No es posible construir una sociedad sin un acuerdo básico: existe la realidad. Sin este supuesto nadie podría andar seguro por el mundo ni establecer relación alguna con los demás. La evidencia de los hechos, la contundencia de los hechos, la consistencia de los hechos. ¿Es posible prescindir de este fundamento, organizar una sociedad negando el principio de realidad? Este es el mayor reto histórico imaginable al que parece abocada nuestra sociedad.
Dejemos de lado la pregunta científica sobre el fundamento último de la realidad, algo que se diluye cuando tratamos de atravesar la última frontera, la de las partículas elementales y eso tan inasible a lo que llamamos energía. Aparquemos también la duda filosófica que la fenomenología y la física cuántica han introducido al tratar de separar realidad objetiva y mente. Centrémonos en lo que hoy ha entrado en crisis: la construcción social de la realidad.
De modo natural, y guiados por la necesidad de supervivencia, los seres humanos construimos, a partir de los sentidos, un mundo real y objetivo que todos compartimos. Realidad y verdad son inseparables. La verdad es, ante todo, la constatación de la realidad de los hechos. Cuando la verdad se separa de los hechos, cuando se establece una separación radical entre el mundo subjetivo y el objetivo, todo se desmorona. Es lo que ha hecho el relativismo posmoderno, abriendo la puerta a la mayor crisis epistemológica y cognitiva de las sociedades modernas.
Cuando nos preguntamos perplejos cómo es posible que un personaje como Trump haya llegado y se mantenga en el poder, la pregunta importante es cómo ha podido construir su "verdad" sobre la negación de la realidad. Cómo ha podido inventar una realidad mental autónoma que ocupe el espacio de la verdad. Por un lado, esto revela que toda realidad social es una construcción cognitiva, una interpretación que se superpone a la realidad y acaba sustituyéndola; por otro, que hoy se puede crear cualquier interpretación de los hechos de modo rápido y masivo gracias a los poderosos medios de influencia mental, control de las imágenes y lanzamiento simultáneo de billones de mensajes ciberdirigidos capaces de manipular la opinión pública en la dirección que se quiera.
Pero el ejemplo más cercano, conocido y sorprendente es la creación del relato y la interpretación independentista de la realidad catalana y española por parte del ultranacionalismo fascista catalán, eso que muy apropiadamente alguien ha llamado "fascismo inverso": logran negar la realidad de los hechos mientras se construye una realidad inversa capaz de ocupar el lugar de la verdad, inmune a cualquier evidencia contraria. Es como echar sobre un vaso de agua un chorro de aceite: el aceite flota, mantiene su cohesión y aislamiento como un mundo autocontenido y autosuficiente.
Así, el Estado democrático español pasa a ser fascista, autoritario y represor, como si se tratara de una cruel dictadura. Poco importa que, en un índice de valoración democrática, España aparezca muy por encima de Bélgica, Suiza o Alemania; para los nacionalseparatistas seguirá siendo un Estado sanguinario del que hay que separarse como sea. Muchos belgas, suizos y alemanes también se lo creerán, lo que les hará sentirse, naturalmente, superiores.
Que se corten impunemente carreteras y autopistas, se amenace de muerte con pintadas y gritos a jueces, partidos y asociaciones no nacionalistas, se rompan cajeros y mobiliario urbano, se quemen banderas españolas y retratos de autoridades y políticos. Que se agreda con sillas, palos y piedras a la policía, se les acose, rodee y rompa sus coches y furgonetas; que se apalee y ataque a jóvenes que defienden el derecho a ver a la selección española; que se aísle, insulte y amenace a cualquier padre que pida el 25% de clases en español; que se persiga a cualquier profesor que se niegue a inculcar el odio a España y a propagar mentiras en sus clases; que se practique el apartheid a periodistas y profesionales...
La lista de actos violentos (más de 300 ha contabilizado y documentado la policía en la semana de 1-O) es interminable, sin olvidar el historial de Terra Lliure, que hoy intenta volver a organizarse, o los ataques y la violencia verbal constante de TV3. Que todo este cúmulo de hechos siga ignorándose, banalizándose, negándose, no sólo por parte de los catalanofascistas que los llevan a cabo y apoyan, sino por parte del periodismo "progre" (veo a Escobar en la Sexta repetir "¡eso no es violencia!", "el independentismo es un movimiento pacífico, democrático y tolerante"...), eso sí que nos produce estupor, pero quizás no sea más que un ejemplo de lo que venimos analizando: hoy ya es posible construir una realidad paralela o flotante mediante el simple procedimiento de negar la realidad de los hechos.
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