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domingo, 21 de marzo de 2021

ENTREVISTA A SANTIAGO TRANCÓN

 Publicado en elCatalán.es

https://www.elcatalan.es/espana-sentenciada-pero-no-vencida




Entrevistamos a Santiago Trancón con motivo de la publicación de su libro "España sentenciada, pero no vencida 

(https://www.ultimalinea.es/politica-espanola/129-espana-sentenciada-pero-no-vencida- 9788418492037.html) 

y de la conmemoración del 40º aniversario de la publicación del "Manifiesto de los 2.300", del que fue su redactor, que ha dado lugar a un nuevo Manifiesto, también escrito por él, recientemente publicado con el apoyo de más 500 personalidades.


ANTONIO ROBLES: En el inicio de tu último libro "España sentenciada, pero no vencida", haces una advertencia con esta frase lapidaría de Francisco de Quevedo: “Determinarse tarde al remedio del daño, es daño sin remedio”. Tradúcenos el título y la advertencia.

SANTIAGO TRANCÓN: La vida es un encadenamiento ininterrumpido de hechos que determinan el presente. Personal y colectivamente hay decisiones que no se pueden posponer, porque si no se toman a tiempo, el daño ya no tiene remedio. El daño que el nacionalismo separatista ha causado en la sociedad catalana y en toda España es inabarcable. De lo que se trata ahora es de actuar con determinación para que este mal no acabe en un daño sin remedio: la desaparición de España como Nación y Estado democrático. Es un momento trágico, porque para los independentistas y todos sus aliados, España ya ha sido sentenciada. Pero España aún no ha sido ni derrotada, ni vencida.

A.R.: La percepción que tienen los españoles de sus instituciones es que han hecho dejación de sus funciones ante los nacionalistas, a excepción del Poder Judicial. Sin embargo, comienzas el libro haciendo una biopsia de la sentencia del TS contra los responsables del procés para mostrar los enjuagues políticos y la responsabilidad de los jueces. ¿No nos quedan ni siquiera los jueces?

S.T.: Mi análisis de lo que ha ido sucedido en los últimos 40 años sigue el hilo de las principales sentencias del TS y el TC referidas a Cataluña, pero cuya repercusión ha afectado a toda España. Van desde la anulación de la LOAPA hasta la sentencia de los golpistas del 1-O. Constato que los jueces han estado en el centro de todo cuanto ha ocurrido en España, y han condicionado con sus sentencias la vida política. Todavía nos queda una mayoría de jueces que ejercen honestamente su labor, pero desgraciadamente no son los que de verdad tienen el poder. El problema está en la minoría que controla el TS, El TC y el CGPJ. De éstos es de los que yo no me fío ni un pelo. 

A.R.: Lo más novedoso de tu libro, por atrevido, es esa disección minuciosa que haces del fondo de las principales sentencias de los Tribunales, desde el caso de Banca Catalana, a la Ley de Normalización Lingüística y las sucesivas Leyes de Educación, pasando por la sentencia del Estatuto o la de los golpistas y su insólita "teoría de la ensoñación", como tú la llamas.

S.T.: Ese es el elemento conductor que me sirve para demostrar la continuidad y progresión del proceso separatista, que ha ido pasando desde el catalanismo de buenas formas, al independentismo agresivo y neofascista actual, manejando cínicamente la impostura y una ambigüedad calculada con la que ha ido embaucando a todos los gobiernos de España. Me he atrevido a analizar y criticar todas esas sentencias porque he comprobado la gran influencia que han tenido en todo lo acontecido durante este largo período. Es una advertencia también para lo que puede hacer el poder judicial en el crítico momento en que nos encontramos, en el que va a ser decisiva la actitud que adopte ante el asalto final al poder que sin duda los independentistas llevarán a cabo más pronto que tarde. 

A.R.: Los jueces ocupan un lugar clave, están en la base que sostiene el sistema democrático y simbólicamente en la cumbre como poder independiente. Gozan de cierta aureola de respetabilidad porque se supone que su tarea exige una gran preparación y dedicación. El someter sus sentencias y decisiones al escrutinio y la crítica rigurosa y casi implacable que realizas en tu libro, sin ser jurista, ¿no crees que puede juzgarse de osadía, invalidándolo de antemano por ese motivo?

S.T.: Este es un argumento muy pobre, que revela un problema fundamental: el pretender que los jueces y sus sentencias están al margen del control democrático de la sociedad. Es paradójico, porque los jueces no son capaces de sustraerse al control de los partidos políticos y la presión de los Gobiernos, pero al mismo tiempo quieren mantenerse en una burbuja de intocabilidad, y para ello se protegen con un escudo retórico, un lenguaje hermético, artificialmente complicado, que se supone inaccesible al resto de los mortales. Cuando lo analizas, te das cuenta de que en gran parte es hojarasca, y que lo que se esconde al final son opiniones políticas e ideológicas muchas veces erróneas e interesadas. En ocasiones, con una ignorancia escandalosa, hasta echan mano de elucubraciones psicologistas insostenibles, como en el caso de la sentencia a los golpistas. Una cosa es respetar a los jueces, y otra el reverenciarlos y otorgarles una impunidad injustificada. Porque lo que han demostrado muchas veces es ponerse al servicio de intereses políticos y económicos ajenos al interés general. Me refiero a esa minoría que forma parte del entramado del poder dominante, con el que se mezcla y confunde. Apenas se distingue ya del poder ejecutivo y legislativo. 

A.R.: Lo que creo más importante de tu estudio es el haber incorporado al análisis político un elemento que hasta ahora no ha sido muy tenido en cuenta ni valorado suficientemente: la labor de los jueces, su responsabilidad en la deriva separatista y en la crisis que atraviesa nuestra democracia y el orden constitucional. Pero quizás no queda claro el papel del resto de factores, empezando por los nacionalistas y la colaboración imprescindible de los sucesivos Gobiernos, por no hablar de los poderes económicos, los partidos y la propia sociedad. 

S.T.: Todo está relacionado, y no podemos aislar un elemento sin tener en cuenta al resto. Podemos decir que todos esos factores que señalas, han sido causas necesarias, pero ninguna por sí sola suficiente. Es el efecto de acumulación y concatenación lo que les da esa fuerza determinista que, si no se frena, llegará a ser irreversible. Yo analizo las sentencias, no de forma aislada, como si fueran meros textos jurídicos, sino en relación con el contexto político y social, y, sobre todo, por sus consecuencias, porque tienen un efecto legitimador que las distingue del resto de factores. Por eso también aparecen capítulos y referencias al Manifiesto de los 2.300, le escándalo de Banca Catalana, el Programa 2000, los dos referendos y la persecución del español y la violencia que se ha adueñado de las calles en Cataluña.



A.R.: El encadenamiento y acumulación de todos estos hechos produce en el lector un efecto desolador, porque va constatando que todo responde a un proyecto bien planificado y llevado a cabo con el uso de todas las armas posibles, mediáticas, culturales, económicas y políticas, frente a las cuales los demócratas y el Estado se han mostrado pusilánimes, apaciguadores y claudicantes. El libro, como dice Juan Pablo Cardenal, es doloroso pero imprescindible.

S.T.: Sí, debo confesarte que sufrí mucho al ir constatando eso mismo que tan bien resumes. Incluso para mí, que he conocido de cerca muchos de esos acontecimientos, el encararlos, analizarlos y ponerlos unos en relación con otros, todo eso me produjo una gran desazón y angustia, porque hay algo fatal y reiterativo en la historia de España que puede acabar obsesionándonos: cómo es posible la existencia de tanto canalla, tanto cobarde, tanto irresponsable que juega con la vida y el bienestar de millones de españoles, que se pone al servicio de los más mezquinos y, sobre todo, cómo los más incapaces y oportunistas acaban adquiriendo un poder que acaba siempre en totalitarismo y persecución del adversario, al que convierten en enemigo despreciable. Cómo, al mismo tiempo, los mejores, los más honestos y capaces, son dejados de lado, apartados y excluidos de la vida pública. Qué te voy a decir a ti, Antonio, que eres un ejemplo vivo de cuanto digo, de resistencia insobornable, y de esto también la historia de España nos ofrece ejemplos admirables. Esa mezcla de lo mejor y lo peor es algo que hemos de aceptar, al menos para confiar en que no siempre triunfen los más miserables. 

A.R.: Hay otra clave en tu libro que creo necesario destacar, porque pasará desapercibida para muchos lectores. Me refiero a que todo cuanto expones y transmites con tanta claridad, rigor y pasión, es inseparable de tu posición de izquierdas .¿Me equivoco al hacer esta observación?

S.T.: No, en absoluto, y está muy bien que lo comentemos. Yo distingo entre tener ideas y valores de izquierdas, y defender una ideología de izquierdas, eso que se llama progresismo, así, sin más, una etiqueta que se usa para dar por válido y buenísimo lo que sea, aunque muchas veces sea lo más retrógrado y reaccionario imaginable, como es el nacionalismo y el independentismo. Hay una tradición de ideas y valores de izquierdas que hoy son plenamente defendibles, y tienen que ver con cosas tan elementales como el bien común, el interés, general, las diferencias de clase, la igualdad de todos los ciudadanos, la lucha contra los privilegios, la no discriminación por motivos de lengua, de origen, de clase, de posición económica. Estos principios, la izquierda ideologizada y fanatizada actual los ha sustituido por la defensa de las identidades, identidades casi siempre indefinibles y que se van inventando según convenga para dividir a la sociedad en tribus, creando fronteras territoriales e identitarias que sólo sirven es para mantener el control y el poder de las oligarquías, troceando la unidad e igualdad de todos los ciudadanos. Esto afecta sobre todo a la mayoría de trabajadores, cuya situación es cada día más deplorable, pues a todas sus dificultades se une el negárseles su lengua, su cultura, la igualdad de oportunidades, las posibilidades de progreso y mejora social. Esa izquierda degenerada desprecia profundamente a los trabajadores, pues pone por encima de la lucha por la mejora de sus condiciones de vida, los intereses de las oligarquías separatistas. 



A.R.: Sin duda esa tarea es hoy urgente, y habrá que empezar por recuperar el lenguaje frente a perversión de casi todos los términos, como izquierda, democracia, libertad o incluso justicia, que es inseparable de la igualdad y el respeto a la ley, eso que algunos jueces, sin embargo, desprecian con sentencias tan criticables como la del juicio a los golpistas, que tan bien diseccionas en la primera parte de tu libro. 

S.T.: Se ha destruido el espacio de la razón y el respeto a la verdad, que se sustituyen por una manipulación de la mente, los sentimientos y la difusión de ideas simples cargadas de emociones, que sólo buscan crear y sostener el enfrentamiento y la división entre los buenos y los malísimos. A quienes denunciamos la impostura, la mentira y el engaño tratan de arrinconarnos en el lado de los malísimos, los fachas, vamos. Pero si hoy existe algo a lo que pudiéramos llamar neofascismo, neofranquismo o neofalangismo, es a ese conglomerado de podemitas, sanchistas, nacionalistas y separatistas. España tiene que tomar conciencia de sí misma y de que su propia existencia está en peligro, y actuar en consecuencia, venciendo al derrotismo y la resignación. Aún estamos a tiempo de evitar lo que sería inevitable si triunfa el plan de los segregacionistas y sus aliados. 

A.R.: Fuiste el redactor del primer manifiesto “Por la igualdad de derechos lingüísticos”, más conocido como “El manifiesto de los 2.300” en 1981 del que el pasado día 12 de marzo se celebró su 40 aniversario. ¿Tú crees que quienes han despertado por los hechos del 1.O de 2017 están al corriente de la Resistencia al nacionalismo desde entonces, o su ignorancia ha propiciado la España sentenciada de hoy?

S.T.: La labor de resistencia al nacionalismo ha sido admirable, y tú la has protagonizado y contado muy bien en tu "Historia de la resistencia al nacionalismo". Es necesario dar a conocer esta historia, que es un ejemplo de lucha clásica contra la dominación, la exclusión y el señalamiento, hecha con todo en contra y sin apoyo alguno, por eso es más necesario el conocerla, reconocerla y valorarla, para dar ánimo y fuerzas a la lucha de hoy, que cada día será más abierta y exigirá mayores dosis de valor y generosidad.

A.R.: Tú dabas clases en el mismo instituto de Santa Coloma que Federico Jiménez Losantos, a cuya salida, una noche, días después de publicarse el manifiesto reivindicando igualdad lingüística, fue secuestrado, atado a un árbol junto a otra profesora y abandonado con un tiro en la pierna. Después de aquel hecho, 14.000 maestros y profesores hispanohablantes abandonaron Cataluña y los firmantes del manifiesto, incluido tú, hicisteis lo propio dejando sin dirección aquel brote de resistencia al nacionalismo. ¿Os equivocasteis al marcharos?

S.T.: Ya he contado en otras ocasiones que más que marcharnos, nos echaron. Nuestra intención no era irnos de Cataluña, donde teníamos nuestra vida y nuestro trabajo. Más aún, intentamos crear una asociación para canalizar aquel movimiento espontáneo surgido del Manifiesto. Necesitábamos un mínimo de apoyo. Yo me entrevisté dos veces en Madrid con Martín Villa, entonces Ministro de Administración Territorial. Me entretuvo un par de meses con vagas promesas. El apoyo tenía que salir "de los fondos reservados" de la Presidencia (de Calvo Sotelo). Vamos, que debía llevarse a cabo con total secreto y alevosía. ¡Tenía pánico a que Pujol se enterara! Así que, sí, pudo ser un error el marcharnos, pero muy comprensible. Y añade el acoso, el señalamiento y las amenazas que sufrimos los que nos dimos a conocer.

A.R. Además de profesor, escritor y amante del teatro, te has implicado políticamente. Tú última aventura te llevó a ser cofundador de dCIDE, Centro Izquierda de España. ¿Por qué cuesta tanto en España que la izquierda ame a su país? ¿Por qué es necesario un partido de Izquierdas abiertamente español?

S.T.: Hemos de aceptar que las categorías de izquierda y derecha están ahí, son útiles y no tiene sentido perder tiempo y esfuerzo en combatirlas. Lo que hay que combatir es el fanatismo y el sectarismo. A partir de aquí es absolutamente urgente y necesario, que surja una izquierda española y sin complejos que combata y sustituya a la actual izquierda en el poder, que es una degeneración de las ideas y valores de la izquierda y que vive de la inercia y el prestigio cultural que la izquierda ha adquirido, pero que lleva a cabo una política totalmente contraria al bien común, que el es bien de la mayoría, o sea, de los trabajadores. Esa izquierda arrogante, frentista, rencorosa y muy analfabeta, lo que hace es favorecer los intereses de los más poderosos. Se trata del engaño y la farsa más descomunal, como lo es el apoyar el plan destructivo de los separatistas, la revolución de los ricos, vamos. Un casta rancia y cochambrosa, pero que tiene un afán totalitario de poder muy peligroso. Al fundar dCIDE hemos intentado organizar esa otra izquierda, pero sin un apoyo mínimo, económico y mediático, hoy es imposible ir más allá del esfuerzo testimonial y la difusión de ideas renovadoras, algo, por otra parte, absolutamente necesario. Esto lo hemos expresado muy bien en la declaració "Otra España es posible, otra izquierda es necesaria”: 

(https://www.elcatalan.es/otra-espana-es-posible-otra-izquierda-es-necesaria?fbclid=IwAR2XmOdIiMet0HdJ9olIgo4HFzXIwkjOGo89iSKGzF-rQbT0HcpFs_Tlb4w)

A.R.: Bueno Santiago, ya que nos ha cogido el carajal de Cs en medio de la entrevista, ¿podrías arriesgar una opinión de por qué los mejores sueños pueden acabar en pesadillas?

S.T.: Es un ejemplo devastador de eso que hablamos, el triunfo de los más rastreros e incapaces. Por un lado desanima a todos los demócratas, por otro nos obliga a modificar radicalmente el funcionamiento y la democracia interna de los partidos. También pone de manifiesto esa tendencia al enfrentamiento personal, la incapacidad de superar las egolatrías y la perversión de las relaciones. Pero hay algo más, y yo creo que aquí están interviniendo otros poderes, y no hace falta ser conspiranoico. Esto no favorece para nada la estabilidad y el equilibrio democrático, así que debe servirnos como una llamada de alerta, porque es otro síntoma de la degeneración de la política, lo que es ya un asunto muy serio.

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