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jueves, 14 de febrero de 2019

PARÁLISIS MENTAL



Los ocultó Pedro Sánchez en aquella abyecta declaración de Pedralbes. Ahora Torra los saca para presionar aún más. Los 21 puntos de la infamia con los que, sin eufemismos, el separatismo exige al Gobierno que claudique, que acepte como irremediable e irreversible la independencia de Cataluña. Y Sánchez dice que sí, que vamos a "negociarlo", que vamos a ver "cómo hacemos efectiva la voluntad del pueblo de Cataluña", o sea, la ruptura definitiva con España (pero así, como que no se note, al menos de momento). Cada punto es una provocación, un insulto, un escupitajo, un vómito contra la democracia y la Constitución, un ataque directo a todos los españoles, incluida más de la mitad de los catalanes.

Todo el andamiaje de conceptos sobre los que se levanta esta proclamación de guerra (un día será estudiada como las tesis que Lutero clavó en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg), parte del hecho de que Cataluña es una entidad esencial propiedad exclusiva de los independentistas y que es inevitable que sea reconocida como tal, o sea, que sea independiente de derecho, porque ya lo es de hecho (un hecho histórico irrebatible). La basura ideológica y política que rezuma cada punto, la hediondez supremacista que supura, la nauseabunda mentira que expresa cada frase debería hacer saltar las alarmas de todas las instituciones del Estado y poner en pie de guerra democrática a todos los españoles de bien, que somos la mayoría.

Empieza este libelo diciendo que "no se puede gobernar contra Cataluña". Cataluña, repitámoslo, no es otra cosa que el conjunto de ciudadanos que viven en Cataluña y que lo son por ser españoles, única realidad que les convierte en sujetos políticos y de derecho. Contra esa Cataluña real está gobernando desde hace 40 años el separatismo. Así que habrá que decir que sí, que no se puede seguir gobernando contra Cataluña y contra el resto de España.

Los siguientes puntos no hacen más que reiterar hasta la náusea que Cataluña (o sea, los separatistas) es independiente y soberana, y que lo único que exige es que esta realidad se reconozca internacionalmente y de modo efectivo, para lo cual sobran jueces, juicios, leyes, Constitución, Parlamentos y todo lo que estorbe. De modo sarcástico adornan esta usurpación e imposición apelando a la "separación de poderes", la "independencia judicial", los "Derechos Humanos" y la "ética política". Hasta dicen preocuparse por "la calidad democrática de España". Para argumentarlo dedican los últimos diez puntos a denigrar la realidad democrática de España pidiendo un "proceso de desfranquización".

Lo sorprendente es que algo tan descaradamente beligerante, tan ostentosamente humillante, tan repugnante y antidemocrático, no haya provocado mayor indignación, no se haya desenmascarado con mayor claridad y contundencia por parte de todos los partidos, las instituciones, los poderes del Estado, los medios de comunicación.Sorprende tanta contemporización, tanto miedo a levantar la voz, tanta pusilanimidad.

Buscando una explicación, me atrevo a aventurar una teoría: el efecto "parálisis mental". Lo que el catalanismo separatista (no hay otro) ha logrado (y es mérito indiscutible) es asentar un lenguaje y unos conceptos que, al no ser rebatidos y rechazados de inmediato, producen enseguida una parálisis mental, una incapacidad para el análisis y la crítica racional, un colapso, un atontamiento masivo. Al aceptar el lenguaje impuesto (hay muchos ejemplos, desde hablar del "derecho a decidir" y el "procés" hasta desterrar el topónimo "Lérida") ya todo es parálisis y embotamiento, porque oponerse a usar esa morralla verbal exige esfuerzo y valor: rechazarlo implica ser tachado enseguida de facha y antidemócrata, incluso anticonstitucional.

Los supremacistas separatistas han tenido éxito porque nadie ha querido tomarse nunca en serio, no ya sus intenciones y proclamas, sino los hechos consumados con que han ido creando un cordón sanitario, un círculo de hierro protector que ha asegurado su impunidad, lo queles ha envalentonado hasta el punto de atreverse siempre a dar un paso más. Y nunca han retrocedido, y, aventuro, ni siquiera el juicio previsto les hará retroceder un milímetro. ¡Qué difícil resulta aceptar el mal en estado puro! Es mejor no creérselo, eso evita enfrentarnos a él.

P.D. Fui no de los 200.000 españoles "amotinados" (en palabras de Tezanos) que acudí a la Plaza de Colón el pasado domingo. Podíamos haber sido más, pero me alegró encontrar allí a Luis Corcuera. Deberíamos haber sido más ex-socialistas los que, sin miedo ni complejos, hubiéramos acudido para denunciar la traición de esa banda de los tres (Sánchez-Calvo-Ábalos) que está acabando con el socialismo español.


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