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jueves, 20 de febrero de 2020

DE PÁJARAS Y PÁJAROS


Si, como dice Gracián, "lo bien dicho se dice presto" porque "lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aun lo malo, si poco, no tan malo", quisiera yo ser breve y preciso, al menos para que lo poco que bien diga se duplique, y lo mucho malo se disimule. Pero difícil propósito es éste ante tan profusa, confusa y avasalladora lista de despropósitos que la realidad nos ofrece cada día, que ni aún siendo Argos tiene uno ojos para atisbar lo que pasa alrededor. Por eso siempre mejor, sí, pájaro o pajarraco en mano que cien picos volando por encima de nuestra cabeza.

Así que a la caza voy y, cogidos al menos por una pata, chillen un poco esos pajarillos o pajarracos antes de soltarles y que, después de "cantar en el ansia", sigan su alado vuelo y corten "las etéreas salas con velocidad", ya convertidos en "flor de plumas y ramillete con alas", como escribió Calderón. Dado que la vida es sueño y se nos escapa, que al menos durante un instante brillen y desprendan irisados destellos, incluso en medio de la noche, nuestros breves momentos de lucidez y rebeldía. Nada podemos contra la fatalidad, sea ella lo que fuere, pero si logramos hacer un agujero en medio de su negrura, por él penetrará la luz, de la que estamos rodeados aunque no la veamos.

Cazaron al vuelo a ese avión venezolano que traía en su buche a la vicepresidenta Delcy, nombre de insufrible cursilería, y una vez posada, la dulce pájara puso 40 huevos-maleta en el gallinero del gobierno y nadie sabe si son polluelos o tiranosaurios lo que lleva en su seno la güevada. Es posible, como ha sospechado la valiente Ana Oramas, que los huevos sean de oro, porque la gallina ponedora lo es, tesorera guerrillera a la que deslumbra la lumbre del poder y el relumbrón del dinero, como a los galápagos refugiados en la charca de Galapagar. Lo que de verdad me asombra es que nadie sepa ni dónde está ni qué contiene ese cargamento explosivo transoceánico.

Este oscurantismo, este cerrojazo informativo, eso es lo verdaderamente asombroso. Toda la secuencia, desde el encuentro urgente de Ábalos (ojillos de pájaro insectívoro) con el amigo turista al que no había otro momento para verlo que a las dos de la madrugada en el aeropuerto, a este penúltimo descubrimiento de ese tumulto de maletas invisibles pasando de mano en mano, es algo tan insólito que ni en un sueño febril pudiera imaginarse. Pero ahí está, y sigue tan oculto como el asalto a la embajada mejicana en La Paz, y eso que ésta fue a la luz del día.

Pero es que este cordón de hierro sanitario con que el gobierno protege sus tropelías y delitos lo ha extendido a todo, y lo peor es que le funciona, que tiene a una cohorte de periodistas, funcionarios, jueces, guadaespaldas y cuatreros que protegen su nido de reptiles, y así pasan las horas y los días como en la canción de Machín, en que la gente se pregunta "qué, cuándo, cómo y dónde" y sólo le responden, "quizás, quizás, quizás", porque la duda y el secreto siempre han favorecido al poder.

Así que los más piadosos, por más desconcertados que estén, se dicen que quizás sí, que quizás funcione eso del "diálogo" con los separatistas, y con los agricultores y ganaderos (aunque ni los reciban), y con los empresarios, y los pensionistas, y los autónomos, y con los parados desahuciados y los nuevos que crecen cada día, y que no importa enfrentarse a EEUU y a Europa y cobijar a dictaduras terroristas, declarar el boicot a Israel, amparar teocracias que promueven la más abyecta discriminación de las mujeres y los homosexuales, que todo eso está justificado porque lo hace un gobierno progresista.

Cantan los mirlos enamorados en Madrid estas noches de febrero, anunciando una primavera en la que el coronavirus va a recular y poco a poco disolverse en los rigores estivales, porque no resiste "la calor". Eso aquí, ¿pero qué pasará en las antípodas o el hemisferio sur? Yo confío más en que se lo traguen los pájaros, si todavía quedan pardales, porque también están sufriendo su plaga, la malaria aviar. Nadie ha contado los millones de pajarillos que han caído ya, porque sus cuerpos diminutos no cortan las carreteras ni incendian contenedores, pero a mí me acongoja su muerte silenciosa más que el destino de los galápagos.

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