no necesitan de la ocultación ni de la mentira. Todo puede salir
a la luz y no pasa nada.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Mediante un mecanismo psicológico enormemente eficaz: la saturación.
El exceso de información, el bombardeo constante de estímulos
lingüísticos y visuales, produce un aturdimiento mental y
sensorial, parálisis e indefensión. Ni un minuto de silencio, ni un
minuto sin palabras o mensajes, sin imágenes, sin música, sin
sonidos, sin objetos que pasen ante nuestros ojos, sin reclamos que
exigen nuestra atención...
Nuestro cerebro está hiperexcitado por
la inundación de millones de estímulos que debe procesar y valorar
constantemente. El cerebro no puede valorar, juzgar, analizar y
deducir las implicaciones de toda esa información. No tenemos tiempo
para realizar esta tarea porque nuestra atención es limitada y
además esto exige esfuerzo.
Como no tenemos tiempo para pensar, nos
dejamos llevar por la estimulación. La estimulación crea adicción.
Lo que necesitamos es recibir estímulos, que no se rompa la cadena
de excitación cerebral y sensorial. Y como toda adicción, cada vez
se exige una estimulación mayor. Las imágenes han de ser cada vez
más crudas, los insultos más burdos o soeces, las verdades más
escandalosas, los atropellos más descarados, la negación o el
rechazo de los hechos más atrevido. Cada información anula así a
la anterior. Es lo que se busca.
La duda nos incomoda, la rechazamos.
Para evitar pensar, nos buscamos un atajo: el identificarnos con el
pensamiento de otros. Aquí es donde interviene el grupo, la
ideología. Preferimos que nos lo den todo resumido y sin titubeos.
Exigimos en todo respuestas rápidas y fáciles. Necesitamos
agarrarnos a la información más simple, aquella que nos lo da ya
todo resuelto y valorado, la que nos proporciona la identificación
con el grupo. Cuanto más confusión, cuanto más compleja se vuelve
la realidad, mayor adhesión a la ideología del grupo.
Los titulares son la información
resumida, pensada y valorada. Pensamos con titulares, no hacemos otra
cosa que repetir titulares. Cada vez nos cuesta más leer información
razonada, larga, que nos obligue a pensar. La lectura se ha vuelto
superficial, rápida, corta, variada, efímera. Somos autómatas,
espejos que no hacen otra cosa que reflejar lo que nos ponen delante.
Repetidores.
Una vez controlada la mente por
saturación y simplificación, es ya muy fácil manipular lo más
importante, las emociones. Las emociones se vuelven superficiales y
efímeras, incapaces de generar ninguna acción. Porque sin emociones
profundas no hay acción. Lo más que se provoca son reacciones
pasajeras.
Estamos programados para actuar como
autómatas, con un cerebro sobreexcitado e inoperante, sin autonomía ni libertad. Hemos dejado de ser
autoconscientes, hemos dejado nuestra capacidad de pensar de modo
individual y consciente en manos de los otros.
Lo más importante es recuperar el
pensamiento propio, la capacidad de discriminar, de valorar, de
elegir. Para ello hay que paralizar la sobreexcitación. No
necesitamos tanta información, casi siempre redundante e inútil.
Son más importantes nuestras ideas y actitudes. No necesitamos tanta
información para saber qué pasa, quién nos domina y cómo.
Lo que necesitamos es ser dueños de
nuestras emociones, de nuestras reacciones, de nuestros pensamientos.
La acción sólo es posible si confiamos en nuestros pensamientos y
emociones, si vencemos al mecanismo interno de paralización que
produce la saturación informativa y estimular.
(Foto: Miguel del Hoyo)
Hay que pararse. Hay que romper el
mecanismo perverso de la sobrestimulación. Hay que desengancharse de
la excitación superficial. Hay que confiar más en nuestros
pensamientos, en nuestras ideas, en nuestras emociones. No dejarnos
arrastrar por la presión del grupo. Pensar con libertad y autonomía.
La verdad sigue siendo importante. Al
degradarla, al neutralizarla mediante la redundancia y la saturación,
lo que se busca es volverla efímera, desvirtuarla, hacerla
equivalente a la mentira. Que no distingamos entre los hechos y las
conjeturas, las suposiciones y los actos, la injusticia y la
justicia, el crimen y la ley. Con la disolución del concepto de
verdad lo que se busca es diluir la responsabilidad y que los
poderosos puedan actuar con total impunidad.
Los poderosos de este modo acaban
siendo inalcanzables. No tienen miedo a ostentar su poder, su
dominación, su desprecio. No les importa que se conozca la verdad de
sus mentiras. Se están haciendo inmunes a la verdad. Al comprobar
que la verdad acaba paralizando a las masas, su descaro se está
volviendo cada vez mayor. Han descubierto la dictadura perfecta, la
que no exige grandes aparatos de represión o engaño. Basta con
dejar actuar al ecosistema tecnológico que han creado.
La capacidad de resistencia de los
oprimidos, humillados y dominados, sin embargo, no ha desaparecido.
Las protestas sociales son en gran medida reactivas y efímeras, pero
siguen siendo imprescindibles. De lo que hemos de ser conscientes es
de que resultará mucho más difícil que antes cambiar las cosas,
porque la verdad, por sí sola, ya no basta. Sobre todo cuando la
convertimos en verdad basura, de usar y tirar.
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