Isidro González García es un leonés de Villabalter, doctor en Historia Contemporánea, catedrático y reconocido especialista en la historia de los judíos, con cientos de artículos publicados en prestigiosas revistas de investigación y en medios como El País o El Mundo. Tiene más de una decena de libros editados, entre ellos títulos imprescindibles como Los judíos y España después de la expulsión, El retorno de los judíos o Los judíos y la guerra civil española. Pese a su estrecha vinculación con nuestra tierra, es uno de esos escritores leoneses más conocido fuera que dentro de León.
El motivo de esta reseña es dar noticia de su última obra, recién publicada en Áltera y que mereció el VII Premio Hispania de Novela Histórica. Si título es Cuba 1989. Grandeza y miseria en la derrota.
El género de novela histórica es el más apropiado para definir este relato que, basado en una rigurosa y minuciosa reconstrucción de los hechos, da paso a algo más, algo que sólo la literatura es capaz de transmitir: la interiorización de la historia, la recreación de las vivencias, los pensamientos, el sufrimiento, las dudas y esperanzas que mueven el corazón de los hombres en los momentos más difíciles e inesperados de la vida. El interés histórico, el conocimiento del entramado de acontecimientos que precipitaron la guerra de Cuba, se une a una reflexión profunda sobre la condición humana y el orden social que la condiciona.
Tres voces sucesivas, interrelacionadas y alternándose, van construyendo el relato global, que avanza de modo fragmentario y va articulándose e integrándose a medida que progresa cronológicamente la narración. Por un lado está el narrador general y omnisciente, que no sólo cumple la función del historiador, sino que adopta en cada momento el punto de vista de los personajes, que son muchos y muy variados, desde Cánovas y Sagasta, a los soldados que mueren en la manigua o de malaria, o los vecinos desesperados de una corrala de Madrid.
El segundo narrador es el protagonista de la historia, el soldado Pedro González, enviado a Cuba con apenas diecinueve años, de donde vuelve cuatro años después, harapiento y demacrado, con el peso y la vergüenza de la derrota, pero también con la dignidad del héroe que ha merecido cuatro medallas por su valiente comportamiento durante aquella guerra absurda, llena de grandeza y miseria individual y colectiva.
Pedro es el abuelo real del autor, que adopta en la novela el nombre de Víctor, y se convierte en el tercer narrador, transcribiendo y recreando las historias que su abuelo le cuenta de su peripecia cubana.
No me arriesgo al afirmar que es la mejor obra de su género escrita sobre un acontecimiento que, pese a todo su interés, apenas ha inspirado media docena novelas destacables, con la diferencia de que ésta está totalmente despojada de cualquier adorno romántico, retórico o ideológico, sin que ello impida transmitir un hondo latido humano y realista, el que nace de la verdad de los hechos y de la propia experiencia.
Destaca esta novela por su estilo depurado y sencillo, esa difícil naturalidad que recuerda la prosa de Galdós y de Pío Baroja, escritores a los que Isidro González ha sabido leer con sumo provecho. Pero también sorprende cómo el autor ha construido el entramado narrativo, cómo mediante el hilo de la historia real de su abuelo, ha ido tejiendo un tapiz que nos traslada de lo particular a lo general, de la manigua a los salones aristocráticos, de La Habana a León, de Villabalter a Madrid, de 1895 a 1962 y a hoy mismo. A medida que nos adentramos en sus páginas vamos comprendiendo el cómo y el porqué de aquella guerra, de la que conocemos una infinidad de detalles y datos que la sacan de la abstracción histórica para verla a través de la vida real de los miles de españoles que en ella participaron y en la que tantos murieron. Un ejército de pobres, los que nutrían las "levas" (unos doscientos mil), aquéllos que no podían reunir 2.000 pesetas para evitarlo.
Pasan por esta historia los personajes y políticos más destacados de la época de la Restauración, (entre ellos muchos leoneses como Fernando Merino, Gumersindo de Azcárate, Francisco Sierra Pambley o Pío Gullón), de los que conocemos no sólo sus posiciones políticas, sino su interior, sus dudas y convicciones, acercándonos a su lado más humano. Isidro González ha sabido unir al rigor histórico la amenidad descriptiva de los ambientes, las circunstancias, la influencia de unos hechos sobre otros, transmitiéndonos la vida real, las reacciones de la opinión pública, los gustos clasistas, las diversiones evasivas, los atentados anarquistas que acabaron con la vida de Cánovas (pero también con el presidente McKinley, el promotor de la derrota española), a los que siguieron los de Dato y Canalejas.
No oculta el autor su preocupación por el hoy mismo, porque el tema central de esta historia familiar y personal, es inseparable del problema de España, sobre el que se proyecta y en el cual cobra todo su sentido.
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