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jueves, 30 de enero de 2020

HAY DOS IBERISMOS (II)


(Foto: Fernando Redondo)

Decíamos en el anterior artículo que existía, dentro del movimiento iberista, una corriente que defiende una "federación o confederación de los pueblos ibéricos", un proyecto político no sólo indefinido, sino indefinible y carente de sentido práctico. Basta imaginar la complejidad de este modelo, conformado por un indeterminado número de estados o naciones, todas ellas, además, hoy por hoy inexistentes (salvo Portugal y Andorra), y cuya creación política exigiría la desaparición de España como nación y estado. Parece claro que antes de esa confederación deberían constituirse esos nuevos estados o naciones, un proceso lleno de dificultades, empezando por la delimitación de las fronteras respectivas, base de cualquier soberanía, pues no hay soberanía sin territorio propio.

Hago esta reflexión elemental porque sé que hay defensores sinceros de ese iberismo que idealiza la noción romántica de "pueblo" como el fundamento de la nación y el estado. Esta definición de pueblo alude a una identidad diferenciada y exclusiva (lingüística, racial, étnica, cultural), hoy imposible de encontrar o delimitar en una población tan mezclada genética, cultural e históricamente como la ibérica, y más en la sociedad moderna, basada en intercambios, relaciones y dependencias que han diluido cualquier uniformidad que se supone ha de fundamentar la existencia de un pueblo. Sí podemos usar el término pueblo en sentido político, o sea, el conjunto de ciudadanos, y hablar de pueblo español y pueblo portugués, expresiones que encierran, además, una resonancia emocional positiva (así decimos, "pueblos hermanos").

Dejo de lado, por tanto, a estos iberistas que, sobre todo desde el anarquismo, creen en cierta utopía fraternal e imaginan una especie de "edad dorada ibérica" en la que, como añoraba don Quijote, no hubiera "ni tuyo ni mío" y todo fuera paz y concordia entre los pueblos. Quedémonos con esos buenos deseos, que siempre gozarán de mi respeto, porque sin duda la unión ibérica habrá de estar fundamentada, no sólo en la racionalidad y el interés mutuo, sino en los buenos sentimientos. Es precisamente todo lo contrario del propósito de otros, que usan el reclamo del iberismo para ir justamente en sentido contrario, el de la disgregación y la división. Me refiero, de modo explícito, a los independentistas catalanes, vascos y gallegos y a sus defensores, que también hablan con frecuencia de iberismo.

Se trata de un iberismo "instrumental", contra el que quiero alertar especialmente a los ciudadanos portugueses, en su mayoría desconocedores de la naturaleza y fines de los movimientos independentistas que hoy se están desarrollando en España. De modo espontáneo, los portugueses, rememorando su pasado, cuya independencia se construyó en contra de España, sentirán simpatía por estos movimientos con los que tenderán a identificarse. La propaganda independentista, que ha hecho un gran esfuerzo por ocultar su proyecto antidemocrático, clasista y supremacista para presentarlo como "derecho a la autodeterminación", ha calado en sectores "progresistas" europeos malinformados, y seguramente también en Portugal. Bastaría recordar que son los partidos más derechistas y xenófobos de Europa los únicos que han dado su apoyo a los separatistas catalanes, para sospechar de este "progresismo".

El proyecto iberista no debe caer en esta trampa. Los independentistas hablan de un iberismo de conveniencia en el que ellos, especialmente Cataluña y el País Vasco, ejercerían su hegemonía imponiendo, en la práctica, su dominio económico y político. No aspirarían a salir de España para integrarse en un proyecto que eclipsara este predominio. Pero ni Cataluña ni el País Vasco pueden prescindir de Iberia, o sea, del mercado peninsular, ampliándolo hacia Portugal. Si entran en el juego, ha de ser con ventajas añadidas. Cataluña aspira ya a extender su dominio a Valencia y las Islas Baleares.

Sé que resulta muy difícil explicar, a quien no lo ha vivido de cerca, todos los pasos que el proceso separatista ha ido dando durante cuarenta años para socavar la Constitución española y orden democrático que ha hecho posible el mayor desarrollo de la España moderna. A los bienintencionados les cuesta entender que los independentistas presentan a España como un Estado opresor y franquista simplemente porque defiende su integridad territorial, algo que contemplan las constituciones de todos los estados europeos, empezando por Portugal, cuya Constitución de 1976 señala que "el Estado es unitario" y que el Presidente de la República "garantiza la independencia nacional y la unidad del Estado". Incluso excluye la posibilidad de que esa "independencia y unidad nacional" sea materia de revisión constitucional.

A los portugueses simpatizantes de los independentistas les invitamos a que imaginen la existencia un movimiento parecido en su país que exigiera, por ejemplo, la independencia o autodeterminación del Algarve argumentando que Portugal seguía siendo un estado salazarista opresor.

Pero aún necesitamos explicar con mayor detenimiento, por qué necesitamos que la opinión pública portuguesa comprenda nuestra denuncia y rechazo a los movimientos disgregadores y separatistas de España, cuyos fines chocan radicalmente con el proyecto iberista. De ello nos ocuparemos en el próximo y último artículo.

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