Te sobra mucha ropa. ¡Y la mitad ya no te sienta bien!
El ascensor sólo lo necesitas para subir pesos, no para subir tú. Subir escaleras es como hacerte un chequeo. Si no puedes subir siete pisos sin ahogarte, malo.
Yo subo siete pisos varias veces al día. He ido mejorando.
Menos comida, menos champú, menos gel, menos ropa y menos ascensor. Y también menos coche. Siempre que puedo, a pie. Ahorro en gasolina. Menos basura, menos agua, menos electricidad, menos contaminación.
Poco es, pero si somos millones, algo se notará.
Observo que el verde de los árboles es más intenso. ¡Y más vencejos cruzan por delante de mi ventana! Por la noche no cesan de cantar los mirlos enamorados.
No necesitas ni contar ni medir tanto el tiempo. El ritmo no lo marca el reloj, sino tu cuerpo. Puedes fiarte de él.
Es mejor hacer una cosa que diez. La concentración facilita la intensidad. Hay cosas que no se pueden hacer sin concentración e intensidad. Por ejemplo, escribir un libro. Es lo único que he hecho estos tres meses. Aprovecho para anunciarlo: España sentenciada, pero no vencida.
Digo en él que hemos llegado a un punto de no retorno. Los primeros que no pueden dar marcha atrás son los independentistas: han ido demasiado lejos. O vencen los separatistas o ganamos los demócratas. Porque ya ha empezado la guerra incivil, como dijo Unamuno. Lo siento por los apaciguadores, los pusilánimes, los cobardes y los apocados. Yo alerto contra el coronavirus independentista, pandemia todavía localizada.
¿Y la ciencia? Teníamos demasiada fe en ella, pero como la necesitamos, yo ya sólo me fío de ella. Y de la razón y la verdad, cuya destrucción masiva ha sido el peor efecto del virus coronado. Ciencia, razón, verdad: no tengo otras armas para sobrevivir, y ya es tarde para buscarme otras. Y con ellas, y de su mano, el arte, el único bien imperecedero.
Digo arte, y yo me entiendo, que es mucho más que el arte de los artistas. Arte de vivir, de gozar de todo y por encima de todo y pese a todo.
¿Y las Redes Sociales? Son lo que dicen: enredan, atrapan a los que necesitan sentirse dentro del rebaño, la manada, el bando o la bandada. Y para los que necesitan gallear o gallinear o gallinacear. Pueden ser espacios de libertad, ¡pero hacen perder mucho tiempo!
¿Y la tele? Todavía peor. Dejo aparte películas y series, porque sólo veo las que elijo. Ver informativos y tertulias es puro masoquismo. Una pequeña dosis al día para saber que vivo en un mundo dirigido por psicópatas, delirantes y egomaníacos peligrosos. A veces me pongo a prueba: un minuto de Sánchez, medio de Iglesias, quince segundos de Illa, cinco de Simón, dos y medio de Ábalos, uno de Calvo... No me fijo más que en su rostro: ¡todos tienen cara de enfermos! Me obsesiono con los detalles.
Los ojos de Sánchez son los más opacos que he visto en mi vida: no dejan entrar ni salir un átomo de luz. De Ábalos sólo veo su mandíbula superdotada y sus ojillos de desmán, como el que vi de pequeño a la orilla de un riachuelo. Carmen Calvo yo creo que lucha todavía contra el coronavirus. Lo de Iglesias es ya instintivo, como ante un alimento pasado de fecha. Quizás sea porque él habla mucho (acusa) de malolientes (inmundicia) a los demás.
Como se puede ver, la política ha empezado a desaparecer de mi vida. Se impone la supervivencia. O quizás deba decir mejor que la política ha empezado a desaparecer de la vida de mi país, de mi patria, de mi todavía nación.
Esto es ya otra cosa. El estadio superior de la adolescencia falangista. Neofascismo de una izquierda guerracivilista, progre, millonaria y proletaria.
El coronavirus no se ha ido. Parece que este Gobierno se ha mimetizado con él y ha aprendido sus métodos de camuflaje. Es un coronavirus salvavidas. Pedro Salvavidas. 450.000, así, a ojo. Dice que no lo dice él, que es el único que lo dice, sino unos estudios científicos que son materia reservada al CNI de Iglesias.
Entre tanto, lo único que se puede contar, los muertos de carne y hueso, no se cuentan porque no cuentan para la ceremonia de exculpación. Bueno, menos los muertos en las residencias de Madrid, esos hay que arrojarlos a paletadas contra Ayuso.
El coronavirus se ha hecho madrileño y por eso ha atacado sobre todo a Cataluña, lo dicen los epidemiólogos separatistas.
¿Que el coronavirus nos ha hecho mejores personas? Yo veo todo lo contrario. Me refiero a las personas que se ven, las que aparecen en los medios y los tercios. Yo, desde luego, no veo que haya cambiado, sigo siendo medio-bueno y medio-malo, a partes iguales y según y cómo. Lo único que me esfuerzo es en no ser tonto. Cuesta, pero vale la pena.
Ah, y por último. En contra de lo que se dice, el coronavirus no nos ha hecho más sociables y solidarios. Más bien creo que lo contrario. Una prueba científica: llamamos menos por teléfono a los amigos. El confinamiento nos ha confinado más en nosotros mismos. Hemos comprobado que necesitamos menos de todo, hasta de las relaciones sociales.
Así que los problemas siguen donde estaban: en nosotros mismos.
Menos comida, menos champú, menos gel, menos ropa y menos ascensor. Y también menos coche. Siempre que puedo, a pie. Ahorro en gasolina. Menos basura, menos agua, menos electricidad, menos contaminación.
Poco es, pero si somos millones, algo se notará.
Observo que el verde de los árboles es más intenso. ¡Y más vencejos cruzan por delante de mi ventana! Por la noche no cesan de cantar los mirlos enamorados.
No necesitas ni contar ni medir tanto el tiempo. El ritmo no lo marca el reloj, sino tu cuerpo. Puedes fiarte de él.
Es mejor hacer una cosa que diez. La concentración facilita la intensidad. Hay cosas que no se pueden hacer sin concentración e intensidad. Por ejemplo, escribir un libro. Es lo único que he hecho estos tres meses. Aprovecho para anunciarlo: España sentenciada, pero no vencida.
Digo en él que hemos llegado a un punto de no retorno. Los primeros que no pueden dar marcha atrás son los independentistas: han ido demasiado lejos. O vencen los separatistas o ganamos los demócratas. Porque ya ha empezado la guerra incivil, como dijo Unamuno. Lo siento por los apaciguadores, los pusilánimes, los cobardes y los apocados. Yo alerto contra el coronavirus independentista, pandemia todavía localizada.
¿Y la ciencia? Teníamos demasiada fe en ella, pero como la necesitamos, yo ya sólo me fío de ella. Y de la razón y la verdad, cuya destrucción masiva ha sido el peor efecto del virus coronado. Ciencia, razón, verdad: no tengo otras armas para sobrevivir, y ya es tarde para buscarme otras. Y con ellas, y de su mano, el arte, el único bien imperecedero.
Digo arte, y yo me entiendo, que es mucho más que el arte de los artistas. Arte de vivir, de gozar de todo y por encima de todo y pese a todo.
¿Y las Redes Sociales? Son lo que dicen: enredan, atrapan a los que necesitan sentirse dentro del rebaño, la manada, el bando o la bandada. Y para los que necesitan gallear o gallinear o gallinacear. Pueden ser espacios de libertad, ¡pero hacen perder mucho tiempo!
¿Y la tele? Todavía peor. Dejo aparte películas y series, porque sólo veo las que elijo. Ver informativos y tertulias es puro masoquismo. Una pequeña dosis al día para saber que vivo en un mundo dirigido por psicópatas, delirantes y egomaníacos peligrosos. A veces me pongo a prueba: un minuto de Sánchez, medio de Iglesias, quince segundos de Illa, cinco de Simón, dos y medio de Ábalos, uno de Calvo... No me fijo más que en su rostro: ¡todos tienen cara de enfermos! Me obsesiono con los detalles.
Los ojos de Sánchez son los más opacos que he visto en mi vida: no dejan entrar ni salir un átomo de luz. De Ábalos sólo veo su mandíbula superdotada y sus ojillos de desmán, como el que vi de pequeño a la orilla de un riachuelo. Carmen Calvo yo creo que lucha todavía contra el coronavirus. Lo de Iglesias es ya instintivo, como ante un alimento pasado de fecha. Quizás sea porque él habla mucho (acusa) de malolientes (inmundicia) a los demás.
Como se puede ver, la política ha empezado a desaparecer de mi vida. Se impone la supervivencia. O quizás deba decir mejor que la política ha empezado a desaparecer de la vida de mi país, de mi patria, de mi todavía nación.
Esto es ya otra cosa. El estadio superior de la adolescencia falangista. Neofascismo de una izquierda guerracivilista, progre, millonaria y proletaria.
El coronavirus no se ha ido. Parece que este Gobierno se ha mimetizado con él y ha aprendido sus métodos de camuflaje. Es un coronavirus salvavidas. Pedro Salvavidas. 450.000, así, a ojo. Dice que no lo dice él, que es el único que lo dice, sino unos estudios científicos que son materia reservada al CNI de Iglesias.
Entre tanto, lo único que se puede contar, los muertos de carne y hueso, no se cuentan porque no cuentan para la ceremonia de exculpación. Bueno, menos los muertos en las residencias de Madrid, esos hay que arrojarlos a paletadas contra Ayuso.
El coronavirus se ha hecho madrileño y por eso ha atacado sobre todo a Cataluña, lo dicen los epidemiólogos separatistas.
¿Que el coronavirus nos ha hecho mejores personas? Yo veo todo lo contrario. Me refiero a las personas que se ven, las que aparecen en los medios y los tercios. Yo, desde luego, no veo que haya cambiado, sigo siendo medio-bueno y medio-malo, a partes iguales y según y cómo. Lo único que me esfuerzo es en no ser tonto. Cuesta, pero vale la pena.
Ah, y por último. En contra de lo que se dice, el coronavirus no nos ha hecho más sociables y solidarios. Más bien creo que lo contrario. Una prueba científica: llamamos menos por teléfono a los amigos. El confinamiento nos ha confinado más en nosotros mismos. Hemos comprobado que necesitamos menos de todo, hasta de las relaciones sociales.
Así que los problemas siguen donde estaban: en nosotros mismos.
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