Ganó
Lusitania el Campeonato Europeo. Con tesón, sin ínfulas ni algarabías. En la
guerra simbólica y sublimada en que se ha convertido hoy el fútbol, también
pueden ganar los que parecen más débiles. En la contienda universal del siglo
XXI, en la que se enfrentan poderosos ejércitos, todavía es útil la guerra de
guerrillas, ese invento celtíbero, cántabro, lusitano, asturleonés. Y por si
acaso: creo que el fútbol, que canaliza y sublima la violencia de la tribu, con
frecuencia se desmadra, pierde su irrenunciable función lúdica, encona la pulsión
identitaria y se sobrepolitiza. Ahí está el Barça y su mesnada independentista
imponiéndonos banderas, silbando, gritando lo que creen ser pero en realidad no
son, y de ahí su furia.
Pues sí, me alegro del triunfo
fultbolero de los hispanolusos, porque todos somos hispanos, ibéricos, hermanos
de historia y de genes, absurdamente separados, que no enfrentados. Ha llegado
la hora de revisar tanta indiferencia, desidia y aislamiento. La hora de borrar
la raya, la frontera mental, afectiva, comercial y cultural entre dos grandes
países, conquistadores, sí, en otro tiempo, pero sobre todo descubridores,
civilizadores, unificadores y pacificadores del mundo. Dos grandes países que
hoy debieran avanzar hacia una Unión Ibérica efectiva que potenciara todas sus
posibilidades.
A la política española le falta hoy
casi de todo, pero uno de los proyectos que más se echa de menos en todos los
partidos, es el de un ambicioso, atrevido, imaginativo acercamiento entre
España y Portugal. Las ventajas comerciales, por hablar en el lenguaje que hoy
tiene más aceptación, son tantas y tan evidentes que sorprende que ni
empresarios, ni políticos, ni estrategas financieros hayan diseñado ya un plan
de estrecha colaboración que acabe en una efectiva unión política, económica y
cultural entre Portugal y España, entre españoles y portugueses. Este impulso
hacia la unión y colaboración existe y basta con proponerlo para que se
despierten energías dormidas, simpatías mutuas, sinergias, como ahora dicen.
Por hablar de cosas muy simples:
¿Por qué Lisboa no se puede convertir en el gran puerto ibérico de intercambios
con América y el mundo, estableciendo un corredor que vaya desde Lisboa a
Madrid, y de Madrid a Valencia y a Europa, potenciando así una ruta de comunicaciones
importantísima? ¿Por qué no hacer lo mismo entre Oporto, León, Bilbao y
Francia? ¿Por qué los leoneses se van a veranear a Cataluña, cuando podrían
hacerlo a la costa portuguesa, que está más cerca y es más barata? Facilitar la
comunicación, transportes e infraestructuras comunes, turismo y cultura, unir
nuestros dos países para ser más fuertes en Europa y en el mundo: hay que
empezar a crear las condiciones humanas, políticas y comerciales que lo hagan
posible.
Frente al proceso disgregador
secesionista, la unión con Portugal nos daría argumentos para salir de las
mezquinas disputas territoriales, ampliar la mirada, encarar juntos los
problemas de la globalización y aumentar nuestra capacidad de influencia en el
mundo, sobre todo si pensamos en los vínculos que nos unen con todo América
Latina.
Portugal no es ni enemigo ni un mero socio europeo. ¡Cuánto
me gustaría ver los mapas del tiempo sin esa estúpida frontera que deja afuera
a Portugal, como pudiéramos separar con ella las nubes, los ciclones, los
anticiclones y los rayos del sol!
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