Como si hubiera muerto un niño
Así tituló Carlos Sahagún uno de sus libros, que recibió el premio Boscán
en 1960. Acaba de morir en el mismo anonimato en que quiso vivir. Desde finales
de los 80 no supe nada de él. Le llamaba por teléfono y nunca se ponía. Me
enteré que hacía lo mismo con todos. Su desconexión con la realidad no me
sorprendió. De algún modo, nunca se adaptó a este perro mundo. Cuando todavía
era catedrático de literatura en el Instituto Cervantes de Madrid, me contaron
que una vez se inició un pequeño incendio y él empezó a gritar por los pasillos
a los alumnos: ¡Todos a la cuesta de Moyano, a la cuesta de Moyano! Amaba los
libros y no imaginó mejor refugio que las casetas de los libreros.
Nació en medio de la guerra, en 1938, y eso
marcó para siempre su vida. En su poesía (seis libros extraordinarios) hay dos
temas recurrentes: la infancia y el primer amor. Nadie, y menos los poetas de
su generación, la del 50, ha escrito versos más limpios, más profundamente
emotivos y sinceros. Nadie tampoco, dentro de la poesía moderna, ha usado el
endecasílabo con mayor fluidez y claridad.
Lo conocí en Barcelona en 1980. Él fue el
mayor impulsor del Manifiesto de los
2.300. Cuando le presenté el texto lo aceptó de inmediato y enseguida me
propuso ir a ver a Amando de Miguel para que figurara como el primer firmante.
Acababan de otorgarle el Premio Nacional de Poesía, que recibió de manos de
Carlos Sotelo, sustituto interino de Adolfo Suárez después de la intentona de
Tejero. Me sorprendió la poca importancia que le dio a este galardón. Lo que
más le preocupó fue tener que acudir al acto en avión: tenía una fobia
compulsiva a los aviones.
Carlos Sahagún, políticamente, era un
anarco-comunista defensor del estalinismo. Moralmente, insobornable. En la
cercanía, entrañablemente infantil y visceralmente sincero. Chocó de lleno con
el pseudo-comunismo del PSUC y de Carrillo, el pseudo-socialismo de Felipe
González y la patraña del catalanismo. Podía defender sin reparos a Líster o a
Juan el Cojo, aquel exaltado que se hizo famoso rompiendo farolas con su muleta
en una manifestación estudiantil. Lo sorprendente es que ese mismo temperamento
pudiera escribir poemas llenos de emoción, pureza e intensidad. Sí, era un
hombre apasionadamente contradictorio.
Su poesía, en contra de lo que pudiera
suponerse, no puede encuadrarse dentro de la poesía social. Hay en ella un eco
inconfundible de su tiempo y de su vida, pero va mucho más allá. No se deja
llevar por su ideología ni trata de rendir servicio a la política.
Quizás toda su exaltada retórica no era más
que un deshago y una compensación infantil: ese no poder regresar a la
infancia. (Y desde qué tristeza
hemos venido,/ desde qué infancia que nos han quitado). Como escribió: Yo, capitán con
mi espada de palo, /matando
de mentira a los demás.
Agradezcamos su sinceridad y valentía, tan ausente hoy
entre nosotros. También su viejo amor a España, “esta mala tierra que tanto amé”, cuyos días más tristes describió
así: cuando entraron los lobos, después,/ despacio,
devorando,/
el agua se hizo amiga de la sangre,/
y en cascadas de sangre cayó,
como una herida,
/cayó sobre los hombres
/desde el pecho de Dios, azul, eterno.
Acabemos, a modo de epitafio, con sus propias palabras: Quede mi nombre escrito sobre el agua,/
indefenso, esperando/
la hora en que tú desciendas suavemente,/
sabiendo ya el
camino, a recordarme.
http://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2015-09-03/en-memoria-de-carlos-sahagun-como-si-hubiera-muerto-un-nino-1276556274/
http://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2015-09-03/en-memoria-de-carlos-sahagun-como-si-hubiera-muerto-un-nino-1276556274/
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