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miércoles, 11 de marzo de 2015

EL MITO DE LA IDENTIDAD

(Foto: Marimar Trancón)

La identidad es lo que nos identifica ante los demás. Hay una identidad individual y otra colectiva. La individual es la que nos distingue de los demás seres humanos. La colectiva es la que compartimos con un grupo. La identidad se expresa mediante el verbo ser, pero también el tener. Por ejemplo, poseo unas huellas dactilares únicas, soy pintor y tengo alergia a los champiñones. Pero además, soy leonés, calzo el 40, me gusta la nieve y cazar perdices. Etcétera.

Se ve enseguida que la identidad no es más que una atribución, algo que los demás nos dicen que somos o algo que decimos a los demás que somos. La identidad es siempre social. Estamos empapados hasta el tuétano de la mirada, el juicio y la valoración de los otros. Es casi imposible, salvo las huellas dactilares o parte del ADN, encontrar rasgos individuales únicos que no compartamos con los demás. Nuestra singularidad es siempre relativa. Puedo ser el único pelirrojo de mi pueblo, pero seguro que en el de al lado hay otro.

Toda identidad genera un sentimiento de pertenencia. La pertenencia crea un vínculo con quienes la comparten. Hay sentimientos de pertenencia positivos, pero también negativos. Por ejemplo, puedo ser español y renegar de serlo, como hacen los independentistas.

La identidad no es una entidad ni una esencia, sino una atribución social y un sentimiento. Su naturaleza es, ante todo, imaginaria. Cuando no aceptamos esto la convertimos en mito. El mito se sostiene con la fe. Toda identidad ni es única, ni excluyente, ni es incompatible con otras identidades. Todos tenemos (somos) un conglomerado de identidades superpuestas, enredadas, “arrejuntadas” o divorciadas. Podemos, además, cambiar de identidad; de hecho lo hacemos constantemente. Fui niño, ahora soy una persona mayor.


Hay identidades voluntarias, fruto de nuestra elección, y otras se nos imponen. De la que no podemos prescindir es de nuestra identidad legal: aquella que nos hace ciudadanos, sujetos de derechos y obligaciones. Frente a otras identidades nacidas del territorio, la historia o el pasado, esta es la identidad que más nos une. La identidad es necesaria, el mito no.   

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