MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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martes, 6 de diciembre de 2016

POESÍA PARA PAGANOS

(Foto: A. Trancón)

Ha escrito Luis Díaz Viana un libro de poemas titulado “Paganos”. Ya el título nos invita a pensar y a sentir (esta es la función de la poesía) desde un lugar simbólico alejado de la vulgaridad, la vanidad y la banalidad del mundo contemporáneo. Pero no vamos hacia la busca del pasado, parece decirnos, porque ya estamos en él, “esa otra vida atrapada / entre la oscuridad y el légamo”. Pronto nos damos cuenta de que no se trata de una huida, sino de un acercamiento: es la fuerza del pasado lo que nos atrae y mueve, más que el rechazo de aquello de lo que huimos. El misterio del pasado es el misterio de su propia presencia, simbolizada en el río: “El río / o el murmullo de palabras de cieno, / frescor de sueños y extraño almacén”.

¿Por qué sigue ahí el pasado, si ya ha desaparecido? ¿Por qué nos atrae si ya está muerto? ¡Gran paradoja! Lo desaparecido permanece, lo destruido sigue en pie, lo muerto continúa vivo. ¿De dónde nace la fascinación que nos produce, si no? Hay una respuesta: “El bosque permanece” porque “El bosque es lo sagrado”, “En el bosque hay palabras / -que no dejan de oírse- / para quien sabe oír” y “El bosque es el mundo antes del mundo, / el hombre antes del hombre”.

El bosque es el símbolo de lo agreste, lo primitivo, lo apartado, lo pagano, eso que ha quedado excluido y arrasado por la civilización cristiana y racional. Hablamos de un mundo concreto, el del paganismo romano, el de los dioses familiares, domésticos, el pago que vive en contacto directo con la naturaleza, inmerso en ella. En el centro de ese pago hay un hogar que mantiene vivo el fuego sagrado de los dioses, el recuerdo, la memoria y el culto a nuestros antepasados.

Aturdidos por la saturación de estímulos efímeros, incapaces de dar consistencia a la memoria, al tiempo y el espacio en que vivimos, esa vuelta al bosque, a la contemplación del río, al refugio del hogar, no nace sólo de la nostalgia o la melancolía, sino de la incertidumbre, de la necesidad de reconstruir la propia identidad fugitiva y cambiante, una identidad que se redescubre pagana, como el arqueólogo que encuentra bajo las ruinas de una iglesia paleocristiana, un ara romana, o bajo un surco, el labrador, un mosaico de Diana: es el momento de la inspiración, del éxtasis que busca la poesía, el encuentro con el misterio, con “La sombra llorosa de un familiar / ya muerto”. La muerte es el mayor misterio, el que incluye a todos los misterios: “Los dioses nos miran con sus ojos vacíos”.

Nada hay más pagano que el amor. El amor sacraliza la vida porque también nos habla de la muerte, contra la que lucha inútilmente. “Aprendí que perder el amor / es la peor de las muertes”, nos dice Luis Díaz. Y escribe uno de los versos más conmovedores que sobre el amor se hayan escrito: “Quiero morir y en ti vencer la muerte”. El amor y la poesía se unen y pueden llegar a confundirse: “El poema es inútil y el amor siempre triste”. Sí, hay un fondo de pesimismo vital, de anhelo imposible, de tristeza unida a la fascinación de las ruinas paganas, que evocan también el amor perdido. Pero el romanticismo de Luis Díaz es sereno, lúcido, no se entrega a la desesperación, un sentimiento ajeno a la aceptación estoica y pagana de la muerte. Por eso acaba su libro con estos versos cargados de emoción contenida: “Estoy en paz, al fin, / con mis dioses paganos. / Estoy en paz conmigo / que es muchísimo más de lo que nunca hubiera imaginado”.

La poesía de Luis Díaz busca la contención, esa difícil sencillez de “inventar las palabras para que cada cosa / sea por primera vez”. Frente a tanta poesía vacía, artificialmente urdida para ocultar la ausencia de emociones sinceras, la poesía de Luis Díaz no engaña a nadie, no camufla la impostura con una retórica artificiosa, sino que expresa con fluidez y claridad sentimientos depurados por la experiencia vivida. Ante la muerte, el descubrimiento de nuestro pasado pagano, ese que sigue latiendo bajo surcos y mosaicos, pero también en nuestra memoria, quizás sea nuestro mejor refugio. Poesía pagana para espíritus paganos.

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