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miércoles, 13 de julio de 2016

NOS QUEDA PORTUGAL

(Foto: S. Trancón. Faedo de Ciñera, León)

Ganó Lusitania el Campeonato Europeo. Con tesón, sin ínfulas ni algarabías. En la guerra simbólica y sublimada en que se ha convertido hoy el fútbol, también pueden ganar los que parecen más débiles. En la contienda universal del siglo XXI, en la que se enfrentan poderosos ejércitos, todavía es útil la guerra de guerrillas, ese invento celtíbero, cántabro, lusitano, asturleonés. Y por si acaso: creo que el fútbol, que canaliza y sublima la violencia de la tribu, con frecuencia se desmadra, pierde su irrenunciable función lúdica, encona la pulsión identitaria y se sobrepolitiza. Ahí está el Barça y su mesnada independentista imponiéndonos banderas, silbando, gritando lo que creen ser pero en realidad no son, y de ahí su furia.
            Pues sí, me alegro del triunfo fultbolero de los hispanolusos, porque todos somos hispanos, ibéricos, hermanos de historia y de genes, absurdamente separados, que no enfrentados. Ha llegado la hora de revisar tanta indiferencia, desidia y aislamiento. La hora de borrar la raya, la frontera mental, afectiva, comercial y cultural entre dos grandes países, conquistadores, sí, en otro tiempo, pero sobre todo descubridores, civilizadores, unificadores y pacificadores del mundo. Dos grandes países que hoy debieran avanzar hacia una Unión Ibérica efectiva que potenciara todas sus posibilidades.
            A la política española le falta hoy casi de todo, pero uno de los proyectos que más se echa de menos en todos los partidos, es el de un ambicioso, atrevido, imaginativo acercamiento entre España y Portugal. Las ventajas comerciales, por hablar en el lenguaje que hoy tiene más aceptación, son tantas y tan evidentes que sorprende que ni empresarios, ni políticos, ni estrategas financieros hayan diseñado ya un plan de estrecha colaboración que acabe en una efectiva unión política, económica y cultural entre Portugal y España, entre españoles y portugueses. Este impulso hacia la unión y colaboración existe y basta con proponerlo para que se despierten energías dormidas, simpatías mutuas, sinergias, como ahora dicen.
            Por hablar de cosas muy simples: ¿Por qué Lisboa no se puede convertir en el gran puerto ibérico de intercambios con América y el mundo, estableciendo un corredor que vaya desde Lisboa a Madrid, y de Madrid a Valencia y a Europa, potenciando así una ruta de comunicaciones importantísima? ¿Por qué no hacer lo mismo entre Oporto, León, Bilbao y Francia? ¿Por qué los leoneses se van a veranear a Cataluña, cuando podrían hacerlo a la costa portuguesa, que está más cerca y es más barata? Facilitar la comunicación, transportes e infraestructuras comunes, turismo y cultura, unir nuestros dos países para ser más fuertes en Europa y en el mundo: hay que empezar a crear las condiciones humanas, políticas y comerciales que lo hagan posible.
            Frente al proceso disgregador secesionista, la unión con Portugal nos daría argumentos para salir de las mezquinas disputas territoriales, ampliar la mirada, encarar juntos los problemas de la globalización y aumentar nuestra capacidad de influencia en el mundo, sobre todo si pensamos en los vínculos que nos unen con todo América Latina.
Portugal no es ni enemigo ni un mero socio europeo. ¡Cuánto me gustaría ver los mapas del tiempo sin esa estúpida frontera que deja afuera a Portugal, como pudiéramos separar con ella las nubes, los ciclones, los anticiclones y los rayos del sol!



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